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El Muro de Berlín y la “calle del muro” en Nueva York

Juan Manuel SINDE, Vocal de la Asociación Arizmendiarrietaren Lagunak

La caída del Muro de Berlín marcó simbólicamente el fin de la pugna entre el modelo económico comunista y el modelo occidental. Con la caída del Muro, se olvida definitivamente el modelo político basado en la dictadura de un partido único y el modelo económico organizado sobre la planificación centralizada y la ausencia del mercado y de la iniciativa privada.

Después de décadas desde que empezó en Rusia el intento comunista de construir un sistema más justo y solidario, comenzaba una profunda transformación del mismo, tras comprobar que había sido incapaz de conseguir los objetivos humanos que buscaba, a la vez que provocaba ineficiencias e injusticias innumerables.

Se acaba también entonces el debate ideológico sobre el sistema más adecuado para la humanidad: la democracia representativa es el mejor sistema político conocido y la economía de mercado la base no sólo de una mayor producción de bienes y servicios sino también, en la medida que esté complementada con políticas fiscales adecuadas, de un reparto de la riqueza capaz de ofrecer un nivel de vida digno a capas cada vez más amplias de la población mundial.

Coincide, además, con el éxito de la política económica neoliberal de Margaret Thatcher en Inglaterra, que se inspira en los valores tradicionales de la clase media inglesa (ella misma era hija de un tendero): austeridad en el gasto, esfuerzo y sacrificio en el trabajo como claves para el progreso individual, e impulsa, por otro lado, el “achicamiento” de la intervención del Estado en la actividad económica.

De forma generalizada, se va aceptando que las fuerzas del mercado y el egoísmo de los individuos, actuando al unísono, producen los mejores resultados económicos posibles. Se crea riqueza que, al menos en Occidente, llega a amplios sectores de la población por vías diversas. Se eleva, asimismo, la calidad de vida en ámbitos como la educación, la sanidad, el medio ambiente... (Aceptándose que este proceso desencadene también la concentración creciente de riqueza y provoque bolsas de pobreza, tanto en la propia sociedad occidental como en el 3er Mundo).

Ciertamente, desde la caída del Muro de Berlín, hemos vivido, al menos en Occidente, unos largos años de bonanza económica basada en los principios citados. Pero no es menos cierto que la exageración de los mismo ha coincidido (por no decir que ha provocado) con el inicio de la crisis que estamos viviendo y de la que los problemas del sistema financiero americano, y en menor medida mundial, es su expresión más paradigmática.

El egoísmo se ha transformado en codicia, que se ha ido admitiendo con naturalidad como motor de la ambición empresarial y el progreso económico. La no intervención de los poderes públicos ha llegado a consentir un funcionamiento financiero, que por ejemplo en el caso del fraude de Madof, rebasa los límites aceptables de irresponsabilidad e impericia, pero no sólo en el comportamiento de dichos poderes públicos sino también en el de agentes privados como algunas Auditorías y Agencias de rating, ocupadas en su enriquecimiento por encima del cumplimiento de su objeto social.

La “calle del muro” en Nueva York

La caída de los bancos de inversión americanos, símbolo de los valores de Wall Street (la “calle del muro” en inglés) ¿Podría estar marcando también el fin de una época y de unos valores que, en mayor o menor medida, nos han afectado como individuos y han influido en nuestras realizaciones colectivas?

La burbuja financiero-inmobiliaria, la innovación financiera y la falta de responsabilidad de los gestores, principalmente de las entidades financieras americanas, ha creado un problema mundial cuya magnitud hoy todavía se desconoce. No hay respuesta ni siquiera aproximada de los expertos sobre el tiempo necesario para “digerir” las inversiones artificiales realizadas ni sobre el tiempo que será necesario para recuperar desde bases sólidas la “ilusión de riqueza” creada en buena parte de los países occidentales.

Si hacemos memoria, la caída del Muro de Berlín fue el inicio de una larguísima crisis política, económica y social de los países comunistas. ¿Seremos capaces en nuestro caso de corregir pronto los excesos anteriores y entrar en una nueva senda de desarrollo estable y sostenible?

Probablemente, para ello sea necesario recuperar los mejores valores del sistema de libre mercado: la iniciativa de las personas y empresas; la preocupación por la austeridad y el gasto innecesario; el esfuerzo y sacrificio en el trabajo como premisas necesarias para el éxito económico, ...

Pero probablemente también sea necesario contar con otros valores que han estado casi olvidados: una mayor responsabilidad individual de los trabajadores en la marcha de las empresas (estimulada, quizás, por una mayor participación de los mismos en la gestión, en los resultados y hasta en el capital de las empresas); una mayor preocupación de gestores y empresarios por el bienestar colectivo y la cohesión social; un rechazo social de actividades de enriquecimiento rápido y que no aportan valor, ...

No cabe duda, por otro lado, de que la crisis también está afectando al cooperativismo vasco. Pero quizá pueda encontrar inspiración para la resolución de los nuevos problemas en su propio ADN colectivo, revisando con humildad algunos errores cometidos y recuperando el sentido profundo de transformación social que estuvo en su nacimiento.

De forma que se distinga por actuar de forma socialmente aún más responsable: buscando defender los puestos de trabajo aunque exija reducciones en la retribución de los mismos, preocupándose de la protección medio ambiental del entorno y colaborando en la elaboración de un renovado código ético para la gestión empresarial, tarea que ya se apunta como crítica de cara al futuro tanto por prestigiosas Escuelas de Negocios como por avanzados líderes empresariales.

La opinión de los lectores:

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