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Xipri ARBELBIDE
Traducción: BELAXE. ITZULPEN ZERBITZUA
Jatorrizko bertsioa euskaraz

Nos recuerdan una y otra vez los daños que le estamos causando al planeta. ¿En serio? Nuestra economía debe crecer a un ritmo del 2% anual para mantenerse, de lo contrario sobreviene la crisis y aumenta el paro. Pero, ¿hasta dónde podemos crecer? Los bienes de este planeta son limitados, tal y como se evidencia en el caso del petróleo.

El desarrollo tiene un límite. Y lo hemos sobrepasado. Para que todos los hombres tuvieran un nivel de vida similar al nuestro necesitaríamos dos planetas. ¡Y no hay más que uno! Para lograrlo, en Occidente sería necesario retroceder, pero, ¿quién estaría dispuesto a eso?

Nuestro crecimiento está sustentado en los países pobres. En Euskal Herria no existe ya paro. Si embargo, queremos seguir desarrollando nuestra economía y creando nuevos puestos de trabajo. Pero, ¿para quién? No para nuestros hijos: actualmente hay más defunciones que nacimientos. Por tanto, los inmigrantes son necesarios para nuestro bienestar.

Ser inmigrante es la mayor injusticia del mundo. Fijaros en los que vienen del África negra. Mientras tengan un coste para la sociedad, sus pobres padres se hacen cargo de ellos, pero en el momento en el que devienen rentables, somos nosotros, los ricos, los que nos valemos de ellos. Es como si los elgoibarreses fabricaran máquinas-herramientas para regalarlas. Eso no puede seguir así.

No aceptamos las deslocalizaciones. Parece que ya hemos olvidado que Michelin, Mercedes y algunas otras empresas son deslocalizaciones que se en su momento nos favorecieron. ¿Por qué hay que aceptar las que nos favorecen pero no las que favorecen a otros?

Cuando yo era joven, el lema en Iparralde era ‘el trabajo en el pueblo’, ya que los jóvenes de entonces emigraban a América o a París. ¿Por qué no pueden decir ‘el trabajo en el pueblo’ los negros que se ahogan entre África y Canarias? ¿Por qué se pueden deslocalizar las personas pero no las empresas?

Es la propia sociedad la que se está destruyendo: en los países ricos no se da más que la mitad de los nacimientos necesarios para compensar las defunciones. Vivimos gracias a la inmigración. ¿Por qué nadie lo reconoce claramente?

¿Puede detenerse ese desarrollo mortal? De las misma manera que hace varios siglos talaron el último árbol de la Isla de Pascua a sabiendas de que era el último que quedaba, lo que está ocurriendo con la anchoa nos demuestra que nosotros tampoco tendremos piedad hasta que no acabemos con la tierra y el hombre.

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2007 / 09-21 / 09-28