Txema HIDALGO
Recientemente se ha presentado al público el libro “Nafar Aire Zaharretan” que recopila cerca de 1500 viejas canciones en euskara, recogidas en Navarra por distintos folkloristas desde el s. XV hasta la Guerra Civil.
El esfuerzo que ha representado la edición de este libro, desde todos los puntos de vista, tanto por el rastreo de infinidad de archivos para la extracción de datos, como por su clasificación, diseño, digitalización de partituras, maquetación, etc., por no hablar de la falta de ayudas oficiales, y todo ello para ofrecer una información exclusivamente de Navarra, exige una explicación previa a cualquier otro comentario.
Son ya varias las décadas en las que, desde las más altas instancias de Navarra, se viene aplicando un impulso implacable, al principio sutil y soterrado pero luego de forma abierta e indisimulada con un objetivo final: que desaparezcan o, en su caso, se minimicen y atenúen los signos de identidad vasca en Navarra.
Este martilleo incesante ha ido haciendo mella en la sociedad del Viejo Reino vascón de tal forma que para muchos navarros de hoy en día el euskara y, en general, cualquier manifestación de cultura vasca, es algo ajeno a ellos; algo que, desde fuera, se les pretende imponer arbitrariamente. Y no hablamos solamente de zonas, como la Ribera, donde el euskara es, desde hace mucho tiempo, invisible, no. El hecho es generalizable a casi todo el territorio. Incluso aquellos que se sienten atraídos por la cultura vasca se ven afectados por esa presión. Es el caso, por ejemplo, de los kantuzales, que tienden a creer que la mayor parte de las canciones, bertsos, etc. de su repertorio son de origen foráneo.
Todas estas consideraciones hacen que sea el pueblo llano quien deba imponerse la tarea de recuperar la memoria, de no permitir que prejuicios políticos e ideológicos prevalezcan sobre la realidad histórica y cultural. Y ésta ha sido la razón última de este libro. Poder ofrecer, en primer lugar a la sociedad navarra, pero también al conjunto de la sociedad vasca, un testimonio fidedigno de una parte importante, pero olvidada, de la cultura navarra: su cantos tradicionales vascos.
Para ello y durante cuatro años he ido recopilando, rebuscando en los archivos más antiguos y reconocidos, testimonios de canciones vascas que hubieran sido recogidas en Navarra. Incluso he tenido la oportunidad, rara ya en el s. XXI, de conectar con alguna persona, como el luzaidarra Anjel Aintziburu, con el que he podido completar canciones parcialmente recogidas en su día por A. Donostia o poner la música original a otras que no la tenían.
Hay que señalar, de todas formas, que los fondos de R. Mª de Azkue y de Aita Donostia son la referencia inevitable para llevar a buen puerto cualquier trabajo con kantuzaharrak. Sólamente ellos dos recogieron más de 2.000 canciones de toda Euskal-Herria y dejaron constancia de ellas en sus respectivos cancioneros.
Pero hay otros muchos folkloristas que han contribuido a la recogida de testimonios musicales. J.Mª Satrústegui, P. Lafitte, Sallaberry, Ch. Bordes, R.A. Gallop, F. Vogel, J. de Riezu, Nehor-Dufau, los capuchinos del Colegio de Lekaroz,... y tantos otros que nos han dejado el precioso regalo de sus investigaciones.
Pronto me percaté de que, no es sólo que Navarra estaba presente en las recogidas de canciones, sino que era, de hecho, el herrialde que mayor número de testimonios aportaba. Hay que señalar que en la recopilación se incluyen datos tanto de la Alta como de la Baja Navarra, siguiendo el criterio ya utilizado por Jorge de Riezu. Tal como nos cantó nuestro inolvidable Xalbador: “Goi eta Beherik ez da enetzat, Nafarro bat da bakarra”.
Y ¿cuál podría ser la razón de esta importante presencia de Navarra en el cancionero vasco? Azkue, en el suyo, ya nos da la pista: “Las canciones más genuinas...pertenecen a la montaña de Navarra, la menos cruzada de carreteras hasta nuestros días y la más rica poseedora del folklore vasco”.
Y es que, desde las carlistadas, en kostaldea florecen ferrerías, hornos, fábricas de armas, talleres de todo tipo que traen consigo un importante aumento de población en los núcleos rurales y, a la vez, un decaimiento de las viejas costumbres. Los nuevos trabajos, por ejemplo, no son apropiados para cantar en grupo, como antes hacían las hilanderas, deshojadoras, mandazainas, pastores, etc. La sociedad rural va transformándose en urbana adoptando de paso sus formas de vida.
