Josemari VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA
Traducción: Koro GARMENDIA IARTZA
Jatorrizko bertsioa euskaraz
Ante el fallecimiento de Juan San Martin, me gustaría dedicarle unas cuantas líneas desde la amistad que me unía a él, y siendo consciente de que no podré volver a darle un abrazo. Quisiera, en primer lugar, expresar el respeto y cariño que me infundía. A quienes lo conocíamos y estábamos al corriente de su estado de salud, la noticia de su muerte no nos ha pillado por sorpresa, pero no por ello la pena ha sido menor.
Empecé a tratar con Juan San Martin hace unos treinta y cinco años. Y, desde entonces, nuestra relación fue siempre excelente. He de añadir que lo conocí en Arrasate, en una tarde en que llegó acompañado de Gabriel Aresti, quien por aquel entonces era para nosotros una especie de mito. Sobre San Martin sabía, a decir verdad, más bien poco, excepto que trabajaba en labores comerciales visitando empresas de Mondragón y su zona. No recuerdo si aquel día llegamos a hablar. Al cabo de tres años, sin embargo, cuando me examiné en el mismo Arrasate para obtener el título de euskara, San Martin formaba parte del tribunal. Recibí el título en Lekeitio, en una memorable reunión de Euskaltzaindia-Real Academia de la Lengua Vasca, de manos del propio Juanito.
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Juan San Martin Ortiz de Zárate. |
Desde aquel momento surgió una verdadera amistad entre San Martin y yo. Nos unía, en una especie de comunión espiritual, un amigo sin igual, que no era otro que el insigne euskaltzale arrasatearra Iokin Zaitegi. Juan y Iokin eran colaboradores desde los tiempos de Euzko Gogoa, exactamente desde los días en los que el mondragonés abrió al eibarrés las páginas de su revista. A pesar de que Iokin y Juan no compartían la misma ideología ni política – Iokin cercano al PNV y Juan socialista de Eibar- ni religiosa – Iokin era hombre de fe, mientras que Juanito se declaraba agnóstico- hubo entre los dos una auténtica conexión y, más allá de las diferencias, ambas personalidades se llevaban a las mil maravillas. Iokin, desde su regreso en 1972 de Guatemala a Arrasate, me ofreció en lo que a actividad cultural vasca se refiere todo su apoyo, y, gracias a su intermediación, Juan San Martin se convirtió en varias ocasiones en mi abogado protector.
Juanito me abrió las puertas, por ejemplo, para que en la década de los setenta colaborase con él en la Hoja del Lunes donostiarra. Utilizamos aquel escaparate durante tres años, y seguramente aquellos fueron, de entre todos los artículos que he escrito en mi vida, los más leídos, e incluso –todo hay que decirlo- los mejor pagados. Hacia el año 1980, con Juanito como mentor, trabajamos por establecer los primeros pilares de Euskal Idazleen Elkartea- Asociación de Escritores en Lengua Vasca, y seguimos en el empeño juntos una vez que la asociación se hubo puesto en marcha. Celebramos múltiples reuniones en la pequeña salita que nos cedió en la oficina de Euskaltzaindia de la calle Churruca, en San Sebastián, pensando en cómo disponer la defensa de los derechos económicos y morales de los escritores vascos. Cuando en el año 1981 publiqué la biografía de Iokin Zaitegi, ¿quién mejor que Juanito para hacerse cargo del prólogo?
En 1983, Euskaltzaindia me dio una gran sorpresa al designarme miembro correspondiente. Más tarde, supe que había sido San Martin quien defendió mi candidatura. También en el Gobierno Vasco trabajamos juntos, entre 1983 y 1985, siendo él delegado de Bellas Artes, y me sacó de varios apuros con la diplomacia que con tanta maestría empleaba. Recuerdo perfectamente la dedicatoria que me hizo desde su sección de la Hoja del Lunesque cuando me nombraron Viceconsejero de Cultura: “Zorionak Jose Mari y mi pésame a tu mujer”. Desde entonces hasta ahora tuvimos cantidad de encuentros en Euskaltzaindia, en Eusko Ikaskuntza -era el socio número 40- y en su casa de Hondarribia.
Juan San Martin ha sido un hombre polifacético, una de las personas más brillantes que la actividad cultural vasca haya aportado jamás. Muchas veces le comentaba que si había realizado todo aquel trabajo se debía al hecho de haber nacido en Eibar. Y es que Juan, evidentemente, apreciaba su condición de eibarrés. En más de una ocasión, he comparado el exquisito carácter de Juan con el de Toribio Etxebarria. Y me da la sensación de que a Juanito le gustaba oír eso, puesto que mostraba su admiración por Toribio en muchos aspectos. Por ejemplo, en aquellas facetas en las que no coincidía plenamente con Iokin Zaitegi, se mostraba en total armonía con Toribio. Era complementario, tanto de uno como del otro.
No pude asistir a los funerales de Juan, ya que en aquella misma hora estaba presentando un acto dedicado a Albert Einstein. No por ello no lo tuve en mi recuerdo, y permítaseme trasladar a aquí las palabras que tuve en mi introducción: “Me ha tocado en nombre de Eusko Ikaskuntza dar comienzo a este acto en el que queremos glosar la figura de un sabio universal, de cuya muerte se cumplen ahora 50 años. Pero no puedo pasar adelante, sin hacer un recordatorio a otro hombre, sabio y universal en lo vasco, a quien en estos momentos la sociedad vasca está dando el último adiós en Hondarribia. Juan San Martín nos ha dejado y con él se va su manera de ser, abierta, sincera, sin complejos, espléndida. Juanito nos reafirmó en la idea de que se puede ser vasco y universal”.
El año pasado le fue entregado a San Martin, en los hermosos parajes de Chillida Leku, el Premio Eusko Ikaskuntza-Caja Laboral, y fue entonces cuando, cariñosamente, nos dimos el último abrazo. Todos hemos perdido un referente vivo de lo vasco. Pero la estrella de Juanito seguirá viva, iluminando nuestros montes, bosques, calles y conciencias.
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