Francisco de Madina. Sacerdote y músico vascoEscuchar artículo - Artikulua entzun

José Antonio AZPIAZU
Itzulpena euskaraz

“Aita Gurea”, compendio de una personalidad

Si existe una obra que sirve para identificar a Francisco de Madina es el “Aita Gurea”. Esta plegaria ha quedado asociada a la figura del músico oñatiarra del mismo modo que “Noche de paz” permanecerá por siempre vinculado a Franz Gruber. Algunas piezas musicales nacen tocadas por un halo de gracia, envueltas en un embrujo del que resulta imposible sustraerse. Quien lo escucha por primera vez, no importa el idioma en el que se cante, queda subyugado por un mensaje sonoro que trasciende el mero soporte de las palabras. La melodía se vuelve imperceptiblemente súplica, y nos conduce más allá del texto, a una esfera donde sólo en contadas ocasiones el arte es capaz de arrebatarnos.

Pero no se trata sólo de una sensación captada por el sentir popular. Los propios críticos musicales se han sentido subyugados ante su grandiosa simplicidad, la “solemnidad religiosa e imponente en su sencillez”, o lo expuesto por el crítico musical Francisco Esnaola cuando escribía sobre el “Aita Gurea” en 1980, casi una década después del fallecimiento de Madina: “una inspirada página de sonoridades grandiosas, de concepción majestuosa que causa la impresión de una verdadera plegaria espiritual”. Músicos como José María González Bastida no tenían empacho en confesar la emoción que les producía escuchar esta plegaria.

De Oñati a Argentina pasando por Burgos

Conocemos poco de los primeros años de Madina. Las noticias son muy escasas incluso de todo el período que precede a su marcha a la Argentina. Nacido el 29 de enero de 1907 en el caserío Txipitxaile de Zubillaga, en Oñati, sus padres, dedicados a la labranza, fueron Juan Cruz y Rufina.

A principios del siglo XX, las alternativas para el hijo de un campesino de Oñati eran muy limitadas. Un detalle familiar nos ofrece una clara referencia a la temprana vocación musical del futuro gran compositor. El joven Patxi consiguió que su padre le regalara un piano, que le resultó un instrumento precioso que le acompañó toda su vida.

Pocas noticias disponemos de su vida de estudiante, pero es de presumir que su vivo ingenio le daría tiempo y ocasión para los estudios musicales, aprender a tocar el piano y el órgano, instrumentos que habían de revelarse fundamentales tanto para su labor pastoral como para la musical. Su amplia cultura y curiosidad por diferentes disciplinas nos sugieren una adolescencia y juventud plagada de lecturas paralelas a las de humanidades, filosofía y teología.

Disco de José María Beobide  
Disco de José María Beobide.
Más conocida es su estancia en Burgos, donde los seminaristas se trasladaban para estudiar teología. Allí tomó contacto con el zumayarra y gran músico vasco José María Beobide, organista y compositor, quien quedó sorprendido por la facilidad con que asimilaba Madina cualquier técnica y los secretos de la composición musical. Otro maestro fue Antonio José, una firme promesa de la música burgalesa y gran pedagogo musical, fusilado en la guerra civil por los franquistas. Ambos ayudaron a desarrollar sus innatas dotes para la música, poniendo a su disposición los oportunos instrumentos teóricos.

Muy joven todavía, a la edad de veintiún años, colabora con el canónigo regular Fernando Urkia, fino músico e infatigable trabajador, que más tarde llegaría a ser general de la orden, en la obra “Illargi bete”. Urkia, al que Madina reconoció como su primer maestro musical, escribe la letra, y el joven teólogo compone la música. Se presentan al concurso “Euskeraren adiskideak”, de Iruña, y ganan el premio. Corría el año 1928. Al año siguiente canta la primera misa. En 1932 es destinado a Salta, como profesor del Colegio Belgrano, uno de los más afamados centros de enseñanza del norte argentino.

