Fortuna audaces juvet: Algunas reflexiones sobre el futuro de la publicación en InternetEscuchar artículo - Artikulua entzun

Javier Díaz Noci, miembro de la sección de Medios de Comunicación de Eusko Ikaskuntza y profesor de la Universidad del País Vasco
Jatorrizko bertsioa euskaraz

Cuando hace unos años se hablaba de publicar algo –por ejemplo, una revista como Euskonews- en Internet, eran muy pocas cosas las que estaban claras de partida: si había que apostar, en primer lugar, por un volcado de recursos preexistentes en una versión impresa, si había que hacer una publicación estrictamente periódica o continuamente renovable (o incluso con contenidos “apilables”, si había que apostar única o exclusivamente por contenidos textuales o por un desarrollo multimedia, si había que dejar un acceso gratuito o con algún tipo de suscripción (de pago o simplemente pidiendo algunos datos)... Todo se intuía y nada se sabía.

Hoy, a pesar de que continuamos preguntándonos muchas cosas, sabemos algo más, gracias a que lo que entonces eran meras ideas se han ido plasmando en revistas como ésta. Eso permite saber qué funciona y qué no funciona. Aparte de las preocupaciones inherentes a todo proyecto editorial, digital o material, para empezar si habrá un público suficiente con que se mantenga la publicación, todo lo que ha nacido para Internet ha estado rodeado de incógnitas, pero también de esperanzas.

Por ejemplo, hoy sabemos que funciona la tecnología push y que, en vez de esperar a que el usuario se acuerde de que hay un sitio web que se renueva cada semana, por ejemplo, con contenidos especializados que pueden interesarle, resulta más efectivo enviarle la primera página (o, empleando la terminología más específica del hipertexto, el nodo inicial) a través del correo electrónico. A partir de ahí, el lector, o usuario, podrá echar un rápido vistazo a aquello que le interesa.

Sabemos también que en Internet lo bueno, si breve, dos veces bueno. Los textos, que inevitablemente componen la mayoría de la información disponible en la Red, se leen todavía peor en una pantalla que impresos sobre un papel. Naturalmente, el usuario puede (y a menudo, es lo que hace) imprimir esa información. Así que hay que ofrecerle una versión imprimible. Aunque sólo dará ese paso –que le penaliza en tiempo y dinero- cuando el ítem correspondiente realmente le interese. Otros ítem los verá a vuelapluma en la pantalla, de forma que hay que cuidar el diseño y la imagen de marca. Lo que, en el fondo, en el mundo digital como en el tradicional impreso que hasta ahora era el único que conocíamos, es lo que garantiza el prestigio.

Por eso resulta importante que sean asociaciones como Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos los que hayan dado el salto a la Red experimentando con contenidos propios. También es importante, aunque pueda parecer en principio una cuestión baladí, que las publicaciones electrónicas reciban el correspondiente número de identificación internacional (ISSN). No sólo porque, a efectos de catalogación del saber en todo el mundo, sea indispensable someterse a este tipo de sistemas estandarizados, sino también porque, de alguna manera, la concesión de ese número supone un inmediato reconocimiento de la condición de publicación periódica, algo que, curiosamente (y preocupantemente), no ocurre con los libros digitales, que en principio la ley no considera merecedores de recibir el ISBN que sí obtienen cuando se imprimen.

Resulta igualmente importante dilucidar un debate que, éste sí, está lejos de quedar zanjado definitivamente: si no se debe percibir nada por el acceso a los contenidos que se ponen en Internet o, por el contrario, hay que cobrar por ellos, de la misma forma que se cobra por una revista impresa. Por supuesto, los costes de un producto digital son menores que los de un producto que precisa de ser fijado, reproducido y distribuido en un soporte físico como el papel, pero eso no quiere decir que carezca de gastos. Éstos se distribuyen, sobre todo, en el capítulo de producción intelectual –los autores de las diferentes informaciones-, pero también en el de administración y gestión, así como en el de diseño y mantenimiento técnico. Sin embargo, y a pesar de que medios de referencia como los diarios El País o Le Monde han decidido cobrar para, a pesar de perder lectores (impacto cuantitativo), poder ofrecer productos diferenciados de sus homónimos impresos, la tendencia general parece ser seguir ofreciendo productos gratuitos en Internet. O, al menos, que no supongan un gasto directo para el consumidor, ya que siempre queda el recurso a la publicidad.

