Olga MACÍAS MUÑOZ, Universidad del País Vasco
A diferencia de los partidos de pelota o de las estropadas de traineras, en las que se ponía en liza la fuerza, resistencia y maña de personas plenamente conscientes de sus actos, las pruebas de bueyes y las luchas de carneros tenían como protagonistas a animales domésticos, compañeros de las actividades diarias del hombre. El origen de las pruebas de bueyes estaba en las demostraciones que se realizaban en las ferias de ganado para efectuar la compra de una yunta. En efecto, era necesario ver el arranque de los animales para cerciorarse de su capacidad de tiro con el objetivo de dar por válida su adquisición. Por su parte, las embestidas de los carneros, fruto de su instinto por el control del rebaño, dieron lugar a las luchas que entre estos animales se organizaban. Tanto las pruebas de bueyes como las luchas de carneros estaban hondamente arraigadas en el ámbito rural y, al igual que otros desafíos, no podían concebirse sin que hubiese apuestas de por medio. Del mismo modo, las autoridades intentaron poner freno a este tipo de apuestas, con el añadido de una mayor concienciación por parte de los ciudadanos ante el cruento trato que recibían los animales que participaban en estos espectáculos.
Las pruebas de bueyes
En 1879 encontramos reseñada la noticia de una prueba de bueyes que tuvo lugar en Elgoibar. Se describe con todo lujo de detalles cómo eran este tipo de pruebas y el mecanismo de apuestas que las acompañaba. Este reto se dirimió entre una pareja de bueyes de Vergara y otra pareja de Eibar. Se comentaba en la citada noticia, que este tipo de pruebas eran muy comunes tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya. Consistían en arrastrar una inmensa mole de piedra (la de Elgoibar pesaba 250 arrobas) quedándose con la victoria aquellos bueyes que en un tiempo dado consiguiesen hacer más clavos. Un clavo correspondía a la distancia que había entre un extremo a otro de la plaza donde se realizaba la prueba. En la prueba de Elgoibar, la yunta de Vergara hizo en una hora y media cinco clavos y trece metros, mientras que la pareja de Eibar recorrió la misma distancia en tres minutos menos. Por lo tanto, fueron los bueyes de Eibar los que resultaron vencedores de una lucha que, como se ve por el escaso tiempo de diferencia entre los competidores, fue muy reñida. A esto hubo que añadir, las fuertes emociones que suscitó este desafío entre el numeroso público que acudió de todos los pueblos vecinos. Sin embargo, a tenor de las noticias, el resultado de la prueba fue calamitoso tanto para los bueyes como para los boyeros, puesto que según indicaba el reportero, salieron todos muy mal parados.
Las apuestas que se atravesaron en esta prueba de Elgoibar fueron muchas y muy variadas. Hubo quien apostó un macho y otro que apostó 100 cañones de escopeta. En total, se estimaba que se cruzarían un total de 3.000 duros en apuestas entre ambas partes.
La noticia de esta prueba no dejó indiferente a cierto sector de la población, cuya opinión quedó reflejada a través de los rotativos bilbaínos. Desde la prensa se definía este tipo de pruebas como verdaderas bestialidades, de espectáculo brutal y repugnante que merecía la reprobación del público en general. Se criticaban estos mal llamados espectáculos en más de un concepto, especialmente en el de maltratar con feroz ensañamiento a los indefensos animales, obligados a arrastrar un peso superior a sus naturales fuerzas. Personas que presenciaron aquella crueldad, decían que nunca habían visto otra prueba del mismo género más sañuda y bárbara. La descripción que hacían de lo que vieron no podía ser más lacerante. Las yuntas de bueyes, agarrotadas al yugo y a la piedra de 250 arrobas, eran constantemente apaleadas y desgarradas con el aguijón, en medio de salvajes gritos y sucias interjecciones, con una ferocidad indescriptible, sin que sus dolorosos e inútiles bramidos conmoviesen a los boyeros ni al público que lo presenciaba y, aún, aplaudía. Entre los espectadores se encontraban muchos forasteros que estaban alojados en los balnearios cercanos, y que se retiraron indignados de que hubiese un país donde se permitiese tal barbarie.
Pero, ¿cómo hacer valer estas protestas ante una costumbre que cierta parte de la población y de las autoridades locales miraban como la cosa más natural e inocente del mundo? En verdad, este tipo de pruebas con el ganado eran muy frecuentes en el país vascongado, pero consustancial a estas pruebas se encontraban también las apuestas. Además de las críticas ante el maltrato a los animales, también se atacaba desde la prensa las fuertes sumas de dinero que se cruzaban en estas pruebas. No era extraño que cómo consecuencia de estas apuestas hubiese familias, o cuando menos individuos, que perdiesen sus únicos medios de subsistencia, arrebatados y trastornada su cabeza por un entusiasmo indigno de una causa cruel y salvaje.