Entre Salta y Buenos Aires transcurrió una fundamental etapa de la vida de Madina. Durante casi un cuarto de siglo, a lo largo del cual logró identificarse con Argentina, maduró como hombre y compositor, y realizó una enorme labor pedagógica y musical. Años más tarde los argentinos, sobre todo los de raigambre vasca, confesarían que con él les había llegado un auténtico regalo. De hecho, una antología de músicos argentinos no duda en incluir a Madina en la nómina de grandes compositores argentinos.

Salta y su colegio absorbieron buena parte de sus energías durante la primera etapa andina. Pero también allí dejó la marca de su talento musical. En 1934 obtiene el primer premio del concurso al Himno Eucarístico Diocesano de Salta. Sus contactos con Euskalerria le advierten que se abre un concurso, en la Diócesis de Gasteiz, para premiar al mejor himno oficial mariano del Congreso Mariano a celebrarse casualmente en Oñati en julio de 1936. Se presenta al concurso y lo gana.

El año 1939, siendo Madina todavía muy joven, compone una misa que rezuma simbolismo, debido al momento en el que se compone y por el hondo mensaje que representa. Me atrevo a decir que en el título “Pro Fide et Patria” se perfila una declaración de principios que marca la trayectoria personal y musical del compositor oñatiarra. Aunque hacía siete años que residía en Argentina y no fuera por tanto testigo directo de la fatídica guerra civil española, su fina sensibilidad de vasco y sacerdote debió quedar tocada por la tragedia que vio llegar a Argentina en forma de oleadas de exiliados que traían marcados en sus rostros el sello de la derrota y de la desesperanza.

El Coro Polífónico de Salta se funda el diez de noviembre de 1948, fruto de las inquietudes de un grupo de personas ávidas de cultura musical. Los canónigos regulares oñatiarras Francisco de Madina y Rafael Anduaga se muestran a la cabeza de la iniciativa, que durante más de medio siglo de trayectoria ha realizado alrededor de 2.500 actuaciones que lo mismo se realizan lo mismo para la televisión y la radio como para gente menos afortunada, residentes en casas del jubilado y hogares de niños huérfanos, recluidos de prisiones, etc. Su repertorio ha abarcado una amplia nómina de autores que van desde Victoria hasta Bruckner, desde Villalobos hasta Piazzola y, por supuesto, Madina.

El “Saski-Naski” y la explosión artística de Madina

El año 1946 la presencia artística vasca en Buenos Aires da un salto cualitativo: se funda “Saski-Naski”. El principal impulsor y director del grupo, Luis Mujika, fue el encargado de presentar el ideario del grupo:

“Esta criatura nuestra, escribe, cuyos primeros balbuceos nos disponemos a ofreceros, ha sido amamantada con nuestra unción de vascos que, a despecho del tiempo y de la distancia, hemos querido seguir impregnando nuestro amor filial con la humedad verde de las lejanas montañas de nuestra Madre Euzkadi. “Saski Naski” pretende pues, facilitar vuestro conocimiento de nuestro país; vehículo previo de la simpatía primera y del afecto posterior. Como es un “cesto revuelto”, (que eso significa “Saski Naski”) hemos yuxtapuesto canciones y bailes populares enmarcados en sobrias escenificaciones”

Así de revolucionarios y peligrosos eran los ideales del grupo, que ya había tenido un precedente homónimo, anulado por la guerra, en Donostia. Mujika menciona que llevar adelante el proyecto fue posible “gracias a eficacísimas colaboraciones”, entre las que destaca la de Madina, quien “ha efectuado la orquestación, las armonizaciones y arreglos musicales de todas las estampas y nos ha hecho, además, el presente de tres partituras originales”.

  Luis Mallea
Luis Mallea.
Luis Mallea, cofrade y profundo conocedor de Madina, durante años director del prestigioso coro Lagun Onak, relata en unas cuartillas escritas en ocasión del 25 aniversario de la muerte del compositor su vinculación con el grupo Saski Naski, que era un grupo de ballet, según indica, que actuaba en los mejores teatros de Buenos Aires como Avenida, Alvear, Cómico, etc., haciendo las delicias del público vasco-argentino y llegando a llamar poderosamente la atención del público local y de la crítica especializada. Relata Mallea que:

“El Padre Madina era el alma de estas exhibiciones, con la asesoría del bien dotado y meritorio Mujika. Madina componía sobre la guía del libretista Mujika, arreglaba motivos populares o creaba otros propios”.

