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El pasado 11 de diciembre de 2009 se celebró el acto homenaje “Manuel Irujo gogoratuz. Recordando a Manuel Irujo”. El acto consistió en la proyección del vídeo “Manuel Irujo” realizado por la Fundación Euskomedia y que recorre la vida del político navarro. Además, Gregorio Monreal, Josu Txueka, Carlos Garaikoetxea y Mirentxu Button Irujo participaron en una mesa redonda moderada por Josemari Velez de Mendizabal.
En el acto, que estuvo organizado por Eusko Ikaskuntza y que contó con la colaboración de la Fundación Euskomedia y la Universidad Pública de Navarra, se presentó el Fondo Manuel Irujo que alberga la web de la Fundación Euskomedia.
Egun on,
A mi me toca complementar lo que hemos oído de Manuel con alguna memoria de su vida familiar con su hija, Mirentxu, y sus nietos, allí en Inglaterra.
La casa de mis padres se llamaba, naturalmente, Villa Navarra y fue el único hogar que Manuel conoció durante sus casi 40 años de exilio. Quiero compartir la emoción y la enorme energía que su llegada de París siempre aportaba a nuestra casa. Una vez liberado de su cuartico en el quinto piso del hotel parisiense, la alegría de Manuel rebosaba y Villa Navarra se llenaba de un alboroto feliz y dinámo y muy especial.
Porque los nietos conocíamos la otra cara de Don Manuel. Con nosotros se relajaba, desenvuelto y despreocupado. Los días de Navidad se llenaban de canciones y villancicos con el Aitona tocando enérgicamente el piano. Era el que nos llevaba al cine o al zoo, quien nos ensenaba a tocar el txistu y el tambor. En el verano íbamos a la playa y Manuel se bañaba en el mar con nosotros —cosa que nuestro padre jamás hizo—. Y cuando llegaba el momento para entregarnos al Tío Eusebio Irujo que cuidaría de nosotros durante las semanas de verano en Estella, Manuel nos acompañaba hasta la frontera en Hendaya y siempre nos despedía con una lista de instrucciones. Nos decía:
“Quiero saber cuantos árboles hay en los Llanos y si hay gente que se baña en las piscinas del Agua Salada. Dime qué sabor tiene el agua de la fuente de la Plaza Santiago. ¿Cuántas tiendas nuevas han abierto en el Anden? Y, fijate bien, ¿qué flores hay en el altar de la virgen del Carmen en San Miguel?”.
Poco a poco empezamos a comprender por qué el Aitona no nos acompañaba a la tierra que tanto amaba. Para muchos su experencia hubiera dado lugar a tristeza, pero lo extraordinario es que en ningún momento le vimos apagado o desanimado. Su optimismo y el interés que tenía en el mundo y las personas que le rodeaban superaban cualquier negativa. En casa de sus primos Epaltza, en Halsou, Manuel encabezaba comidas animadas llenas de discusión y si tocaba fiesta, el primero que se ponía a cantar o a tocar el txistu era él.
De vuelta en Inglaterra el papel principal del Aitona era organizar las excursiones. “Hoy REPUBLICA!!!” anunciaba Manuel al montarnos en el autobús, rumbo al Parque de la Prioría, nuestro lugar favorito.
Allí había columpios de categoria; los campos de fútbol eran tan extensos que nos perdíamos en la distancia y las zonas arboladas incluían ejemplares tan viejos y tan nudosos que era fácil subirnos por sus ramas fuertes y gordas. Trepabamos hasta lo alto donde cada uno tenía identificada su propia rama; desde allí, vigilados por el Aitona, acechabamos piratas, vikingos, godos... y hasta moros y cristianos. Un día nos acompañó la Amatxo para conocer ella tambien “nuestro árbol” ¡y... vaya sermon que le echó a Manuel por habernos permitido escalar hasta tan alto!
Al otro lado del parque había dos lagos bastante grandes. Alli íbamos, los cinco republicanos, armados de bolsas de pan seco para dar de comer a los patos. Alrededor se veían los jubilados, tranquilos en sus sillas plegables, la caña de pescar en la mano. Al ver que nos acercábamos, nos ponían mala cara y nos echaban miradas nerviosas mientras salpicabamos por las orillas.
