Raul Guillermo ROSAS VON RITTERSTEIN
:: “Der Carlist” -El Carlista-, un testimonio olvidado de la Guerra de los Siete Años (II/II)
La Primera Guerra Carlista, al igual que más adelante llegaría a suceder con las que la continuarían, convocó en ambos bandos una importante afluencia de voluntarios1 de países en mayor o menor grado ajenos al conflicto dinástico español. Esta atracción reconocía un amplio arco de motivaciones diversas, desde la simpatía ideológica con alguna de las partes (es el caso especial de los “legitimistas” franceses que veían la llegada de don Carlos María Isidro al trono como un antecedente político diríamos necesario para la restauración de la dinastía borbónica en sus tierras), hasta, en el último extremo, sencillamente la necesidad de subsistir de muchos veteranos de las guerras del primer cuarto del siglo y aún de las de la Revolución a quienes, más allá de la rica experiencia militar, no les quedaban a mano otros recursos, sin olvidar por último a los numerosos aventureros profesionales atraídos sin más por el olor de la pólvora.
Heidelberg. Foto: Maitane Vierbücher |
El nombre completo de la edición original es: “El Carlista. Un cuadro de sombría coloración acerca de la Guerra Civil española, diseñado por R. M. Felder, antiguo Ayudante General español.”2
Portada de “El Carlista”. |
No es la primera vez que el autor se aventura en el mundo de la literatura, puesto que ya en 1.832 había publicado en Stuttgart otro libro, “Der Deutsche in Spanien...”8, en el cual relataba sus vivencias en ese y otros países. Tampoco es la primera vez que se dirige a España en relación con temas de orden militar, ya que en el libro que acabamos de nombrar recoge asimismo algunas de sus impresiones pasadas, cuando formara parte de las fuerzas que combatieron contra la ocupación napoleónica en la Península.
La novela en sí, que no se aparta naturalmente de los modelos literarios a la moda en la esfera cultural alemana y especialmente suaba de su tiempo, influida sin lugar a duda por las obras noveladas de reconstrucción histórica de Wilhelm Hauff9, y señalada en especial por el predominio de las imágenes románticas, resulta por momentos de difícil análisis, puesto que en el mundo de imágenes de Felder pesan los tópicos usuales acerca de la España de bandidos, contrabandistas, gitanos, disfraces, señoritas con claveles y todo ese complejo al cual tanto contribuyeran en sus tiempos los viajeros ingleses y franceses, un mundo cuyos elementos se deslizan en la realidad de los hechos y contribuyen a distorsionarla bastante, hasta el punto de llevarnos a pensar por momentos en que todo el texto es una ficción escrita en base a notas no del todo bien comprendidas por el autor10. Veremos al respecto que algo similar puede comprobarse en algunos trozos del relato mismo del viaje de Felder.
En todo caso, la novela no nos brinda información acerca del espacio vasco y sus gentes, salvo algunas menciones poco favorables acerca de los soldados navarros11, pero lo contrario ocurre cuando examinamos las otras partes en las cuales escribe el autor acerca de su propia historia, y es a ellas que dedicaremos las siguientes notas.
Cerco carlista. |
El viaje de Felder
Felder, como lo aclara en parte en el Prólogo y con mucho mayor detalle en la sección final del libro, llamada “La última peregrinación”, ingresa a España acompañado de su perro, Raska, en el otoño de 1836 luego de un largo y complicado viaje desde su país natal, con el objetivo de llegar a Madrid en donde, según le había sido prometido por funcionarios del gobierno español en Alemania y Francia, podría al fin efectivizar el cobro de una importante deuda que con él mantenía el reino en virtud de sus servicios militares anteriores, que nunca le habían sido abonados12. El mismo autor indica que a su formación alemana le resultó, pese a su larga experiencia en España especialmente extraña la aseveración del representante hispano en París, el duque de Frías, en cuanto a que su gobierno muy raramente pagaba deudas contraídas con residentes en el extranjero, sin haber visto antes con vida al derechohabiente13.
Las seis páginas introductorias de Felder coinciden en cierta forma con los análisis desencantados que muchos de entre sus homólogos llevarían al texto tras el final de la Primera Guerra Carlista.
