Los problemas entre la cultura actual y las convicciones religiosasEscuchar artículo - Artikulua entzun

Xabier ANDONEGI MENDIZABAL, Director y Docente del Instituto de Ciencias Religiosas de Donostia
Traducción: Koro GARMENDIA IARTZA
Jatorrizko bertsioa euskaraz

A l hablar sobre la cultura actual, nos referimos a la cultura desarrollada en Occidente. Y pese a que el término 'cultura' engloba una gran variedad de conceptos, aludimos, sobre todo, a los pensamientos y a las costumbres; es decir, a las nuevas convicciones y costumbres que se van extendiendo entre nosotros, que muchos investigadores denominan 'modernidad'. ¿Y cuáles son, pues, tales convicciones y costumbres? Entre las muchos que hay, nos vamos a referir especialmente a dos: la diversidad actual y el anteponer la voluntad individual a todas las cosas. ¿Qué problemas ocasionan estas convicciones y costumbres a las religiones? Pues que, en estas circunstancias, las religiones adquieren determinadas características. ¿Cuáles?

. Religiones desarrolladas fuera de las instituciones... es decir, dogmáticamente muy flexibles (se cree en algunas cosas, pero no en otras muchas), y organizativamente muy abiertas (diversidad de grupos y movimientos).

. Religiones subjetivistas... es decir, cada persona elige en qué creer y en qué no (lo determinante no es lo que otros manifiestan, por mucho que sean autoridades, sino la opinión personal).

. Religiones pragmáticas... es decir, religiones que proporcionen paz, sosiego y emoción al instante (se desea la salvación inmediata, no se quiere postergar).

. Religiones experimentales... es decir, religiones donde imperen la afectividad, el sentimiento y la emoción (queremos que suceda algo, sentir algo).

Pero, ¿cuál es el problema? El “fenómeno de la traslación”. ¿Y esto qué significa? Pues que se está pasando de las instituciones a la voluntad personal. Ahora, lo importante no es lo preceptuado por la Iglesia u otras Instituciones Eclesiásticas, como la moral, ni asistir a la doctrina o a las ceremonias religiosas, no. Ahora, lo importante es que cada uno pueda elegir, decidir en qué creer, qué hacer y qué celebrar (con la inmensa diversidad que ello conlleva). Se puede decir que, mediante el fenómeno de la traslación, el "Misterio" está saliendo de las instituciones religiosas, y lo determinante se ha vuelto la opción personal.

¿Qué se puede hacer en esta cultura, ante esta situación que viven las religiones?

Tanto históricamente como en la actualidad, ha habido y hay tres maneras de encauzar la relación entre las religiones y la sociedad, con consecuencias bien distintas. Veámoslas.

La primera de ellas consiste en el fundamentalismo. Se trata de la convicción según la cual las religiones y la sociedad siguen cursos distintos e independientes. La verdadera pugna se basa en determinar quién ostenta el mando. Esta alternativa se ha solido plantear tanto en la vertiente izquierdista (laicismo) como en la derechista (moralismo). Son como dos mundos, uno religioso y otro laico, cada cual con sus reglas y costumbres; mundos culturales propios. ¿Cuál es el problema? Que surgen dos mundos: dos tipos de cultura, dos tipos de costumbre, dos tipos de pensamiento... Existe una especie de riesgo de esquizofrenia y, a fin de cuentas, el querer imponer un mundo al otro (una especie de guerra).

La segunda de las maneras sería la consistente en la adaptación, en la que las religiones se adaptan al estilo de la sociedad. La verdad estaría en manos de la sociedad, o, cuanto menos, la ley por todos aceptada, el compromiso por todos adquirido, y que todos deberían acatar. Así, por encima de las opiniones personales, aunque respetándolas, todos deben adaptarse a este modelo unificador (que en Francia recibe el nombre de republicanismo, y aquí el de constitucionalismo). ¿Dónde está el problema? En que se impone el poder de la ley, los Estados se fortalecen, los políticos predominan y cada cual se mueve en sus círculos, surgiendo de este modo mundos secretos y privados (el mundo de los cristianos, de los musulmanes, de los ateos, de los masones, etc.).