El reconocimiento en Argentina y en Euskalerria

Con ocasión de su viaje a Oñati en primavera del año 1950 se organizó en esta villa un gran concierto. En fecha tan señalada como la de San Ignacio, 31 de julio, se programó en la parroquia de San Miguel un “Concierto de canto y órgano”, a cargo de la Schola Cantorum Sancta Caecilia, dirigida por Julián Celaya, actuando al órgano el propio Madina, quien interpretó obras propias como Sonata y Fantasía, además de otras de Jarnefeld y L. Vierne. Para finalizar el concierto actuaron en conjunto órgano y coral interpretando los últimos coros del El Mesías de Handel. Aprovechando su presencia, al Ayuntamiento pidió al ilustre hijo de la localidad una obra basada en motivos folclóricos locales. Madina se puso a trabajar y fruto de su inspiración presentó en otoño de ese año la rapsodia que denominó “Oñati”.

En 1956, con ocasión de resultar Año Jubilar, se celebró un certamen musical, fallando el jurado el primer premio a favor de Francisco Escudero, y otorgó una “mención honorífica” a la obra de Madina “Arantzazu”. A partir de estas fechas, el músico oñatiarra adquiere una persistente presencia en la prensa y crítica musical vasca, sobre todo a raíz del éxito alcanzado por su obras en Norteamérica. en 1962, con ocasión del “II Festival Coral de Guipúzcoa” celebrado en Oñati, las obras del oñatiarra se intercalan entre las que interpretan a Beethoven y músicos vascos tan consagrados como Guridi.

Nicanor Zabaleta  
Nicanor Zabaleta Zala.
En 1964 Zeruko Argia le dedica una extensa crónica, y en 1971 María Jesús Caballero escribe un amplio artículo que titula “El P. Madina: Un músico vasco de fama mundial”. La periodista reconoce el poco conocimiento que sobre él se tiene en Euskalerria: “No suele ser frecuente que un compositor llegue a la fama sin saberse de su carrera y triunfos que ésta haya podido proporcionarle; por ello es más notable el caso del Padre Madina”. A través de la entrevista se descubre su vinculación con grandes intérpretes para los que había compuesto: Nicanor Zabaleta, Teresa Berganza, José Iturbi, Cuarteto de Budapest, Los Romero, etc. Descubre a la periodista que, a través de su programa radiofónico “La Voz de América”, él había ido entrevistando a los más importantes artistas e intérpretes españoles que pasaban por Nueva York.

Pero no fue menor, ni mucho menos, el reconocimiento tributado por Argentina a la gran labor de Madina en relación a la música andina y bonaerense. Este reconocimiento público le sobrevino, en un elevado grado, tras abandonar esa tierra, en 1955, con destino a Nueva York. Precisamente la ópera “La flor de durazno” se estrenó en 1957. Es indudable que su obra musical había calado hondamente en los medios musicales bonaerenses para que éstos aceptaran la apuesta de estrenar esta ópera ambientada en Argentina y basada en la novela homónima de Hugo Wast. Para ello tuvieron que recurrir a las más altas autoridades, entre las que destaca la ministra de educación Elena A. Zara, quien apoyó el proyecto, costosísimo por tratarse del montaje de una ópera, debido a “la índole eminentemente argentina” de dicha obra.

