Arantxa
UGARTETXEA ARRIETA
Fotografía: Arantxa UGARTETXEA ARRIETA
Traducción: Arantxa UGARTETXEA ARRIETA
Jatorrizko bertsioa euskaraz
Recuerdo que la primera vez que viajé a Santiago de Chile, el trayecto en avión duró 22 horas, de esto hace 35 años aproximadamente, hoy, dura 13 ¡algo hemos avanzado! Pero la cuestión es que, este aterrizaje me sigue sorprendiendo, porque las acogidas chilenas continúan teniendo para mi, ese algo de misterio que esconde la majestuosa cordillera y la música de una lengua con matices diferentes, sucediéndose en el tiempo a través de realidades concretísimas en las que las historias y los lugares continúan teniendo nombres ya conocidos aunque con otra edad.
Yo encontré en Santiago aquellos años de 1970 una mujer singular, cuya amistad dejó en mi una huella que hasta el día de hoy perdura. Su nombre era (murió en 1982) Clarita de Larminat. Había sido religiosa, pero en su afán por vivir un evangelio mas a pié de calle, se había instalado en la población Malaquías Concha, perteneciente a la Comuna de La Granja, de esta ciudad, en donde ejercía como enfermera en el dispensario de la época. El sacerdote-religioso que atendía espiritualmente en aquellos años esta zona, era conocido públicamente por su buen hacer evangélico y por su definición popular, es decir a favor del pueblo liso y llano de aquella población ubicada en la periferia. Yo acudí a aquel lugar a los sones de este nombre que resonaba con aires de autenticidad, estoy hablando del Padre Esteban Gumucio. Hoy día una de las calles de la población luce su nombre.
De Clarita recuerdo, como si la viera, su mirada frontal, su inteligente sonrisa, la suave fuerza de su palabra y sobre todo su acción eficaz, en la que organizar, vislumbrar y entregarse, formaban esa sencilla unidad de quien de verdad desea curar los cuerpos tocando algo del alma personal. De familia francesa, criada en Argentina y Chilena de alma, vida y corazón. En la época no era mi deseo participar de ningún tipo de militancia cristiana, solo deseaba sentir de otra manera la vida y compartir Eucaristías con mas sabor fraternal. Y así fue, porque las Misas del P. Esteban surgían de la propia realidad del entorno y por otro lado, los cuidados de Clarita respondían a las dolencias que todos y todas cargábamos. Ella me ayudó a buscar trabajo y el tiempo que transcurrí en la población compartí trabajo y una amistad sincera con la familia Araneda, en donde Daro me permitió que le ayudara, para aliviar su trabajo de costurera.
Al año y medio aproximadamente tuve que volver a Donostia. Pero aquella ida y vuelta han permanecido en mi durante muchos años haciéndome sentir con claridad meridiana el deseo de una nueva ida y vuelta. Así es la cultura del viaje, en ese partir y llegar, vamos descubriendo paisajes humanos que nos humanizan a través de sensibilidades con matices insospechados, siempre que la propia limitación y las dificultades del entorno, no cubran la sabiduría que la sustenta. ¡Y claro! no he vuelto solo una vez, sino varias. En la primera, busqué a Clarita y no la encontré. Lloré como sin consuelo al saber que había sido detenida y torturada, como otros y otras, que después de ser liberada había vuelto a la población y que murió entre su gente, dejándonos el legado de su acción realmente sanadora. Disfruté sin embargo del encuentro con Daro, como si el tiempo no hubiera pasado, ¡habiendo pasado tantas cosas!
Y así vivo..., sin poder despedirme de Santiago. Ahora... llego como a casa propia, por la bondad de sus gentes, a la que todos y todas llaman “la casita” en donde Erika Fuentealba, enfermera y fiel heredera de las pedagogías de Clarita, junto a un equipo conformado por psiquiatra, sindicalista, sociólogo, profesores, y psicopedagogas..., desarrollan un buen hacer que perpetua la presencia de aquella extraordinaria mujer.
Pero esta vez El Centro Clarita de Larminat (La casita) me ha llevado hasta la universidad, como es para mi habitual en estas tierras, para compartir la pedagogía de Paulo Freire. El encuentro organizado por el profesor del Centro, Sebastián Fuentealba, en la universidad Arturo Prat de Santiago, tuvo la acogida necesaria como para hacernos sentir y vislumbrar el potencial de “la casita” que nos alberga. Hablar de Freire en un ambiente como estos, es la emoción mas real que como alumna del pedagogo brasileño, puedo experimentar en cualquier espacio educacional. La acogida en aquel atardecer fue muy bonita porque además de palabras inteligentes, me mostraron su cercanía saludándome en “euskara”, y bailando “la cueca” entre palabras y gestos pedagógicos, que nos colocaron en la mejor de las pistas de un aterrizaje favorable a profesores y alumnos en el mejor sentido freireano.
