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En el año 2008 se cumplió, sin celebración alguna, el centenario de la inauguración de las Cantinas Escolares en Pamplona. Fue un 14 de marzo del año 1908 cuando la primera cantina escolar en esta ciudad es ya una realidad, hecho que la convierte en pionera respecto a las establecidas en el resto de España. Solamente fue precedida por las de Madrid, León y Donostia.
En la obra de Esther Guibert, Historia de la Escuela Normal (1831-1931), publicada ya en 1981, aparecen las primeras referencias historiográficas a estas cantinas de Pamplona y la vinculación a ellas de la figura de María Ana Sanz. En 1907, María Ana Sanz insta a la Junta Provincial de Instrucción Primaria de Pamplona, órgano supremo de la educación en Navarra, para que asuma la puesta en práctica de este servicio escolar que pretendía paliar el hambre en los niños. Voz que fue escuchada, pues, un año más tarde, fue inaugurada oficialmente la primera cantina escolar en las escuelas de San Francisco.
María Ana Sanz.
Foto: Archivo familiar de Ana María Sanz.
Del acto inaugural y su solemnidad queda testimonio en la prensa local. En el Diario de Navarra, y en portada, bajo el título “Cantinas Escolares”, se dice: “Ayer se inauguraron en las Escuela de San Francisco las cantinas escolares establecidas por la Junta provincial de Instrucción pública. A las doce reuniéronse en el salón de actos del hermoso grupo escolar las autoridades y distinguido público. Pronunciáronse varios discursos alusivos al acto (...) Sirvieron la comida á los niños lindas alumnas de la Escuela Normal de Maestras. El acto termino á la una. El público salió satisfecho de la inauguración de esta institución”. Mayor presencia tuvo en el citado Diario la apertura de las Cantinas del curso escolar siguiente. Con el mismo título, “Cantinas Escolares”, fechado en 3 de diciembre de 1909, se incluye una larga información. Se destaca, entre otras cosas, la importancia institucional del acto ya que asistieron todas las fuerzas vivas de Pamplona. Bajo la presidencia del Gobernador, acudieron representantes del Ayuntamiento, directores del Instituto y de las Escuelas Normales y miembros de la Comisión que se había creado al efecto para organizar las Cantinas Escolares. María Ana Sanz acudió por su doble función: Directora de la Escuela Normal y miembro de la Comisión.
La creación y el mantenimiento de una institución como las Cantinas, que cubrían una necesidad imperiosa exigían una organización y unos recursos. Los estatutos de las cantinas se inspiraron en los de las Cantinas de Donostia.
Las Cantinas eran subvencionadas económicamente no solamente por el Ayuntamiento –y otros organismos locales–, y la Diputación, sino también con recursos particulares que, con el tiempo, fue necesario ampliar.
Conseguir fondos para su sostenimiento fue una preocupación constante de la Comisión creada al efecto, y de María Ana Sanz. A pesar de que el Ayuntamiento fue sucesivamente aumentando sus aportaciones, éstas no fueron suficientes ya que el crecimiento del número de niños que asistían exigía incrementar los recursos económicos.
Con esta finalidad, se organizaran en Pamplona celebraciones tales como becerradas a cargo de las peñas de Pamplona o fiestas literarias, como la que tuvo lugar en 1925 en el teatro a cargo de la Asociación de Antiguas Alumnas de la Escuela Normal. Sin embargo, el déficit seguía produciéndose teniendo que recurrir a dádivas de particulares que, sensibles con el problema, llegaron a entregar donativos en el domicilio de María Ana Sanz.
El menú estaba estrictamente pensado para paliar las necesidades de los niños hambrientos y depauperados. La comida consistía en un primer plato en el que se alternaban a lo largo de la semana legumbres/arroz/sopa y, de segundo, tocino/bacalao/patatas guisadas con carne.
El número de niños que asistían al comedor de la cantina iba aumentado cada año llegando un momento en que no se alcanzaba a cubrir todas las necesidades. El primer año de las Cantinas se contó con la asistencia de 124 niños y niñas y fue aumentando progresivamente hasta alcanzar el año siguiente los 240 niños, y “no comen todos los que lo desean”. Dadas estas necesidades, la Junta Provincial de Instrucción impulsó, en años sucesivos, la creación de una segunda cantina en las escuelas de la calle Compañía.
Al haber cada vez más demanda que plazas, se tuvieron que regular las condiciones de admisión de los niños en las Cantinas.
Estos eran los criterios: tenían preferencia los huérfanos, los hijos de viudos/as sin recursos, hijos de matrimonios obreros de escaso jornal. Pero también se cuidaba la disposición del alumno: puntualidad, aplicación y buen comportamiento. Todo ello tenía que pasar por el visto bueno del alcalde, como Presidente de la Junta local de Primera Enseñanza al que se añadía el informe favorable del maestro.
