Los pueblos que habitaban en la Antigüedad el norte de la Península eran poblaciones alejadas de los centros de la civilización clásica: Atenas y Roma que entraron de lleno en la historia a partir del momento en que pasan a formar parte del imperio romano y, por tanto, de la mano de los observadores extranjeros, autores clásicos cuyas informaciones –a pesar de los problemas que presenta su correcta valoración- constituyen una fuente imprescindible para acercarnos al conocimiento de la forma de vida de estas poblaciones.
El primer autor que ofrece una aproximación del modelo social de estos pueblos fue el geógrafo griego Estrabón, natural de Amasia ciudad del Ponto (Asia Menor) que escribió su extensa obra, Geografía, entre el año 7 a. C. y el reinado del emperador Tiberio. Fue, por tanto testigo de una época clave de la historia de Roma: el principado de Augusto, en el que al compás de las conquistas se llevaron a cabo numerosas expediciones militares con interés geográfico con lo que se logra un mejor conocimiento del mundo habitado. Fue un gran viajero, no obstante, nunca visitó Hispania y toda su información sobre esta parte del imperio procede de autores anteriores (Posidonio, Artemidoro, Polibio) y, en el caso de los pueblos del norte, también de las informaciones orales de los soldados que participaron en las guerras de cántabros y astures contra Roma ( 29 al 19 a. C.).
Su obra, de carácter geográfico-etnográfico, puede ser calificada –como acertadamente ha indicado Nicolet- como un “inventario del mundo”, un registro pormenorizado del imperio romano. Su Geografía es, sobre todo, de carácter económico dando a conocer los recursos económicos y fiscales del espacio que Augusto termina de conquistar, el mayor imperio de la Antigüedad y del que los gobernantes debían de saber su extensión; número de habitantes y sus costumbres; riquezas, etc. En este sentido su obra responde perfectamente a los intereses de los gobernantes y se convierte en una magnífica aliada de la política por lo que no debe extrañar que destaque especialmente los lugares y los aspectos que interesan “a los hombres de gobierno”.
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Unidades sociales del norte de la península según los datos de Ptolomeo. Ref. J. Caro Baroja, Los pueblos del norte de la península ibérica (Madrid, 1943). |
Esta finalidad no puede dejarse de lado para poder juzgar adecuadamente su valor como fuente para la Historia Antigua de una provincia del occidente del imperio pues el olvido puede traer consigo interpretaciones parciales o sesgadas que o bien le otorgan una credibilidad absoluta con ausencia de cualquier tipo de crítica o, por el contrario, la invalidan como fuente reduciéndola a una mera legitimación del imperialismo y la civilización romanos dando un papel excesivo al aspecto ideológico que, lógicamente, está presente en su obra como en la de cualquier otro autor antiguo -o contemporáneo-, sin embargo, como ha demostrado Van der Vliet, esta valoración, si es única, resulta reductivista. Es decir, sin negar el aspecto ideológico de la Geografía se debe valorar el conjunto de su información que no se restringe sólo al aspecto ideológico sino que es mucho más rica, compleja y heterogénea en la que se mezclan épocas históricas diferentes (antes y después de la conquista romana) para las que ha tenido que utilizar fuentes dispares que dan cuenta de los cambios que sufre el territorio del norte hispano como consecuencia de la conquista y consiguiente dominio romano. Por ello, se puede decir que la obra estraboniana da cuenta de un mundo en transformación que tiene que adaptarse a formar parte de un imperio universal, pero que al mismo tiempo posee un rico pasado.
