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Enemigo a las puertas. La Guerra de Sucesión austriaca, Blas de Lezo y la Costa Vasca (1740-1747)

Carlos RILOVA JERICO

La divulgación de nuestra Historia, por si es necesario repetirlo, lleva aquejada desde hace muchas décadas —demasiadas quizás— de una notable falta de audacia y un aprisionamiento teórico que tiende a sofocarla al considerar, por distintas razones, que las principales corrientes generales de la Historia europea y mundial pasan al margen de ella. Salvo por una sucesión de escenas más o menos deslumbrantes que, normalmente, se cimentan, más que en hechos generales, en determinadas biografías de vascos elevados a la categoría de héroes casi sobrehumanos.

Blas de Lezo

Blas de Lezo utilizado como ilustración para un sello de Correos.

Un proceso que roza el esperpento muchas veces, tanto porque el relato canónico sobre esos personajes suele proceder, en gran medida, de burdas manipulaciones ideológicas —véase el caso de Juan Sebastián Elcano en los libros de texto de época franquista— como porque se acaba atribuyendo a dichos personajes una serie de facultades que rozan lo sobrenatural. Todo ello contribuye, como es lógico, a convertir nuestra Historia en un panorama que oscila entre una tierra inerte en la que nada ocurre y una serie de episodios que parecen sacados de mundos de fantasía y no de las corrientes generales de la Historia. Precisamente en la última década ha experimentado ese proceso, y de forma notable, el almirante Blas de Lezo y Olavarrieta, nacido en lo que en su época era la jurisdicción de la ciudad de San Sebastián, junto al puerto de Pasajes, y muerto en el año 1741.

Cuanto más nos alejamos de la Historia académica vasca, que ha trabajado mucho y bien desde los setenta del siglo pasado por evitar problemáticas de esa índole, más se agrava el proceso que acabo de describir, haciendo caer en el olvido las afirmaciones de Alfonso de Otazu y Llana —uno de los renovadores de esa Historiografía— que advertía, a mediados de esa década de los setenta del siglo pasado, que la Historia de los vascos no era precisamente extraordinaria con respecto a la del resto de europeos occidentales, sino más bien, en muchas ocasiones, el ejemplo más decantado de esa Historia común del agitado continente blanco.

Si volvemos al caso ya mencionado de Blas de Lezo, podremos constatarlo de inmediato. Siempre y cuando hagamos algo por aumentar nuestro conocimiento de la rica documentación inédita sobre su época de la que disponen los archivos y bibliotecas del País Vasco y que esperan su oportunidad de salir a la luz pública. Como se va a intentar siquiera esbozar en este breve artículo, que tratará de situar en su verdadero contexto histórico la vida de ese militar y marino nacido en la localidad guipuzcoana de Pasajes de San Pedro, que en aquellas fechas era el extremo Este de San Sebastián.

No voy a abundar en demasiados detalles sobre su vida anterior a la llamada Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1748). Hay trabajos suficientes, aunque aparecidos sin continuidad, de manera espasmódica, sin seguir un plan, desde que López Alen le dedicase en 1898 una breve biografía un tanto enfática donde daba, además, cuenta de los escasos estudios previos sobre el almirante. Línea que no parece haber mejorado demasiado en fechas posteriores, en las que se ha tendido a magnificar la figura del almirante. Sólo con excepciones entre las que ha aspirado a contarse el autor de estas líneas en la entrada que —hace unos años— redactó para la Enciclopedia Auñamendi.

Así pues, los hechos en los que nos vamos a centrar son los de la Guerra de Sucesión austriaca (1740-1748) que, en realidad, se solapa con la de la Oreja de Jenkins y es una edición más del conflicto general, de escala mundial, entre España, Francia y Gran Bretaña que marca ese siglo llamado “de las Luces”.

Si tomamos una de las obras conservadas en el fondo de reserva de la Biblioteca de la Diputación guipuzcoana Koldo Mitxelena Kulturunea “Mémoires politiques et militaires, Pour servir à l’Histoire de Louis XIV & de Louis XV”, escrita por el abate Millot con testimonios de primera mano sobre esos hechos históricos, descubrimos que, desde el punto de vista de la época de Blas de Lezo (no desde el nuestro), ese conflicto es descrito, en la página 299 del volumen quinto de esa obra, como “una guerra tan furiosa” como la que siguió a la muerte del rey de España Carlos II en 1700, iniciada después de lo que el autor de esa obra definía como “algunos años de paz”, cuando murió el emperador austriaco, Carlos VI. Precisamente quien había pretendido suceder en el trono español a Carlos II en 1700.

La hija del difunto emperador, María Teresa, casada con el duque de Toscana, Francisco de Lorena, debía ser la heredera del trono imperial austriaco de acuerdo a tratados solemnemente concertados. Circunstancia que, sin embargo, no se cumplió porque los que el autor de esta obra histórica —en el amplio sentido del término— llama “competidores”, podían oponer a esta ley arbitraria —la que hacía a María Teresa emperatriz— otros títulos.

Algo que, tal y como sagazmente señala el autor de estas “Memorias”, tuvo, desde el principio, el aspecto de una cuestión que sólo se resolvería por medio de la fuerza de las armas.

El rey de Prusia carga con sus granaderos

Araluce (1945). El rey de Prusia carga con sus granaderos.