Para conocer mejor la organización y fines que llevan a María Ana Sanz a crear las Cantinas Escolares, tenemos la Conferencia que impartió la misma en el Ateneo Navarro de Bilbao, en el año 1926, con el título: “Instituciones Benéficas en la Escuela y su desarrollo en Navarra”. Su contenido nos da la clave para entender su implicación en esta obra benéfica:
“No descubrimos ningún secreto: el niño de nuestras escuelas sufre hambre y tiene frío, perece de inanición (...) Hay otro grupo de niños que excita nuestra más dolorosa conmiseración y sobre las cuales quisiéramos la piedad de los corazones generosos: ¡El grupo de los hambrientos!”.
Es por esto por lo que Mariana Sanz se muestra firmemente convencida de que hay que crear instituciones que palien esta realidad, pero no tanto desde el ámbito benéfico, sino por justicia:
“La cantina escolar para los niños que padecen hambre…Para todos. (...) Contra estos pecados capitales de una sociedad más que cruel, inconsciente, opongamos las obras de justicia que los anulan: contra el hambre, la cantina, contra el frío, el ropero, contra la depauperación, la colonia escolar”.
Y consiguió movilizar y contagiar su entusiasmo a personas, colectivos e instituciones de la ciudad de Pamplona: “unas cuantas voluntades perseverantes y unos cuantos bolsillos generosos”. (...) El coste del sostenimiento de ambas cantinas en el pasado curso fue de 10000 pts. Los ingresos no alcanzan a cubrirlo, pero ¿quién dijo miedo en Navarra? Mientras hay niños necesitados, no puede pensarse en prudentes reducciones”.
Estas recaudaciones iban casi en su totalidad a la compra de los alimentos para el comedor de los niños. La distribución de las aportaciones estaba presidido por estos criterios:“una fórmula y una advertencia: Fórmula: administración rigurosa; nada superfluo, nada escaso. Advertencia: si la cantina ha de ser institución escolar y por lo tanto educativa, debe establecerse una cuidadosa vigilancia por un personal elegido, a ser posible titulado, que acompañará a los niños en la comida antes y después, para evitar abusos y responder del buen empleo de estas horas de asueto”.
Portada de la conferencia manuscrita de María Ana a la que se hace referencia en el artículo tal como se conserva en el archivo familiar de María Ana Sanz.
María Ana Sanz fue impulsora también de las Cantinas “rurales”. Estas dependían de “las maestras abnegadas”: “Los niños del distrito acceden de caseríos y aldehuelas próximas a la escuela situada en punto céntrico. Algunos, regresan al mediodía para volver o no volver a la sesión de la tarde; otros despachan sus empanadas frías en el portón de la escuela. En el invierno es aquello desolador. ¿Cómo evitarlo? La maestra se pone en comunicación con las madres. Cada niño del extrarradio traerá todos los días un puñado de legumbre, que depositará en la olla preparada al efecto. Un hogar vecino, acaso el de la misma maestra, cuidará de la cocción, y, al mediodía, los niños despacharán en sus escudillas un humeante plato de legumbre en cuyo plato remojarán las rebanadas de pan moreno”.
Pero paliar el hambre no es la única finalidad de las Cantinas, María Ana Sanz dice:
“La cantina escolar, (...) lleva más de un fin. Tratándose de distritos de población diseminada como en nuestra región montañesa, o de largo radio, como en los grupos escolares de población mayor, asegura la escolaridad infantil, evitando al escolar penosas y peligrosas caminatas, razón esta que obliga a establecerlas en las escuelas de párvulos para cuyos niños es siempre penoso y peligroso –hoy más que ayer– el paso por las calles”.
Y su contribución al bien de la salud en general influye directamente en la recta formación de su carácter y en el desarrollo intelectual del niño. Esta frase, en boca de una maestra, es muestra de ello: “Desde que asisten a la Cantina, están más alegres y discurren mejor”. Sin olvidar la relación entre comedor y sociabilidad: “La comida colectiva afianza lazos de compañerismo, introduce hábitos de orden y cortesanía entre los pequeños comensales”.
Todo esto nos da pie para afirmar que, a lo largo de los años, la institución de las Cantinas ha sido reconocida hasta fechas no muy lejanas. He aquí este ejemplo: bajo el título: Hace medio siglo Pamplona, en el Diario de Navarra del 4 de febrero de 1960, aparece un artículo conmemorativo con foto de María Ana Sanz, donde se dice: “Entonces Doña Mariana inventó las Cantinas. Muchas cosas han nacido y muerto en estos 50 años, pero las Cantinas tercas, agarradas todavía a su nombre fuera de moda”.
Impulsora de las cantinas y ardiente defensora de las mismas, María Ana Sanz no se queda aquí. Va más allá. Ella será también la promotora del Ropero Escolar, la Escuela de Verano y las Colonias de vacaciones. Todas fueron creadas en Pamplona bajo sus auspicios, algunos años más tarde.
María Ana Sanz respondía así ante una sociedad de principios del siglo XX, definida por ella como “Una sociedad más que cruel, inconsciente”.
No puedo dejar, para concluir, de mostrar el orgullo por una generación, la de María Ana Sanz, mi abuela, que, ante los graves problemas, puso manos a la obra y consiguió en el campo educativo y asistencial los cambios que eran tan necesarios.