Preservar un deporte sin dopaje (II de II)Escuchar artículo - Artikulua entzun

José Manuel GONZÁLEZ ARAMENDI, Doctor en Medicina y Cirugía. Especialista en Medicina del Deporte
Fotografía: Jessika GONZALEZ CUEVAS

:: Preservar un deporte sin dopaje (I/II)

 

Mientras el uso de ayudas ha sido la excepción, y la competición entre deportistas ha estado regida por unas reglas visibles y aceptadas, el deporte ha mantenido su esencia. Pero desde que el deporte es un importante motor económico, político y social, se está instaurando un dopaje industrializado y globalizado que está cambiando la identidad misma del deporte. De la picaresca ocasional a la cultura establecida de hacer trampas mejor que el contrario, para ganar, que es lo único que importa. Una realidad a la que todos nosotros nos estamos acostumbrando sin ofrecer la resistencia y las soluciones debidas. Un trastorno cultural en toda regla.

Hay, al menos, tres repercusiones negativas achacables al dopaje:

1º.- Que es injusto. Porque facilita el éxito a los tramposos, y desmotiva al resto, forzándoles incluso a abandonar la práctica deportiva, o a caer esa misma actitud negativa. Si un ciclista realizara la mitad de su carrera agarrado al coche de su director, sería abucheado por todos… pero la trampa del dopaje no se ve, y sus efectos se aplauden.

2º.- Pone en riesgo la salud. Se consumen sustancias que alteran la respuesta fisiológica del organismo en el esfuerzo. Y se consumen a veces en dosis muy por encima de las seguras, y en combinaciones que aumentan aún más el riesgo de patologías y de muerte súbita. ¿Son evaluados estos posibles efectos en esfuerzo en los deportistas? No conozco ningún caso.

A los propios efectos secundarios (probados y peligrosos en muchos casos) achacables al consumo de dopantes hay que añadir el esfuerzo, máximo y supramáximo a veces, y en ocasiones un estrés térmico y un estrés psicológico también intensos. Un cóctel que ha supuesto la muerte de más de un deportista. La salud psicológica y moral del deportista también se ve afectada, porque doparse es una acción impropia de un buen deportista; como lo es también de cuantos impulsan, facilitan o permiten que un deportista se dope.

3º.- Que desnaturaliza el propio deporte. El deporte es el último reducto de actividad física para la mayoría de los jóvenes. Bien organizado y realizado, es una de los mejores elementos para preservar la salud y para la sana diversión y la socialización. Pero el deporte contaminado con dopaje deja de ser una oferta positiva para la juventud, y para la sociedad en su conjunto.

Quienes trabajamos con deportistas estamos para servirles bien tanto a ellos como al propio deporte. Y debemos respetar no sólo los intereses personales del deportista, también las reglas del deporte y la imagen que proyecta.

Algunos deportistas pueden acceder a los servicios de expertos en dopaje, expertos que velan por el resultado del tratamiento puesto, por reducir el riesgo de control positivo, y por evitar efectos no deseados, al menos inmediatos. Otros de los atrapados en esta vorágine han de conformarse con menos; muchas veces con el consejo machacón, inexperto y peligroso de personas nada cualificadas. Voltaire, poco amigo de los galenos de su época, decía que los médicos meten drogas que no conocen en cuerpos que conocen todavía menos. ¿Qué pensaría de todos estos ignorantes atrevidos?

Lucha contra el dopaje

En la lucha contra el dopaje contamos en la actualidad con dos elementos, los controles antidopaje y las intervenciones informativas y educativas. Un tercer elemento, la reorganización social del deporte en aras de un nuevo modelo de calidad, quizás debiera ser también considerado.

a) Los controles antidopaje

La lucha contra el dopaje en el deporte se ha depositado sobre todo en los controles antidopaje. Desde 1955, año en el que se realiza el primer test antidoping importante en Francia, hasta ahora, el juego del ratón y del gato se ha complicado, pero sigue siendo, en esencia, el mismo: unos intentan evitar los controles positivos, y otros descubrir y sancionar a los dopados. A resultas de esto, “no haber dado positivo” ha sido justificación suficiente de una conducta de plena deportividad.

El actual es un juego a gran escala. De entrada, se manejan muchas sustancias y de manera continuada. Para burlar los controles rutinarios están las prácticas dopantes fuera de la época de competición, y las alejadas de los controles. Se han sintetizado nuevas sustancias, diseñadas ad hoc para evitar su detección en los controles (en laboratorios sofisticados, y con la participación de científicos, deportistas y responsables deportivos); y tenemos en ciernes el dopaje genético.

Así las cosas, los controles antidopaje no pueden detectar todas las sustancias ni todas las manipulaciones. Son muy costosos (y por lo tanto poco utilizados en eventos de bajo presupuesto), y requieren un procedimiento riguroso en la manipulación de las muestras. No son bien asumidos por muchos deportistas, que ven en ellos un fastidio más que una forma de preservar la legalidad deportiva. Y además, los controles positivos no siempre conllevan sanción al deportista, y sólo ahora se comienza a considerar la sanción al entorno del deportista.

b) Los programas informativos y educativos

Hay acuerdo general en que los programas de control antidopaje han de completarse con programas preventivos-educativos, necesarios para evitar la caída en el dopaje. Las medidas informativas y educativas incluyen la sensibilización de la población general, y especialmente la deportiva, la información, la educación de deportistas, entrenadores y responsables, y la rehabilitación de quienes han sucumbido ya al dopaje.