Se nos plantea también una alternativa intermedia, la de la colaboración, que sería, entre otras muchas, la propuesta por el Concilio Vaticano II en la Iglesia Católica. Lo fundamental, en este caso, son la Ética y el Diálogo. La sociedad es una sola (la que todos formamos), y, respetando las diversas culturas y religiones, a través del diálogo, se proclama una ética consensuada, basada en la dignidad del ser humano y que adopta como modelo los derechos humanos. ¿Qué se debe tener en cuenta? Que las instituciones que se crean (Naciones Unidas, Instituciones Públicas, Foros entre Religiones y Culturas) no se atengan a caprichos, sino a la dignidad humana (eje de la ética).

Así las cosas, analicemos ahora, en esta época llamada postmoderna, qué pueden aprender las religiones, para luego, basándonos en nuestra historia (sobre todo en la tradición cristiana), señalemos qué podemos nosotros ofrecer.

¿Podemos aprender algo desde la postmodernidad?

Claro que sí. También hoy en día, entre tanta crítica, hay muchas cosas positivas, lecciones para la Iglesia y las religiones, entendiendo la vida en un ambiente de colaboración. Entre otros, podemos destacar los siguientes aspectos:

La importancia del símbolo y de la estética

La cultura actual necesita algo más que la ciencia y la técnica, algo que en los años anteriores ha estado bastante olvidado: la imaginación simbólica.

Nos estamos refiriendo a un aspecto fundamental en todas las religiones: los símbolos, las representaciones. Lamentablemente, hemos perdido mucho en este aspecto. Nuestra imaginación y capacidad se han mermado considerablemente. Nos falta frescura, fuerza de “evocación”.

Puede que nuestra cristiandad sea demasiado "verborréica". Necesitamos demasiadas explicaciones para entender y vivir las cosas. No entendemos como es debido el mundo de los símbolos y de los signos, pese a que también la religión es (en su sentido más profundo) un símbolo.

Considero imprescindible recuperar esta sensibilidad estética, organizar nuestras celebraciones con esmero y buscar las formas por las que mostrar nuestra fe de la mejor manera posible. Cuidar más nuestras canciones, nuestros gestos. No se trata de ritualismo, no, sino de cuidar la evocabilidad, puesto que nuestra fe encierra algo misterioso, y eso no se puede presentar de cualquier manera.

La experiencia vital interna

El ambiente cultural actual depende del sentimiento. El cristianismo o la religión que prescinda de ello no será ni actual, ni efectiva. Lo cual no quiere decir que haya que potenciar sólo los sentimientos; todos sabemos que sería demasiado peligroso.

Los sentimientos, entendidos como experiencia vital interna, tienen una gran influencia. Nadie ha dicho nada al discípulo que se ha sentido tocado; en su foro interno conoce la razón por la que es discípulo. El peligro es el del subjetivismo, el de la privatización, que disminuye la experiencia vital. Por tanto, hay que estar alerta.

La sacramentalización de la realidad diaria

Es necesario mostrar dónde y cómo se aprecia la presencia de Dios. Para la cultura actual, sólo existe la realidad, la vida diaria; fuera de ella no hay nada. Todo se vive, desarrolla y disfruta aquí y ahora.

Esta perspectiva no la comparte la cristiandad, pero también tiene cosas que enseñar. Por ejemplo, que tenemos que aprender a vivir y disfrutar la presencia de Dios en la realidad, sin dejarlo para más tarde, como un sueño secreto invisible.

Dios es una presencia, no una fantasía, como muchas veces nos imaginamos. Dios es una realidad. Que supera la realidad, cierto, pero no es un fantasma. Dios se nos aparece en el mundo, en la naturaleza, en los actos, en los acontecimientos y, sobre todo, en los seres humanos. Por tanto, la propia realidad es sacramento de Dios, y no tenemos porqué buscar fuera de este mundo para hallar a Dios, sino que tenemos que profundizar en este mismo. Ése es nuestra tarea más difícil. La auténtica espiritualidad.

La experiencia de la salvación

En la cultura actual, la salvación no se deja para otra vida posterior; la salvación se vive hoy como algo inmediato, como algo a disfrutar, encontrar, vivir y sentir aquí y ahora. La salvación se tiene que palpar: curaciones, armonizaciones, paz interior, equilibrio... Tiene que servir para algo. Pero aquí y ahora.

