Francisco Grandmontagne Otaegui o el desarraigo de ida y vueltaEscuchar artículo - Artikulua entzun

Juan AGUIRRE SORONDO

Empezaré advirtiendo que si al final de este artículo el lector siente la apetencia de tomar contacto directo con las letras de Francisco Grandmontagne Otaegui (1866-1936) le convendrá saber que la totalidad de sus obras están descatalogadas tanto en Argentina como en España (salvo sus cartas a Unamuno, publicadas en San Sebastián en 1991), por lo que o bien se sumerge en los fondos de las bibliotecas públicas o bien acude al mercado de lance donde podrá encontrar sin dificultad sus Páginas escogidas (1920-1935), publicadas por Aguilar con motivo del centenario de su nacimiento (en 1966), y el muy recomendable Los inmigrantes prósperos (última edición en 1960), miscelánea de artículos sobre indianos de origen vasco que labraron su fortuna en el campo argentino.

No dudo que para el común de los lectores de habla castellana Grandmontagne puede que sea hoy un autor de interés bastante limitado. Pero leídos por ojos vascos y argentinos, sus textos tienen un relieve muy particular: el suyo es un testimonio pionero y de extraordinario valor antropológico y literario sobre la vida del inmigrante y su progreso social, en paralelo al de la propia nación del Plata. Leer a Grandmontagne es adentrarse en algunas de las más brillantes páginas jamás escritas sobre la gran aventura de la emigración vasca a América en el siglo XIX y comienzos del XX. ¿No son argumentos de peso para su rehabilitación?

El hijo del ferrón

  Francisco Grandmontagne Otaegui.
Francisco Grandmontagne Otaegui.
Francisco Grandmontagne Otaegui nació en 1866 (el mismo año que Valle Inclán) en la localidad burgalesa de Barbadillo de Herreros, adonde había emigrado su familia en busca de trabajo en plena crisis del sistema de producción por ferrerías, oficio de su padre, natural del Béarn francés, mientras que su madre era guipuzcoana, de Zegama. «En mi casa se hablaba una jerga del diablo, pues mi padre, mi abuela y mis tíos llegaron a fraguar un lenguaje en que se confundían el francés, el bearnés y el vascuence en unas tres o cuatro clases, el labortano, o sea el vasco-francés, y por último el castellano».

Tío materno suyo fue Claudio Otaegui, escritor, músico y prestigioso filólogo euskaldun, colaborador del príncipe Luis Luciano Bonaparte con quien más tarde Francisco se emparentaría al casar el noble vascólogo con una prima de su padre. Aquel chaval de apellido magno pero de cuerpo menudo pasaba largas temporadas en Hondarribia junto a su tío, quien jugaría un papel decisivo en el despertar de su curiosidad intelectual y de su sensibilidad, y junto a quien conoció a un anciano José Mª Iparraguirre y recibió un beso furtivo de Víctor Hugo («lástima que no tuviera la eficacia de transmitirme la más mínima partícula del genio soberano de aquel inmenso polígrafo»). Significativamente, uno de sus primeros seudónimos literarios fue «Luis de Jaízquibel», en recuerdo del príncipe Bonaparte y del monte de Hondarribia escenario de sus correrías infantiles (también utilizó sobrenombres como «Prudencio Amarrete» o «Arratia Zamacola»).

Un modelo idealista

Al quedar prematuramente huérfano, con 21 años busca en la Argentina un porvenir. El país que encontró le pareció una «fritanga de razas, lenguas y costumbres» poblada por italianos, gallegos y muchos vascos, quienes, como él, a poco de llegar eran enviados a la Pampa Central donde se empezaban a formar precarios poblados habitados en su mayoría por esforzados ovejeros éuskaros, tal como describe Pedro Ares, autor de una reciente biografía sobre Grandmontagne.

Como cualquiera de aquellos a quienes se llamó «hijos del país con gorra de vasco», Grandmontagne partió «sin más bienes de fortuna que los caminos y las estrellas» y se hizo un sitio en la sociedad argentina: «criado de napolitanos, pobres agricultores; pastor luego; segador de alfalfa, gaucho, peón de estación, albañil, fundidor, despachante de aduana, escritor… Trabajé, sudé, sufrí, sangré»... al mismo tiempo que amasaba un inmenso bagaje cultural. Medio en broma medio en serio, contaba que había leído a Spinoza a lomos de caballo, a Schopenhauer cargando sacos de alfalfa, a Rousseau al final de una pelea entre gauchos y a Kant esperando al ferrocarril. Un esfuerzo autodidacta que inspiró los versos que años más tarde le dedicara Antonio Machado: «el cronista / de dos mundos, bajo el sol, / el duro pan se ganaba, / y, de noche, fabricaba / su magnífico español».

En la soledad de los campos brotaría también su interés por el pensamiento económico, que desarrollaría a todo lo largo de su vida. En el centro de su percepción del progreso económico estará siempre el vasco, «raza tozuda, símbolo de todas las energías humanas, emblema de la constancia y compendio de la fe resistente». El vasco de Grandmontagne, que aparece y reaparece constantemente en sus ficciones y en sus artículos, es un modelo moral y humano ciertamente idealista pero basado en un conocimiento directo de las cualidades que atesoraban aquellos paisanos que fundamentaron su prosperidad en el trabajo y el sacrificio en las desérticas pampas.