“Cuando transpuse los límites españoles, las fronteras de aquel país al cual yo amaba como a un Eldorado, y lo hallé en un estado digno de compasión, me afectó una pena muy honda. Parecía que la piedad superior se había alejado para siempre de aquella tierra y sus gentes, y me daba la impresión de que las osamentas de los asesinados a lo largo de este siglo pagaran por los hechos criminales de sus antepasados, reuniéndose para expiación con el polvo de esas desgraciadas víctimas —no hay de hecho ningún sitio en esta Iberia, tan señorialmente provista por lo demás, que no presente la huella de pasados derramamientos de sangre—. En realidad, si las piedras de España pudieran hablar, serían testigos del crimen”.
Felder no alimenta ninguna simpatía por las aristocracias gobernantes. Este aspecto, que surge cada tanto en sus consideraciones acerca de la Guerra Carlista, en particular cuando acusa a los nobles de ambas facciones de ser los únicos causantes del desastre por su desmesurada ambición de poder, y que debe reconocer sus orígenes en la situación de la Alemania a él contemporánea, se ve con mayor claridad en el momento en que relata su viaje a través de Francia y sus experiencias en la región alsaciana a la que considera histórica y culturalmente alemana y de la cual lamenta que se haya perdido por “...las disputas y debilidades de algunos personajes importantes...”.14
Es natural que, dada su afiliación y las fuentes de su información, atribuya Felder al Pretendiente el haber avivado la llama del sangriento espíritu de persecución con su llegada a la Península, pero más allá de esto resulta interesante ver cómo clasifica a los miembros de los dos bandos. No debemos aquí dejar de tener en cuenta que el autor escribe para informar a sus compatriotas germanos y en base a un contacto personal y mediante terceros, que se desarrolló en la campaña levantina y mucho menos en la región pirenaica. Hecha esta salvedad, oigamos a Felder: “Don Carlos vio llegar a su campamento una mayoría de jóvenes y adultos de la alta y la baja nobleza, oficiales de las unidades militares de estados netamente monárquicos, gentes como Gonzaga, Mantua, Murznowsky y demás. El partido de la reina y la constitución fue el adoptado por los hombres de pensamiento liberal, los jóvenes de las ligas universitarias, etc. Ambas partes, pese a todo, se vieron decepcionadas en sus anhelos hasta el límite de la amargura. En realidad, los últimos pudieron hallar entre los cristinos personas instruidas, una menor barbarie y un mayor orden militar, pero la administración de los principales, la dilapidación de los dineros del Estado, de los salarios militares ya de por sí bastante restringidos y la más amarga necesidad eran allí mucho peores. Los primeros, por el contrario, hallaron en las fuerzas de don Carlos medios de subsistencia de toda clase15, y aún cuando debieron muchas veces ser testigos de una crueldad inhumana, pudieron tranquilizar a su consciencia repitiéndose que la muerte y el incendio eran el único método posible para allanar al Pretendiente el camino de Madrid”.16
Milicianos. |
La entrada del otoño del '36 encuentra a nuestro caminante en las cercanías de Nancy. Ya a estas alturas, escribe Felder, el carácter de la población ha cambiado, es más “francés”19. De allí se dirigirá a París para encontrarse con el duque de Frías, el cual “...pese a ser un Grande de España de primera clase, vive muy retirado y, como la mayoría de sus serios compatriotas, odia todo el lujo exagerado.”20 Felder resulta muy bien atendido por el embajador de España y su secretario, y recién en ese momento, tras una larga conversación con este último, el señor Isolarte, se entera de los recientes sucesos del país hacia el cual se dirige. Su primera impresión es retornar a Suabia, pero las seguridades brindadas por el de Frías y el personal español, en cuanto a que el viaje sería seguro, terminan por convencerlo de proseguir. Con todo, la situación impone sus precauciones, cosa que debería haber hecho más precavido al autor: “...varias cartas de recomendación que deberían allanarme el camino, debieron, por consejo del embajador, ser cuidadosamente ocultadas en mi propia persona”.21
