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Iosune GOÑI URRUTIA, Universidad Pública de Navarra
La dependencia ha ocupado en los últimos años una posición central en la arena política y en los ámbitos profesional y académico, sólo eclipsada por la actual crisis económica. La protección social de las personas mayores frágiles representa uno de los grandes retos de las políticas sociales en los países industrializados, dado el progresivo envejecimiento poblacional y el gran impacto que las situaciones de déficit o pérdida de autonomía funcional ocasionan a nivel individual, familiar y social.
El papel del Estado en la atención de las necesidades de las personas mayores frágiles se ha ido incrementando progresivamente. La Ley 39/2006 de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a personas en situación de dependencia representa el intento de convertir la cobertura de este riesgo social en el cuarto pilar del estado de bienestar. Sin embargo, en los sistemas de bienestar mediterráneos, la familia continúa siendo la principal fuente de recursos para este sector de la población. Por este motivo, y a pesar de contar con un gran volumen de datos, resultaba todavía necesario profundizar en el conocimiento del modo en que las familias se enfrentan a esta importante labor y tratar de hacer visibles las condiciones en que la desarrollan.
Foto: vintagedept.
Para lograr este fin, se optó por un contexto social y económico concreto: la Comunidad de Navarra, con objeto de analizar los mecanismos puestos en marcha por las redes familiares protectoras en un ámbito geográfico que permitiera el análisis detallado de esta importante realidad social.
Atender a una persona mayor dependiente representa, además de un conjunto de actividades: aseo personal, labores domésticas, etc., una forma de construir y reconstruir relaciones (Daatland 1983). Bajo la inversión de tiempo y la realización de tareas concretas existe una gran variedad de interacciones y dinámicas internas a las unidades familiares. Por ello, este trabajo doctoral hunde sus raíces en la sociología de las relaciones intergeneracionales, concretamente en los paradigmas de la solidaridad, la ambivalencia y el conflicto (Lowenstein et al. 2001, Lüscher 1999, Kingston, P., Phillips, J. & Ray, M. 2001).
Tal y como han señalado numerosos autores, el conflicto generacional, tanto a nivel formal: en el ámbito de la distribución de recursos sociales entre grupos de edad (vía pensiones y otras medidas públicas), como a nivel informal: en lo relativo a la solidaridad ejercida entre las generaciones, ha resultado ser un mito (Arber, S. & Attias-Donfut, C. 2002). Más que de conflicto, se puede hablar de contrato generacional (Bengston y Achenbaum 1993, Walker 1996), pero la existencia de un contrato generacional no significa que las relaciones entre las diversas generaciones se encuentren libres de dificultad, sobreentendidos, “ruidos” en la comunicación o expectativas que no se cumplen.
Donati (2003) habla de revolución en las relaciones intergeneracionales en la actualidad y señala que la intersección entre las generaciones se ha convertido en algo problemático: padres e hijos parecen vivir en mundos aparte, mundos separados más que conflictivos, cada uno con una identidad y una búsqueda propia de la identidad individual. Estos mundos tienen que encontrarse y adaptarse mutuamente cuando se produce la dependencia de las personas mayores. La investigación realizada al respecto indica que prevalece el “acomodo práctico”, pero con un sentimiento de insatisfacción y precariedad. Este “desencuentro” o gap se suple a menudo mediante el afecto, raramente el malestar se traduce en un conflicto abierto, simplemente se evita la confrontación, aunque se viven profundas ambivalencias: una mezcla de afecto, incomprensión y necesidad del otro.
El sociólogo italiano señala sin embargo la potencialidad de esta intersección generacional, que para él está generando con sus conflictos y solidaridades un nuevo modo de hacer familia. La cuestión es “encontrar un justo equilibrio entre identidad y diferencia, entre participación y distancia, entre autonomía y solidaridad para toda generación” (Donati 2003:185). El equilibrio en la relación de protección es complejo y su ausencia puede llevar a situaciones extremas en las que se anula la autonomía personal de la persona cuidadora y se producen procesos de “inmersión total” en la protección. En el otro extremo podemos encontrar situaciones de ruptura y abandono del cuidado cuando el balance entre autonomía y obligación familiar se encuentra (excesivamente) inclinado hacia la segunda.
La protección familiar de la dependencia en Navarra se basa en una “solidaridad modificada”. Se trata de una solidaridad no debilitada como sostienen algunos autores, ni tampoco aproblemática, como defienden otros, sino adaptada a las actuales circunstancias y posibilidades demográficas, laborales, económicas y sociales de las familias. Es una solidaridad no exenta de dificultades, sino teñida de conflictos, a menudo a nivel latente, fuertemente impregnada de ambivalencia, contradicción, dudas e incertidumbre y desarrollada en un contexto de escaso apoyo institucional. Con frecuencia las familias adolecen de las herramientas comunicativas necesarias para canalizar y resolver estas tensiones subyacentes por la intensidad de los sentimientos en juego y su combinación con un excesivo sentido de la responsabilidad sobre la atención.
En este contexto, las familias deben desarrollar estrategias de la más diversa índole con el fin de dar respuesta a las necesidades de sus miembros de mayor edad. El concepto de estrategia de protección familiar ha sido utilizado en esta tesis doctoral para desentrañar las dinámicas y prácticas concretas de las redes benefactoras familiares; a las que se ha accedido a través de una aproximación y análisis cualitativos. Las entrevistas en profundidad a personas mayores, diferentes integrantes de las unidades familiares y profesionales del trabajo social, la medicina y la psicología han constituido la herramienta metodológica fundamental.
Foto: Javiercit0.
El análisis realizado nos ha mostrado que hay estrategias útiles para periodos cortos o momentos de crisis: hospitalizaciones, agravamiento de enfermedades, etc. pero que se muestran poco operativas como mecanismos estables para afrontar el día a día de la atención. Una buena parte de las familias entrevistadas utiliza este tipo de estrategias, basadas en emociones y con grandes dificultades para delimitar la actividad protectora respecto a otras parcelas de la vida. Son lo que hemos denominado “cuidadoras totales”, que cuidan exclusivamente (solo cuidan) y en exclusividad (sólo ellas cuidan) y que concentran todo su tiempo y esfuerzo en proteger. Existen también estrategias articuladoras de responsabilidades diversas: personales, laborales, de atención de las personas mayores, etc.
El tiempo y las consecuencias perversas de esta actividad de producción familiar de bienestar (sobrecarga, estrés protector…) parecen propiciar una especie de convergencia estratégica tendente hacia la combinación de funciones, espacios y tiempos. Las redes familiares precisan sin embargo del apoyo de las administraciones públicas para introducir criterios racionales en una actividad tradicionalmente gobernada por sentimientos y emociones, y poder ejercer el derecho a atender a los mayores frágiles sin ver su calidad de vida y su nivel de bienestar sustancialmente mermados.
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