Obra literaria de Pero López de AyalaEscuchar artículo - Artikulua entzun

Carlos MOTA PLACENCIA, EHU-UPV
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  Pero López de Ayala
Pero López de Ayala.
e conmemora en 2007 el sexto centenario de la muerte de Pero López de Ayala (nacido en 1332), señor de Ayala y Salvatierra de Álava, cronista y Canciller de Castilla, actor destacado en la historia del último tercio del siglo XIV y principios del cuatrocientos.

La actividad política de don Pero dejó huella en la duradera influencia de su linaje en la vida social y económica de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa o Toledo, entre otros lugares. Pero, sobre todo, en sus personales contribuciones a la legitimación de la dinastía Trastámara en el trono castellano o en más de treinta años de relaciones diplomáticas entre Castilla, Portugal, Francia, Inglaterra y el papado. Eso por sólo mencionar hechos de alcance mayor en un tiempo de convulsiones universales, de las que don Pero fue testigo como militar, embajador, consejero real o gobernante: la guerra de los cien años entre Francia e Inglaterra; las prolongadas secuelas de la peor epidemia de peste de la Edad Media (1348); el cisma de la Iglesia, la extensión de nuevos movimientos espirituales, el incremento de la violencia contra los judíos y otros acontecimientos que sería largo enumerar y han conformado decisivamente la imagen del medievo como época de terribles aflicciones (una imagen parcial, pero no falsa).

Ayala fue también testigo de todo eso como autor: su actividad literaria se comprende mejor en esos contextos, aunque no sólo en ellos. Ambiciosa y universal en sus temas, fundamentalmente morales, su obra es muestra de una vocación intelectual que da sus mejores frutos cuando el autor tiene ya una edad avanzada: la práctica totalidad de lo que ha pervivido puede fecharse en los veinticinco años que preceden a la muerte de don Pero, a los setenta y cinco. Aunque es posible que cultivase las letras antes de la cincuentena —particularmente la poesía—, es claro que la edad no menguó su perseverancia. Todo lo contrario.

Hay que subrayar que don Pero no fue la primera persona de su familia con inquietudes literarias. Ya su padre, Fernán Pérez de Ayala, escribió un relato genealógico, el Árbol de la casa de Ayala, que el Canciller y algunos de sus descendientes continuarían. Don Fernán fue el principal protagonista de la refundación y consolidación del señorío de Ayala. También un notable patrón de la vida espiritual y de las artes: él funda la comunidad de dominicas de Quejana, panteón familiar junto a la casa fuerte del linaje. Don Pero seguiría espléndidamente el ejemplo paterno (son muestras de ello los bellos sepulcros que hizo labrar y un extraordinario retablo gótico, hoy conservado en Chicago). A instancias de don Fernán, el futuro canciller recibió una educación de calidad poco usual entre los miembros de su estamento, y, como es lógico en la época, de matriz eclesiástica: basada principalmente en el dominio de la lengua latina, esa educación se trasluce en la obra del Canciller en concretos temas filosóficos, morales y religiosos, en selección de fuentes pero también en formas y estilos, en vocabulario y en presupuestos y orientaciones intelectuales eminentemente cultos, aunque ensayados desde hacía ya tiempo en romance: la estética, complejidad estructural y escogido lenguaje de los poetas del mester de clerecía —vigorizado por el Arcipreste de Hita—; la sobriedad o incluso frialdad de la prosa historiográfica castellana, a cuyas convenciones adopta inteligentemente.

Tumba del Canciller Pedro López de Ayala
Tumba del Canciller Pedro López de Ayala.

La obra de Pero López de Ayala que ha llegado a nosotros comprende poesía original, las crónicas de Pedro I y los primeros trastámaras (hasta la inconclusa de Enrique III, a quien Ayala sólo sobrevivió unos meses) y textos en prosa de diversa naturaleza. Estos últimos son casi todos traducciones o elaboraciones personales (florilegios, compendios...) hechas a partir de traducciones, algo común en el medievo y mucho después.

Como en tantos casos, la cárcel parece haber supuesto una experiencia decisiva para la eclosión (o al menos para el sesgo) de la vocación literaria de Ayala. Don Pero, que había sido preso de los ingleses en 1367 tras la batalla de Nájera, fue capturado de nuevo en la de Aljubarrota en 1385. Pasó entonces dos años largos en el castillo de Óbidos, a la espera del pago de un rescate al que contribuyeron los reyes de Castilla y de Francia: en esa prisión portuguesa iniciaría la traducción y reelaboración del Livro de falcoaria de Pero Menino, basada en la agregación del relato de vivencias personales de experto cazador con aves de cetrería y observador de la naturaleza más que en conocimientos ornitológicos, veterinarios o farmacológicos, que de eso trata en gran medida el original. El de Ayala se llamaría Libro de la caza de las aves y con el tiempo llegaría a ser uno de los tratados sobre esa materia en lengua castellana más difundidos.

