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Nacionalismo vasco y nacional-catolicismo español en la guerra civil

Francisco LETAMENDIA

En Europa Occidental, con la salvedad de Irlanda, las diferencias lingüísticas han predominado sobre las religiosas en los conflictos nacionales. Las diferencias religiosas aumentan en cambio en importancia en los conflictos nacionales de Europa oriental, en los países de la ex Unión Soviética, en los Balkanes.

La interacción entre religión y nacionalismo puede ser también fuente de conflicto, pese a que las diferencias sean lingüísticas y no religiosas, allá donde las creencias compartidas y las lealtades eclesiásticas se usan de modos antagónicos en lo que concierne a las identificaciones nacionales. Ello fue evidente en el conflicto existente entre el nacional-catolicismo español y el nacionalismo del Partido Nacionalista Vasco, muy religioso en sus primeros tiempos, con ocasión de la sublevación militar-fascista de 1936, llamada guerra civil española.

A fines del siglo XIX, el programa religioso de Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco, comprendía tres puntos: independencia de la Iglesia y del Estado —los sacerdotes, que debían conservar su neutralidad política, no podían afiliarse como miembros activos del nacionalismo—; armonía entre la Iglesia y el Estado; y subordinación del Estado a los preceptos de la Iglesia. Este programa se resumía en un lema “Nosotros para Euskadi y Euskadi para Dios”, y “Jaungoikoa eta lege zaharrak”, Dios y las leyes antiguas.

Jos? Antonio Aguirre

José Antonio Aguirre.

El catolicismo convirtió al PNV durante la II República en el enemigo natural de la derecha radical española, cuya ideología se basaba ya en la consideración de la tradición católica-nacional como la esencia de España. Maeztu lanzó al mercado intelectual el año 1931 la teoría de la Antipatria: la Patria es la Hispanidad, catolicismo tradicional en acción permanente. Las fuerzas españolas agrupadas en el Bloque nacional mostraron una enemistad explícita hacia los nacionalismos periféricos. Su líder Calvo Sotelo espetó en 1935 en las Cortes españolas al líder nacionalista vasco y futuro lehendakari del Gobierno Vasco José Antonio Aguirre “...Mientras estéis ahí, reconcentrados, con ese sentido cerril que queréis muchas veces mistificar con invocaciones cristianas, con invocaciones a Dios, que en vuestros labios son una verdadera blasfemia, porque el sacrosanto nombre de Dios sólo puede amparar lo universal y lo infinito, y eso es España... yo afirmo que entregaros el Estatuto, en totalidad o en parte, sería un verdadero crimen de lesa patria”.

En 1936 tuvo lugar la rebelión franquista contra el legítimo gobierno republicano, dando comienzo a lo que se conocería como Guerra Civil. La ideología de las derechas españolas que había cristalizado en la dicotomía España Anti-España justificaba teóricamente esta sangrienta intervención del Ejército español, ferozmente contraria, no ya a cualquier identidad nacional distinta a la española, sino a la más mínima veleidad autonomista. El mito de la Cruzada contra el comunismo cimentó igualmente la destrucción por el Ejército de todo vestigio de organización obrera.

El Estatuto vasco de Autonomía, bloqueado durante la República, fue aprobado por las Cortes españolas a principios de octubre. El 7 de octubre de 1936, en la casa de Juntas de Gernika, fue designado Presidente del Gobierno Vasco casi por unanimidad el líder nacionalista José Antonio Aguirre, quien juró su cargo arrodillado bajo el Árbol de Gernika y en euskera, declarándose “ante Dios humillado, en pie sobre la tierra vasca, con el recuerdo de los antepasados”. Aguirre formó su gobierno con ministros nacionalistas del PNV-EAJ y de Acción Nacionalista, con socialistas, republicanos y un comunista.

La singularidad del Gobierno de Euskadi durante la guerra civil respondió a la hegemonía en él del PNV, el cual, socialmente moderado y confesionalmente católico, se oponía a las ejecuciones de los sublevados y defendía ardientemente a la Iglesia. La hegemonía del nacionalismo vasco constituyó para la República española un valioso reclamo internacional.

