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En este momento que se está hablando tanto de la crisis, las maestras que han estado durante unos años trabajando en las Ikastolas sin cotizar, traen una buena noticia. Después de un largo proceso de reivindicación llega el momento de dar las gracias.
En la dura dictadura de Franco algunos ciudadanos proclamaron y pusieron en marchala posibilidad de estudiar en euskara, que por otra parte era su derecho. Aunque al principio fueron unos pocos, a mediados de la década de los 60 se abrieron ikastolas por casi todos los pueblos, movimiento que no pudieron parar los dirigentes de la época. Como todos sabemos, en aquella época no se podía legitimar ningun colegio que enseñara en euskara. No se podía continuar en la clandestinidad, y por medio del concordato se tuvieron que legitimar como Escuelas de la Iglesia.
Muchas gente participó en ese esfuerzo, algunos con dinero y otros con trabajo. Pero a pesar de la que gente aportara dinero, apenas alcanzaba para pagar a la andereño del pueblo más pequeño, por lo que lo de cotizar a la Seguridad Social de dejaba de lado.
Al llegar a la jubilación, las maestras de los primeros años y aquellas que habían empezado a trabajar con más edad se quedaban sin nada o con pérdidas. Visto esto, Itziar Arzelus, Karmele Esnal, Kontxita Beitia y Nekane Auzmendi comenzaron a trabajar para darle a este colectivo la jubilación que se merecía.
Elvira Zipitria con sus alumnos.
El proceso comenzó llamando a las puertas del Gobierno Vasco en 1993. Como no tenía competencias en la Seguridad Social, el Gobierno Vasco no pudo solucionar el problema de la jubilación, pero sí hacer un reconocimiento público, que nadie había hecho hasta entonces, y entregar un premio a esos años duros de la clandestinidad.
Por lo tanto, tuvieron que seguir con la reivindicación durante largos años. La resolución debía de darse en Madrid, por lo que se presentó en el Congreso.
Hay que decir que en ese camino han tenido buenos amigos. El resultado es el Real Decreto aparecido en Madrid el 15 de junio de 2007, consiguiendo que las maestras y los profesores cotizaran aquellos primeros años de trabajo que no habían cotizado.
Al final, y por primera vez en la historia, ha sido la Hacienda de Madrid quien ha pagado ese dinero a la Seguridad Social para que cada maestra pueda cobrar su jubilación.
Las condiciones de vida que hemos alcanzado hoy en día se deben a la lucha y a las reivindicaciones de mucha gente. La sociedad debe dar las gracias a esos trabajadores silenciosos que en cualquier ámbito han intentado conseguir mejoras para todos, siendo conscientes de lo que hacía y sin esperar premios a cambio. A todos nos gusta recibir las gracias por el trabajo bien hecho.
Así, la Fundación Sabino Arana premió en 2007 al colectivo de maestras de la época de la clandestinidad con el fin de agradecerles el esfuerzo que supuso la creación de las ikastolas.
Por aquel entonces, después de la guerra civil y durante la dictadura, la creación de una escuela basada en nuestra cultura y en nuestra lengua resultó tremendamente importante para un pueblo cuya lengua y cultura se encontraban reprimidas.
Si bien es cierto que los profesores tuvieron que superar importantes escollos y sortear graves peligros, cabe destacar que aquella experiencia transformadora también tuvo aspectos positivos que nos han ayudado a llegar hasta donde nos encontramos hoy.
Foto: sergis blog.
http://www.flickr.com/photos/srgblog/2073499571/
El proyecto de las ikastolas despertó una gran ilusión entre los profesores:
En cualquier caso, para que la ikastola pudiera existir lo imprescindible era tener alumnos. Por eso no podemos olvidar la ayuda y la confianza que los padres de nuestros alumnos depositaron en aquella ikastola clandestina llena de peligros.
En el curso 1964-1965, un grupo de padres y defensores del euskera liderados por Francisca Arregi abrieron en San Sebastián las instalaciones conocidas como la Residencia, un lugar de preparación y de encuentro para los profesores. Su influencia resultó vital en aquellos años de difusión y crecimiento de las ikastolas. Allí surgió la idea de las primeras colonias de verano en euskera y desde allí se fomentó la relación con la escuela y los profesores catalanes.
Nosotros, siguiendo los pasos de Elbira y adaptándolos a las distintas épocas, sabíamos que estábamos construyendo la escuela que Euskal Herria necesitaba. Una escuela, la ikastola, revolucionaria en términos pedagógicos. Ése era nuestro punto de partida y no ha resultado ser del todo incierto, ya que aquella revolución continúa, aún hoy, presente en el actual sistema escolar.