Ekain
VELEZ DE MENDIZABAL ETXABE
Fotografía: Ekain VELEZ DE MENDIZABAL ETXABE
Traducción: Ekain VELEZ DE MENDIZABAL ETXABE
Jatorrizko bertsioa euskaraz
El vivir cerca de la montaña; el rodearme de familiares y amigos montañeros y el sentimiento que desde pequeño he llevado dentro de mí, que me ha empujado en las cuestas arriba y me ha frenado en las cuestas abajo, me ayudaba a refugiarme en galerías de cuevas o dormir mil y dos noches a cielo raso. Todo eso me ha hecho más habitual de esta clase de campo que de los campos de fútbol.
Muy de chaval, en numerosas ocasiones en las que nos aburríamos, solía subir al monte cercano a casa con mis amigos Iker, Javier, Unai, Mikel u otros. Empujados por la aventura a lo desconocido y porque en nuestro pueblo el único campo de fútbol que existía, tenía a lo largo una inclinación de más de 45 grados, subíamos a correr nuestros particulares San Fermines.
Raza bovina Betizu. |
Solíamos torear a esa “vaquilla” como nosotros le llamábamos, con un arte y remango que hoy en día tengo presente. La vaquilla, engañándonos con su pequeño tamaño, nos inició en el mundo de la escalada que luego practicaría de manera normal, porque, pasé a la roca, después de trepar no más de un centenar de encinas y robles.
Recuerdo cómo mis amigos y yo perdíamos el alma corriendo por los encinares y robledales, sorteando los árboles, y nunca cuesta arriba, ya que sabíamos que al torito o la vaquilla le sería más fácil alcanzarnos.
Sus astas empuntadas nos pasaban en altura, pero eso no era impedimento para correr delante de ella tras buscar en el barro sus huellas diminutas, impropias para un bovino. No era difícil encontrarla, aunque parte de su nombre, venga de Izu, que significa miedo, huidiza; ya que nuestros montes estaban alambrados por kilómetros.
Cuando topábamos con ella, recuerdo que era miedosa, que procuraba escapar; pero nuestras diabluras y ganas de correr la hacían volverse al rato. No era animal que impactara por su tamaño, salvo cuando como cualquier otro animal salvaje - pues así son, salvajes y autosuficientes- nos daba la cara.
Como digo era menuda, pues no alcanzaba el metro treinta en alzada hasta la cruz. Si era hembra, incluso resultaba aún más baja. De color rojizo a primera vista, lo podía ser en su totalidad, con las zonas axilares, el morro y alrededores de un color más claro o marrón claro.
Decían que la cornamenta les crecía de manera muy rápida y alcanzaba a tener una forma casi de espiral a lo largo de su vida. Nadie se extrañaba de su agilidad ya que para ser un bovino su morfología le hacía ligera. Nunca alcanzaba el peso de las vacas que hoy en día inundan nuestros prados, ya que su peso oscilaba entre los 340-350 kilos las hembras y un centenar más los machos.
Estoy hablando de una raza autóctona en peligro de extinción y, como siempre, deberíamos agradecer a esa gente amante de lo tradicional, que trata de preservarla de la desaparición en zonas como Dima, Leizaran, Jaizkibel, Arno y otros sitios de Navarra y Lapurdi.
La mejor oportunidad para contemplar nuestra vaquilla es la Feria de las Razas Autóctonas que se celebra en Markina en octubre.
Aurreko Aleetan |