Los periodistas argumentaban que no encontraban razón alguna para que se permitiesen estos ruinosos y bestiales juegos, mientras que se prohibían otros que consistían sencillamente en sentarse dos hombres en torno de una mesa y levantarse más o menos arruinado uno de ellos. Era una clara alusión a la prohibición que había tenido lugar del juego y, por lo tanto, de las casas de juego. Para la prensa, las autoridades locales faltaban escandalosamente a su deber, permitiendo las llamadas pruebas de bueyes en los términos en los que se venían verificando. Es más, acusaba abiertamente a las autoridades de que al permitir este tipo de mal llamadas pruebas, se daba un pretexto para el juego, para el vino y para el desahogo de otras pasioncillas vituperables, entre ellas, la vanidad mal entendida. Se añadía que, para probar el vigor de una pareja de bueyes, no necesitaban los entendidos las bárbaras violencias a que se sometían a los pobres animales, puesto que con un solo arranque de la yunta bastaba para conocer lo que ésta valía tanto en vigor como en obediencia.
No tenían los reporteros bilbaínos mucha esperanza en que desapareciesen estas bárbaras costumbres, porque en Bilbao mismo, que era la población más importante del país vasco-navarro, se presenciaban a diario espectáculos de este género. Tanto en los arrabales de la villa, como en las anteiglesias vecinas de Abando y Begoña eran habituales este tipo de pruebas con motivo de las ferias de ganado que se organizaban. Además, independientemente de estos desafíos, todos los días se veía en las calles bilbaínas como apaleaban y desgarraban a las yuntas de bueyes cargadas con peso muy superior al que podían arrastrar sin resultar magullados, todo esto acompañado de gritos, blasfemias y obscenidades que incrementaban, más aún, la repugnante y punible violencia que se les infligía a estos animales.
Eran conocedores los columnistas bilbaínos que con sus críticas no conseguirían hacer desaparecer inmediatamente hábitos y falsos criterios, aún así tomaron por santo y seña insistir una y otra, y cien veces más, en reprobar y condenar este tipo de costumbres, aunque estas censuras les valiesen la desaprobación de la generalidad de las gentes. Aún así, parece que estas denuncias comenzaban a dar sus frutos, porque en varios pueblos, entre ellos la noble y culta villa de Lequeitio, las autoridades locales habían prohibido, o cuando menos despojado de su violencia y brutalidad, estos actos y diversiones ampliamente condenados por la prensa. Las quejas lanzadas desde los periódicos bilbaínos contra las pruebas de bueyes fueron recogidas por sus colegas guipuzcoanos. Es más, el gobernador civil de Guipúzcoa, amparado en estas críticas, reiteró una disposición anterior por que la que se prohibían tales pruebas.
A los pocos días, el gobernador civil de Vizcaya hizo publicar en el Boletín oficial una circular, en la que dentro de la prohibición al maltrato de los animales domésticos, prohibía también las citadas pruebas de bueyes. Reconocía el gobernador civil el papel jugado por la prensa dentro de la concienciación ciudadana contra este tipo de mal llamados espectáculos. Es más, estaba dispuesto a que tales hechos no se reprodujesen, con el escándalo de las gentes cultas, y deseoso de que el trato de los animales estuviese en armonía con la utilidad que prestaban a la agricultura, a la industria y al comercio, comunicaba a los alcaldes que en ningún caso tolerasen las apuestas de bueyes. Aún así, reconocía el gobernador que, por desgracia, este tipo de pruebas eran frecuentes en las ferias y mercados de la provincia. Para finalizar, fijaba una multa de 20 pesetas para aquellos infractores de esta norma, siendo la guardia civil, los miñones y todos los agentes de las autoridades locales los encargados de cuidar que esta medida tuviese el debido cumplimiento, dándole inmediato aviso al gobernador en el caso de que algún tipo de este abuso se reprodujese.
Desde la prensa bilbaína se aplaudió la medida tomada por el gobernador civil de Vizcaya, y deseaban fervientemente el final de las pruebas de bueyes tanto con o sin apuesta. Aún así, los periodistas eran conscientes de que sería difícil erradicar por completo este tipo de demostraciones, máxime, cuando eran necesarias para la compra-venta del ganado. En última instancia, aconsejaban dulcificar las costumbres, que era, según la moral cristiana, lo que hacía virtuosos y cultos a los pueblos.