Pero “Flor de Durazno” pasó, antes que por la aprobación de la ministra, por los ojos críticos de una tupida red de expertos como el director artístico, el director general de Cultura, el director del teatro argentino y varios compositores. La calidad de la obra debía valerse por sí misma, porque no era Madina de los que hacía pasillos o antesalas para obtener sus propósitos. Y menos en aquellas circunstancias, pues hacía dos años que se hallaba en Estados Unidos. Una vez de conseguir la luz verde, se puso en movimiento el complicadísimo dispositivo que acompaña al montaje de una ópera, en total unas quinientas personas que van desde los directores artísticos y primeras figuras hasta los encargados de la guardarropía, la escenografía, etc. El maestro Rainaldo Zamboni, director de orquesta, expresó su sentimiento ante el estreno: “Me siento muy satisfecho de que el teatro Argentino estrene una ópera nacional de tan bellas proporciones y rico sentido musical”, expresaba ante la inminencia de la representación. “Estoy seguro del éxito y de la resonancia que esta ópera argentina tendrá en el público”.

Este era sin duda un gran homenaje a un músico y artista vasco que había captado con tanta sensibilidad el alma argentina. Pero “Flor de Durazno” no fue la única obra de carácter argentino de envergadura que mereció el aplauso de esta tierra que acogió a Madina durante dos décadas. El oratorio “La cadena de oro”, inspirado en una leyenda de Catamarca y vinculado a la devoción regional a la Virgen del Valle, fue dirigido por el maestro Albert Wolf. Con ocasión de esta representación el periodista Sebastián del Cerro dedicó a Madina un amplio y elogioso artículo que sonaba a despedida, puesto que eran los momentos en los que el músico preparaba su equipaje para trasladarse a Nueva York. Otras obras de inspiración no argentina, sino vasca, fueron estrenadas nada menos que en el Sancta Sactorum del espectáculo en Buenos Aires, el Teatro Colón, como sucedió en la suite vasca “Orreaga” (basada en la histórica derrota de Carlomagno en Roncesvalles). Esta obra se estrenó el siete de noviembre de 1954 por la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Buenos Aires, bajo la batuta del gran director Ferruccio Calusio, y mereció los honores de ser programada junto con otras de Haydn, Lamuraglia y Beethoven.

Un salto cualitativo: la prolífica etapa norteamericana

Nueva York, con cuyo ambiente se identificó estrechamente Madina, se le abrió como una espléndida oportunidad. Sus amigos relatan que congenió inmediatamente con el carácter newyorkino, y hasta le atribuían un humor muy inglés. Pero esto no debe interpretarse como ocasión para dedicarse exclusivamente a la música. Sobre todo en sus inicios tuvo que trabajar duro para abrirse un hueco, hasta hallar acomodo en la vida pastoral. Una vez establecido, el trabajo parroquial le llevaba un tiempo que quienes conocían sus talentos consideraban una pérdida de tiempo. Los que esperaban que promocionara su música casi se lo echaban en cara, diciéndole que pasaba demasiado tiempo tocando el órgano en funciones eclesiásticas.

Estas invectivas, llenas de la mejor intención, respondían a las expectativas de quienes consideraban que la ocasión y el escenario eran inmejorables, puesto que por Nueva York pasaba lo más granado de la música mundial. Incluso los más brillantes artistas españoles tenían a Madina como referencia, y tuvieron ocasión de contactar con el músico vasco a raíz de que éste dirigía una emisión radiofónica de gran difusión, “La voz de América”. Madina y los artistas que llegaban a New York se necesitaban mutuamente, y allí conoció el músico oñatiarra a las más ilustres figuras de ópera de procedencia española. Al disponer de un programa de radio de gran repercusión en el mundo de la música, los que allí llegaban no podían perder la oportunidad de establecer contactos con el cada vez más conocido músico vasco.

