Usoa
Otaño Unzurrunzaga*
Fotografías: Usoa Otaño
Itzulpena euskaraz
Antes de que en los años 50 llegaran la cocina económica y el petróleo, en los pueblos de la montaña alavesa como Lagrán y Pipaón se vivía del carbón vegetal, de la leña y de algunas otras artesanías. Los hombres adultos armaban las carboneras, a veces de forma furtiva, aunque el humo las delata fácilmente.
Foto: Museo Etnográfico de Pipaón. |
En el oficio de carbonero, los chicos colaboraban en el tajo, aprendiendo, desde los 11 o 12 años. Las mujeres llevaban los suministros al monte, comida y ropa, ayudaban en la tarea y se encargaban de la venta, que hacían en los pueblos de la Rioja, atravesando el puerto de la Herrera a pie por la montaña, por un camino ciertamente empinado.
Adela Sáenz. |
Para hacer el viaje se ponía de acuerdo con otras 3 mujeres antes de partir y en el caso de que fuera sola, siempre encontraba a alguien en el camino, que iba a vender carbón o escobas, -“en el monte, al final, estaba todo el pueblo”-. A veces, un chaval joven y un perro le acompañaban. Caminaban unas 4 horas si bajaban a Elciego, por lo que partían a las 4 o 5 de la madrugada. Adela también se solía dirigir a vender a San Vicente, o a Briones, incluso hasta Cenicero. Se agarraba a la cola del caballo, y el animal le guiaba en la oscuridad de la noche. En una época en la que las velas y los candiles eran artículos de lujo, la luna llena era de gran ayuda. Entonces contaba con 20 años y siguió al carbón hasta los 35, ya casada. Ella prefirió quedarse en el pueblo que ir a servir a Mondragón. Una vez que llegaban al destino, iban por la calle pregonando: “¡carbóooon, carbóoooon!”, aunque normalmente ya sabía quien gastaba, tenía clientes fijos que le hacían encargos para días posteriores. Aunque el carbón no es demasiado pesado, a veces, para su entrega, había que subirlo al hombro dos o tres pisos. Mientras ellas vendían el carbón, una de las chicas se quedaba cuidando a los machos. Adela se muestra contenta con el trato que recibía de los clientes.
Soportes para llevar la carga en el macho. |
Para sustento, un poco de pan y una onza de chocolate. Una vez vendido el carbón, se juntaban en algún punto para emprender la vuelta. Regresaban con las compras que habían podido hacer: pan, bacalao, tomate, pimientos, aceite, algún pellejo de vino -que era muy bien acogido por los que estaban en el monte cuidando la carbonera-, e incluso alguna tela para hacer vestidos. Con dos cargas Adela pagó el mismo vestido de comunión que lucieron todas sus hijas. La vuelta les resultaba amena, hacia las 4 o 5 de la tarde, en grupo, hacían risas y solían cantar jotas para alegrar la faena.
Cuentan la historia que una mujer carbonera dio a luz en un terreno de Pipaón que se llama La Culanca. Su hijo llevó en adelante el apodo del culanqués.
Foto: Museo Etnográfico de Pipaón. |
En el viaje de ida Anastasia percibía la intranquilidad sus compañeras, ya que tenían muy presente que había que regresar al pueblo sin carga. Su primer viaje lo hizo a los 11 años, había mucha armonía, éramos gente humilde, unos chocábamos con otros y vivíamos unidos. Nunca ocurría nada, había mucha formalidad entre la gente.
Ante los posibles peligros, desarrollaban diversas estrategias, como cuando en tiempos de la Guerra Civil, Anastasia y una amiga vieron a dos militares italianos subir un poco más atrás que ellas. Iban hacia Laguardia, que era uno de los destinos más frecuentados, por ser un núcleo con un cierto nivel de comercios y donde se tenía más posibilidades de venta del producto. “Tuvimos un poco de miedo, no había gente, y mi amiga comenzó –¡¡¡Sr. Gabrieeeel!!! ¡¡¡Que le estamos esperando!!!-. Nos adelantaron, iban mas rápido que nosotras, y no hubo ningún problema”. Otro día, los militares le reconocieron a su amiga y le regalaron un libro religioso.
Sierra de Cantabria. |
Estas jóvenes, que ahora hablan de su vida pasada de una forma espontánea y natural, desempeñaron una labor fundamental en la estructura económica de sus pueblos, vendiendo en carbón y haciéndose cargo, a la vez, de sus casas, de la labranza y de la educación de sus hijos e hijas.
*Quiero agradecer la colaboración de Isidro Sáenz de Urturi, Antxon Aguirre Sorondo, Vitoriano Marquínez, Pilar Alonso, Adela Sáenz, Anastasia Sáenz de Urturi y sus hijos, y Unai Berrospe.
Aurreko Aleetan |