De la novela al periodismo

En 1890 Grandmontagne se instala en Buenos Aires y empieza a tomar parte en la vida social vasca que giraba en torno a la Sociedad Laurak-Bat, en cuya revista publicó sus primeros cuatro artículos. Tres años después, junto con el tipógrafo bermeano José R. Uriarte funda La Vasconia, revista ilustrada euskaro-americana, de la que fue director durante ocho años. Su consagración como escritor llegó en 1896, con la publicación de su primera novela, Teodoro Foronda. Pedro Ares ubica esta obra entre las más representativas del tema de la inmigración en Argentina (junto con Bianchetto, de A. Saldías, y Promisión, de C.M. Ocantos), aunque la de nuestro coterráneo puede considerarse la única que enfoca la cuestión desde el punto de vista del inmigrante escrita por uno de sus protagonistas reales. Ares califica Teodoro Foronda como uno de los libros clave de la literatura nacional argentina, porque más allá de su valor literario proporciona «esclarecedoras facetas de lo que Unamuno llamaba la intrahistoria de un país».

A ésta seguiría una segunda novela, La Maldonada, costumbres criollas, de 1898. Aunque tampoco faltan episodios protagonizados por inmigrantes vascos, se trata de una novela ya plenamente argentina en la que se describe el proceso de transformación de la sociedad finisecular y las contradicciones que estallaron en su seno con motivo de la revolución de 1890. Ya en 1901 publicó unos cuadros de costumbres titulados Vivos, tilingos y locos lindos, encuadrables dentro del género picaresco y que Unamuno elogió como «uno de los mejores libros de la época». Grandmontagne fue autor también de una obra de teatro –que permanece inédita– sobre la industrialización vasca, El avión (1902), ambientada en el mundo de las ferrerías.

El periodismo, como modus vivendi, fue copando los afanes de Grandmontagne hasta el total abandono de la ficción. «El periodismo malogró a un novelista de garra», diría su amigo Pérez Galdós. Las puertas de los principales periódicos se le abrieron, y él a su vez intercedió para que escritores como Unamuno (de quien durante años fue principal valedor en América), Azorín, Maeztu, Ortega y Gasset o Pérez de Ayala empezaran a publicar en la prensa porteña para gran provecho de sus economías, dado que por entonces los estipendios eran muy superiores en los rotativos argentinos.

Inmigrante doble

En 1903 regresó a España como corresponsal del diario La Prensa de Buenos Aires, iniciando una gira de conferencias que debería suspender por el escándalo que su franqueza provocó entre los bienpensantes de la época. Grandmontagne se había fijado como propósito el trabajar desde la península por el progreso social y económico de Argentina y de España, volcando sus esfuerzos en dar a conocer las oportunidades y las amenazas, las virtudes y los defectos de los pueblos de ambas orillas del océano para el mutuo desarrollo. Sin embargo, su actitud autocrítica no siempre fue entendida ni acogida. «Yo no soy feliz más que siendo sincero», diría al llegar. Pero tras no pocos sinsabores su opinión cambió radicalmente: «La vida es mixtura de verdad y mentira, y quizá en esta mixtura o entrevero entra más porción de mentira que de verdad».

Afincado en San Sebastián, Grandmontagne volvió a sentirse desplazado, inmigrante doble herido por un «desarraigo de ida y vuelta». Su visión pesimista de la realidad española, característica de los escritores de su generación, y los parvos resultados de su labor por difundir los éxitos de la Argentina como modelo para sacar a España del marasmo en el que había caído tras la catástrofe del 98, le acabaron sumiendo en un estado de abulia y de melancolía.

Del homenaje al olvido

El perfil político de Grandmontagne era el de un republicano liberal, federalista y anticentralista. Con originalidad y amplitud de miras, en decenas de artículos abordó los problemas regionales españoles para cuya solución gráficamente proponía «más ferrocarriles y menos decretos». Desde una óptica regeneracionista se opuso al nacionalismo por sus limitadas miras y acusó al centralismo español de reprimir las naturales tendencias regionales. Pero en lo personal, cultivó amistad con no pocos sabinianos, como el escritor y tenor Isidoro de Fagoaga quien le dedicó una hermosa semblanza en Unamuno a orillas del Bidasoa.

Como muchos otros liberales y socialistas, acogió con esperanza la dictadura de Primo de Rivera, posición que marcó su definitiva ruptura con quien fuera su principal confidente y amigo, Miguel de Unamuno. El dictador le ofreció la embajada española en Argentina que él rechazó con ironía: «¿Me ve usted a mí, el ex pulpero martinfierrista con uniforme de embajador saliendo de la Casa de Gobierno?».

Sus colaboraciones en rotativos como El País, El Pueblo Vasco, El Sol, La Noche, de Bilbao, Euskal Erria, así como en los argentinos La Nación y La Prensa, le granjearon gran prestigio en todo el mundo de habla hispana, y le valió el reconocimiento de los miembros de la Generación del 98, quienes le brindarían un sonoro homenaje público en Madrid en junio de 1921 con presencia de la plana mayor del grupo: Azorín, Eugenio D’Ors, Francisco Camba, Mariano Benlliure, Manuel Azaña, José Ortega y Gasset, los hermanos Machado, Carlos Arniches, Juan Ramón Jiménez, Julio Romero de Torres, Ramón Gómez de la Serna, etc.

  Portada del libro Grandmontagne
Portada del libro Grandmontagne.
Sin embargo, tal como señaló un reputado crítico, Grandmontagne ha quedado como «un noventaiochista olvidado».

A su recuperación quiere contribuir el libro Grandmontagne. El escritor vascoespañol que se inició en la Pampa a fines del siglo XIX, publicado por la Editorial Mainz de Buenos Aires. Su autor, el especialista Pedro Ares, ha dedicado siete años a investigar en torno a este literato mestizo, de sangre vasca y francesa, y de arraigada cultura argentina, para el que reivindica un lugar «en la historia de la literatura, en mérito al contenido de muchos de sus libros y ensayos periodísticos».

KOSMOPOLITA
 Aurreko Aleetan
Bilatu Euskonewsen
2005/01/21-28