El año 1964 se celebró un concierto dedicado exclusivamente a obras de Madina de la más variada procedencia, pues se mezclaron trabajos de inspiración vasca, argentina y norteamericana. La celebración del concierto coincidió con la Feria Internacional de Muestras que se celebró en Nueva York, y aprovechando esta oportunidad acudieron al concierto el alcalde de Oñati y Dionisio Madina, tío del músico. En el Town Hall, sala de conciertos de gran renombre, se programó una actuación dividida en dos partes. La primera se iniciaba con la versión inglesa del “Aita Gurea” (The Lord’s Prayer), según el propio Madina, su obra más interpretada en Estados Unidos, actuando como solista Marisa del Pozo. Con esta misma solista, acto seguido se interpretó “In memoriam of President Kennedy”, a continuación “La cadena de oro” y “Orreaga”. En la segunda parte se interpretaron tres canciones españolas, seguidas por “Endecha” y el “Salmo Ecuménico”, todo bajo la dirección del argentino Gerardo Levy. Las comunidades parroquiales en las que estaban ya incrustados Madina y sus cofrades contribuyeron de modo decisivo en el aparato propagandístico del acontecimiento. Se trataba pues de un éxito compartido, que obedecía a un esfuerzo en el que todos los miembros de la comunidad habían colaborado y de cuyo triunfo todos disfrutaron como si fuera suyo.

Nicanor Zabaleta pasea por el mundo el nombre de Madina

Una composición que Madina dedicó a su amigo Nicanor Zabaleta se convirtió en pieza obligada en el repertorio del gran arpista donostiarra. Ambos músicos se conocieron en Argentina, y de aquel contacto surgió un mágico maridaje artístico cuyo símbolo más preclaro fue la famosa “Sonata Vasca”, que compuso en 1947, durante su estancia en Salta. Esta obra, que fue estrenada por Nicanor Zabaleta en el Town Hall de Nueva York, hacía sentirse orgulloso a Madina, que la transcribió también para piano. Cinco años después de que el compositor oñatiarra llegara a Nueva York, Zabaleta volvía a incluir esta obra maestra en un concierto celebrado en el Carnegie Hall newyorkino, compartiendo protagonismo con obras de Bach y Beethoven.

Nicanor Zabaleta Zala
Nicanor Zabaleta Zala en Chile, 1945.

Durante más de tres décadas, Zabaleta abrió frecuentemente las segundas partes de sus conciertos con aquella pieza convertida en artístico ejercicio, en juego entre instrumental y mágico, en símbolo musical vinculado ya a la historia contemporánea del arpa. En el Teatro De La Comedia de Madrid, el seis de diciembre de 1960 la segunda parte del concierto se iniciaba con el Allegro, seguido del Minuett y finalizado por la Tocatta que componían los tres movimientos de la “Sonata Vasca”, que expresamente se hacía constar en el programa de mano como pieza dedicada por Madina al intérprete.

Los Romero, propagandistas de un músico universal

Si el caso de Nicanor Zabaleta interpretando obras de Madina fue fundamental para dar a conocer al compositor oñatiarra, no lo fue menos la relación que se estableció entre éste y los mundialmente conocidos guitarristas “Los Romero”. Cuando se estableció el primer contacto entre ellos, el cuarteto era ya un grupo consagrado que había establecido su residencia en Estados Unidos.

El 23 de julio de 1970 se produjo un acontecimiento que marcaría la carrera de Madina. En el “San Francisco Civic Auditorium” californiano se estrena dicho concierto, que produce un impacto que desborda todas las previsiones, a pesar de apoyarse en la reconocida garantía de Los Romero. El estilo americano, la profesionalidad que acompañó a la presentación y promoción, la cuidada propaganda que precedió a su celebración no fueron ajenos al sonoro éxito. Por añadidura, a los ya célebres guitarristas les acompañaba la Orquesta Sinfónica de San Francisco, dirigida por Arthur Fiedler. El auditórium, con capacidad para siete mil personas, se llenó. Los periódicos se hicieron eco del “World Premiere of ‘The Concierto Vasco’” o primicia musical. Naturalmente, la primera referencia corresponde en la crítica a Los Romero, a los que se denomina “familia real de la guitarra”, y que consiguieron con el concierto un éxito fulgurante. Pero acto seguido desvían su atención hacia la obra y su autor. Califican de brillante la obra, a la que no dudan en otorgar un claro sabor folclórico vasco. Según la crítica, los intérpretes supieron identificarse con la hermosa obra de Madina, “rodeada de un contagioso sabor vasco”.

