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Miguel GUTIÉRREZ GARITANO
Una de las características más jaleadas de los vascos es su querencia por el viaje y la aventura; lo exiguo de su territorio y su espíritu indómito ha llevado a muchos habitantes de Euskadi a lanzarse a la aventura con los más diversos pretextos: Los más famosos son aquellos que unieron sus biografías a los mares y tierras de Asia y América, como Legazpi, Urdaneta, Agirre, etc. Sin embargo, también hubo grandes hechos en el continente africano, cuyos suelos dieron lugar a las más famosas epopeyas de la exploración. Los vascos tuvieron sus pioneros en África de la mano de los hermanos D’Abbadie, pioneros que unieron sus destinos a los desiertos y montañas de Etipopía, pero también hubo otros, más cercanos y desconocidos, el más importante de los cuales fue el vitoriano Iradier.
La vida del explorador Manuel Iradier y Bulfy (Vitoria, 1854-Balsaín, 1911) parece extraída de las románticas novelas de aventuras de los autores del siglo XIX, como Haggar, Verne o Salgari. Sus dos viajes de exploración al África ecuatorial, los más importantes realizados por un español al interior del África subsahariana, redundaron no sólo en la consecución de un inestimable estudio geográfico, biológico, etnológico y lingüístico, sino que desembocaron asimismo en la gestación política de la nación conocida actualmente como Guinea Ecuatorial, cuyo medio millón de habitantes —descendientes de aquellos que maravillaron al pionero alavés— se comunican diariamente en la lengua castellana. A diferencia de la nación que tanto amaba y de la que tan poca ayuda y comprensión recibió en su afán descubridor, Iradier se encaminó desde su juventud, hacia el objetivo inamovible de traspasar las fronteras del continente misterioso. Esa África implacable que se empeñaron en domeñar gigantes como Burton, Livingstone y Park, entre otros, cuyos ejemplos se convirtieron en una meta a alcanzar por el vitoriano, y hacia la cual dirigió todos sus esfuerzos desde la más temprana adolescencia: en 1868, con solo 14 años, impartió en la capital alavesa una conferencia para dar a conocer sus pretensiones descubridoras. De 1869 a 1873, recorrió la geografía alavesa, que desgranó en sus ‘Cuadernos de Álava’, compendio de costumbres, imágenes, paisajes, de su provincia natal y que habían de constituir un ensayo de sus posteriores empresas.
Su plan definitivo de abordar el continente africano desde las posesiones españolas del Golfo de Guinea, se concretó tras una breve entrevista que el joven Iradier mantuvo con el gran explorador galés Stanley (que se hallaba en el País Vasco cubriendo la guerra carlista como corresponsal del diario New York Herald). En ésta, el británico, poco conocedor de la burocracia hispana, le instó a hacerse un nombre explorando los citados territorios, como medio para conseguir la financiación de futuros proyectos más ambiciosos. Acompañado de su cuñada y de su esposa, Isabel Urquiola —hija de un panadero vitoriano—, con solo 19 años y tras licenciarse en Filosofía y Letras, Manuel Iradier emprendió su primera aventura a través de las selvas del África ecuatorial. Regresó a España en enero de 1877. Detrás de él dejó su salud, la de su familia —incluida su hija Isabela que murió por malaria en Fernando Poo— y un complejo y sorprendente estudio de aquellos territorios, que aun maravilla a los que hojean la obra de Iradier, ‘Africa Tropical’, uno de los cuadernos de exploración más completos y desconocidos que existen.
El País del Muni, mapa de Coello fabricado gracias a las anotaciones de Manuel Iradier.
Fuente: Archivo de la Asociación Africanista Manuel Iradier.
Acorde con la mentalidad europea de finales del XIX, Iradier deseaba adelantarse a franceses y alemanes y reclamar para España la región por él explorada y otros territorios cedidos a esta nación por los portugueses hacía más de un siglo. Por este motivo ideó —esta vez con una doble intención científica y colonizadora— un nuevo viaje a la región del Muni para la que buscó el apoyo de la recién creada —se constituyó en Madrid en 1876— Sociedad Geográfica. La institución no le proporcionó ni un céntimo e Iradier, sintiéndose engañado, regresó a Vitoria para quemar su último cartucho: sus antiguos compañeros, los miembros de ‘La Exploradora’, verdadero sostén del explorador en su primer viaje. En 1883 se celebró en Madrid el Congreso Español de Geografía, que desembocaría en la creación de la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas. Esta Asociación consiguió los fondos —una cantidad ridícula frente a las manejadas por otros exploradores— que permitieron el regreso del aventurero alavés a la región del Muni.
Después de muchas penalidades, Iradier y el también explorador asturiano Amado Ossorio, lograron la anexión a España de lo que hoy día es la Región Continental de la actual República de Guinea Ecuatorial. Un espacio rectangular sobre el mapa que se marcó a tiralíneas en el seno del misterioso ‘País de los Bosques’. A diferencia de sus contemporáneos y a pesar de que su labor favoreció la conquista y colonización de África por los europeos, la obra de Iradier expele por sus cuatro costados respeto e interés por la cultura de las etnias que poblaban el País del Muni en la segunda mitad del siglo XIX.
