Carlos CUERDA, Socio de Naider y promotor de un Contrato Social por la Ciencia, la Tecnología y la Innovación en el País Vasco
Iñaki BARREDO, Socio de Naider y promotor de un Contrato Social por la Ciencia, la Tecnología y la Innovación en el País Vasco
E
l modelo de industrialización desarrollado en Euskadi a partir de la Revolución Industrial y extendido posteriormente de forma rápida y espontánea tras la posguerra en los años 50 y 60, empieza, en la década de los setenta del siglo pasado, a dar muestras de agotamiento generalizado. En los primeros 80, estas grietas acaban por provocar su irremediable desplome, extendiéndose una crisis sin precedentes en las estructuras sociales y económicas del país cuyos últimos coletazos se producen en los primeros años noventa del pasado siglo. Tras el temporal, el panorama es ciertamente desolador: se produce un cierre generalizado de empresas y se alcanzan cuotas de desempleo y desestructuración social insostenibles, circunstancias que se ven agravadas por una convulsa crisis política y un escenario de violencia insoportable.
El modelo de crecimiento vigente hasta ese momento dejó tras de sí, además, un impacto terrible en el ecosistema con una explotación abusiva del territorio y un urbanismo desaforado y agresivo. Apenas aguantan algunas instituciones culturales y el entorno científico-universitario iba poco más allá de lo que aportan la Universidad de Deusto y algunos institutos politécnicos. El País Vasco era en aquellos momentos un auténtico desierto tecnológico.
La coincidencia de este colapso social y económico con la recuperación del autogobierno perdido permitió que se empezara a “reconstruir” el país desde los pocos cimientos que aún quedaban en pie. A pesar de las múltiples circunstancias adversas, algunas de las cuales, desafortunadamente, aún perduran (el terrorismo, el déficit de libertades asociado a este fenómeno o la propia inestabilidad socio-política, entre otras) se ha logrado, a lo largo de estos últimos quince o veinte años, recobrar una cierta tensión emprendedora y alcanzar un nivel de calidad de vida y de avance socio-económico importante que posiciona al País Vasco en una situación de clara convergencia con los grandes parámetros “macro” de la Unión Europea.
En particular, el País Vasco ha alcanzado un nivel científico-tecnológico que le sitúa en una posición, no de excelencia pero sí ventajosa para dar un salto hacia posiciones de liderazgo internacional. Las instituciones, y muy especialmente el Gobierno Vasco, han ido configurando un entorno endógeno propicio para el desarrollo científico y tecnológico del país que, a la postre, ha redundado en un mayor crecimiento económico y social.
De hecho, los resultados de este esfuerzo han sido razonables y, en términos cuantitativos, el País Vasco se encuentra a la cabeza del Estado Español en cuanto a esfuerzo global en Investigación y Desarrollo, principal indicador para medir la inversión en Ciencia y Tecnología y posee la más potente red de infraestructuras tecnológicas del Estado, que sirven de modelo de política tecnológica para muchas Comunidades Autónomas españolas y regiones europeas. Todos estos datos adquieren más relevancia si se tiene en cuenta que hace 25 años, en 1979, el esfuerzo en Investigación y Desarrollo en el País Vasco era nulo.
De cara al futuro, es indudable que nos encontramos en los albores de una nueva era económica que plantea un nuevo modelo competitivo. Los cambios a los que estamos asistiendo son tan radicales que están poniendo fin a toda una época en la forma de relacionarse los agentes sociales y económicos nacionales y transnacionales. La creciente interdependencia comercial, la llamada globalización y uno de sus efectos más inmediatos: la deslocalización, son procesos que están generando crecientes incertidumbres, nuevos desafíos y necesidades de adaptación.
Se está planteando, pues, un escenario radicalmente nuevo y profundamente incierto. ¿Qué debemos hacer para afrontarlo con unas mínimas garantías de éxito? En primer lugar, hay que adquirir conciencia de ello. Si no, es imposible construir una respuesta válida desde Euskadi. Debemos optar, como país, por agotar el modelo actual o anticiparnos a los nuevos parámetros y pegar el salto a las primeras posiciones de la competitividad en Europa. En anteriores crisis, lo decíamos antes, la falta de visión y perspectiva trajo consigo un gran desgaste social derivado de una crisis estructural a todos los niveles (hablamos, por ejemplo, de los años 80). También es cierto que nunca antes Euskadi había dispuesto de las capacidades y competencias necesarias para decidir con valentía sobre su futuro competitivo.