La jerarquía eclesiástica española bendijo en cambio la sublevación desde los primeros momentos, definiéndola como una Cruzada contra el ateísmo, incluido el Obispo de Vitoria, Mateo Múgica. Pero la represión de la que fueron objeto los sacerdotes y los fieles vascos llevó a éste primero a la protesta, y poco después al exilio. Numerosos sacerdotes vascos detenidos en Gipuzkoa fueron ejecutados y hasta torturados antes de ser muertos; tal fue el caso del padre Ariztimuño “Aitzol”. El Obispo Múgica escribió una carta al Cardenal Gomá en la que le decía: “Cómo ¿asesinado el párroco de Mondragón y los otros sacerdotes que conocía tan bien? Todos en el Ejército de Franco, desde el Generalísimo hasta abajo, debieran más bien haber besado sus pies”. Tal vez a causa de estos informes, el Papa Pío XI, pese a su apoyo a la causa franquista, se negó a condenar públicamente a los sacerdotes vascos.

Las fuerzas militares se reorganizaron bajo el control de Aguirre. Se formó un batallón por cada 660 hombres, agrupados según la afiliación política de sus integrantes. La escasez de armamentos era angustiosa. El 20 de Abril de 1937 comenzó la ofensiva de la infantería franquista en el frente oriental vasco. La Superioridad del armamento franquista en tierra, mar y aire era aplastante. El 26 de Abril, Gernika, la ciudad foral de los vizcaínos, se convirtió en el símbolo universal del horror de la guerra y de la inhumanidad del fascismo. El periodista británico George Steer realizó un magnífico reportaje contemporáneo sobre su destrucción. El mando franquista negó cínicamente la realidad de los hechos, afirmando que Gernika había sido destruida por los rojos. Pero gracias al testimonio de Steer, el mito de la Cruzada contra el ateísmo quedó roto en mil pedazos. Gernika constituyó un punto de inflexión en la opinión pública de las democracias formales occidentales; y Picasso se inspiró en este hecho para pintar su famoso cuadro para el pabellón del Gobierno español en la Feria Universal de París.

Hotel Carlton, Presidencia del Gobierno Vasco, poco despu?s de la ca?da de Bilbao

Hotel Carlton, Presidencia del Gobierno Vasco, poco después de la caída de Bilbao.

Debemos por cierto a Steer una entrañable pincelada sobre la presencia de la rica cultura culinaria en pleno asedio de Bilbao por las fuerzas franquistas, la cual ayudó a hacer soportable las privaciones que debieron sufrir cuantos habitaban el territorio del Gobierno vasco republicano. El periodista británico narra irónicamente en su libro “El Árbol de Gernika” que el gato doméstico, menú principal de la gente pobre de Bilbao, se preparaba con tanto gusto que superaba a la liebre en conserva”.

El 19 de junio de 1937, con la toma de Bilbao por las tropas franquistas, terminó la guerra civil en tierras vascas. El franquismo delimitó el territorio de Gipuzkoa y Bizkaia con el calificativo de “provincias traidoras”. Seis días después de la toma de Bilbao, el 24 de Junio, los Conciertos Económicos de Bizkaia y Gipuzkoa fueron abolidos. La ley del vencedor implantó el terror en el territorio ocupado.

El régimen franquista extraía su legitimación de la victoria en la guerra; a su vez, la legitimación por la guerra era de tipo religioso, y su imaginario se concretaba en el mito de la Cruzada. Pero ello no ocurría en Euskadi, donde la única fuente de legitimación del franquismo era la victoria militar. Al abolir los Conciertos y declarar traidoras a las provincias de Gipuzkoa y Bizkaia, el Estado franquista marcó un territorio y estigmatizó a la población que vivía en él: se creó pues una situación de violencia indiscriminada sobre un territorio discriminado. Si, como parece, la modificación de la relación de fuerzas a favor de los Aliados en la última fase de la II Guerra Mundial favoreció a los nacionalistas vascos y atenuó la represión física ejercida contra ellos. Ésta se ejerció sin embargo, y de manera despiadada, sobre los signos que constituían las estructuras objetivas comunitarias de la población vasca que había perdido la guerra.

La identificación entre religión y vasquismo y el uso de la lengua vasca fueron perseguidos con particular saña. Un informe elaborado en 1960 por el PNV describe la situación creada en los primeros años del franquismo: “La lengua vasca ha sido proscrita de todos los usos oficiales y de la enseñanza en todo el País Vasco. El juez o el cura, obedeciendo instrucciones recibidas, niegan a los padres el derecho de poner a sus hijos nombres vascos... En las iglesias en que el culto público interno se hacía en euskera porque los fieles no hablaban otra lengua, fue proscrito el idioma vasco... Los franquistas no toleraron la presencia del euskera ni en las tumbas y panteones de los cementerios vascos".

Bibliografía

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