Con la navaja que siempre llevaba en el bolsillo, Manuel cortaba juncos y buscaba pequeños pedazos de madera y con una habilidad mágica y misteriosa, fabricaba barquitos con proa y hasta mástil.
Sin embargo, hubo ocasiones cuando nuestros gritos de júbilo resultaban desagradables a oídos de cierta edad y Manuel no tenía más remedio que intervenir. En su inglés roto por un fuerte acento extranjero, y señalando con el largo dedo índice, daba sus explicaciones a los viejos pescadores. “Senor, esta niña que ves aquí es una niña muy muy mala y muy traviesa... Very very naught. You understand?”.
La enorme vergüenza que sentíamos en aquellos momentos nos silenciaba de golpe. Que nuestro Aitona se dirigiera a un desconocido total, que se expresase en público en un inglés tan pobre, con un acento tan fuerte, la injusticia de su acusación cuando no hacíamos más que jugar... y de repente veiamos la chispa de broma que le brillaba en los ojos acompañada por un guiño conspirador.
Para entonces los ofendidos empezaban a sentir cierta simpatía por el abuelo extranjero, obligado a adoptar el papel de niñera y a soportar los gritos de sus nietos revoltosos... y así se resolvía la situación.
Nunca se me ocurrió, hasta ahora, que en realidad Manuel contaba tantos años como los ancianos pescadores —quizás era aun más viejo que ellos—. Nunca lo hubieramos sospechado: con tal brío y energía, su gozo y su picardía eran los de un joven más. Pero un joven con sabiduría.
Manuel tenía un humor vital y un admirable sentido del ridículo que algunos de ustedes tuvieron oportunidad de vislumbrar. Cuando en 1977 se sugirió su vuelta a Euzkadi en avioneta, su primera reacción fue: “no es serio... Aquí voy a hacer el ridiculo”.
Y por esa humildad se le quería aun más.
La cualidad de saber reirse de sí mismo es caracteristica que pocos señores de alto mando pueden permitirse. Sin embargo, Manuel Irujo sabía desinflar situaciones incómodas o peligrosas; quizás por eso resultó un negociador tan ameno y persuasivo. No sabemos cuántas vidas se salvaron gracias a su intervención, pero uno de los recuerdos que guardo vivos de mis siete años es un día en Estella-Lizarra cuando se acercó un anciano desconocido. Con ojos brillantes, me tomó las manos, y mirándome intensamente: “¿Tú eres la nieta de Irujo? Tu abuelo me salvó la vida, y le salvó también a mi padre”. Nunca supe quién era. Y no fue la única vez que de niña tuve que hacer frente a tal agradecimiento intenso sin comprender por qué se me dirigía este cariño y emoción.
La ocasión de este homenaje me lleva a pensar en la enorme satisfacción que le daría a Manuel ver algunos de los adelantos del siglo XXI. Con Internet, que nos proporciona comunicación inmediata, las distancias que le separaban de sus seres queridos hubieran quedado reducidas a segundos. El correo eletrónico le hubiera transformado la vida. Hoy se va a presentar el Fondo de Manuel Irujo en la web; gracias a los esfuerzos de Eusko Ikaskuntza y la Fundación Euskomedia, la obra de Manuel queda instalada a nivel global; desde la universidad de Iruña en Navarra se lanza al mundo la herencia que dejó plasmada en documentos y artículos que serán ahora accesibles a todos los que quieran investigar y aprender lo que pasó en Euskadi y en la península ibérica durante el siglo XX. Allí está para las generaciones del futuro.
La familia Button Irujo quiere expresar su enorme agradecimiento a Eusko Ikaskuntza y a la Fundación Euskomedia por la gran obra que han realizado con la produccion del vídeo que hemos visto hoy y todos los esfuerzos que han hecho para recoger y transmitir la memoria de Manuel.
Eskerrik asko.
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