En este contexto, a nuestro juicio, se hace necesario que el conjunto de la sociedad, con sus líderes políticos y sociales a la cabeza, supere la tentación de pensar que estamos ante un fenómeno que se agota con la deslocalización industrial de algunas grandes multinacionales o empresas intensivas en mano de obra. Así, hay que exigir a nuestras instituciones es suficiente altura de miras y la necesidad de un claro y valiente “redimensionamiento” de las políticas de competitividad y de las estrategias de promoción de la ciencia y la tecnología actualmente vigentes. Pero, simultáneamente, somos también el resto de agentes involucrados (centros científico-tecnológicos, universidades, empresas, etc) y, en definitiva, el conjunto de la sociedad los que debemos involucrarnos directamente en este desafío porque a todos nos afecta.
Por ello, desde hace unos meses, se está gestando en Euskadi una iniciativa multipartita dirigida, precisamente, a alcanzar un gran acuerdo social en todo esta cuestión. Un gran pacto que comprometa, de forma pro-activa, a todos: a las administraciones vascas para que pongan más fondos y más capacidad de gestión; a los agentes científicos y tecnológicos para que avancen hacia mayores cotas de excelencia; al sector empresarial, para que se generalice el compromiso con la I+D y la innovación como elementos básicos de su competitividad; y, en última instancia, también el conjunto de la sociedad para que se garantice el reconocimiento social del investigador, el innovador y el creador. Hablamos de temas como las biociencias, las nanotecnologías o las microtecnologías pero también del empeño por generar y aplicar nuevos conocimientos también en otros ámbitos sociales y políticos que permitan atacar los desequilibrios sociales y medioambientales, así como promover la solidaridad intelectual y moral de nuestra sociedad, base para una cultura de la paz.
Este gran acuerdo social debe abordar los grandes desafíos a los que se enfrenta nuestro país en el futuro más inmediato:
1. En primer lugar, debe abordarse la política de ciencia y tecnología de nuestras administraciones desde una perspectiva completamente renovada y audaz en cuanto a su alcance y sus compromisos.
Una de las primeras implicaciones de todo el proceso de transformación que hemos señalado pasa por la necesidad de un claro y valiente “redimensionamiento” de las estrategias de competitividad y de promoción de la ciencia y la tecnología en nuestro país. La inversión pública debe ser ejemplarizante y tractora del resto del sistema. Nuestra sociedad debe seguir apostando por esa vocación por la I+D que comenzó a desarrollar hace veinte años pero debe hacerlo con un impulso claramente superior porque ahora el modelo de producción deseado sitúa el conocimiento y la tecnología como eje principal de su competitividad y porque el entorno científico-tecnológico internacional es mucho más dinámico. El esfuerzo público (también el privado) realizado en este sentido en nuestro país es, ahora, claramente insuficiente y así debe ser reconocido por nuestra Administración.
2. Un segundo gran reto incluye la incorporación estructural del conocimiento y la innovación en la competitividad de las empresas vascas.
Las actividades empresariales cuya competitividad se basa en el precio de los factores van a migrar (lo hacen ya) irremediablemente hacia entornos con oferta casi ilimitada de trabajadores con un coste inferior y un nivel de productividad similar. Las oportunidades para nuestras empresas van a pasar por una especialización en funciones empresariales de mayor valor añadido y, por tanto, cada vez más la única especialización posible es la que se focaliza en actividades económicas basadas en la capacidad de generar conocimiento y en aquellas de elevada intensidad tecnológica, donde el conocimiento (y su capacidad de generarlo e incorporarlo) se configura cada vez más como la única fuente de competitividad sostenible.
3. En tercer lugar, el Sistema vasco de Innovación debe saber reformular el papel y funciones de los agentes científicos y tecnológicos que lo conforman.
Euskadi posee una multiplicidad de agentes que configuran una de la más potentes redes de infraestructuras científico-tecnológicas del Estado y, sin duda, la más importante en cuanto a su ligazón con el mundo empresarial. Sin embargo, cara al nuevo escenario competitivo, un primer elemento de referencia es la necesidad por parte de todos los agentes individualmente (y del sistema en su conjunto) de avanzar y ganar mayores niveles de excelencia, como herramienta de supervivencia tecnológica en el mercado global del conocimiento. Para ello, los agentes deben ser capaces de profundizar en la cultura de la colaboración y del trabajo en red para fortalecer la masa crítica del conjunto del sistema y ser capaces de dar respuesta a necesidades cada vez más sofisticadas y específicas para crear ventajas singulares para el conjunto de las empresas (no sólo para una élite) y el conjunto de la sociedad. El trinomio compartir, cooperar, competir es la clave, el lema y el único modo de avanzar.