También en Óbidos concebiría parte de su obra poética, que años después reuniría en el llamado Rimado de palacio, un libro misceláneo pero estructurado, que encuadra en estrofas de cuaderna vía un examen de conciencia y confesión dispuestos con arreglo a los manuales que preparaban para el sacramento, un buen número de composiciones de tema moral y religioso, un tratado político o regimiento de príncipes y una aguda sátira, conocida como los fechos de palacio, donde don Pero exhibe sus dotes narrativas y para la representación vivaz de ciertas miserias de la vida cotidiana de la corte y aledaños y de distintos estamentos sociales, encumbrados y marginales. El libro culmina con una meditación sobre el Libro de Job inspirada por el extenso comentario de ese libro bíblico escrito por el Papa Gregorio VII (Moralia in Job, obra que Ayala tradujo y extractó en diversas obras).

El Canciller difundió parcialmente en vida este Rimado de palacio, pero sabemos que trabajó en él hasta sus últimos años. Ha venido así a constituir una muestra de su sentido de la dignidad de la poesía (basta para constatarlo que siguiera cultivándola en su ancianidad), una especie de testamento poético y un compendio de la severa, inteligente y a ratos humorística visión del mundo que fue elaborando. También es hoy, sin duda, su obra más conocida. Y sin embargo, fue probablemente la más olvidada entre el siglo XVI y fines del XVIII.

En cuanto a las crónicas, Ayala es, como ya se ha apuntado, un prosista sobrio y detallista, bien documentado casi siempre. Inevitablemente parcial, y aunque no sea en sentido estricto lo que años después se llamará un cronista oficial, no escribe tanto motu proprio como al servicio de una corona refundada tras una guerra civil. Sin embargo, procura evitar los entusiasmos y el servilismo. Lo cierto es que en su Crónica del Rey don Pedro y del Rey don Enrique, su hermano, la primera que escribió, tuvo que resolver un problema difícil: legitimar el derrocamiento de un soberano considerado tiránico —Pedro I— por su medio hermano Enrique II de Trastámara, apoyado nada desinteresadamente por buena parte de la nobleza. La coexistencia de dos monarcas en un mismo reino era y es para la teoría política un imposible, y esa coexistencia se dio en Castilla entre 1366 y 1369. En esos años Ayala abandonó a don Pedro y se sumó a las huestes del Trastámara. Pero su relato es una legitimación de la conflictiva sucesión como si se tratara de dos fases del legado de Alfonso XI, el padre de Pedro y de Enrique, no una justificación de su personal cambio de bandera: siguiendo en esto las convenciones del género cronístico, Ayala tiende más bien a borrarse del relato, incluso cuando narra hechos que presenció directamente. Por lo demás, esta crónica tuvo dos redacciones sutil pero no muy profundamente distintas. Menos problemáticas —aunque no menos sombrías— resultan las crónicas siguientes, referidas a los reinados de Juan I y Enrique III, en que se dio una artificiosa solución al conflicto dinástico con el matrimonio de Enrique III (nieto de Enrique II) con Catalina de Lancaster (nieta de Pedro I).

Las crónicas ayalinas han sido referencia indispensable para cronistas y genealogistas. También han tenido numerosos lectores no estrictamente dedicados a la historiografía: se difundieron mucho en forma manuscrita entre los siglos XV a XVII (e impresa, ya desde 1495).

Como magnate y cronista del reino, persona muy viajera y ocupada hasta su ancianidad, don Pero tuvo sin duda a su servicio secretarios y amanuenses: la redacción de las crónicas fue siempre un trabajo vinculado con la cancillería del reino, con los documentos depositados en ella y los funcionarios que los manejaban. Nunca fue, por tanto, labor puramente individual, y ello podría explicar hasta cierto punto las magnitudes de la tardía producción de Ayala. Es en particular verosímil que algunas traducciones de especial dificultad o volumen que se le atribuyen sin muchas dudas (así los Moralia in Job, las Décadas de Tito Livio, la Caýda de príncipes de Boccaccio) fueran más bien promovidas o supervisadas por el Canciller que producto exclusivo de su pluma. Determinar su intervención en ellas con exactitud es tarea difícil o imposible, sin embargo. Y a tenor de la influencia que algunas tuvieron en sus obras más personales (como los Moralia en el Rimado), cuesta creer que tal intervención fuera superficial o se limitara a la selección de títulos o pasajes, siempre significativa per se: Ayala participaría así de una forma de patronazgo-autoría que también habían practicado -por ejemplo, y salvadas todas las distancias- Alfonso el Sabio. Sea como fuere, las traducciones ayalinas surtieron a los laicos aficionados a las lecturas serias (con frecuencia, traducciones) que empezarían a proliferar después de los años veinte del siglo XV, y la vigencia de sus versiones de las Décadas del historiador romano Tito Livio (a partir de la traslación francesa de Pierre Bersuire, pero sin ignorar el texto latino de Ab urbe condita) o de una obra latina tardía de Boccaccio como el De casibus (Caýda de príncipes) se documentan hasta muy avanzado el siglo XVI. Ayala fue así reconocido como precursor entre los miembros de su clase, y en cierto modo, como educador de la misma.

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