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El uso de la religión contra la República. Navarra, 1931-36

Javier DRONDA MARTÍNEZ

Decía el historiador Tuñón de Lara que durante la II República la religión católica, más que “opio del pueblo”, fue “excitante activo del pueblo”. Ése fue sin duda el caso de Navarra, donde la gran influencia de la Iglesia y la religión católicas, su identificación con opciones políticas y sociales conservadoras, así como el uso político que se hizo de la llamada cuestión religiosa son factores clave para comprender el éxito de la movilización antirrepublicana en esta tierra1.

La cuestión religiosa no era sino un conflicto político en torno al papel público de la religión y la Iglesia católicas: el conflicto entre partidarios y detractores del proceso de secularización, entre lo que se conocía en la época como clericales y anticlericales. Un conflicto que venía planteándose desde que las revoluciones liberales del XIX intentaran reducir la tremenda influencia de la Iglesia católica en todos los ámbitos, y que había dado lugar a una identidad católica militantemente reactiva contra los cambios que traía la modernidad. Esta identidad se había forjado en España en las movilizaciones contra políticas laicistas en el Sexenio Democrático de 1868-74 y especialmente en la primera década del siglo XX, momentos en los que ya quedó patente el enorme peso de ese catolicismo militante en Navarra.

La identidad clerical era tan inseparable de opciones políticas conservadoras como la identidad anticlerical lo era de las contrarias. Porque, al menos desde los tiempos de la Restauración, la Iglesia estaba claramente aliada con los sectores sociales dominantes. Además, el ideario oficial de la Iglesia anterior al Concilio Vaticano II, claramente antipluralista y antidemocrático, encajaba perfectamente con ese papel defensor del orden social dominante. El modelo de estado ideal de la Iglesia de entonces era un Estado confesional y autoritario. Independientemente de las diferencias estratégicas entre sectores más o menos pragmáticos, ese era el modelo ideal de toda la jerarquía eclesiástica del momento. Por ello, desde hacía décadas, quienes querían cambiar ese orden social consideraban indispensable acabar con la tremenda influencia del clero, mientras que quienes querían conservarlo consideraban al catolicismo algo consustancial a la nación y no estaban dispuestos a renunciar a su hegemonía. Clericalismo y anticlericalismo eran pues elementos esenciales de las culturas políticas en pugna2.

Las razones de la mencionada hegemonía clerical en Navarra son múltiples e interrelacionadas. Las fiestas que jalonaban el año y que constituían una de las principales formas de sociabilidad de las comunidades locales seguían siendo las religiosas; las devociones católicas seguían jugando un importante papel en la conformación de identidades colectivas que suponían una determinada forma, tradicional y católica, de entender la comunidad; y existía una alta densidad de clérigos, de origen cercano a su feligresía, que venían ejerciendo una gran influencia, no sólo a través del púlpito o el confesionario, sino también a través de la escuela, las obras de beneficencia, las cajas rurales o diferentes tipos de asociaciones católicas. El variado y abundante tejido asociativo católico es una de las claves fundamentales de esa hegemonía. En él cabe incluir no sólo a asociaciones directamente dependientes del clero, como la Acción Católica o distintas asociaciones “piadosas”; sino también a otras más independientes pero que tenían como uno de sus principales ejes de acción la defensa del status privilegiado de la Iglesia, como los partidos católicos, entre los que destacaba el carlismo, y la llamada buena prensa, entre la que destacaban el Diario de Navarra, el periódico de mayor tirada de la provincia y muy ligado a la oligarquía económica, y El Pensamiento Navarro, carlista, de bastante menor tirada pero también muy influyente al ser el más leído entre el clero. Sin olvidar la potente red de obras sociales, cooperativas y cajas rurales que el clero rural había puesto en marcha desde principios de siglo y que estaban agrupadas en la Federación Católico Social Navarra3.

Ese prolífico movimiento católico iba a jugar un papel clave en la movilización contra la II República prácticamente a partir de su proclamación en abril de 1931. Y los resultados electorales reflejan el éxito de dicha movilización. Si todavía en 1931 la otra Navarra, la partidaria de las reformas republicanas, había logrado ganar las elecciones municipales en localidades tan importantes como Tudela o Pamplona (en este caso al repetirse en mayo), y obtener en las constituyentes de junio un 36% de los votos frente a una Coalición Católico-Fuerista que agrupaba a toda la derecha (incluyendo al Partido Nacionalista Vasco). Dos años después, en las elecciones de 1933, la izquierda no iba llegar al 20%, mientras que un Bloque de Derechas, ya sin el PNV, obtenía un 71% y copaba toda la representación parlamentaria navarra. Resultados que a grandes rasgos se mantendrían en las generales de 19364.

