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Importancia de las vacunas para la salud individual y colectiva

Lourdes SARRÍA URIGÜEN, Profesora Titular. Departamento de Inmunología, Microbiología y Parasitología. Facultad de Medicina y Odontología. Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea

La aportación de las vacunaciones a la mejora de la salud y de la calidad de vida de la población es innegable. Desde el comienzo de su aplicación se han salvado millones de vidas, se han controlado muchas enfermedades infecciosas e incluso se ha conseguido erradicar una de las enfermedades epidémicas con mayor índice de mortalidad en el pasado: la viruela. Cuando se inició el programa para la erradicación de la viruela, la enfermedad aún amenazaba al 60% de la población mundial y mataba a una de cada cuatro víctimas.

El último caso de viruela informado en el mundo se remonta a 1977, en Somalia. El 8 de mayo de 1980, la OMS declaró que la viruela se había erradicado definitivamente. Se han cumplido ya 30 años desde esa magnífica noticia y otros proyectos con objetivos similares están en marcha. La erradicación de la poliomielitis está ya a nuestro alcance: desde el lanzamiento de la Iniciativa de Erradicación Mundial de la Poliomielitis en 1988 por la OMS y otros organismos, el número de casos ha disminuido casi hasta desaparecer y varios millones de personas se han librado de una parálisis, aunque aun existen zonas endémicas en algunos países como Tajikistan, Sudan o Nigeria. La erradicación del sarampión o la eliminación del tétanos materno y neonatal en países de alto riesgo son otros de los grandes retos.

Un poco de historia

Los primeros escritos relacionados con la vacunación datan del siglo XI y se refieren a la variolización, que consistía en la inoculación de costras de viruela de personas enfermas a personas sanas.

Este método, que fue practicado originariamente en China y la India desde donde pasó al mundo occidental en los inicios del siglo XVIII, constituyó una nueva herramienta terapéutica para defenderse contra la enfermedad y supuso un concepto innovador. No obstante, este procedimiento no estaba exento de riesgos y aproximadamente el 3% de las personas morían tras la variolización.

La práctica de la variolización llego también a nuestro pueblo. Como revela el Dr. J. Garate en su escrito “La variolización en el País Vasco”, es curioso señalar que el término aceptado en euskara para vacunar —txertatu— tiene también la acepción de “injertar plantas”, estableciendo un paralelismo y una bonita homología entre ambos procedimientos.

Pero la era moderna de la vacunación comienza con Edward Jenner, médico ingles del siglo XVIII. Jenner observó que los ayudantes de establo y ordeñadores eran aparentemente inmunes a la viruela humana tras haber sufrido lesiones cutáneas de poca importancia conocidas como viruela vacuna por el contacto con pústulas de las ubres de los animales.

El experimento definitivo de Jenner se basó en tomar pus de una pústula de la mano de una ordeñadora que había contraído viruela vacuna de su vaca e inocularlo a un niño sano de 8 años mediante dos incisiones superficiales. El niño tuvo una leve enfermedad y desarrolló una vesícula en los puntos de inoculación, que desapareció sin la menor complicación. Posteriormente, mediante varias leves incisiones inoculó al niño la viruela, pero éste no enfermó.

Foto: ad-vantage

Foto: ad-vantage.

Edward Jenner utilizó el término “vaccine” (vacuna) sin emplear jamás la palabra “vacunación”. Este término fue utilizado por primera vez en 1800 por Richard Dunning, con la aprobación de Jenner. Más tarde, la palabra sería adoptada por Louis Pasteur quien, en 1881, propuso que se emplearan las palabras “vacuna” y “vacunación” como términos generales. Fue el propio Pasteur quien continuó en esta línea con el descubrimiento de la vacuna frente a la rabia. Más adelante llegaron las vacunas frente a difteria, tétanos, tos ferina, tuberculosis y polio.

Los inicios de la vacunación sistemática en el estado español se sitúan a finales de 1963 con la primera fase de la Campaña Nacional de vacunación antipoliomielítica que tuvo como objetivo vacunar a todos los niños entre 2 meses y 7 años (se llegó a vacunar al 95% de la población infantil). En 1965 se incorpora la vacuna frente a difteria-tétanos-tos ferina (DTP). En 1975 se decide acabar con las campañas y establecer centros de vacunación permanentes, con la instauración del primer calendario vacunal.

Posteriormente, se fueron incorporando nuevas vacuna (sarampión, rubeola, parotiditis-triple vírica) y más recientemente hepatitis B, Hib (Haemophilus influenzae tipo B) y meningococo.

La cobertura vacunal aumentó enormemente en todo el mundo desde 1974, año en que la OMS puso en marcha el Programa Ampliado de Vacunación.

