El Frente de ÁlavaEscuchar artículo - Artikulua entzun

Guillermo TABERNILLA

En la madrugada del 19 de julio de 1936, tras no pocas cautelas e indecisiones, el teniente coronel Camilo Alonso Vega declaró el estado de guerra en Vitoria. En ese momento daba comienzo la Guerra Civil Española en la provincia de Álava. Ello fue debido, por una parte, a la indecisión del gobernador civil Navarro Vives, que no tomó medida alguna para evitarlo, declinando incluso el ofrecimiento de lealtad del primer jefe del tercio de la Guardia Civil, Mario Torres, y de las fuerzas políticas y sindicales leales a la República con representación en la capital alavesa y, por otra, al éxito de las maniobras conspiratorias que el general Mola llevó a cabo a través del propio Alonso Vega, quien captó a los jefes militares de la guarnición, compuesta por el 2º Regimiento de Artillería de Montaña, el Regimiento de Cazadores a Caballo Numancia y el batallón Flandes nº 5, éste último bajo su propio mando. Esta decidida implicación de los jefes de las unidades, que no de toda la oficialidad de las mismas, arrastró al indeciso gobernador militar Ángel García Benítez. De inmediato dio comienzo una huelga general por parte de los partidos y sindicatos de izquierda que duraría tres días, durante los cuales los militares tuvieron tiempo de hacerse con el control de una provincia que, a excepción de la capital, era mayoritariamente de derechas. Habiendo fracasado la sublevación en las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, los militares rebeldes siempre tuvieron que mirar al Norte con preocupación, temerosos de la llegada de las columnas republicanas. Estas no se harían esperar y apenas dos días después, el 21 de julio, una columna al mando del teniente coronel Joaquín Vidal Munárriz partió de Vizcaya en dirección a Vitoria mientras que otra, al mando del comandante Augusto Pérez Garmendia, hizo lo propio desde Guipúzcoa. Sin embargo, la sublevación del teniente coronel Vallespín en San Sebastián daría al traste con el plan, asentándose los hombres de Joaquín Vidal en las localidades de Ubidea y Ochandiano, posiciones que no abandonarían hasta meses más tarde. En poder de los sublevados quedaría la mayor parte de la provincia de Álava a excepción de las localidades del valle de Ayala, Aramayona y algunos barrios en las estribaciones del monte Gorbea. El día 21 de julio el capitán de la Guardia Civil Juan Ibarrola tuvo una destacada actuación en el desarme y arresto de los 19 guardias que Alonso Vega dejó en Villarreal al mando del teniente Palacios. Una extraña situación que sólo puede explicarse en la adversión que los militares rebeldes sentían por los miembros del Instituto Armado, que tuvieron que demostrar su “afección” a la causa de los alzados como verdadera “carne de cañón”. La situación de la Guardia Civil en Álava se suma así, en un contexto más general, a la de otros de sus compañeros que sufrieron castigos y vejaciones, cuando no algo peor, por no secundar el golpe de estado.

Columna Alonso Vega
Columna Alonso Vega.

El 22 de julio se produjo el primer bombardeo sobre población civil en los frentes vascos cuando dos aviones Breguet XIX del 23º Grupo con base en Agoncillo (La Rioja) dejaron caer sus bombas sobre la villa de Ochandiano, ocasionando 57 muertos, la mayor parte civiles, y un gran número de heridos. El primer bombardeo de los Republicanos no se produciría hasta un mes más tarde, el 24 de agosto, y su objetivo fue Villarreal.

Soldados del Garellano
Soldados del Garellano.

El gobernador civil de Vizcaya, José Echevarría Novoa, formó un gabinete de concentración que se hizo cargo de la marcha de la guerra; para ello contaba con el apoyo de sus más directos colaboradores militares: Ernesto De la Fuente y Gabriel Aizpuru. Mientras, en la capital alavesa, el propio Alonso Vega se convertía en un apagafuegos que partía casi a diario hacia el Norte de la provincia en un desesperado intento de mantener a los republicanos lejos de la capital, dejando en puestos fijos de vanguardia a las milicias carlistas del Requeté, las cuales fueron estableciendo posiciones que permitirían, pasados un par de meses, establecer un frente más o menos definido, aunque muy sensible a las infiltraciones. Al principio, el alavés fue un frente secundario, pero muy caliente. En el mes de septiembre, cuando las columnas navarras se aproximaban a los límites de Vizcaya, la situación se tornó en dramática para unas milicias apenas sin armas. La columna de Alonso Vega se sumó a las operaciones y la lucha en Álava ya era una cruda realidad que pronto haría olvidar las escaramuzas de los meses anteriores. Durante los primeros meses la línea del frente se convirtió en una suerte de frontera donde imperaba la ley del más fuerte. La represión fue común en ambos bandos, aunque con diferencias notables: organizada y alentada por las autoridades sublevadas, con el fin de acabar con el adversario político, y anárquica y descontrolada por parte gubernamental. Justo es decir que la primera adquirió tintes de gran brutalidad y ensañamiento, no sólo en Álava, sino en las provincias limítrofes, mientras que la segunda fue de menor entidad, aunque con episodios de gran brutalidad. En octubre de 1936, tras la concesión del estatuto de autonomía, el gabinete del presidente José Antonio Aguirre se hizo cargo de los poderes de la extinta Junta de Defensa de Vizcaya de José Echevarría, lo que fue determinante para la decidida implicación de las milicias nacionalistas en los combates. Enseguida se pusieron manos a la obra para organizar una verdadera masa de maniobra, el Ejército de Euzkadi que pronto haría soñar a las autoridades vascas en la recuperación del territorio perdido, obsesión que terminaría convirtiéndose en recurrente para el nacionalismo gobernante. A finales de noviembre, los gubernamentales se preparaban para la que, a la postre, sería la única ofensiva general del Ejército Vasco: la batalla de Villarreal; aunque esto será materia para un segundo trabajo.

Fuente: El Frente de Álava, primera parte, de la sublevación militar a vísperas de la batalla de Villarreal. Autores: Josu Mirena Aguirregabiria y Guillermo Tabernilla. Edita: Ediciones Beta, Bilbao, 2006.

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