Pero eso no ocurrió en Navarra. Cuando llegan a ella a primeros del s. XX tanto Azkue como Donostia, los pueblos de la Merindad de Pamplona siguen manteniendo perfectamente vivas tanto la lengua vasca como las viejas costumbres. Y en un pueblo, como el vasco, que transmite su cultura de forma oral, el canto es un instrumento principalísimo de esa transmisión.
Toda ocasión era buena para cantar. Se cantaba en la iglesia de la mano del párroco, en el monte en las labores de pastoreo o recolección, en la taberna bebiendo y descansando, mientras se realizaban trabajos colectivos (artoxuriketas, hilanderas, etc), en las rondas de Mayas, Año Nuevo, Santa Águeda,...en las bodas, en las guerras. Se cantaban canciones de amor, de cuna, de juegos infantiles, de pelota, dantzas cantadas,... incluso los condenados, antes de ir a la horca o a galeras, cantaban o mandaban cantar bertsos moralizantes y de arrepentimiento.
El libro, de dos tomos, recoge fichas de todas las canciones, título, clasificación, folklorista que las recogió, lugar y la fecha de recogida, nombre del cantor-colaborador, etc.
Finalmente se han recopilado alrededor de 1500 testimonios. Los primeros corresponden al s. XV. En concreto hay uno —“Labrit eta Errege”— cantado en las fiestas organizadas con motivo de la coronación de Juan de Albret y Katalina de Foix, reyes de Navarra. Otro del s. XVI es la elegía de Juan de Amendux, joven pamplonés preso en la cárcel de Tafalla y que representa un precioso testimonio del euskara que se hablaba por entonces en Iruña. Y así siglo tras siglo hasta llegar a la Guerra Civil, época hasta la que se ha extendido la recopilación.
Por todo lo anterior, puede decirse que toda la vida popular está reflejada, atrapada en las canciones de este kantutegi. Todas las costumbres ancestrales, todos los dialectos del euskara de Navarra se vuelven a escuchar en estos viejos aires. Algunos, como el Erronkariko uskara, muerto ya hace un siglo, revive en algunos de los cantos recopilados.
El libro, de dos tomos, recoge fichas de todas las canciones, en las que figuran su número, título, clasificación, el folklorista que las recogió, el lugar y la fecha de la recogida, el nombre del cantor-colaborador, el archivo de donde se han obtenido los datos, así como otros títulos de canciones relacionadas con la de la ficha.
Más abajo aparecen la partitura, el texto en euskara, su traducción al castellano y, finalmente, observaciones, si las hay, que puedan situar al lector en el contexto de la canción.
Teniendo que gestionar tanta información, 1500 son muchas canciones, los índices son importantes para facilitar la tarea. El libro incluye tres tipos de índices. El primero es, como se podía esperar, el alfabético de canciones. El segundo, muy interesante, es el onomástico de pueblos, en el que aparecen todas las localidades de recogida con sus canciones correspondientes. Por último, el tercero clasifica los cantos atendiendo al tema de los mismos. Hay 24 grupos (de amor, iglesia, boda, cuna, guerra, trabajo, etc.). De forma que el lector puede encontrar rápidamente las canciones recogidas en tal o cual localidad o bien las que se cantaban relativas a un tema determinado.
Por otra parte, y teniendo en cuenta que el lector puede no saber música, se adjunta al libro un disco CD con una muestra de la melodía de todas las canciones, en formato MIDI. De tal manera que cualquiera puede saber, bien leyendo la partitura bien escuchado el disco, cómo es el aire de cada canción.
Siendo bastante relevante el número de cantos recopilados, hay que señalar que todavía han quedado un grupo considerable, bastantes de ellos inéditos, que me han ido llegando desde distintas fuentes y que no han podido ser recogidos en el libro por hallarse en esos momentos ya en la imprenta. Serán presentados en un futuro apéndice en el que ya trabajo.
Hoy en día en muchas localidades de nuestra geografía: Bayona, Iruña, Donostia, Gasteiz, etc. se organizan grupos de personas que cantan en grupo, por las calles, canciones en euskara. “Iruñean kantuz” es el nombre de los que salimos en Pamplona los primeros sábados de cada mes. Y, poco a poco pero de forma decidida, vamos incorporando a nuestro kantutegi estos viejos aires vascos que acompañaron, desde hace siglos, la vida de nuestros pueblos.
Y es que toda canción nace con la vocación de ser escuchada y cantada. Por ello, no debemos permitir que se pierdan éstas que, a lo largo de los últimos siglos, ha ido produciendo nuestro pueblo y que constituyen un tesoro cultural que tenemos la obligación de conservar.
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