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Juan AGUIRRE SORONDO
El techo urbano de Gipuzkoa se llama Elgeta: casi 500 metros por encima del mar y unos cuantos más bajo los sótanos del cielo.
La atalaya fue fundada en 1335 por iniciativa real en los intitulados campos de Maya, “para hacer bien y merced a todos los que quisieren venir” en versión oficial del rey Alfonso XI, pero con la solapada intención de frenar las acometidas del señorío vizcaíno, a la sazón enfrentado con el poder castellano.
El paraje parece elegido con ojo clínico: es la zona más llana del altozano, y la intemperancia del lugar se compensa por sus ventajas estratégicas, en la ruta entre Bergara y Elorrio, con accesos transitables a Eibar y Mondragón. Además, a su jurisdicción pertenecían los lugares de Oxirondo (absorbido por Bergara en 1348), Angiozar y Ubera (barrios de la villa señorial desde 1927), con lo que en total sumaba una extensión más que sobresaliente.
Elgeta se encuentra a casi 500 metros por encima del mar.
Ilustración: Josemari Alemán
Grande extramuros pero pequeña intramuros. Dentro de una hectárea de muralla rectangular, acogía a medio centenar de casas alineadas en una sola calle de apenas 200 metros atravesada por un cantón, con tres puertas de acceso al cercado: a esta sencilla fórmula se reducía la estructura urbana de Elgeta durante su primer período. Morfología que corresponde, punto por punto, con esa concepción geométrica, racional y armónica del mundo medieval tan cabalmente analizada por Julio Caro Baroja.
Aquí no faltaba de nada. Amén de los privilegios de la madre naturaleza, los monarcas abundaron con otros que le facultaban para acotar sus pastos en beneficio del desarrollo ganadero de la comarca (excepcional prerrogativa que sólo compartía Hondarribia, centinela del extremo opuesto de la provincia), y a adquirir nuevos suelos para ensanchar sus términos.
De aquella lejana época deben de datar los arrestos de la gente de Elgeta. Así asoman con ocasión de las guerras banderizas entre Oñas y Gamboas, adscritos a los últimos, como autores del célebre incendio de Arrasate en 1448. Varios herrikosemes alcanzaron puestos mayores en la Santa Inquisición en distintas etapas de la historia: Martín Sáez de Ibarra, Andrés de Orbe y Larreategui, y Juan de Albistegui.
También contra la Francia revolucionaria se distinguió con motivo de la Guerra de la Convención, a finales del siglo XVIII. Primero, porque sus mozos boicotearon la talla obligatoria de los quintos. Segundo, por su iniciativa de anexionarse, de motu propio, a Bizkaia para mejor defender a la Gipuzkoa invadida, siendo de seguido imitada por Eibar.
Dentro de una hectárea de muralla rectangular, acogía a medio centenar de casas alineadas en una sola calle de apenas 200 metros.
Ilustración: Josemari Alemán
Se podrá discutir al elgetarra la elección de bando, pero jamás su vehemente entrega a la causa abrazada.
La segunda carlistada lidió su último y decisivo acto en las laderas del monte Intxorta, que acabó sembrado de cadáveres, y en la última civil el frente del norte se estabilizó en Elgeta desde septiembre de 1936 hasta la primavera siguiente, con trágico coste en vidas humanas y la destrucción casi total del casco urbano.
Allí, en el techo urbano de Gipuzkoa, el elgetarra respira una atmósfera distinta, casi etérea, que le carga de fuerza para encarar el destino tal como viene. ¿Cómo si no hubiera podido sostenerse con la dignidad que lo ha hecho una villa sin industrias significadas ni grandes explotaciones agrícolas o ganaderas, y hasta reconstruirse casa por casa y piedra por piedra tras las secuelas de la contienda del 36?
Al pie del panteón de los ilustres de Elgeta figuran sus valores: benefactores (Recalde, Iturbe), un gran artista (Pablo Uranga), una heroína de la Guerra napoleónica (María Angela Tellería), esforzados empresarios (Cosme y Juan Beistegui, creadores de la más importante marca de bicicletas del país)... Hombres y mujeres, entre tantos otros anónimos, que aleccionan sobre los beneficios de la perseverancia. Animoso ejemplo para tiempos de zozobra.
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