Así pues, la movilización antirrepublicana logró consolidar esa hegemonía clerical durante el breve periodo republicano. Y ello a pesar de la división política del catolicismo navarro por la cuestión nacional. En la mencionada Coalición Católico-Fuerista habían coincidido católicos vasquistas y españolistas que apostaron por un estatuto de autonomía vasco-navarro (el estatuto de Estella) que garantizase que no se implantaran aquí las reformas republicanas, muy especialmente las laicistas. Pero, con la imposibilidad de aprobar dicho estatuto en el nuevo marco constitucional, las prioridades de unos y otros los distanciaron. El PNV, liderado por jóvenes como Manuel de Irujo, aceptó la República e incluso fue evolucionando hacia la democracia cristiana. Sin embargo, el resto de la derecha, hegemonizada por el carlismo, se opuso frontalmente a la República hasta el punto de terminar apoyando una insurrección armada contra ella, postura defendida desde el principio por el carlismo (las primeras decurias del Requeté se constituyen ya en la primavera de 1931) y a la que se fueron sumando otros elementos del Bloque de Derechas, como la Unión Navarra de Rafael Aizpún o el círculo del Diario de Navarra, que apoyarían sin reparos el golpe de 1936, en cuya organización jugó un papel clave precisamente el director del Diario.

Como se vio en los resultados electorales, el catolicismo más tolerante ligado al PNV y al diario La Voz de Navarra, que aceptó la República aunque criticase algunas de sus medidas, fue claramente minoritario. La hegemonía la tuvo el catolicismo intransigente del carlismo y el Bloque de Derechas. Aquel que se opuso a todas las reformas republicanas y que utilizó la oposición frontal al laicismo como bandera principal. La intransigencia religiosa quedó patente ya desde las tempranas protestas contra el decreto de libertad de cultos, o en las intervenciones del mitin católico-fuerista de la campaña de las elecciones de junio de 1931, en el cual se llegó a amenazar incluso con la revuelta: “No harán enmudecer las campanas que hoy pueden tocar a rogativa y mañana a rebato (...) España será católica o no será5.

Mitin cat?lico-fuerista del 14 de junio de 1931 (Archivo Jos? Joaqu?n Arazuri)

Mitin católico-fuerista del 14 de junio de 1931 (Archivo José Joaquín Arazuri).

La demonización de la República se propagó a través de las páginas de medios católicos como el Diario de Navarra, El Pensamiento Navarro y otros aparecidos entonces como el semanario Navarra o la propia hoja diocesana La Verdad, que llegó a ser el medio de mayor tirada de la provincia y que fue creada en 1931 con un estilo sencillo y didáctico para orientar a la población frente a los “torbellinos de ideas ateas, de sectarismos rabiosos” a los que estaba expuesta en el nuevo contexto de proliferación de la “mala prensa”6. Desde estos medios se trasladó la imagen de una República caótica y atea, recurriendo incluso al mito de la conspiración judeo-masónico-comunista contra el cristianismo, una teoría rocambolesca que al achacar todos los conflictos sociales a una especie de plan diabólico, evitaba tener que analizar sus causas. Es la virtud de los mitos de la conspiración: que lo explican todo sin tener que demostrar nada. Todo se reducía maniqueamente a una lucha entre el Bien y el Mal, una visión que encajaba perfectamente en la mentalidad religiosa dominante. Para este catolicismo politizado no había término medio posible entre el confesionalismo tradicional y el reformismo laicista. Como repetía su propaganda, había que estar “o con Cristo o contra Cristo”. La separación de la Iglesia y el Estado sólo podía responder a un plan para destruir a la primera, y cualquier incidente anticlerical (escasísimos en Navarra) era esgrimido como prueba.