No pasó ni medio año desde esta prohibición de las pruebas de bueyes, cuando desde la prensa se denunciaba en 1880 que todavía se seguían organizando este tipo de demostraciones, además de los desaprobados maltratos a los animales domésticos. Es más, las piedras con las que se realizaban las pruebas todavía no se habían retirado de los feriales, y el espectáculo que se observaba en Bilbao de las bestialidades que se infligían al ganado de tiro seguía siendo lamentable. La solución para los columnistas pasaba por tomar medidas más efectivas, pero se chocaba con el escollo de que las gentes desconocían el sentimiento de compasión hacia los animales. Por lo tanto, era necesario hacérselo conocer, ya fuese a través de las escuelas, o mediante métodos más asertivos como las multas. Aún así, no les extrañaba a estos periodistas que se viese natural el maltrato a los animales, cuando veían las crueldades que se cometían con los toros en las plazas, con el consentimiento de las autoridades.
Las quejas de los rotativos bilbaínos caían en balde, porque en 1881, pasados dos años de la prohibición de las apuestas de fuerza entre bueyes, éstas seguían teniendo lugar. Desde estos periódicos, ya que al parecer era imposible que desapareciesen estas brutalidades, solicitaban que cuanto menos éstas se aligerasen, utilizando para las pruebas un peso de menor carga y blanqueando las vociferaciones de los boyeros. Para la prensa, correspondía a los alcaldes poner fin a este tipo de apuestas, y en su defecto, moderar este tipo de actuaciones. Del mismo modo, era la autoridad superior, es decir, el gobernador civil, el que les debería de exigir este tipo de responsabilidades.
Entre prohibiciones no cumplidas y clandestinidades abiertas, las pruebas de bueyes y sus consiguientes apuestas se seguían realizando. En 1883, los alcaldes del interior de Vizcaya recogieron firmas para restablecer de un modo oficial este tipo de espectáculos, aduciendo que eran necesarias para la venta de los animales. De nuevo la prensa de Bilbao criticaba que detrás de esta maniobra estaba el deseo de restablecer las apuestas. Aún así, también reconocía la dificultad de erradicar este tipo de desafíos, por lo que indicaba que de aceptar legalmente las pruebas de bueyes, debería de hacerse con limitaciones.
En el mismo año de 1883 se tenían continuas noticias de que a pesar de la prohibición oficial de las pruebas de bueyes en el solar vizcaíno, muchos eran los que iban a los pueblos limítrofes de Guipúzcoa, territorio donde la prohibición de estas apuestas había sido relegada al olvido. Claro, que con las pruebas de bueyes iban aparejadas las apuestas. Eran continuas también las noticias sobre familias que lo habían perdido todo en este tipo de desafíos, sin olvidar, además, que también se realizaban apuestas con motivo de retos entre barrenadores de piedra, de partidos de pelota o de cualquier otro tipo de lance. Visto que parecía imposible erradicar la costumbre de las apuestas, la prensa bilbaína pedía que se limitasen, al menos, las cantidades que se cruzaban en los diversos desafíos que se realizaban.
El último reducto que por estos tiempos les quedaba a los seguidores de las pruebas de bueyes, era la localidad guipuzcoana de Elgoibar. Se tuvo noticia de que con motivo de una prueba de ganado celebrada en esta plaza, dos vecinos del pueblo vizcaíno de Murélaga se cruzaron cada uno 3.000 reales en apuesta. Estas noticias coincidían con la presencia del prelado de la Diócesis en Elgoibar, quien en una plática cuajada de duros ataques contra los vecinos franceses, obvió el tema de las apuestas, ampliamente debatido durante esos días en esta población.
Por su parte, la prensa guipuzcoana le recordaba a su homónima bilbaína, con respecto a las pruebas de bueyes que denunciaba y que tenían lugar en Guipúzcoa, que se hacían contra lo dictado por las autoridades generales de la provincia. En efecto, ninguna ley había sido dictada anulando aquellas que se habían dictado limitando y prohibiendo las citadas pruebas de bueyes y sus consiguientes apuestas.
Evidentemente, tanto en Vizcaya como en Guipúzcoa no se dictó medida alguna contra la prohibición de las pruebas de ganado y de las apuestas. Aún así, la relajación de las autoridades en hacer cumplir estas medidas condujo a que paulatinamente este tipo de desafíos se volviesen a realizar con total y absoluta normalidad. Las inauguraciones de plazas de pruebas para el ganado se sucedían, a veces, como ocurrió con la inauguración de la plaza de Durango en 1895, con el patronazgo de los mismos ayuntamientos. Estas entidades veían en las pruebas de ganado un modo de incrementar los beneficios de los cafés y de las fondas y, por ende, de la economía local.