En la actualidad los ciudadanos de Guinea honran la memoria del vasco, sin cuyo sacrificio hoy sabrían mucho menos de la vida y cultura de sus antepasados. Manuel Iradier tuvo una vida familiar desgraciada. Sus viajes reclamaron su salud y su estabilidad conyugal. Olvidado por la patria que le vio nacer murió en 1911 en Balsaín (Segovia), a donde se había desplazado en un vano intento de rescatar su depauperada salud. Pero fue, aun en mayor medida que otros exploradores europeos más importantes, un verdadero fenómeno en contraposición a la convulsa sociedad en la que se educó, marcada por revoluciones, pronunciamientos militares y las Guerras Carlistas, la última de las cuales forzó el alistamiento del viajero en el bando liberal. No obstante, la maduración intelectual del explorador vasco no podría entenderse fuera de las nuevas corrientes ideológicas que caracterizaron la revolución liberal de la España decimonónica. En este caldo de cultivo surgió en 1868 la ‘Sociedad Viajera’, que más tarde dio lugar a ‘La Exploradora’, asociación liderada por Iradier y constituida, entre otros, por miembros de la burguesía liberal vitoriana, dedicada a asistir los viajes del vitoriano y verdadero espacio de debate, foro y edición de reflexiones y noticias sobre las exploraciones y la realidad geográfica del momento.
Heredera de ‘La Exploradora’, un grupo de ciudadanos de Vitoria , alumbraron en 1989, la Asociación Africanista Manuel Iradier (AAMI), que bebe de los más puros valores que caracterizaron a su predecesora: ímpetu, sed de conocimiento y solidaridad. Todo ello para beneficio de los guineanos en memoria de aquel que sobre ellos tanto tuvo que decir: un explorador vitoriano que se llamó Manuel Iradier y Bulfy.
El explorador y cazador Pedro Arriola Bengoa.
Fuente: el libro “En la selva del Muni” de J. Bravo Carbonell, editado en 1925.
Uno de los atractivos que siempre ha tenido África a los ojos de los extranjeros ha sido su fauna. Algunos de sus animales, majestuosos, salidos de épocas prehistóricas, fascinaron a muchos de los exploradores blancos, de suerte que una de las pruebas que la arena africana anteponía a los futuros héroes era la de sobrevivir a su fauna.
El país del Muni, por supuesto, tuvo sus propios white hunters. El primer gran cazador en estas regiones fue Paul Du Chaillu o, al menos, así está documentado. Pero el pistoletazo de salida, el verdadero impulsor del fenómeno del cazador blanco, corresponde a un oscuro personaje, cuya vida de leyenda transcurrió a caballo entre los siglos XIX y XX. Hablo del vasco Pedro Arriola Bengoa, uno de los individuos más apasionantes relacionados con la historia de Guinea Ecuatorial. Abelardo de Unzueta escribió de él: “Antes de esta fecha (1900) y en años posteriores, otra gran individualidad hispánica, don Pedro Arriola Bengoa, recorre el estuario del Muni y sus afluentes, sin más ayuda ni auxilio que su rifle y el respeto inmenso que supo inspirar a los indígenas por su valor sereno, nobleza y fortaleza, llamándole las tribus del Alto Utamboni «Nsoc-tam» (el elefante blanco), noble animal en quien ellos simbolizan las cualidades que adornaban a Arriola”. Arriola fue, además de cazador (como los primeros white hunters), explorador y agente colonial del África ecuatorial española. De su origen y juventud casi no sabemos nada, a excepción de que era natural de Guipúzcoa. Llegó al Muni al poco de irse Osorio, en 1887, y lo exploró durante nueve meses. Recorrió sus afluentes, las selvas circundantes y llegó hasta donde en aquel entonces estaba el límite teórico del territorio adscrito a los españoles: el río Ubangui, afluente del Congo, en la actual República Centroafricana. Su fama como cazador era harto conocida por las tribus ribereñas, que le idolatraban. Su intercesión fue primordial en los conflictos que se desataron entre españoles y fang a principios del siglo XX. Arriola medió en el secuestro del comisario colonial español por las tribus de Mebonde, al frente de las cuales se hallaba el rey Obama N’bañe. Como Bonelli y Valero, Arriola fue uno de los impulsores de la primera colonización.1
A los pocos años fue fichado por la Compañía Transatlántica como jefe comercial y, de la mano de esta, marchó a Fernando Poo.2 Su última expedición data de 1909, cuando acompañó como guía a la partida científica del doctor Gustavo Pittaluga por tierras del cabo San Juan, Río Benito, Aye y Río Campo. Durante estos años estuvo volcado en sus negocios y actividades mercantiles, a caballo entre el Muni y Fernando Poo. A diferencia de lo que hicieron otros aventureros, Arriola no dejó nada escrito, lo que, en última instancia, le ha relegado al olvido. Solamente Bravo Carbonell y José Antonio Moreno Moreno le recuerdan en leves capítulos de sus obras. Este último dijo de él que era “menudo y nervioso, corto de talla pero largo de energías viriles, cazador excepcional, entusiasta, competente, espléndido, noble y hospitalario”. La historia del guipuzcoano de rostro severo y bigotes fieros, primer cazador blanco español, terminó el 14 de noviembre de 1916, cuando, al caer en la penuria económica, se saltó la tapa de los sesos de un disparo. Lo demás ya es leyenda.