La Verdad

Las múltiples organizaciones del movimiento católico navarro jugaron también un papel clave en esa movilización antirrepublicana. Se crearon nuevas asociaciones (como la Liga de Jóvenes Navarros en Defensa de los Intereses Religiosos, próxima a lo que sería el partido Unión Navarra), se potenciaron otras ya existentes (como la Acción Católica con sus diferentes ramas de mujeres, jóvenes...), y muchas llevaron a cabo una importante labor propagandística paralela a la de las organizaciones políticas: la Asociación Católica de Padres de Familia se centró en la crítica del laicismo escolar, la Federación Católico-Social en la oposición a la reforma agraria, la Asociación Defensora de los Religiosos Vasco-Navarros en el apoyo a las congregaciones religiosas, etcétera. La participación de las mismas personasen distintas asociaciones (a menudo en puestos directivos), muestra claramente los lazos existentes entre organizaciones estrictamente religiosas y otras abiertamente políticas, así como el predominio de la derecha tradicionalista en este asociacionismo7.

La Verdad

Así pues, desde los partidos, medios y organizaciones católicas se fue difundiendo que la esencia católica del país era incompatible con esa República que amenazaba la unidad religiosa y el orden social. Y parte del propio clero contribuyó también a difundir dicho mensaje a través de sus predicaciones. Las quejas de sectores izquierdistas (y también nacionalistas vascos) por el contenido político de algunos sermones serán continuas a lo largo de toda la República8. El clero desde luego negaba que hablase de política, porque desde su punto de vista el laicismo o el socialismo no suponían un problema político sino un enfrentamiento moral entre formas de vida esencialmente buenas o malas. Pero es innegable que la mayoría del clero transmitía unas ideas políticas. Algunos explícita y directamente, y otros a través de una serie de valores conservadores que legitimaban el orden socio-económico establecido. Aunque no faltaron católicos que hicieron un análisis más lúcido de la realidad social (como el capellán castrense navarro Santiago Lucus Aramendía, fusilado por los franquistas en 1936), el discurso dominante de la Iglesia española de la época sacralizaba la propiedad privada y legitimaba la desigualdad social. Eso es lo que explica que importantes sectores del movimiento obrero no se limitasen a la indiferencia religiosa sino que llegasen a posiciones anticlericales, porque para ellos la Iglesia era un “enemigo de clase”.

En ese contexto, los actos públicos religiosos fueron ocasiones propicias para la transmisión de ese mensaje de rechazo a las reformas republicanas. Cuando las autoridades republicanas dejaron de financiarlos y de acudir a ellos en corporación, se convirtieron en una escenificación del divorcio entre la provincia y la República. Más todavía si no podían celebrarse en la calle y se recluían en el interior de los templos. Cosa que sucedió a menudo durante el primer bienio republicano, bien porque fueron prohibidos por las autoridades, o, más frecuentemente, porque los católicos se negaron a aceptar la subordinación al poder civil y solicitar el permiso necesario. Ese uso de la religión, que se dio incluso a propósito de algunas supuestas apariciones de la Virgen9, favoreció sin duda que el discurso antirrepublicano calase en una gran parte de la población navarra.

Ya en las elecciones de 1933, el Bloque de Derechas recogió los frutos de la movilización católica desarrollada desde el cambio de régimen, y obtuvo una aplastante victoria electoral, que esta vez fue acompañada por una victoria también del conjunto de la derecha en toda España. La CEDA (una amalgama básicamente de derecha católica y antiliberal, que en Navarra estaba representada por la Unión Navarra de Aizpún, ministro de Justicia desde octubre de 1934) y el centro-derecha republicano paralizaron gran parte de las reformas de los anteriores gobiernos del PSOE y el centro-izquierda republicano. Pero esto no disuadió al carlismo predominante en Navarra de su apuesta por derribar el régimen mediante la violencia. Al contrario, la táctica posibilista de parte de la derecha de intentar acabar con la República desde dentro fue muy criticada por los medios tradicionalistas, que no contemplaban otra posibilidad que la destrucción de un régimen que consideraban intrínsicamente malo.

Con la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, también gran parte de la antigua derecha más pragmática se pasó a la estrategia conspirativa que desembocó en el golpe de Estado de julio que frustró definitivamente la experiencia republicana. El propio Aizpún, que como ministro se había destacado por su exigencia de penas de muerte contra los revolucionarios de octubre de 1934, apoyó el golpe e incluso sería procurador en las primeras cortes franquistas. Su cuñado, Demetrio García Abaurre, líder de las juventudes de Unión Navarra y de la Liga de Jóvenes Navarros en Defensa de los Intereses Religiosos, se había pasado a las filas de Falange ya en febrero de 1936.

