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Aretxabaleta. Y las zorras de Sansón

Juan AGUIRRE SORONDO

La primera impresión que nos causa Aretxabaleta es la de una aguja de piedra enhebrando el largo hilo del camino; pero no de un camino cualquiera, sino uno de los más antiguos de Gipuzkoa. Una aguja roma e indicativa que apunta por su extremo sur a Eskoriatza, su inseparable vecina. Aita Lasa, atinando en la comparación, las equiparaba con las zorras de Sansón que estaban unidas sólo por la cola e ilustraba el parangón con las inscripciones de sus viejos escudos: donde en una se lee “Plus Ultra”, en su vecina dice “Ultra Plus”.

Aretxabaleta y Eskoriatza formaban parte del antiguo Valle de Léniz, y alrededor de ese corsé estuvieron apretadas —a menudo en contra de su voluntad y juntas en contra del Conde de Guevara— por espacio de varias centurias. Es difícil retratar la una sin la otra, pero no imposible.

Enclavadas a orillas del río Deba, donde Gipuzkoa abarranca sobre la llanura alavesa, en un siglo impreciso fueron elegidas como lugar de asiento por gentes que apreciaron sus virtudes: buenas comunicaciones, paisajes agradables, una tierra generosa, amén de las aguas curativas que tanto renombre le darían. Es de suponer que habría un amplio robledal, atendiendo a la etimología de Aretxabaleta: aritz-zabal.

Aretxabaleta.
Ilustración: Josemari Alemán

Los libros de Historia barruntan que los romanos establecieran una calzada desde la costa hasta la meseta a través del Valle de Léniz, dejando a su paso unas semillas de civilización urbana que lentamente fueron germinando. Lo cierto es que a la antigua iglesia de San Miguel de Bedarreta, cuya portada románica introduce hoy al cementerio de la villa, se la tiene entre las más vetustas de la provincia.

Aretxabaleta posee personalidad propia y peculiar, como Eskoriatza la suya aunque si nos encaramamos a las cumbres cercanas nos parecerá que forman una unidad compacta e indiferenciada, sin lindes apreciables entre una y otra. Hay que bajar al valle para saborear sus respectivos matices: caminar por las calles Otalora y Durana (sus calles-camino fundacionales, la primera hacia Eskoriatza, la segunda rumbo a Salinas), la Herriko Plaza de arcos fajones, arquetípica construcción de la industrialización decimonónica, los revocos del barrio residencial de Basabe...

Un hombre sabio decía que nada hay más natural que amar la tierra propia, pero que ese amor no es mejor ni más grande porque tenga unas fronteras claramente perfiladas. Aretxabaleta y Eskoriatza: zorras de Sansón unidas por la cola, no sabemos dónde acaba una y donde empieza la otra. ‘Plus-Ultra-Plus’.

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