La otra cara del mapa. Caricaturas, política y representación territorial
* Original en euskera
Aitzpea Leizaola

Qué tienen en común los mapas de navegación trazados por los habitantes de las islas Marshall en el siglo XIX con ramas, conchas y corales, la representación de la isla Utopia que se dio a conocer en la época renacentista o la proyección del mundo que se ha extendido a todo el mundo tras el realizado por Mercatore? Todos ellos son mapas o representaciones del espacio que se sirven de soportes y materiales de muy diversa índole. Unos indican los caminos y las rutas, otros recogen en imágenes la supuesta geografía de hipotéticos reinos, y otros cuantos reflejan la realidad y los retos geopolíticos, pero todos ponen de manifiesto la necesidad de gente procedente de distintas épocas y países de representar el espacio.

Desde la antigüedad, la mapística ha sido una actividad sumamente importante en las sociedades occidentales. Los mapas han sido concebidos ante todo como medios para conocer el entorno físico e informar sobre las rutas existentes para desplazarse de un lugar a otro y no perderse en el intento. A lo largo de la Historia han ocupado un destacado lugar, y en el caso de las sociedades occidentales principalmente a partir de la época renacentista, donde los mapas jugaron un decisivo papel en el descubrimiento de nuevos territorios, como exponente de una nueva perspectiva del mundo. Desde entonces, y hasta la actualidad, las actividades coloniales resultantes de las exploraciones han dado fe de la importancia de los mapas, instrumentos de poder durante siglos, documentos que exponían las posibilidades de guerra y conquista con antelación, herramientas en las que se basaban importantes decisiones diplomáticas, útiles donde plasmar el resultado final de la extensión del poder de reinos, estados e imperios. Instrumentos empleados para reclamar la semi-propiedad sobre determinados territorios, o incluso símbolos para denunciar la subordinación.

Hasta hace bien poco, debido a la evolución de la geografía, y a la sombra del discurso científico, al mapa se le ha concedido una especie de dimensión meramente objetiva, cuando en realidad también informa sobre la división político-administrativa de la superficie terrestre. A pesar de que desde el principio los mapas, que dan minuciosa cuenta de los miles de detalles de la geografía física y reflejan sobre papel la llamada realidad geopolítica, han sido considerados representaciones objetivas de la superficie terrestre, no siempre suele ser el caso. Son miles los ejemplos que ponen de manifiesto la diferencia existente entre la representación de un mapa y la realidad geopolítica, como es el supuesto, por exponer un reciente caso histórico, de los mapas utilizados en el tratado de Paz de los Pirineos, suscrito en Bidasoa en el siglo XVI, donde al separar en dos el valle de Cerdanya de Cataluña, ateniéndose a los criterios de la frontera natural, trazaron en medio del valle la presunta continuación de la cordillera Pirenaica y dejaron en medio de la llanura una inmensa cadena montañosa. Hay otros ejemplos más cercanos en el tiempo, como son varios mapas sudamericanos que atribuyen Falklands o las islas Malvinas a Argentina. Los mapas de Paquistán e India marcan el territorio Kachemira, tan codiciado por ambos países, como suyo propio. Los ejemplos abundan.

Pero los mapas también se han utilizado con otros fines, como para propalar estereotipos de la política e identidad nacionales, mapas que resultan ser ciertamente peculiares dada su semejanza a cómics o caricaturas. Son representaciones a las que hasta el momento no se les ha prestado demasiada atención, aunque en el pasado, y especialmente en el siglo XIX, gozaron de un gran éxito. En estos mapas, que en Europa recibieron el nombre de mapas serio-cómicos, los estados adquieren formas humanas que expresan el interés recíproco, la relación y el vínculo existentes entre ellos. Así, los estados europeos adoptan distintas formas en función del momento que atraviesan, apareciendo amigables u hostiles, delgados o gordos, masculinos o femeninos, ancianos o recién nacidos, como es el caso de los Balcanes. Además de los estados con semblante humano, los hay que adoptan forma animal: Rusia se presenta como un oso, y los países escandinavos como perros doberman. Basándose en la narrativa ilustrada que emplea el cómic, se describen las relaciones de poder, los propósitos, la cooperación y la enemistad existente entre los estados. Pero estos mapas salpicados de humor no son tan inmaculados como pueda parecer, y es que al dar cuenta de la situación geopolítica del momento, en la mayoría de los casos las representaciones se adaptan a los intereses del país de origen del autor del mapa.