Otra leyenda vasca en Guinea fue el último gran cazador blanco de época colonial: Basilio Olaechea Orruño. Nacido en Baracaldo, Olaechea se convirtió en una leyenda como cazador mayor en África en la segunda mitad del siglo XX. Era atlético, fornido, y, en opinión de sus contemporáneos, de un arrojo que rayaba la temeridad. Su puntería era legendaria; Ramón Tatay dijo de él: “Olaechea, que es tal vez el mejor tirador que ha cazado en Guinea, hizo correr una piedra a tiros de mosquetón a más de cincuenta metros, ante los asombrados ojos de sus acompañantes”. La vida de Basilio Olaechea parece merecedora de una novela de aventuras; sus hechos podrían haber servido de inspiración a los maestros del género africano, como Rider Haggard o Edgar Rice Burroughs. Olaechea destacó entre otros white hunters por su férreo carácter, adaptabilidad, y pasión por la caza y los espacios vírgenes. Su vida sólo tuvo sentido arma en mano y perdido en un mundo fronterizo, que desapareció con la partida —en la segunda mitad del siglo XX— del mundo colonial. “El capitán Olaechea —escribió un militar español de aquella época— fue cargado por un elefante al que no pudo parar con su mosquetón, y se encontró en el suelo, con el animal sobre él, intentando clavarle los colmillos. De tal modo, que una pata delantera del elefante estaba entre las dos piernas del capitán. En estas circunstancias, su cazador disparó sobre el elefante a dos metros de distancia, y, aunque no lo mató, logró que el animal le cargase, abandonando al capitán”. Más tarde explicó cómo la heroicidad del pistero guineano, que salvó in extremis la vida del vasco, no era ni mucho menos habitual: “Si, en lugar de Olaechea, se hubiese tratado de otro europeo, probablemente el indígena hubiera huido como hicieron todos los demás”. Fue sin duda este desdén por el peligro lo que situó la figura del guerrero vasco en un lugar venerable, de mito africano, tanto para los colonos blancos como para los nativos.
El cazador Basilio Olaechea Orruño tras abatir a dos gorilas machos.
Fuente: el libro “La Caza en Guinea” de Ramón Tatay, editado por Espasa calpe en 1954.
Nacido en una familia de clase humilde, no dudó en fugarse a Burgos y alistarse como voluntario en el bando nacional al estallar la Guerra Civil Española. A pesar de ser menor de edad, le hirieron en tres ocasiones, por lo que recibió varias condecoraciones. Tras el conflicto —después de conseguir el título de bachiller en el Instituto Ramiro de Maeztu de Vitoria— decidió quedarse en el ejército, donde, merced a su fuerza física y a su recio carácter, continuó ampliando su leyenda. Destacó como instructor militar y como deportista fue campeón de gimnasia de la Academia de Infantería. Los que le trataron aseguraban que su fortaleza y resistencia no conocían límites.
Cuando al terminar la Segunda Guerra Mundial Olaechea fue destinado a Río Muni, el territorio había comenzado su camino hacia la independencia. Allí ejerció como Administrador de diversas regiones, hasta que, por fin, en 1962, fue nombrado Gobernador Civil de toda la Región Continental. Como tal, bregó con independentistas —incluido Macías Ngema, que luego se convertiría en dictador sanguinario— y fue testigo de excepción de la emancipación progresiva de un país que clamaba por su libertad.
Compaginó sus deberes de funcionario y mando militar —es autor de un tratado sobre la guerra de guerrillas en el bosque ecuatorial— con su verdadera naturaleza, que de continuo le lanzaba a la espesura en busca de las más arriesgadas aventuras cinegéticas. Para sus hombres, los soldados de la Guardia Colonial (luego Guardia Territorial), fue casi como un Dios, hasta el punto de que le profesaban una lealtad ciega. Finalmente, en 1966, quien tantas veces había burlado a la muerte, pereció en Bilbao víctima del cáncer. Su desaparición fue un presagio, ya que, muerto Olaechea, su mundo colonial no tardó en seguirle a la tumba.
1 En 1901 figura al frente de una empresa dedicada al comercio en tierras del Muni.
2 En esta isla fue nombrado, sucesivamente, Contador de la Cámara Oficial Agrícola y Presidente de la Cámara Oficial Agraria. Como productor, ganó los primeros premios de los certámenes de ganadería y productos ecuatoriales de Calabar (Nigeria).
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