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La catedral de Santa María de Vitoria conserva entre sus fondos dos interesantes tallas de Lorenzo Fernández de Viana (1866- 1929). Se trata de un Cristo crucificado de pequeño tamaño y un Santo Domingo de Guzmán, actualmente expuesto el Museo de los Faroles. Estas dos piezas son muestra de la calidad que alcanzó este desconocido pero destacado artista en el panorama escultórico vasco e internacional. En un reciente artículo, el profesor Santiago Arcediano le considera “el escultor alavés más señero de finales del siglo XIX y primer tercio del XX”. Lamentablemente, su trascendencia ha quedado algo empañada en relación con otros maestros de su entorno por ser probablemente un representante de la línea más tradicional. Su estilo personal, meticuloso y sereno lo llevó a la fascinación por la perfección física de la figura humana, inspirado en el ideal de belleza clásico y en la tradición de los grandes imagineros hispanos.
Vitoria-Gasteiz. Catredral de Santa María. Cristo crucificado. Lorenzo Fernández de Viana.
Lorenzo Fernández de Viana nació en Lanciego (Álava) el 10 de agosto de 1866 y murió en Bilbao el 16 de diciembre de 1929. Se inició en el mundo de la escultura en un taller de ebanistería de Logroño, con 17 años empezó en la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria, hasta que en 1898 se trasladó a Madrid con una beca del consistorio vitoriano para perfeccionar sus innatas cualidades. Allí estudió bajo la dirección del destacado escultor realista Aniceto Marinas, acudiendo a las clases de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y del Círculo de Bellas Artes. Complementó su formación artística con un viaje a París en 1900, donde tuvo la posibilidad de conocer de primera mano las últimas novedades artísticas. Los resultados debieron ser excelentes, pues en 1906 volvía para continuar su formación, al parecer, frecuentando la prestigiosa Academia Julien. Durante los años que permaneció en la capital alavesa tuvo su taller en los arquillos de San Miguel, en la cuesta de El Resbaladero y finalmente en la calle Santiago. Su producción fue reconocida y galardonada desde sus inicios: en 1904 presentaba un desnudo titulado El Rocío a la Exposición de Bellas Artes de Madrid con el que obtuvo una mención honorífica, lo mismo que con el grupo Ola que avanza enviado en 1906. Dos años más tarde lograba la tercera medalla con la escultura Job para el cementerio de las Madres Carmelitas de Betoño y la medalla de oro en el III Congreso Nacional de la República Argentina de 1914.
Fueron muchas más las obras y encargos realizados por este artista; de entre ellas debemos destacar la restauración de la Virgen de Estibaliz (1898), la estatua del coronel Felipe Dugiols y Balanzategi para un desaparecido monumento de Tolosa (1901), los bustos de Becerro de Bengoa (1901), Manuel Díaz de Arcaya (1908), Pedro López de Robles (1899), Pablo Uranga (1910) o la imagen de San Prudencio para la basílica de Armentia (1901). También participó en las obras de la catedral nueva de Vitoria desempeñando además el cargo de profesor de modelado y talla en la escuela creada por el Obispado en la calle Vicente Goicoechea (1909), donde formó buenos profesionales para trabajar en esta faraónica obra. A su cargo estuvieron figuras exentas de apóstoles y alegorías, grupos y diferentes bajorrelieves. En esta línea de temática religiosa realizó: las Virtudes cardinales de la escalera del palacio arzobispal de Montermoso (1907), un San Antonio de la iglesia de San Pedro de Vitoria (1909), la Virgen del Carmen de la iglesia de Indautxu de Bilbao (1910), la Piedad del hospicio vitoriano (1912) o diversos trabajos en el cementerio de Santa Isabel. De 1912 a 1916 se trasladó a Argentina, donde ejecutó importantes obras para edificios religiosos, públicos y privados. A su vuelta se instaló en Bilbao abriéndose casi por entero al naturalismo costumbrista vasco. De este momento son destacables: Aura Matinal, Gorularija (La hilandera) o Abendea (La raza), presentada en el último Congreso de Estudios Vascos de Oñati en 1918, La vuelta de la romería o Layadores, entre otras. Son muchas más las obras realizadas por este magnífico escultor: bustos de políticos, intelectuales, artistas, familiares y amigos, escudos, alegorías, relieves, placas, medallas e imágenes y grupos de todo tipo.
Vitoria-Gasteiz. Catredral de Santa María. Cristo crucificado (detalle). Lorenzo Fernandez de Viana.