4. Finalmente, y quizás sea el desafío más importante de todos, necesitamos construir un modelo universitario de vanguardia.
El Sistema Universitario vasco ha experimentado un desarrollo muy importante a lo largo de los últimos 25 años. Hoy día, las infraestructuras de la C.A. del País Vasco suman una gran Universidad Pública (la Universidad del País Vasco, fundada en 1980, 65.000 estudiantes), dos Universidades privadas (15.000 estudiantes), tres centros de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, así como alguna Escuela politécnica de Universidades radicadas en otras CCAA.
Este importante proceso de crecimiento ha podido satisfacer las necesidades derivadas de la fuerte presión demográfica, especialmente en los años 80, así como de la necesidad de extender el acceso universal a la Universidad en función del mérito intelectual y las intereses de las personas (art 26.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos), dejando, por fin, atrás barreras de tipo económico y geográfico que, históricamente, habían impedido a la juventud vasca acceder a la educación superior.
Pero esta etapa parece haber llegado ya a su fin y emerge un nuevo periodo en el que la Universidad vasca (la pública y la privada) pasa por actualizar en términos de calidad y excelencia los avances realizados. El sistema universitario tiene que liderar el avance del sistema científico-tecnológico en la senda de la excelencia, convertirse en el principal nido de ideas y emprendedores y ser un nodo crucial de la atractividad de personas con talento.
El éxito del modelo elegido, depende de la capacidad de que el Sistema Universitario acepte jugar un papel protagonista en el proceso de transformación social y económica que la sociedad vasca está iniciando. Las Universidades tendrán, por ello, que integrarse de manera activa en el desarrollo de proyectos ambiciosos, capaces de combinar la investigación básica, con otra más aplicada, reforzando el trabajo en cooperación con otros agentes (empresas y centros tecnológicos) hasta convertirse en práctica habitual. La articulación de espacios de conocimiento e innovación para el desarrollo empresarial en la forma de parques o polos científico-empresariales puede ser una forma válida de implicación directa.
Consideraciones Finales
El desarrollo científico y tecnológico, con sus constantes avances a lo largo de la historia, ha contribuido a configurar el progreso social, cultural y económico que hoy conocemos en la Europa occidental. Su aportación es indudable en cuanto a mejoras materiales derivadas de desarrollos en telecomunicaciones, transporte, fabricación, construcción, energía y, así hasta un sin fin de ámbitos del saber. Los mismos avances han contribuido, de igual forma, a escalar hacia mayores cotas de calidad de vida derivada de los avances en salud o en desarrollo ambiental, por citar algunos lugares comunes.
Sin embargo, la Ciencia y la Tecnología también poseen una dimensión antropológica y cultural cuya importancia nuestra sociedad aún no tiene internalizada. La cultura es un modo específico del "existir" y del "ser" como sociedad y el proceso científico y tecnológico es un factor que genera un impacto significativo en la configuración de los patrones culturales de un país.
La mayor o menor inversión histórica en la formación y capacitación de científicos, investigadores y tecnólogos se configura en la actualidad como un elemento esencial para medir la verdadera calidad intelectual de una sociedad en cuanto que grupo humano. Así, más allá de la utilización instrumental del cuerpo investigador para generar desarrollos y aplicaciones tecnológicas, la reflexión que falta por hacer en Euskadi es acerca del papel que este activo humano tiene en la generación de una cultura del análisis, el rigor y la participación social, así como el que tiene también en la propia configuración de un tejido productivo competitivo y un tejido social intelectualmente comprometido.
La conformación de un cuerpo investigador propio se configura, a nuestro entender, como la principal escuela de líderes sociales de un país y una fábrica inmejorable de capacidades intelectuales para la mejora del bienestar social, la competitividad económica y, lógicamente, el desarrollo científico y tecnológico. Pensamos que Euskadi no debe permanecer al margen de este proceso y que, a través de su Administración, debe mostrar un compromiso mucho más claro, definido y actualizado que el que ahora presenta.
Un salto cualitativo, todo este planteamiento, en la concepción de las prioridades de esta sociedad que trasciende la responsabilidad de los gestores de la política científico-tecnológica y alcanza de pleno a los líderes políticos del más alto rango por cuanto supone poner nuevas bases para una radical transformación cultural de nuestra sociedad en la era del conocimiento y la innovación. Desde aquí lanzamos el guante del debate y la reflexión para que la sociedad en general y, en particular, nuestra clase política (en el Gobierno o en la oposición) lo recoja.
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