Pero se trata también de preservar y potenciar la esencia del deporte. Es nuestro deber promocionar entre los niños y jóvenes un estilo de vida saludable, e intentar que lleguen a adultos física, mental y emocionalmente sanos. Los juegos y los deportes han de proporcionar salud y diversión, y también han de servir para la formación de los jóvenes. No podemos concebir un deporte de calidad carente de un fuerte componente educativo. Y esta educación ha de sustentarse, hoy más que nunca, en la deportividad, en la ética.

En 1951, Albert Einstein, deseando suerte y éxito a la Ethical Cultural Society de Nueva York, recordaba que el desarrollo moral del hombre no era entonces más perfecto que 75 años atrás, y que el desarrollo científico y tecnológico no había logrado ennoblecer la existencia social e individual. “… la manera de pensar matter of fact se ha interpuesto como una capa de hielo entre las relaciones de los unos con los otros.” “La búsqueda de una estructuración ético-moral de la vida en común es de importancia vital. Aquí no nos puede salvar ninguna ciencia”. Esto mismo está pasado en el deporte. Por ello, el impulso de una cultura ética en el deporte es, desde mi punto de vista, una necesidad imperiosa.

El deporte, en su concepción integral, está sucumbiendo al modelo liberal y materialista que se va asentando en nuestra sociedad. Se ha perdido mucho del “espíritu deportivo” en favor de una competición centrada en premiar al que llega antes, y preocupada por los fichajes, las categorías, las promociones y los descensos. Vaciando el deporte de deportividad, seguirá siendo espectáculo, pero se irá convirtiendo más y más en campo de frustraciones, de discriminación, de competición deshonesta y de mala formación para los jóvenes.

El deporte es mucho más que potencia física, eficiencia muscular, habilidad motora y atrevimiento. El deporte debe poner de relieve todas nuestras capacidades, como personas y como sociedad. Debemos reforzar la idea de un deporte universal, sano, justo, respetuoso y elegante, un deporte para la convivencia y para la paz, un deporte educativo, formador de personas.

Ser deportistas nos exige a todos unas respuestas éticamente correctas, ajustadas a unos principios; y un respeto a las normas, desde el convencimiento. Porque necesitamos unas pautas éticas y necesitamos unas reglas para disfrutar del deporte. Una conducta ética en el deporte que ha de establecerse en todos los niveles de los estamentos deportivos.

La deportividad y el olimpismo han de ser la fuerza, la razón y el sentido último del deporte. El juego limpio y el comportamiento ético los referentes para la consecución de la excelencia deportiva, y para favorecer la aparición de una nueva generación de líderes. En palabras de Gunnar Breivik, “el deporte de elite debería caracterizarse por el estilo y la ética, incluso en sus niveles más extremos”.

Muchos dirán que este discurso no es realista. Pero no es realista quien se aferra a la realidad tal como es, excluyendo el futuro y las posibilidades que nos brinda.

c) ¿Un nuevo modelo de calidad?

Podemos prevenir y tratar el dopaje preservando el espíritu deportivo. Manteniendo, en todo momento, un comportamiento ético y un respeto a las reglas que regulan la práctica deportiva. Esta es nuestra principal labor como deportistas, entrenadores y responsables.

Pero es seguro que no todos se van a apuntar a esta idea. “Nunca acabaremos con el dopaje”. Esta es una frase que se oye y se lee a menudo, también entre personas dedicadas a la lucha contra el dopaje.

Es por ello que, en la búsqueda de un modelo que permita un deporte libre de dopaje, quizás debamos acotar el universo de nuestra actuación. Podemos centrar nuestro objetivo en el deporte de base, en un intento de mantener el deporte puro al menos hasta la mayoría de edad de los deportistas, por medio de un refuerzo de la calidad y de la vigilancia en los niveles infantil y juvenil.

Y podemos también abordar el problema desde otra vertiente: identificar, a cualquier nivel de competición, no a quienes se dopan sino a quienes voluntariamente expresan su rechazo al dopaje y mantienen un comportamiento coherente con dicha manifestación. Esta es la idea central del proyecto K-Label de la Fundación Oreki.

Con una masa crítica de deportistas, entrenadores y responsables deportivos que apoye y se comprometa con esta idea, podemos pensar en que el éxito de esta empresa está más cerca que lejos, y que la idea utópica de preservar un deporte libre de dopaje no lo es tanto. Tenemos que promover un cambio: pasar de la obsesión por cosechar éxitos deportivos a la paciente labor de sembrar deportividad.

Coubertin creía en el deporte como medio esencial para la educación del “nuevo hombre” de inicios del siglo XX. Considerando el deporte como una herramienta educativa, la respuesta al dopaje del siglo XXI está en el mismo deporte, en los valores que nos oferta. Parafraseando a Edmund Burke, “nuestro desafío es hacer hoy lo que los buenos deportistas de dentro de diez años quieran que hayamos hecho”.

:: Preservar un deporte sin dopaje (I/II)

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