Para la catedral de Santa María de Vitoria realizó dos interesantes tallas en madera: un Cristo crucificado sin policromar y un Santo Domingo de Guzmán de tamaño natural. El crucificado (1,25 x 52 x 9 cm) está firmado detrás del paño de pureza “L. F. de Viana” y fue realizado antes del 27 de octubre de 1897, fecha en la que se le implantó la reliquia del lignum crucis según consta en su auténtica “Trasladose esta / auténtica y reliquia / a esta cruz las / cuales estaban en la sala / capitular el día / 27 octubre 1897/ puselas F. de Viana”. El Cristo parece de caoba, tiene los brazos adosados a caja y está sujeto a la cruz por cuatro clavos. Se le representa como un hombre joven y de cuerpo atlético, aunque en su rostro se puede ver reflejado el dolor agonizante del tormento. La cabeza, coronada por espinas, reposa ladeada hacia la izquierda. Lleva además barba y melena que cae sobre los hombros. El paño de pureza va pegado al cuerpo y atado a la cintura por una cuerda trenzada. A sus pies lleva inserto un relicario en forma de cruz latina con el lignum crucis, uno de los cinco de los que la catedral disponía. La cruz es de roble y nudosa, aunque lisa por la parte trasera, donde va colocada la auténtica. Se sostiene sobre una p eana troncocónica y en su parte superior lleva la gran inscripción o titulus en latín de “INRI” (Iesvs Nazarenvs Rex Ivdaeorvm).
Vitoria-Gasteiz. Catredral de Santa María. Cristo crucificado (detalle). Lorenzo Fernandez de Viana.
No es el único Cristo que conocemos de este autor. Al parecer, hizo una copia exacta de otro, propiedad de don Luis Zabala, dueño de los talleres de ebanistería y dorados de la calle Cercas altas de Vitoria. Después hizo dos más, pero estos originales y muy elogiados, y el mismo año de su muerte terminaba el encargado por don Antonio González Martínez de Olaguibel, director de la Gaceta del Norte de Bilbao. Es de caoba y sin policromar, para que nada despistara el excelente modelado de esta figura. El cuerpo es idéntico al del Cristo que aquí presentamos, propiedad de la catedral de Santa María de Vitoria. Los dos son excelentes estudios anatómicos llenos de tensión y fortaleza muscular, pero sin ahondar en lo cruento. También el paño de pureza es exacto, anudado sobre la cadera derecha y remetido en el centro. Las diferencias las encontramos en el rostro: el de la catedral ladea la cabeza hacia la izquierda, aún erguida, con los ojos y la boca entreabierta esbozando su último aliento, mientras que el otro la deja caer hacia su hombro derecho, reflejando la muerte. El titulus también es diferente: en el de la catedral se limita al habitual INRI, mientras que en el otro se despliega en hebreo, latín y griego.
No tardó mucho este escultor en realizar para la misma catedral una imagen de Santo Domingo de Guzmán (1,40 x 75 x 55 cm). Está firmada en su base en 1899 y fue cedida por el cabildo a la cofradía de la Blanca el día 25 de octubre del año 2000 para que saliera en las procesiones del Rosario de los Faroles y del Rosario de la Aurora. En el primer semestre de 2001 fue restaurada por Edurne Martín Ibarrarán y en la actualidad se expone en el Museo de los Faroles. Se le representa como un hombre maduro vestido con el hábito de la orden: túnica blanca, manto con muceta y capuchón negro. Tiene la cabeza tonsurada, poblada barba negra y lleva un gran halo dorado en alusión a su santidad. Está de pie sobre nubes y peana octogonal negra, en su mano izquierda lleva una gran cruz de doble travesaño, dorada y con piedras engarzadas; con la derecha sostiene un rosario y a sus pies tiene un perro negro sin la habitual antorcha en la boca. Estuvo colocada en la capilla central de la girola, en el altar de Nuestra Señora del Rosario. Este pequeño retablo disponía de dos cuerpos y sagrario; en el primero, en la hornacina central y guarnecida por un cristal, estaba la conocida talla de la Virgen del Rosario, procedente de Malinas y originaria del convento de Santo Domingo. En las calles laterales, separadas por columnas de fuste liso, estaban las tallas de Santa María Magdalena y otro santo y en el cuerpo superior se encontraba esta imagen de Santo Domingo. Es probable que este retablo fuera un homenaje a ese gran cenobio dominico que tanta devoción había tenido en Vitoria y a su cofradía del Rosario. Esta cofradía celebró en el convento de Santo Domingo su última función el día de Candelas de 1835 y tras su exclaustración, la imagen fue llevada a la colegiata de Santa María en 1835. Allí se colocó en esta capilla y dentro del retablo que acabamos de comentar junto con el fundador de los Dominicos o frailes negros.
Vitoria-Gasteiz. Museo de los faroles. Santo Domingo de Guzmán. Lorenzo Fernandez de Viana.
Es indudable que las dos piezas que aquí hemos presentado son una pequeña muestra de la calidad y destreza técnica que alcanzó este escultor. Aun siendo de sus primeros años de formación, son la evidencia de la elegancia y detallismo naturalista con las que trabajó. Es un amante del realismo y de la figura humana, pero sin olvidar la herencia de los clásicos y de los grandes imagineros. Supo enfrentarse a diferentes materiales (piedra, madera, mármol o bronce), a las más diversas temáticas y a cualquiera que fuera su cliente. Su amor por el arte le llevó a coquetear con la música, una pasión que también trasmitió a sus cinco hijos. Con su muerte en Bilbao el 27 de diciembre de 1929 se perdió a un “hombre tan modesto como inteligente, artista de cuerpo y alma” que dignificó las palabras santero e imaginero.
Bibliografía
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Vitoria-Gasteiz. Museo de los faroles. Santo Domingo de Guzmán. Lorenzo Fernandez de Viana.