Tras el golpe, la Iglesia jugó un papel consecuente con el que había jugado hasta entonces: legitimó la sublevación violenta en un bando proclamando la Cruzada contra los enemigos de Dios, y fue brutalmente perseguida en el otro al considerarla enemiga de clase y cómplice del golpe. En Navarra, controlada desde el primer momento por los sublevados, se llevó a cabo una desproporcionada represión que segó la vida de más de 3000 personas. Las actitudes particulares de los diferentes sacerdotes ante esta represión fueron muy variadas. La mayoría probablemente se inhibió, pero algunos la apoyaron abiertamente o incluso colaboraron en la propia conspiración de los carlistas. En los primeros momentos de la República habían llegado a constituir una Junta Sacerdotal para ganarse el apoyo del clero local, que se consiguió sobre todo en la Zona Media, donde algunos párrocos llegaron a ser los jefes del Requeté local. Pero también hubo algunos sacerdotes que se atrevieron a oponerse a la represión, como el conocido caso de Marino Ayerra en Alsasua.10

Entre muchas otras cosas, la guerra frustró también la modernización que la Iglesia había comenzado, forzadamente, a realizar. Porque la nueva coyuntura la había obligado a adaptarse a un nuevo marco laico en el que, aunque dejaba de recibir la protección estatal, podía seguir siendo, al menos en Navarra, socialmente muy influyente. El laicismo republicano obligó a la Iglesia a iniciar su autofinanciación o a impulsar la instrucción religiosa fuera de las escuelas. A pesar de los deseos de muchos republicanos, no parece que la influencia de la Iglesia navarra fuera a menguar demasiado, ya que quizá no dependía tanto del favor estatal como debía ocurrir en otros lugares donde no contaba con bases sociales tan sólidas. Aunque obviamente ese influjo estaría más amenazado que en el marco confesional anterior. Pero la Iglesia vio la Cruzada como una posibilidad de salir de lo que consideraba un infierno anticlerical y entrar en un paraíso integrista. A partir de entonces, ya no necesitaría adaptarse a un Estado democrático y laico, porque la victoria franquista le ofrecería la posibilidad de entregarse a su modelo de Estado ideal: un Estado autoritario y confesional en el que recobrase la influencia perdida.

1 Para un análisis detallado de todo lo aquí tratado, véase: Dronda Martínez, Javier, Con Cristo o contra Cristo. Religión y movilización antirrepublicana en Navarra (1931-1936), Txalaparta, Tafalla, 2013.

2 Hay ya una abundante bibliografía sobre la confrontación entre clericalismo y anticlericalismo. Sin ánimo de ser exhaustivo, concretamente para el período republicano pueden verse: Barrios Rozua, Juan M., Iconoclastia. 1930-36. La ciudad de Dios frente a la modernidad, Universidad de Granda, 2007;  Dronda, Javier y Majuelo, Emilio (coords.), Cuestión religiosa y democracia republicana en España (1931-1939), Universidad Pública de Navarra, 2007; López Villaverde, Ángel Luis, El gorro frigio y la mitra frente a frente. Construcción y diversidad territorial del conflicto político-religioso en la España republicana, Rubeo, 2008; y Cueva, Julio de la y Montero, Feliciano (eds.), Laicismo y Catolicismo. El conflicto político-religioso en la Segunda República, Universidad de Alcalá, 2009. Sobre el período republicano en general cabe destacar la reciente síntesis: González Calleja, Eduardo et al., La Segunda República española, Pasado&Presente, Barcelona, 2015.

3Sobre la FCSN, exitosa sobre todo entre los pequeños propietarios agrícolas predominantes en la Zona Media y la Montaña, pero no tanto entre los jornaleros predominantes en la Ribera, véase Majuelo, Emilio, y Pascual, Ángel, Del catolicismo agrario al cooperativismo empresarial. Setenta y cinco años de la Federación de Cooperativas Navarras, 1910-1985, Ministerio de Agricultura, Madrid, 1991. Sobre el carlismo y el trasfondo sociocultural de su exitosa movilización, véase Ugarte Tellería, Javier, La nueva Covadonga insurgente. Orígenes sociales y culturales de la sublevación de 1936 en Navarra y el País Vasco, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998. Y un análisis sociológico del clero navarro en Pazos, Antón M., El clero navarro, 1900-1936. Origen social, procedencia geográfica y formación profesional, Eunsa, Pamplona, 1990.

