Martha
GONZÁLEZ ZALDUA
Leticia MALDONADO ARRUTI
Itzulpena euskaraz
En un artículo anterior hablábamos acerca del uso de las palabras. Hoy lo hacemos sobre el uso de los valores. De aquellos valores que pasaron de generación en generación como un tesoro a conservar, un ejercicio a practicar, una actitud a defender.
A los que vinieron, las contradicciones de un mundo nuevo no les hicieron flaquear, por el contrario, sobre las viejas leyes y costumbres construyeron sus familias, sus casas y en ocasiones hasta sus pueblos. Dejaron las nostalgias en el barco que los traía y miraron hacia adelante .
Toda América y muy especialmente nuestro país –Argentina–, recibió esta carga de gentes esperanzadas, portadoras de una lengua casi incomprensible, una manera de pensar lógica y un empecinamiento en la prosecución de sus objetivos.
Los distinguían la franqueza en el decir, la dignidad en el obrar, la sencillez en el vivir por aquello de que “el vasco no ostenta” y un celoso cumplimiento de la palabra empeñada.
Se llamó entonces terquedad a ese deseo de continuar hasta el fin lo que se había emprendido, ingenuidad a cerrar tratos sólo con el compromiso de la palabra empeñada, simplicidad a conocer los propios límites y no ir más allá de lo posible.
En fin, términos con que la sociedad de los hombres califica lo que desconoce o le cuesta comprender.
Atrás quedaron en la consideración de estas modernas sociedades los principios que nos vienen de ancestros que no conocimos. Como algo que debe suprimirse, cambiarse o amoldarse a otras necesidades. Generalmente las propias.
El mundo se mueve y nosotros con él, en medio de una confusión conceptual alimentada por intereses grupales y personales que no intentan siquiera disimular sus intenciones.
Es así que al amparo de los cambios que naturalmente se producen a través del tiempo, justificamos con gestos oportunistas la falta de solidaridad, la discriminación, la desconfianza, el desinterés, la mentira.
Reinventamos palabras con las que pretendemos cubrir el espacio que el uso de aquellos valores ha dejado. Creemos que al pronunciarlas nuestro pensamiento adquirirá vuelo intelectual y nuestras acciones mayor peso moral. Hemos perdido veracidad.
Escuchamos hablar entonces de transparencia en lugar de honestidad, de adhesiones en lugar de lealtad, de actitudes “políticamente correctas” en lugar de veracidad, de modalidad, ajuste y adecuación, en lugar de principios, de convergencia y verticalidad en lugar de respeto mutuo.
Con impotencia observamos cómo se instalan las ambiciones de poder aún en las organizaciones más pequeñas. Y con preocupación comprobamos que son más de los que pensamos los que adhieren a estos fines. Lo importante es no quedar al margen. Pertenecer sin discutir, aceptar sin disentir.
No somos tan inocentes para creer que “todo tiempo pasado fue mejor”. Siempre hubo y habrá fallas en el comportamiento de instituciones, sociedades e individuos.
Pero con una diferencia: en ese tiempo pasado se tenía conocimiento del límite entre lo correcto y lo incorrecto. Hoy, esa frontera ha desaparecido.
Pero como somos esperanzadas y esperanzadoras, creemos que aún cuando se los acalle, los valores no prescriben.
Una vez alguien dijo1 que con obstinación, la naturaleza produce cada primavera el milagro de la misma hoja, de la misma rosa, del mismo pájaro. Están y estarán siempre allí, únicos e insustituibles.
Como los valores.
1 Ref. a Paul Claudel
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