En cuanto a las publicaciones científicas, las muy prestigiosas –es decir, aquellas que pueden permitírselo- cobran una suscripción para sus servicios en la Red, mientras que aquellas otras para las cuales el negocio no es lo principal –es decir, aquellas cuyos gastos se cubren de otra manera: subvenciones públicas, financiación mediante cuotas a socios, etc.- sino que anteponen la difusión del conocimiento a cualquier otra consideración, preferirán la gratuidad. Pueden adoptarse, está claro, algunas soluciones de compromiso, una estrategia editorial conjunta. Por ejemplo, los contenidos más densos, las revistas científicas puras y duras con tablas, figuras, notas a pie de página y textos largos parecen más apropiados para ser publicados en el tradicional soporte papel, siempre que la premura de la actualidad no obligue a dar a conocer cuanto antes esos hallazgos del saber humano. La divulgación, en cambio, sí parece susceptible de ser publicada en el más ágil entorno digital. Nada impide, por otra parte, que, pasado un periodo de tiempo razonable, incluso el primer tipo de contenidos pueda ser incorporado a un archivo digital, a ser posible dotado de un motor de búsqueda que lo convierta en una herramienta de referencia para la comunidad científica. Las bibliotecas digitales, por lo tanto, serán un campo abonado para el futuro. Los continuos avances en formatos, sistemas de búsqueda, soluciones de digitalización de documentos pre-web hacen que este tipo de empresas, tan necesarias y revolucionarias para el conocimiento, sean extremadamente costosas. Sólo instituciones con las ideas muy claras y la necesaria financiación asegurada podrán permitirse adoptar soluciones con garantías a varios años vistas, de manera que no se hagan solamente archivos temporales, sino verdaderos repositorios renovables y adaptables, y además unidos a otras iniciativas similares –lo que incide en la estandarización y unificación de criterios aceptados universalmente- que permitan unir a las muchas iniciativas que, en todo el mundo, se estén desarrollando de forma simultánea. Una verdadera biblioteca universal, en definitiva, una enorme biblioteca que, como la de Alejandría en la antigüedad, sea capaz de reunir y jerarquizar todo el conocimiento humano.

No hace falta decir que, junto a estos ambiciosísimos –pero técnica y teóricamente posibles- deseos de universalidad, la Red se ha revelado como un poderoso instrumento para las culturas y lenguas de ámbito reducido. Nunca como antes idiomas con pocos hablantes han podido ponerse a disposición de, literalmente, todo el mundo conectado. Naturalmente, las grandes lenguas, con el inglés a la cabeza, están copando aún más que antes el mercado. Pero, a la vez, las pequeñas pueden asomar la cabeza a esa gran ventana mundial. La utilización de varias lenguas, la propia y las que permiten dar a conocer culturas locales a escala planetaria, es una realidad que se irá seguramente desarrollando aún más. La sociedad del presente, y más aún la del futuro, será plurilingüe.

El futuro más cercano, ese sobre el que aún se puede hacer algún vaticinio con visos de cumplimiento, será cada vez más hipertextual, más relacionado, más estructurado y más multimedia. La idea de ofrecer un inmenso archivo de piezas musicales vascas, en el que mediante las técnicas del enlace hipertextual es posible ofrecer y relacionar letras, partituras y sonidos, además de ordenarlo todo mediante un efectivo sistema de búsqueda, es ya una realidad al alcance de un clic en el Euskal kantutegia de esta revista. Obviamente, eso es algo que difícilmente una publicación impresa puede ofrecer. El futuro se decantará en este sentido. La prudencia recomienda que esta afirmación sea más un desideratum que una profecía, más una apuesta que una seguridad.

Pero el progreso está en manos de quienes se atreven a los desafíos, a los que no se conforman con lo que hay sino con lo que se puede construir. Esta revista lleva unos años dando, cada semana, ejemplo de ello. Como decía el viejo adagio latino: Fortuna audaces juvet.

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