Y es este mundo cambiante el que Estrabón -observador foráneo- describe desde la lengua y los patrones culturales que le son propios, los griegos y desde esta óptica, por un lado, privilegia los grandes conjuntos étnicos que era familiares a los griegos -a los que añade los datos más recientes- y, por otro, ofrece la tópica visión dicotómica entre civilizados y bárbaros como era habitual en la etnografía griega. De los segundos se detiene sobre todo en lo que considera extraño y sorprendente, en definitiva lo que más llamaba la atención de un “civilizado” griego y, al igual que Posidonio, mide el nivel de civilización de un pueblo por el desarrollo de sus instituciones políticas, considerando que el grado más alto de civilización lo representa el mundo greco-romano que ha visto nacer y desarrollarse la organización política de la ciudad estado (polis /ciuitas). Esto es algo que se ve claramente en el párrafo III, 3, 7 referido a los pueblos del norte:
«Todos los montañeses son austeros, beben normalmente agua, duermen en el suelo y dejan que el cabello les llegue muy abajo, como mujeres, pero luchan ciñéndose la frente con una banda. Comen principalmente chivos, y sacrifican a Ares un chivo, cautivos de guerra y caballos. Hacen también hecatombes de cada especie al modo griego como dice Píndaro: de todo sacrifican cien.
Realizan también competiciones gimnásticas, de hoplitas e hípicas, con pugilato, carrera, escaramuza y combate en formación. Los montañeses, durante dos tercios del año, se alimentan de bellotas de encina, dejándolas secar, triturándolas y fabricando con ellas un pan que se conserva un tiempo. Conocen también la cerveza. El vino lo beben en raras ocasiones, pero el que tienen lo consumen pronto en festines con los parientes (syngéneia). Usan mantequilla en vez de aceite. Comen sentados en bancos construidos contra el muro y se sientan en orden a la edad (helikía) y el rango (timé). Los manjares se pasan en círculo, y a la hora de la bebida danzan en corro al son de flauta y trompeta, pero también dando saltos y agachándose, y en Bastetania danzan también las mujeres junto con los hombres cogiéndose de las manos.
… En vez de moneda, unos <…> y los que viven muy al interior se sirven del trueque de mercancías, o cortan una lasca de plata y la dan. A los condenados a muerte los despeñan y a los parricidas los lapidan más allá de las montañas o de los ríos. Se casan igual que los griegos. A los enfermos, como antiguamente los egipcios, los exponen en los caminos para que los que la han pasado les den consejos sobre su enfermedad…..
Éste, como he expuesto, es el género de vida de los montañeses,
y me refiero a los que jalonan el flanco norte de Iberia: calaicos, ástures
y cántabros hasta llegar a los vascones y el Pirene; pues el modo de
vida de todos ellos es semejante. Pero temo dar demasiados nombres, rehuyendo
lo fastidioso de su transcripción, a no ser que a alguien le agrade
oír hablar de los pletauros, bardietas, alotriges y tantos otros nombres
peores y más ininteligibles que éstos». (Ed. y traducción:
Biblioteca Clásica Gredos 169).
En una primera aproximación al texto se observa que el geógrafo
da el nombre y una información general sobre los grandes conjuntos
étnicos que habitan la zona montañosa del norte –de ahí
el calificativo de montañeses– señalando que todos viven
de la misma manera. En otras palabras, con el grado de conocimiento que se
tenía en esta época de esta alejada parte del imperio ésta
es la lista más completa que se podía ofrecer y habrá
que esperar las obras de Plinio
(s. I) y
Ptolomeo (s.II) para tener una información más exhaustiva
-pero no lo olvidemos, cuando Roma lleva ya mucho tiempo en la zona-.
Si resulta ardua la tarea de transcribir los etnónimos indígenas al griego (tal y como explica el propio autor al final del párrafo) mucho más complicado era traducir los nombres de las instituciones indígenas y de ahí que los autores clásicos utilizan conceptos cuyo contenido era claro en el mundo griego (o romano) pero ignoramos si era el mismo que tenía para los indígenas.