Finalmente llega Felder a Bordeaux. En el cruce del puente sobre el Garonne halla por fin al cuerpo de voluntarios de la “Legión Extranjera Española” entre los cuales sin embargo no encuentra ningún conocido. Aquí es entonces cuando comienza a apreciar la realidad de los hechos. En un principio, los voluntarios se quejan por la falta de cuidados que reciben. Noticias que se filtran subrepticiamente desde Baiona22 y llegan a los oídos de los reclutados, señalan una situación muy favorable a los carlistas, mientras que ellos se encuentran tratados casi como prisioneros. Resultan muy dignas de atención, en especial si tenemos en cuenta en qué región se halla en el momento el viajero, las declaraciones que recibe Felder de un médico militar alemán voluntario de los cristinos: “La población de este departamento es especialmente simpatizante de la vieja dinastía Bourbon y los habitantes bien situados de Bourdeaux, al igual que su alta nobleza, pueden con toda razón ser denominados carlistas franceses. Por todo ello es que nuestro destino es muy poco brillante; también debemos considerar que nuestro cuerpo de voluntarios está integrado por muchos individuos de carácter despreciable, lo que lleva a que los franceses no tengan reparos en hacernos sentir su repulsa; es así que me gustaría mucho proseguir el viaje a España en su compañía [la de Felder].”23
Finalmente, en medio de los constantes disturbios generados por las diferencias entre los voluntarios y los pobladores de la zona, se dirigen Felder y su nuevo amigo en dirección a los Pirineos. Cuando los viajeros arriban a Dax, comienzan a deslizarse de la pluma de Felder impresiones que, ¡cómo no!, nos traen a la memoria las de tantos otros visitantes anteriores, en especial las de aquel ya más que famoso peregrino de Compostela, Aymeric Picaud: “...el límite de las arenas francesas, llamadas las Landas. ¡Quien haya visto esta inhospitalaria región, nunca podrá olvidar la impresión desagradable que despierta en cada viajero! Se trata de una llanura que no parece tener otro confín que el océano y que en su extensión iguala a tres pequeños reinos alemanes. Una muerta monotonía, interrumpida apenas por pequeños refugios, como Castets, se expande por todo el largo camino; el piso esta compuesto de arena volátil y por muchos peligrosos pantanos que cubre un traidor color verdoso, en los cuales el viajero extraviado que llegue a tomarlos por pasto, corre el riesgo de verse hundido hasta la rodilla o tal vez en profundidades mayores. No es aconsejable para nadie el apartarse del camino firme militar el cual, aunque arenoso, ofrece al caminante una base segura. No se observa ningún arroyo, menos aún sauces de sombra protectora; toda la región está desprovista de fuentes frescas y solamente charcas de sapos, con los juncos brotando desde el fondo obscuro, se presentan en cantidad, cambiando siempre de posición, como sitios de reunión para el incontable número de cercetas que vive aquí. Bosquecillos de torcidos pinos, únicos puntos dispersos en grandes distancias, refuerzan la honda melancolía de la región, que apenas si es suavizada un poco por arbustos espinosos y salvajes con hojas resecas y moho en los troncos, que crecen a los lados del camino. Aquella sonriente vegetación que se encuentra en el Adour, en Aire y Maubourguet ha desaparecido en estas estepas. La bella región de Garlin no se ve, como así tampoco a sus simpáticos habitantes. Solamente personas similares a los salvajes, se encuentran sentadas aquí o allá en una zanja, custodiando a sus magras ovejas, cuya lana tiene el mismo color sucio del piso en el cual pastan. Su llamada chaqueta está compuesta por material crudo de lana sin colorear, o si no por pieles de oveja cosidas unas a otras, con la parte de pelo hacia afuera; su pelo negro como ala de cuervo que cuelga salvaje e irregular, se halla cubierto por una gorra tejida de la misma lana cruda, y así se arrastran tres cuartas partes de su vida sin alegría, el tejer la lana áspera es su único pasatiempo, y grandes agujas de madera sus herramientas para éllo.
En medio de esta planicie sin fronteras, muy separadas unas de otras, se ubican las casas aisladas, hechas en arcilla como en la Castilla española, todas de una planta y habitación única, en las cuales las puertas sirven a la vez de ventana y salida del humo. En tales cabañas viven los ovejeros durante los largos períodos de lluvias o el invierno, bajo el mismo techo que su ganado; en tiempos más agradables, les basta con el techo del cielo azul.