Llovieron preguntas, emociones, me dejaron expresarme muy abiertamente, me sentí recibida, y experimenté que conocían a Freire. Manifestaron con transparencia el deseo de una educación mejor para su país, el deseo de transformar, de recrear, de no parar hasta de alguna manera avanzar. Las palabras de Freire dicen mucho a las gentes de estas tierras del cono sur de América Latina, porque poseen una sensibilidad especial, es como si su pedagogía fuera hablando de lo que la propia tierra necesita escuchar, vivenciar y desarrollar. Siempre me conmueven con esa actitud que manifiestan al querer entender al pedagogo brasileño. Y es que cuando esta pedagogía toca nuestra sensibilidad, el espacio del aula y de los encuentros educacionales, adquiere dimensiones gigantescas, al mismo tiempo que nos invade un auténtico sabor a tierra y humanidad.
En la Universidad Técnica Municipal (UTEM), aquella mañana de sábado que también había sido concertada, el auditorio estaba lleno hasta la bandera, y al decir bandera acude a mi memoria la “Ikurrina” que estaban colocando en el atril para recibirnos. Algo muy íntimo se movió dentro de mi y con una reacción muy natural por mi parte, me acerque a aquellos alumnos y alumnas en aquel clima de afectividad que me hacían sentir, para expresarles mi agradecimiento al tiempo que les decía que lo que yo mas quería en aquel momento era compartir la bandera chilena. ¡Nos entendimos perfectamente! De nuevo “la casita” estaba presente en aquel entorno universitario, hablando de educación. La víspera nos habíamos reunido con los organizadores del evento. Yo disfruté escuchando y percibiendo toda la ilusión que tenían puesta en el encuentro, y así resultó... ¡tan fantástico!
Hicieron, los alumnos y las alumnas, una presentación muy bien contextualizada sobre los deseos existentes para lograr una educación mas real y mas Chilena. Creo que en aquel auditorio, había alumnos y alumnas, pero también profesores y profesoras. Es como si hubiera mucho que compartir. Mucho que aportar por esta juventudes a las pedagogías del momento. Darles cauces de expresión fue sencillamente fantástico. Me dieron ganas de quedarme, de aprender, de compartir la innovación deseada. Una vez mas ¡sentí que eran capaces! Al finalizar pudimos brindar con vino chileno. ¡Al profesor Paulo Freire le hubiera encantado este buen vino y esta buena mesa!.
“La casita” también me ha ofrecido en este pasar, la oportunidad de compartir conocimientos con los alumnos y alumnas de básica y secundaria en sus días de clase. Con los y las de casa es todo mas familiar, mas cercano, casi tan real como profesional. Y así fueron pasando un día y otro hasta que llegó la fiesta. Celebrábamos el aniversario de la personalidad jurídica del centro. Fue una tarde en la que las diferentes actividades del “Centro Clarita” tomaron parte, y recibieron los títulos de graduados escolares personas adultas en medio de aplausos y familiares. El folclor chileno también tuvo su insustituible presencia, y como en otras ocasiones, la música y el buen baile del grupo “Despertares” inundó aquel espacio. Reímos, cantamos y bailamos.
Y... llegó, de nuevo, el día de la vuelta. ¡Creo que nunca me despido! Aunque se que en Santiago de Chile soy extranjera, la verdad es que yo me siento en casa.
La extranjera
(A Francis de Miomandre) |
Habla con dejo de sus mares bárbaros, con no sé qué algas y no sé qué arenas; reza oración a Dios sin bulto y peso, envejecida como si muriera. En huerto nuestro que nos hizo extraño, ha puesto cactus y zarpadas hierbas. Alienta del resuelto del desierto y ha amado con pasión de que blanquea, que nunca cuenta y que si nos contase sería como el mapa de otra estrella. Vivirá entre nosotros ochenta años, pero siempre será como si llega, hablando lengua que jadea y gime y que le entienden solo bestezuelas. Y va a morirse en medio de nosotros. en una noche en la que mas padezca, con solo su destino por almohada, de una muerte callada y extranjera. |
(Antología de Gabriela Mistral. Clásicos juveniles Tacora. P. 12-13) |
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