4Los mayores apoyos a las candidaturas republicanas y socialistas coinciden en líneas generales con aquellos lugares que venían siendo denunciados por el clero como los más secularizados: sobre todo muchos pueblos de la Ribera, pero también Pamplona, Alsasua, Yesa o algunos valles pirenaicos. En general, suelen coincidir conflictividad social, presencia de organizaciones izquierdistas y denuncias del clero por la indiferencia, o incluso rechazo, hacia lo religioso. La secularización de las costumbres había alcanzado especial intensidad en dichos lugares, si bien era un fenómeno suficientemente generalizado como para que el clero viniera solicitando desde hacía tiempo la colaboración de la autoridad civil en la represión de lo que consideraban inmoralidad, cosa que lograrían ya en el franquismo. La percepción del clero, además de en diversos medios católicos, puede verse en los informes parroquiales conservados en los archivos diocesanos de Pamplona y Tarazona.

5Las intervenciones en el mitin católico-fuerista en Diario de Navarra 16-6-1931. Ya antes de la proclamación de la República, el futuro portavoz de la minoría vasco-navarra en las cortes, Joaquín Beunza, lo había dejado claro: “Libertad de cultos, ¿para qué? Si en España el que no es católico no es nada”. El Pensamiento Navarro 21-3-1931.

6La Verdad 6-9-1931.

7Un ejemplo ilustrativo de ese fenómeno: José Martínez Berasáin, que era el presidente del Bloque de Derechas en Navarra y sería el futuro presidente de la Junta Central Carlista de Guerra. Además de sus cargos en el partido y de presidir el consejo administrativo de El Pensamiento Navarro, fue el presidente de la Adoración Nocturna de Pamplona y miembro de las juntas directivas de la ACPF, la ADRVN y de “La Cultural Navarra” (sociedad ligada al colegio marista). Aparte de ser director del Banco de Bilbao en Pamplona y ocupar cargos importantes en el mundo empresarial. Sobre la plurimilitancia en el asociacionismo católico, véase Dronda Martínez, Javier, “Catolicismo político y movimiento católico en Navarra, 1931-1936”, en Ayeres en discusión. Temas claves de Historia Contemporánea hoy. Actas del IX Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, 2008.

8El propio Ángel Herrera, figura clave del movimiento católico español, diría en 1931 que “la primera de las tribunas de propaganda ha de ser siempre el púlpito” (Boletín de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, 15-11-1931). Las quejas de izquierdistas por el contenido de algunas predicaciones son constantes en Trabajadores, el semanario de la UGT navarra. Las del PNV pueden verse en La Voz de Navarra, sobre todo en las campañas electorales de 1933 y 1936. El Napar Buru Batzar llegó a pedir amparo al obispo Muniz ante la “calumniosa campaña” de algunos sectores del clero contra ellos, pero no logró ninguna intervención por su parte (Chueca, J., El nacionalismo vasco en Navarra, p. 209-210).

9Véase Christian, William A., Las visiones de Ezkioga. La Segunda República y el Reino de Cristo, Ariel, Barcelona, 1997.

10Sobre la implicación de algunos sacerdotes navarros en la conspiración una fuente primordial son las memorias del dirigente carlista Antonio Lizarza (Memorias de la conspiración. 1931-1936, Gómez, Pamplona, 1953). Sobre la actitud del clero navarro en general puede verse Equiza, Jesús, Los sacerdotes navarros ante la represión de 1936-1937 y ante la rehabilitación de los fusilados, Nueva Utopía, Madrid, 2010. También son de interés las memorias de Marino Ayerra (Malditos seais. No me avergoncé del evangelio, Mintzoa, Pamplona, 2002, 1ª ed. 1959). Sobre la represión en Navarra es indispensable la obra colectiva Navarra 1936. De la esperanza al terror, Altaffaylla Kultur Taldea, Estella, 1986.

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