Más cerca, hacia Baiona, en proximidades del Adour, cuya carrera debió haber sido distinta en otros tiempos, ya han desaparecido los extensos tramos de vegetación de sotobosque y aulagas, abriéndoles el campo a labrantíos y jardines, se observan terrenos bien cultivados, cercados de hondos fosos cuya tierra se vuelca hacia la parte exterior para obrar como dique contra las inundaciones, todo cubierto de densa vegetación espinosa, que tanto en verano como en invierno es absolutamente imposible de atravesar.
En esta región occidental de Francia, sobre el océano, se encuentra Cap Breton, pueblo antes rico y orgulloso, hoy pobre y olvidado, caído desde las alturas en virtud de una catástrofe natural de la especie más horrible. Los grandes lagos de Biscarosse y Cazaur, remanentes del viejo Adour cuyo antiguo curso era por aquí, yacen en este desierto arenoso, junto a muchos otros, todos de aguas densas que apenas si el viento alcanza a mover, en invisible comunicación con el mar y entre sí mediante canales naturales. Son ricos en peces y hoy los testigos mudos de aquel terrible huracán que abriera al océano un camino destructor a través de la barrera de dunas detrás de la cual se alzaba el despreocupado pueblo de Cazaur; bajo sus ondas reposan desde hace mucho tiempo los desgraciados habitantes.”24
1 Como lo señala Robert Felder, el autor cuyo trabajo motiva este artículo: “Muchos abandonaron el hogar patrio para atestiguar en suelo ibérico con la fuerza de los hechos en favor de quién estaba su opinión.”, “El carlista”, Introducción, p. VI.
2 En el último apartado del libro, una especie de epílogo galeato titulado “Olla potrida [sic]”, Felder, además de defenderse y enumerar una serie de críticas con respecto al campo literario alemán del momento, dice que “A mí 'Carlista de los tiempos más recientes', escrito con mucho amor en los lugares que describe, continuará más adelante, con la misma expresión descarnada y sin adornos, el 'Christino' y luego una pintura en colores claros de la vida de un 'Cazador negro' (wurtembergués) y 'El Osmán', similares representaciones fieles del pasado y la actualidad.” (Op. cit., pp. 255/6) Desconocemos si llegaron a ser redactadas y publicadas. Felder, luego de ver deshechas sus esperanzas de recibir la paga que el gobierno español le adeudaba, debió ver en la literatura de aventuras una posibilidad real de ganar algo de dinero y fama.
3 La familia noble de los von Greyerz, tal vez una rama del viejo tronco suizo de igual apellido, se encontraba presente en efecto por aquellos años en la región wurtemberguesa, si bien no hemos podido hallar datos acerca del oficial que nombra Felder. Existe, eso sí, un Ludwig Ferdinand Adolf von Greyerz suabo que debía haber superado los veinte años para la época de la que habla nuestro autor. De cualquier modo, en ese tiempo de complejos problemas políticos era un recurso bastante común el ocultar o enmascarar datos de identificación de las personas citadas en los libros, inclusive cuando se trataba de individuos de entidad absolutamente literaria, en este último caso para dar mayores visos de verosimilitud a los temas tratados.
4 “El carlista”, p. 111.
5 Tampoco Eguía escapa a las duras críticas de Felder. El comandante del Ejército del Norte carlista, a cuyo cargo renunciara en 1.836, es “el Ariel malvado de don Carlos y su causa”, en tanto que los voluntarios carlistas son los de “mala fama” (p. 55). Algo similar ocurre con El temible Cabrera, [el posterior marqués del Ter y conde de Morella, jefe de las fuerzas carlistas en el Bajo Aragón], criminal impío e inhumano con su horda salvaje”, “La ardiente sed de venganza de Cabrera, su figura de avispa con el salvaje rostro de mulato, su pecho en el cual habitaban solamente el infierno y el aguijón de la muerte...” (p. 82), un verdadero “Caníbal inhumano” (p. 121)...
6 Basilio García. Esto coincidiría con la fecha que señala Felder, puesto que dicho comandante, que integró además el cuartel real del infante don Sebastián, realizó en 1.836 algunas expediciones militares exitosas fuera del territorio carlista, aventurándose por tierras castellanas, no por Valencia sin embargo, hasta ser derrotado en Salamanca. Tres años después obtuvo un cargo en el Consejo Supremo de la Guerra y luego del Convenio de Bergara se retiró a Francia, donde moriría en 1.844.