En la página 300 de estas “Memorias”, su autor da una magistral lección sobre las razones de esos “competidores” para desencadenar esa guerra. Señala como primer motor de ella al rey de Prusia. Al que describe en términos muy elocuentes como alguien “nacido para llenar la Europa con el ruido de su nombre” y como hombre que reunía “al coraje y la ambición de los conquistadores, las luces de un genio cultivado, y todos los talentos, ya políticos, ya militares”. Su padre —el de Federico— había amasado, nos dice el autor de estas “Mémoires politiques et militaires, Pour servir à l’Histoire de Louis XIV & de Louis XV”, lo que él llama “tesoros” y asimismo había “disciplinado un ejército formidable”. Instrumentos de los que Federico hizo uso, declarando la guerra así bien sus demandas a María Teresa —para que le devolviera el dominio de ciertos ducados emplazados en Silesia— fueron rechazadas por la recién nombrada emperatriz.

Dice el abate Millot, autor de estas “Memorias”, que ese primer acto de desafío del rey Federico de Prusia “excitó a las otras potencias europeas”. En primer lugar al rey y la reina de España que, según esta versión de los hechos, habrían entrado en liza en el año 1741, seguidos de otros como el elector de Baviera, el de Sajonia, el rey de Polonia y un rey de Francia, Luis XV, que, según el abate Millot, no parecía demasiado decidido, sobre todo a causa del deseo de paz de su ministro Fleury...

La realidad, vista desde la zona litoral vizcaína y guipuzcoana —uno de los principales objetivos militares de los rivales de la Corte de Madrid—, era un tanto diferente.

Efectivamente, si de las Historias escritas algunos años después de los hechos, descendemos a la realidad cotidiana de quienes iban a tener que combatir en esa guerra iniciada por intrigas palaciegas, descubriremos que varios meses antes de la declaración de guerra —que tendría lugar en diciembre de 1740— las plazas fuertes guipuzcoanas ya habían recibido órdenes de movilización militar desde agosto de 1740. Una consecuencia evidente de la declaración de la Guerra de la Oreja de Jenkins en el año 1739, iniciada en solitario por España y que se solaparía con la de Sucesión austriaca.

No eran órdenes gratuitas: ante los vigías de plazas fuertes como Getaria o San Sebastián se avistaban velas de navíos de guerra británicos que pronto dejaron constancia de sus intenciones hostiles. Por ejemplo, atacando a barcos de transporte de mineral de hierro que hacían la ruta desde la costa vizcaína.

Desde ese momento los dos territorios vascos del litoral peninsular se verán en estado de guerra, generando una copiosa correspondencia entre las autoridades locales —Ayuntamientos implicados, Diputación...— y las que detentaban el poder militar en la zona en nombre de la corte de Madrid.

Mar?a Teresa emperatriz. origen de la guerra

Araluce (1945). María Teresa emperatriz. origen de la guerra.

La actividad será frenética desde ese verano de 1740 en el que Federico de Prusia iba a levantar la mano contra la corte de Viena. De acuerdo al ordenamiento foral, la Diputación dará orden de formar y armar a la milicia vecinal de cada villa con voto en Juntas y de las localidades controladas por éstas —como podía ser el caso del Pasajes natal de Blas de Lezo— y mandará formar compañías de artilleros, reclutadas entre los marineros veteranos de su jurisdicción que en ese momento no estuvieran prestando servicio fuera de territorio guipuzcoano. Sabia elección, teniendo en cuenta que, en la época, ser marino implicaba ser artillero experto, ya que cada hombre embarcado quedaba asignado -desde el primer momento- a servir una de las piezas de Artillería que portaban en esa época tanto los mercantes como los navíos de guerra.

La Diputación igualmente hará numerosas gestiones para conseguir que la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas provea piezas de Artillería allí donde sea preciso y no llegase la larga mano de los arsenales reales en la Provincia...

Mientras el enemigo comenzaba a concretarse ante el litoral vasco aun antes de la declaración de guerra entre Austria y Prusia, se preparaba también, para el año entrante de 1741, la defensa de Cartagena de Indias, un objetivo tan importante para los británicos como establecer cabezas de playa en la Costa Vasca.

Sus planes para hacerse con esa plaza fuerte, que era la llave a las ricas minas de oro y plata de la América española, incluso usando una flota de dimensiones mucho mayores que la que se desplegó ante la costa guipuzcoana en 1740, se frustraron tras un largo y catastrófico asedio. Uno donde Blas de Lezo dio una notable muestra de conocimientos del Arte militar de la época para la defensa del frente marítimo y terrestre de Cartagena de Indias junto a otros mandos con los que no siempre estuvo en buenas relaciones, como el virrey Eslava.

El almirante moriría a causa de las heridas recibidas en la defensa de Cartagena de Indias. La guerra que se había llevado su vida, sin embargo, continuó y, como nos dicen otros documentos —en este caso de la sección de Guerra del Archivo General de Gipuzkoa—, volvió a la costa en la que él había nacido. Aún es difícil afirmar si el objetivo de las nuevas flotillas británicas que hostigaron la costa guipuzcoana después de la derrota de Cartagena buscaban venganza por lo allí sucedido o tan sólo atacar a una potencia enemiga cómo y dónde se pudiera.

Lo que es evidente, a la luz de esos documentos, es que, tanto en 1740, como en 1741, 1742, 1743, 1747..., tanto en Cartagena de Indias como en la Costa Vasca, Gran Bretaña, como potencia contendiente en la Guerra de Sucesión austriaca, carecía de fuerza suficiente como para hacer frente a los otros actores presentes en esa nueva guerra de supremacía que, junto con otras anteriores y posteriores —de Sucesión española en 1701, de la Cuádruple Alianza en 1719, de los Siete Años en 1756...— caracterizaron ese complejo siglo XVIII europeo en el que, no hay duda, en mayor o menor medida, hubo numerosos actores vascos.

Desde almirantes como Blas de Lezo hasta antiguos marinos reclutados como artilleros para defender Getaria o Zumaia. O simples vecinos llamados a las levas de la milicia local de cada villa o población a instancias de la Diputación guipuzcoana...

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