Una vez fallecido Madina en 1972, son Los Romero los encargados de vigilar por la pervivencia de su obra. A los pocos meses de su muerte se hacen acompañar por la New Jersey Symphony Orchestra, y en la ocasión se habla de la importante aportación de compositores como Rodrigo, Bondon, Dodgson y Arnold, quienes componen conciertos para guitarra y orquesta. La aportación más conocida de Madina a este movimiento es su “Concierto Vasco”, pero sus amigos guitarristas incluyen en su repertorio el “Concierto Flamenco”.

El trece de febrero de 1974 “The Florida Times-Union” hace una valoración del “Concierto Vasco” interpretado por Los Romero: “El Concierto Vasco, compuesto especialmente para ellos por el Padre Madina, un sacerdote-compositor y reconocida autoridad de la importante música del País Vasco, en el Oeste de los Pirineos, que guarda celosamente su rica herencia cultural. El concierto se desarrolló con un sostenido aplauso de una audiencia entusiasta, y obligó a los artistas a dos bises”.

Sirva, como colofón a esta particular devoción que los Romero profesaron a la persona y música de Francisco de Madina, una frase de la carta que Pepe escribió, en octubre de 1990, a Juan Oleaga, sobrino del músico, con ocasión de enviarle las partituras del Concierto Vasco: “Yo sigo siendo un tremendo admirador de tu tío, y espero que algún día el mundo se dé cuenta y reconozca lo grande que fue”.

Los grandes conciertos en Euskalerria

Es la época en la que los temas musicados enlazan con el folklore vasco, las leyendas locales, los temas religiosos de raigambre popular como los relacionados con Arantzazu. El año 1957 resulta mágico porque consigue movilizar a grandes sectores del pueblo, y las reacciones resultan esclarecedoras porque demuestran que la música de Madina consigue suscitar la emoción. El artista oñatiarra se mostró sumamente hábil en captar los sentimientos, que no la sensiblería, de sus paisanos, y sus obras ahondaron con arte y emoción en la fibra musical que el pueblo vasco siempre ha tenido a flor de piel.

Un artículo publicado el 28 de setiembre de este año por José María Donosti, el conocido cronista de Donostia, hace un recorrido a “La Villa Señorial por excelencia”, que no es otra que Oñati, con ocasión del “gran acontecimiento musical: Aránzazu”. El periodista recuerda el concierto-homenaje que le dedicó, siete años antes, el Ayuntamiento y pueblo de Oñati, con la representación de la Rapsodia “Oñati” en el patio de la Universidad y dirigido por el propio compositor.

El poema sinfónico-coral “Aránzazu”, señala el cronista, “es de mayores vuelos”, y explica que se trata de un tríptico dividido en doce cantos, para coro y orquesta, inspirada en su conjunto en la leyenda de la aparición de la Virgen. La primera parte dibuja el ambiente pastoril del escenario donde se suceden los acontecimientos, seguidos de una segunda más belicosa y sombría basada en las luchas de bandos, para acabar con una tercera parte directamente dedicada al tema mariano de la aparición. Donosti contactó con Madina y oyó, interpretados al órgano, algunas pasadizos de la obra, de lo que concluyó que “los temas pastoriles de su parte inicial me cautivaron extraordinariamente por su frescura, sencillez e inspiración”. Al término del artículo, Donosti dedica su particular homenaje al compositor y a su patria chica. Comentando con un crítico musical donostiarra el acierto de la programación del “Requiem” de Verdi por el pueblo de Bergara, comentaban que sería difícil encontrar otro pueblo que fuera capaz de organizar un concierto de semejante calidad. Existe ese “raro pueblo” capaz de competir con Bergara, y es el que estrenará “una composición de inspiración y enjundia genuinamente vascas, y de autor igualmente vascongado. Ese pueblo es Oñate; esa obra es ‘Aranzazu’, y ese autor es Madina”.