7 Id., pp. 54/5. Como podremos ver un poco más adelante, para Felder son estas “cualidades” muy propias de los “navarros de las montañas”, como denomina a los vascos en general.
8 “Der Deutsche in Spanien oder Schicksale eines Württembergers während seines Aufenthalts in Italien, Spanien und Frankreich.” Stuttgart, 1832, 156 p. (“El alemán en España o el destino de un wurtembergués durante su estada en Italia, España y Francia.”)
9 1.802-1.827
10 Abundan los ejemplos que señalan en tal dirección. Basta citar al efecto la ubicación en la región valenciana del valle “sureño” ¡del Duero!, o trozos como: “Eran una hermosa pareja, el vigoroso barón alemán y la belleza extranjera [¡en España!] de la mujer del Sud”, o: “El desprecio a la muerte de la mujer española en toda su brillantez” (p. 164) Esta última frase en realidad indica que Felder recuerda muy bien los tópicos que fueron clásicos en la propaganda política alemana del período de la guerra contra Napoleón, en los cuales se recurría a menudo al ejemplo exagerado de lo que venía sucediendo en España.
11 Las tropas de Greyerz, por ejemplo, son una unidad de caballería de “salvajes navarros” que solamente a él respetan (p. 49).
12 A esa motivación se suman al parecer razones de orden sentimental de las que el autor prefiere silenciar mayores datos.
13 “El carlista”, p. 172.
14 “El carlista”, p. 175.
15 Aquí se equivoca y mucho el alemán. Como sabemos, el gobierno de Madrid tuvo a su disposición toda clase de medios materiales y humanos para iniciar la campaña, en tanto que el carlismo adoleció de una escasez crónica, solamente compensada por la capacidad organizativa personal de algunos -sólo algunos-, entre sus mandos medios. Como lo señala Josep Carles Clemente en “Las guerras carlistas”: “En cambio, en el bando carlista la penuria económica y de medios bélicos fue enorme. Los voluntarios, en la mayoría de los casos, aportaron sus propias armas, vestidos y calzados. Don Carlos financió varios créditos extranjeros y emitió bonos, con cuyo importe se pudo adquirir algo de armamento. Lo demás salió de las contribuciones forzosas y de las armas y equipos que arrebataban al enemigo.” (p. 98).
16 “El carlista”, pp. VI, VII.
17 En especial el período de las Guerras de Religión y la Ligue.
18 La exposición de Felder acerca de los problemas del ejército francés y su estado del momento son dignos de ser considerados por los especialistas, puesto que se trata de un anális profesional con una alta capacidad de crítica. Lamentablemente, como decíamos, no considera con el mismo nivel de atención lo que sucede en España.
19 Escribirá poco más adelante, de la región del Orleanesado, que “El viejo odio contra los alemanes, que en otros tiempos dominaba el pensamiento de los habitantes de ambas orillas del Loire, parece haber perdido su fuerza, en tanto que todavía se recuerda a los bávaros que estuvieron acantonados de esta parte del río. Pese a éllo, el que a la mayoría de los franceses de las clases inferiores no se le pueda atribuir el menor conocimiento de la geografía y la estadística, queda demostrado en que la juventud actual (puesto que sólo los guerreros de Napoleon tuvieron las ocasiones suficientes como para conocer Alemania y la mayoría de sus límites a lo largo y a lo ancho), denomina a todos los alemanes como 'prusianos', palabra que en su boca recibe un acento muy peculiar de desdén y burla. A menudo se utiliza en estas regiones durante las peleas el 'prusiano' como un insulto tan grave que jamás queda sin venganza por parte del ofendido.” (pp. 193/4)
20 “El carlista”, p. 189.
21 Id., pp. 190/1.
22 Es claro que en el origen y distribución de estas noticias desmoralizantes ha tenido parte la actividad de los agentes secretos del carlismo en el Comité de Baiona, favorecidos por aquella simpatía de la que habla el nuevo amigo de Felder, que llegaba hasta el nivel de las autoridades departamentales, como sabemos.
23 “El carlista”, p. 200.
24 “El carlista”, pp. 203/5.
:: “Der Carlist” -El Carlista-, un testimonio olvidado de la Guerra de los Siete AƱos (II/II)
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