Es cierto que todo esto puede conllevar a la magia. De hecho, no escasea: echadores de cartas, horóscopos, ufólogos... Pero también en este aspecto tenemos cosas que aprender.

Lo que nosotros llamamos salvación, la salvación de Dios, debería mostrarse en seguida, en la vida de la fe, y no en la teoría, sino en la práctica. Tenemos que mostrar los frutos de nuestra fe, los beneficios que nos aporta. Con frecuencia, nuestras vidas no reflejan ningún atisbo de fe, y eso no es normal.

Una fe basada en uno mismo

Nuestra sociedad es muy plural, pero ¿por qué? Sobre todo porque, en esta cultura, la medida de todas las cosas es la persona. Nuestro carácter viene marcado por los derechos, deseos, intenciones, sentimientos y razones de la persona. De ahí proviene tanta diversidad. Hacer caso omiso de ella sería cerrar los ojos a la realidad.

Nuestro reto actual consiste en fundar sociedades voluntariamente. Nuestras parroquias no se formarán en torno a una tradición, sino en torno a las personas, que actualmente son capaces de tomas correctas decisiones. Tenemos que darles la posibilidad de escoger.

El reto, nuestro reto, consiste en crear un ambiente adecuado, agradable, respetable, libre, sin ataduras, basado en la elección, el gusto y la responsabilidad.

¿Y en qué consiste esa tradición que no debemos olvidar?

El valor de la razón crítica

No la tenemos que perder. Además de una tierna y dulce fe, debemos mostrar una actitud crítica, y no quedarnos en el plano sentimental. La modernidad nos ha traído muchas riquezas, entre otras el pensamiento crítico. Una fe sin educación es una fe débil, incapaz de aportar razones para la esperanza, inservible para el mundo actual.

La necesidad de un compromiso social

La modernidad entiende el compromiso, lo que el Concilio Vaticano II denomina "caridad política", estructuralmente. Los problemas de este mundo no sólo dependen de las decisiones de las personas, sino también de factores más globales como la economía, la política y la cultura. Sin que estos aspectos se modifiquen, es imposible que cambiemos.

La grandiosidad de la vida en comunidad

La modernidad va ligada a la vida en comunidad; somos testigos de una utopía comunitaria (el liberalismo, el socialismo y el comunismo son desarrollos de esa idea). También las religiones han tomado esta senda, pese a que muchas veces se reniega del carácter comunitario y se caiga en el devocionismo. En la actualidad, tenemos la necesidad de crear entornos de auténtico sentir comunitario. Tanto la sociedad como la religión tienen en este aspecto mucho que hacer.

El valor de la tradición

Todas las religiones nos muestran que nuestro ser se basa en antiguos fundamentos, en la tradición, en la memoria, en la historia. No se trata de tradicionalismo, porque éste se aferra a una seguridad e interpretación histórica herméticas. Lo que debemos valorar es la herencia que hemos recibido y el vínculo vital.

No jugar con los asuntos que afectan a la fe

Se trata ésta de una reflexión contra los experimentalismos superficiales. No debemos olvidar que nuestras interpretaciones no dejan de ser eso, interpretaciones, porque muchas veces nos aferramos a nuestras opiniones como si fueran la última palabra, como si tuvieran un valor absoluto, y las cosas no suelen ser así.

Epílogo

He querido dirigir el tema hacia dos vertientes. Por una parte, a ver qué sucede en las religiones: cada uno de nosotros estamos amoldando nuestra religión fuera de las instituciones, y ello acarrea una tremenda pluralidad religiosa. De cara al futuro, tenemos mucho que aprender.

Por otra parte, y dado que el mundo en que las religiones se están desarrollando es nuevo, es necesario conocerlo en profundidad y pensar qué podemos aprender de él, sin olvidar los demás aspectos positivos. Y todo esto se debe encauzar a través del diálogo, anteponiendo la dignidad del ser humano sobre todas las cosas y dirigiéndonos hacia ella, cada cual desde su propia cultura y camino.

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