El principio de enlazar la superficie terrestre y las imágenes que subyace en esta peculiar mapística no es sin embargo nuevo. Ya en la Edad Media estaba muy extendido el mapa antropoforme que representaba a Europa con forma de mujer, y también en Asia había similares mapas que empleaban imágenes de bueyes o pegasos, sin olvidar que la costumbre de vincular el espacio y la humanidad hunde sus raíces en la antigüedad, como bien demuestra la representación de las constelaciones del Zodíaco. Este tipo de ilustración, que realiza una sarcástica crítica sociopolítica, siempre ha gozado de fama en Inglaterra, principalmente en el siglo XVIII, y ha dado de sí célebres caricaturistas, entre los que destaca James Gillray. Durante el siglo XIX los mapas serio-cómicos se extendieron a todo el continente europeo, y algunos llegaron incluso a sobrepasar las diez ediciones. Aun cuando, en vista de que en las últimas décadas han sido consideradas simples ilustraciones "curiosas", pueda dar la impresión de que su actual papel político es meramente anecdótico, en una época cumplían una función propagandística.

En tal sentido, guardan una gran semejanza con el papel que el cómic y la caricatura han desempeñado a lo largo de la historia. Si bien en la actualidad el número de este tipo de mapas se ha visto reducido por la proliferación de otros medios que cumplen la misma función, lo cierto es que el mapa está más presente que nunca en la vida cotidiana. En pleno apogeo de los audiovisuales, el mapa ofrece una perspectiva concreta, como bien se deduce de los vaivenes y debates a los que dan lugar. Y es que un mapa nunca es una representación carente de mensajes. Los mapas están repletos de significado, son capaces de provocar las reacciones más dispares, y están fuertemente vinculados a la proclamación de la identidad nacional, al igual que las banderas e himnos nacionales, aun cuando pocas veces se les haya atribuido tal función. Pensemos, si no, en el uso político que durante los últimos siglos se le ha dado al mapa de Euskal Herria.

Reiterando la idea expuesta al principio, los mapas son, ante todo, representaciones visuales relacionadas con el poder. El mapa detalla el territorio de un determinado espacio de forma permanente e inmutable. He ahí el caso de la extendida opinión según la cual el mapa europeo trazado al finalizar la 2ª Guerra Mundial estaba absolutamente definido de cara al futuro, ya que una de las principales consecuencias derivadas de los acuerdos consistió en la estabilidad de las fronteras políticas. En el caso de la Unión Europea, sin embargo, resulta difícil visualizar su mapa de inmediato, dada la cantidad de lagunas y peculiaridades que presenta el continente que hasta ahora veíamos como un puzzle compuesto por piezas de diferentes colores. En adelante, sin embargo, la imagen del territorio comunitario nos resultará bastante más cotidiana; de hecho, basta con reparar en las euromonedas para tener ante nosotros el mapa. Y es que las nimiedades diarias facilitan su integración y arraigo social, del mismo modo que los mapas caricaturescos del siglo XIX o la enseñanza de la geografía en el sistema escolar. En tal sentido, no se puede decir que los mapas sean una nueva invención.


Aitzpea LEIZAOLA, 2000-01 Basque Visiting Fellow en la Universidad de Oxford. Profesora de Antropología de EHU-UPV

Euskonews & Media 220. zbk (2003 / 07-24 / 09-11)


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