Treinta de noviembre de 1958, domingo, a las 11:45, Gran Concierto Extraordinario en el Victoria Eugenia donostiarra, patrocinado por el Ayuntamiento de San Sebastián, con obras de Francisco Madina. Colaboran los coros Schola Cantorum “Santa Cecilia”, de Oñati, “Stella Maris” de Donostia, y la Orquesta Sinfónica del Conservatorio de la ciudad, bajo la dirección de José M. González Bastida. El programa lo completan Orreaga, Seaska Utsa, Aita Gurea, Illeta, y Arantzazu.

¿Resultado? A nivel de público, la prensa recoge que varios centenares de aficionados se quedaron sin poder entrar al concierto por falta de entradas. “El Diario Vasco” del dos de diciembre, en crónica de Tristán de Easo, habla de la bellísima arquitectura y elegancia sonora de la obra, capaz de llegar a las emociones del pueblo, para el que la obra fue escrita. Aunque abundan los elogios sobre cada una de las obras, destaca la referente al “Aita Gurea”, su carácter evocador de emotiva plegaria colectiva, lejos de todo efectismo. Cuando aborda el poema “Arantzazu” destaca que “estamos ante una página de gran expresión”, con cuadros que encierran una gran belleza. El público que tuvo la suerte de acudir el concierto acogió “con entusiastas aplausos para los intérpretes y autor Padre Madina, que tuvo que salir al escenario para recoger el homenaje del público”. El articulista concluye diciendo que el público salió muy complacido del concierto, en el que se gozó de la oportunidad para conocer y aplaudir “meritísimas obras” de Madina. Con escasas variaciones en el programa, y con igual éxito, el concierto se repitió en el Teatro Arriaga de Bilbao el 22 de febrero de 1959. Volvió a dirigir González Bastida, esta vez apoyado en la sinfónica de Bilbao.

La música para “otxotes”, otro símbolo de la implicación popular de Madina

La música de Madina alcanzó casi todos los registros, que van desde las orquestaciones más sofisticadas hasta las melodías corales más populares. El artista era capaz de responder a las más exigentes corrientes artísticas y atender a las demandas del pueblo, más solícito a responder a melodías más a nivel sencillo y tradicional. Ahora bien, incluso en las facetas en las que no descuidó las tendencias más en boga, elevó el listón de exigencia artística, dando a canciones sencillas y melodías conocidas un aire modernista, escapando de lo fácil y mejorando la armonización y calidad de las piezas destinadas a concursos y festejos populares que se pusieron muy de moda a partir de los años sesenta. Hablo, naturalmente, de los otrora famosos “otxotes”, que constituyeron un movimiento de gran aceptación popular en la que, a través del arte del canto, competían los grupos de distintas localidades.

Madina colaboró a elevar el nivel de las canciones destinadas a este tipo de competiciones y exhibiciones, contribuyendo a ampliar la música coral con canciones que se hicieron imprescindibles en aquel mundo, y que los grupos aceptaron como fundamentales dentro del acervo musical que tanta aceptación popular tuvo a lo largo de un cuarto de siglo. Como no podía ser menos, Oñati y su otxote colaboraron no sólo con la calidad de sus interpretaciones, consiguiendo ser campeones de Euskadi en varias ocasiones, sino consiguiendo que su insigne conciudadano les compusiese multitud de canciones que contribuyeron a considerar a Madina un nombre insustituible en aquellas competiciones, pues todas las agrupaciones recurrían a sus composiciones.

Resumen de la “Biografía de Aita Madina” por José Antonio Azpiazu.

Zure iritzia / Su opinión
euskonews@euskonews.com
Búsqueda

Búsqueda avanzada

¡Participa!
 

¿Quiere colaborar con Euskonews? Envíe sus propuestas de artículos

Artetsu Saria 2005
 
Eusko Ikaskuntza

Arbaso Elkarteak Eusko Ikaskuntzari 2005eko Artetsu sarietako bat eman dio Euskonewseko Artisautza atalarengatik

Buber Saria 2003
 
Euskonews & Media

On line komunikabide onenari Buber Saria 2003

Argia Saria 1999
 
Euskonews & Media

Astekari elektronikoari Merezimenduzko Saria

GAIAK
 Aurreko Aleetan
Bilatu Euskonewsen
2007 / 05 / 18-25