Los desmanes que de nuevo circulaban en torno a las pruebas de bueyes y a las apuestas que con este motivo se cruzaban llevaron a finales de 1895, a que el gobernador civil de Guipúzcoa ratificase las anteriores medidas sobre la prohibición de estos espectáculos. En efecto, fue la Diputación de esta provincia la que encargó a una comisión especial que redactase un informe sobre las pruebas de bueyes que se realizaban en ese territorio. Este informe no pudo ser más negativo, por lo que la Diputación no dudó es solicitar al gobernador civil la prohibición de este tipo de espectáculos. La misma medida se pedía al gobernador civil de Vizcaya, sin que tales solicitudes fuesen atendidas por el momento. Hubo que esperar a finales del año 1910 para que este delgado gubernamental enviase una circular a los alcaldes vizcaínos ordenando que se abstuviesen de consentir las pruebas de bueyes que se celebraban, no ya sin la autorización del gobierno civil, sino con la total prohibición del mismo.
De nuevo, las prohibiciones cayeron en saco roto, las pruebas se seguían realizando, se construían nuevos probaderos de bueyes con la aquiescencia de las autoridades locales, como en Baquio o en Munguía, y además con gran entusiasmo por parte del elemento local. Con la llegada de la República, un nuevo intento de prohibición por parte del gobernador civil de Vizcaya, llevó a finales de 1932 a la total suspensión de las pruebas de bueyes y de las consiguientes apuestas. Ni que decir tiene que escaso efecto tuvo esta medida, puesto que continuaron celebrándose las pruebas de bueyes bajo la vista gorda de las autoridades locales.
Las luchas de carneros
Las luchas de carneros no movilizaban ni a tanta gente ni tantos entusiasmos cómo las pruebas de bueyes. Aún así, a finales del siglo XIX, este tipo de pruebas estaban muy arraigadas tanto en el espacio rural vasco como en los núcleos urbanos, dentro de sus primeros estadíos de modernización. Al igual que las pruebas de bueyes, las luchas de carneros eran ampliamente anunciadas por la prensa, y se daban noticias de aquellos desafíos en los que tomaban parte los carneros de los criadores más afamados. Claro, que también el componente de las apuestas era inherente a este tipo de demostraciones. Por ejemplo, en septiembre de 1876 se anunciaba que para el siguiente domingo se celebraría en la plaza de toros de Bilbao una lucha entre dos carneros, uno de la citada villa y otro de Guipúzcoa. La apuesta que se cruzaban sus respectivos dueños era de 5.000 reales cada uno de ellos. Sin embargo, el de Guipúzcoa no pudo asistir a esta cita, por lo que la lucha se arregló con otro carnero, no se dice de donde, eso sí, ante una concurrencia muy numerosa.
Eran famosas las luchas de carneros que tenían lugar en Deusto, anteiglesia vecina a Bilbao. En 1881, la prensa bilbaína, al igual que ocurrió con las pruebas de bueyes, excitaba a la opinión pública en contra de estos bárbaros espectáculos, del mismo modo que solicitaba al gobernador civil de la provincia su prohibición. Se decía que calificaba a estas pruebas de bárbaras, porque por tales tenían los periodistas a las luchas de carneros y de otros inofensivos y útiles animales, a los que se convertían en fieras violentando su naturaleza, como si entre racionales e irracionales escasearan tanto las fieras naturales que fuese necesario crearlas artificialmente. En efecto, consideraban que este espectáculo era repugnante, no tan solo por lo estéril para el bien moral, sino también para el material. Por una parte, se convertía a dos animales de naturaleza tan inofensiva como la del macho de la inocente, mansa y útil oveja en fieras que se despedazaban mutuamente. Al mismo tiempo, los rotativos hablaban de especulación, porque generalmente se sacaba lucro de estos espectáculos, ya por medio de apuestas o exigiendo una retribución pecuniaria a los que tenían el mal gusto o las malas entrañas de gozar presenciándolos.
Por lo tanto, se reclamaba la supresión de estas luchas, no solamente por la dureza del espectáculo de ver a dos animales pegándose testadas durante a veces más de una hora, sino también por la ruina que suponía para muchos las apuestas que acompañaban a estas mal entendidas diversiones. A pesar de ello, animales y personas, ambos perjudicados, no parecían ser el motivo suficiente para que las autoridades prohibiesen de un modo taxativo estas pruebas. Se suponía que su prohibición estaba implícita en las circulares sobre el maltrato y prohibición de pruebas de ganado que los gobernadores civiles continuamente dictaban, pero de las que caso omiso se hacía. Tan sólo en la circular anteriormente citada del gobernador civil de Vizcaya de 1910 se prohibía tajantemente este tipo de luchas de carneros. Aún así, estas pruebas continuaron celebrándose, cruzándose apuestas entre los propietarios de los carneros y acompañadas de las traviesas efectuadas por los incondicionales de estas distracciones y de las apuestas.
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