Junto con los etnónimos, Estrabón da a conocer algunos aspectos de la forma de vida de los montañeses: la alimentación; la forma de vestir; las danzas y actividades gimnásticas; economía de trueque; costumbres religiosas…A ellos se suman las informaciones de III, 3, 8 y III, 4, 17 donde describe unas costumbres no civilizadas entre las que destaca su temperamento “belicoso”, su valor y coraje prefiriendo morir antes de caer en manos del enemigo. Tal carácter está, en parte, condicionado por el propio modo de ser y, en parte, por unas condiciones geográfico-climáticas duras y un alejamiento de las vías de comunicación. Tal retrato nos sitúa ante un comportamiento (bien documentado en el caso astur y cántabro) típico de los pueblos para los que la guerra juega un papel muy importante y por ello la muerte más honrosa era la que tenía lugar en el campo de batalla. Todo ello es exponente de una moral heroica bien conocida en el mundo griego y que existió en algunos casos hasta épocas recientes (recuérdese el caso de los samurais en el Japón).
Este comportamiento va unido a una forma de luchar (saqueo y rapiña) alejada del patrón clásico greco-romano y convierte la guerra contra Roma en una lucha extenuante para el ejército romano.
Estas informaciones han llevado a la historiografía moderna a calificar a los pueblos del norte de salvajes y primitivos y se pensaba (años 70) que estas sociedades se encontraban en un nivel de desarrollo muy bajo (igualitarismo social, propiedad comunitaria, “matriarcado”…). En otras palabras, de una forma u otra se seguía a Estrabón para quien la forma más acabada y perfecta de civilización era la ciudad clásica y desde este punto de vista los pueblos del norte, al igual que otros pueblos montañeses y en general bárbaros, que no conocen esta forma de organización política, eran pueblos salvajes. Así se explica (Geografía III, 3, 8) que sea gracias a Roma que los pueblos del norte conozcan las virtudes o beneficios de la vida civilizada: antes era el caos y el desorden ahora, con la pax romana, el orden y la civilización.
Ahora bien, sin negar el papel transformador de Roma que da a conocer en
estas latitudes la forma de vida urbana y la organización política
de la ciudad-estado una lectura más profunda de estos textos demuestra
que los montañeses del norte no eran simples salvajes desorganizados
y caóticos. Es decir, que por debajo de estas costumbres “simples
y primitivas” se descubren unas formas de organización propias
con unas reglas y unos principios diferentes a los de la ciudad clásica
pero que al fin y al cabo cumplieron un papel clave en la vida de estas comunidades
que lejos de representar el caos son capaces -como se ve de forma clara, por
la mayor abundancia de fuentes escritas, en el caso astur- de planificar actuaciones
comunes. Esta forma de organización propia se observa en sus reglas
jurídicas y en sus instancias organizativas.
Las primeras tienen como misión vigilar la integridad de la comunidad,
tal y como se observa en la justicia con los criminales que está indicando
la existencia de rudimentos de derecho penal y demuestra la preocupación
de la comunidad por velar por el mantenimiento del orden y alejar de su seno
los elementos que pueden poner en peligro su existencia. El mismo interés
está presente en la costumbre de exponer a los enfermos en los caminos.
En definitiva, se trata de prescripciones jurídico-religiosas que existían
en esta zona antes de que imperara el derecho romano.
