Jesús TrincadoEscuchar artículo - Artikulua entzun

Josemari VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA
Traducción: Josemari VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA
Jatorrizko bertsioa euskaraz

Ayer me reuní durante cuatro magníficas horas con Jesús Trincado, en su casa de Montevideo. Me recibió con un abrazo sincero, en una maravillosa tarde de primavera uruguaya, y nos despedimos con otro que rezumaba amor, seguramente con la duda en nuestros corazones sobre si existirá una nueva ocasión de encuentro. Ese pensamiento me entristeció, y estoy seguro de que también Jesús pasó por el mismo trance.

  Josemari Velez de Mendizabal y Jesús Trincado
Josemari Velez de Mendizabal y Jesús Trincado.
Jesús Trincado es un mondragonés de 96 años –para 97, el próximo enero- que a partir de la guerra española ha conocido la amargura del exilio hasta sus más terribles consecuencias. Desde 1950 vive en la capital de Uruguay. En este largo período – casi setenta años- su vida ha girado alrededor de una constante, que no ha sido otra que no haber puesto nunca en venta su sentimiento mondragonés. Aunque de su periplo por esta vida más de dos terceras partes la ha consumado en el extranjero, Jesús no ha perdido jamás la querencia hacia SU Mondragón.

Trincado representa mejor que ningún otro mondragonés actual la forma de ser y la expresión de forma de vida de aquel pequeño pueblo del primer cuarto de siglo XX. Y diariamente – cada segundo, diría yo- sueña con su rincón natal, del que un día muy lejano la fatalidad le condenó a separarse a rincones extraños; con su querido Mondragón, del que a los demás no nos queda más que la imagen de tarjeta postal.

¡Cuántas lágrimas, cuántos desengaños y cuántos esfuerzos baldíos han sucedido en la vida de Trincado, desde que decidió que por el bien de sus paisanos y de la sociedad en general debía dar un paso valiente y distinto! Y en Jesús Trincado he constatado durante estos últimos años el tronco seco de la ilusión perdida.

Jesús y yo nos conocemos bien, ya que la correspondencia entrecruzada durante casi veintinueve años ha forjado en nosotros una profunda amistad. Quiero a Jesús y él me honra y premia con un sentimiento semejante. En sus cientos de cartas, y en nuestros escasos encuentros personales, me ha hecho partícipe de cantidad de secretos. Por eso sé que los tremendos sucesos del 5 de octubre de 1934 y los de la guerra civil podríamos considerarlos juegos de niños, si los comparáramos con los momentos amargos e implacables que le ha dedicado desde entonces la vida. Y el drama de haberlos tenido que sufrir en el exilio ha pagado la acción abierta y generosa de Jesús con la moneda oscura y triste de la indiferencia.

Setenta años más tarde, el alma de Trincado está atrapada por la sensación de haber resultado perdedor en la apuesta. Y cuando ayer tarde me estaba alejando de su casa, abandonado en el asiento trasero del taxi, me recogí en una dolorosa reflexión y una vez más me reafirmé en la idea de que el pueblo de Mondragón olvidó hace tiempo a uno de sus hijos. Pensé que nuestra comunidad ha sido ingrata con Trincado, seguramente al igual que con algunos otros pocos. Y creo que, entre los que tuvieron que sufrir la tragedia, la parte más trágica le ha correspondido a Jesús, ya que no le cupo el homenaje dedicado a los caídos ni le llegó el reconocimiento y la posibilidad de regreso ofrecida a los supervivientes.

Jesús Trincado no merecía este trato. Es sabido que los idealistas no ganan a la larga su apuesta. Por eso, los soñadores como Trincado poco o nada tenían para ganar, en una sociedad materialista y estéril en valores, ajena a las inquietudes de aquéllos. Perdieron la apuesta. Y desde hace setenta años Trincado se levanta todas las mañanas con la sinfonía del perdedor, eso sí, para seguir rodeado de los recuerdos de SU Mondragón. Aunque esos recuerdos no tengan que ver, nada, con la realidad de hoy.

KOSMOPOLITA
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2005/01/05-14