En los países desarrollados la vacunación sistemática tiene un seguimiento importante, gracias a lo cual desde hace años no existen casos de polio o difteria, estamos cerca de erradicar enfermedades como el sarampión y han disminuido de forma notable los casos de hepatitis B.

Pero en los países en desarrollo el espectro de protección es mucho más reducido. Las vacunas incorporadas más recientemente, como la hepatitis B o Hib, han aumentado considerablemente los costos de los programas nacionales de inmunización y esto supone un reto considerable para países de baja renta y organismos sanitarios internacionales como OMS-UNICEF.

Movimientos “anti-vacunas”

El objetivo de la vacunación es imitar la respuesta inmune que provoca la infección natural, mediante mecanismos similares a los que ocurren en un proceso infeccioso. En principio, la vacunación implica una intervención sobre una persona sana y, por tanto, conlleva un riesgo. Y esta idea puede resultar difícil de asumir por algunas personas. De hecho, el movimiento anti-vacunas es casi tan antiguo como las propias vacunas. Ya en el siglo XIX médicos alemanes firmaron un manifiesto contra la vacuna de la viruela.

Hoy en día este movimiento es asumido básicamente por dos tipos de colectivos: por un lado, grupos religiosos integristas y, por otro, usuarios y profesionales de la medicina naturista.

El discurso anti-vacunas se basa en que las vacunas no son necesarias porque protegen contra enfermedades que ya apenas existen en nuestro entorno. Ni tampoco son eficaces, ya que si las enfermedades infecciosas casi han desaparecido es porque el estado de salud de la población ha mejorado. Algunos defienden la idea equivocada de que los riesgos que acompañan a la vacunación superan a los que causa la propia infección adquirida de forma natural, o que la inmunidad natural que logra el propio organismo cuando pasa la enfermedad, es mejor que la inmunidad “artificial” inducida tras la vacuna.

Foto: Shermeee

Foto: Shermeee.

Lo cierto es que si no se utilizaran las vacunas, habría muchos más casos de enfermedad, más efectos secundarios graves y más defunciones.

Por citar solo algún ejemplo, cuando el sarampión se pasa de forma natural ocasiona neumonía en 1 de cada 20 pacientes, encefalitis en 1 de cada 2.000 y muerte en 1 de cada 3.000 (en países industrializados) o hasta 1 de cada 5 en los casos de epidemias en países en desarrollo. La vacuna del sarampión puede producir encefalitis en 1 caso por cada millón de vacunados o reacciones alérgicas en 1 de cada 100.000 dosis de vacuna antisarampionosa.

Y aunque cualquier caso de afección grave o muerte por una vacuna es lamentable, es evidente que las ventajas de la vacunación superan con creces sus riesgos.

Beneficios de las vacunas

Como estrategia sanitaria, la vacunación es, sin duda, la mejor inversión en salud pública. Implica no sólo un beneficio para la salud del propio individuo sino que favorece también a toda la comunidad. Y aquí radica el gran beneficio de las inmunizaciones. Debemos vacunarnos, pues, por dos motivos: el primero, para protegernos a nosotros mismos (las enfermedades infecciosas siguen presentes y cualquiera que no esté protegido se puede infectar). La segunda razón es para proteger a las personas de nuestro entorno. Una pequeña proporción de personas no responde a las vacunas (ninguna vacuna es efectiva al 100%), otras no pueden ser vacunadas, por ejemplo, por presentar alergia a alguno de los componentes de la vacuna. De esta manera, las personas no vacunadas se protegen porque en esa población mayoritariamente vacunada hay menos individuos capaces de contagiar (es lo que se conoce como “efecto rebaño”).

Futuro de las vacunas

Aun se requiere de forma imperiosa actuar contra muchas enfermedades. Cada año, millones de personas mueren en todo el mundo como consecuencia de paludismo, tuberculosis, SIDA, infecciones respiratorias o gastrointestinales. La OMS estima que millones de niños menores de cinco años mueren anualmente por enfermedades prevenibles con las vacunas existentes en los países desarrollados.

En unos casos, será necesario desarrollar vacunas hasta ahora inexistentes; en otros, mejorar la seguridad y la eficacia de las que ya se disponen en la actualidad, disminuyendo su costo y haciéndolas mas asequibles para los países en desarrollo. En este nuevo siglo podemos esperar más y mejores beneficios de las vacunas, consecuencia de nuevas investigaciones. Vacunas contra enfermedades emergentes o tan arraigadas como el cáncer, la enfermedad de Alzheimer o la caries dental.

Sin duda vacunar sigue siendo no sólo el reto sino la esperanza de la humanidad en materia de salud. Vacunas más baratas, más seguras, y más fáciles de administrar contribuirán a que la inmunización global sea una realidad.

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