En cuanto a las instancias organizativas la más claramente perfectible son los banquetes que se celebran entre los “parientes”, vocablo que aquí no parece aludir a los consanguíneos sino más bien a los “supuestamente emparentados” que en este contexto -como en el resto de la Geografía y en general en otros autores griegos (véase, por ej., Polibio) así como en las fuentes epigráficas- debían ser los diferentes grupos de población. Desde esta óptica los banquetes mencionados por Estrabón eran celebraciones en las que se reunían individuos unidos por parentesco legendario que representaban a cada unos de los distintos grupos de población del norte que formaban parte de un mismo conjunto étnico –banquetes de los ástures, cántabros, vascones, galaicos…-. Si tenemos en cuenta, como ha indicado Curty, la incapacidad griega para pensar las relaciones entre estados en términos diferentes al parentesco la referencia estraboniana no resulta extrañar (y recuerda el actual “hermanamiento” entre ciudades y pueblos de Europa así como el lenguaje del parentesco que se utiliza para hablar, por ej. de la relación entre los miembros de algunas de las casas reales ). Banquetes entre grupos de población que pertenecen a un mismo conjunto étnico que afianzarán las relaciones entre unos y otros. Además el propio Estrabón nos habla de la jerarquía que existía en esas celebraciones: se sientan según la edad y la dignidad lo que indica que a estas celebraciones acudían los principales de cada comunidad para tratar asuntos comunes a todos y donde se consumía el vino –bien de prestigio, objeto de lujo e importación– que llegaba a estas latitudes. Y estos ágapes (por comparación con lo que conocemos del mundo griego y germano) deben ser entendidos como una actividad social colectiva que constituye una forma de participación “política” (aunque no sea en el sentido clásico del término). En resumen, por los comensales, la jerarquía y protocolo se trata de festines que reúnen a los personajes más ilustres de las distintas poblaciones y tendrían un contenido y finalidad deliberativa pues en un mundo distante del modelo clásico diferentes prácticas sociales pueden cumplir una función política. Servirían para reforzar la cohesión del conjunto étnico (astures, cántabros, vascones…) y mantener las solidaridades entre las distintas comunidades y al igual que el parentesco consanguíneo trae deberes morales recíprocos el parentesco entre pueblos implica obligaciones mutuas, por ejemplo ayuda en la guerra.
Si esta interpretación es correcta la información de Estrabón nos ilustra sobre una sociedad bastante organizada, con unas reglas concretas y alejada del salvajismo que una lectura superficial del texto podría dar a entender. Se puede decir que los pueblos del norte tenían mecanismo e instancias de organización política que desempeñaron los cometidos necesarios para el buen funcionamiento de la comunidad. Organización política en el sentido de relaciones y prácticas sociales colectivas que deciden para el conjunto de la comunidad, diferente a la de la ciudad-estado clásica pero, a fin de cuentas, prácticas que cumplen una función política.
En conclusión, la forma de vida de los montañeses en época prerromana era la de una sociedad alejada del patrón clásico que llamó la atención de los autores griegos al igual que algunos pueblos de la Grecia del NW. llamaban la atención de Tucídides (Hª de la guerra del Peloponeso I, 5). También en el norte hispano el fenómeno urbano era escasísimo y el modelo social de referencia estaba más próximo al de la Grecia que sorprendía a Tucídides que al de Atenas. Una vez conquistados y pacificados el modelo social previo será alterado pues era un mundo demasiado fragmentado para las necesidades de control y organización de un imperio universal y Roma reestructura este territorio y sus gentes creando, a partir de la realidad preexistente, nuevas comunidades políticas: las ciuitates que siguen el modelo de la ciudad romana. De esta manera se civilizaron los pueblos que desde el punto de vista de Estrabón (Geografía III, 4, 8) antes eran salvajes.
Bibliografía:
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CRUZ ANDREOTTI, G. (coord.), Estrabón e Iberia: Nuevas perspectivas de estudio, Málaga 1999.
CURTY, O., “Les parentés entre cités chez Polybe, Strabon, Plutarque et Pausanias”, en Origines gentium, Burdeos 2001 , pp. 49-56 (= Ausonius. Études 7).
GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Mºª C., Los astures y los cántabros vadinienses, Problemas y perspectivas de análisis de las sociedades indígenas de la Hispania indoeuropea, Vitoria 1997 (= Anejos de Veleia. Series minor 10).
VAN DER VLIET, E. Ch., «L'ethnographie de Strabon: Idéologie ou tradition?», en Prontera, F. (a cura di), Strabone. Contributi allo studio della personalitá e dell 'opera, Perugia 1984, pp. 29-86.
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