Ane BUSTINDUY
En la línea de trabajo y reflexión abierta sobre el envejecimiento de la población dentro del proyecto “Etorkizuna irudikatuz: nahi dugun gizartea, izango dugun gizartea” (“Imaginando el futuro: la sociedad que queremos, la sociedad que tendremos”) encuadrada en el marco de la organización del XVIII Congreso y celebración del Centenario de Eusko Ikaskuntza, continuamos aportando cuestiones para reflexión y la acción una vez que vamos celebrando más foros de debate en diferentes municipios.
En noviembre de 2017 estuvimos en Zumarraga y en marzo de este año hemos estado en Irun, en ambos casos con personas y entidades participantes de diversas procedencias entusiastas y comprometidas con la acción individual y colectiva de adaptación a la realidad demográfica que vivimos. La cual está teniendo y va a tener necesariamente un efecto de transformación hacia nuestro modelo social y de bienestar.
La diversidad que aportan las personas que participan en los foros ciudadanos con sus diferentes “maneras de mirar”, supone que los resultados que vamos obteniendo nos enriquecen cara a las propuestas que podamos compartir. De este modo, si en un artículo anterior hicimos hincapié en el valor social de las personas mayores, en este caso, quisiéramos centrarnos más en entender el hecho de la longevidad y de cómo vivir más años con calidad de vida, esto es como bien dicen las expertas en envejecimiento: cómo añadir vida a los años y no años a la vida.
Vivir más años libres de enfermedades, es el objetivo de muchas de las investigaciones que se están desarrollando en diferentes lugares del mundo. Parece que está constatado que las ganancias en esperanza de vida que estamos conociendo en los últimos 20 años tienen mucho que ver con los avances médicos y farmacológicos, que siguen sin cesar centrados en descubrir claves de tratamiento a las enfermedades degenerativas relacionadas con la edad y que nos generan dependencia.
Los años de vida saludable en la CAPV a los 65 años en el año 2013 fueron de 15,8 de media (15,42 en hombres y 16,08 en las mujeres), lo cual suponía un incremento de 3,89 años con respecto al dato de 2006.
Tal y como señalaba el informe de la OMS (Organización Mundial de la Salud) en 2015: “Nunca antes hemos visto un grupo de personas que se acercan a los 65 años que estén tan bien informadas, con este nivel de bienestar, con tan buena salud, y con una historia de activismo tan fuerte. Con un legado como éste, es inimaginable que esta generación experimente la vejez como lo hicieron las anteriores.” De ahí que cada vez se hable más de la necesidad de replantearnos las etapas de la vida, tomando el envejecimiento como una parte del proyecto de vida y la presencia activa de las personas mayores en la sociedad.
El aumento del número de personas mayores está evidenciando que no es un colectivo en absoluto homogéneo, se observa mucha diversidad en cuanto a la tipología de personas mayores en la actualidad, que se verá acentuada en el futuro. ¿Dónde reposa mayoritariamente esa diferencia? Todos los indicios apunta hacia dos factores: el nivel de salud y el nivel de renta.
Sobre el nivel de renta no vamos a tratar en este artículo, sino que nos vamos a centrar en el efecto del nivel de salud.
Se está escuchando cada vez con más fuerza que el modo en que cada una de las personas transcurre por la vida, tiene un efecto directo en su estado de salud. Eso supone que deberíamos centrarnos en todo lo que hay antes de la dependencia y todo lo que podemos hacer para que esa dependencia se retrase lo máximo posible. Y no solo los hábitos de vida saludable en cuanto a la alimentación y deporte son importantes, sino que también la educación, los entornos laborales, las redes vecinales, las ciudades amigables, los centros sociales y culturales —que entre lo lúdico y no lúdico— pueden contribuir de forma directa a alcanzar y mantener una vejez más saludable, posibilitando a las personas seguir llevando una vida plena, autónoma, tomando sus decisiones, y haciendo lo que les gusta.
La vida es un viaje y hay que aprovechar todo el para prepararnos a que la dependencia llegue lo más tarde posible. Y en esa preparación entra en juego lo que cada persona hace por ella misma, pero también lo que el entorno le facilita. En esta línea se apuntaron propuestas sobre la importancia de educarnos para el envejecimiento activo, sobre la asunción misma de que envejecer forma parte de la vida y como tal hay que seguir disfrutándola al máximo; la importancia de posibilitar una transición positiva hacia la jubilación en la cual las empresas tienen un papel importante que jugar.
Para finalizar y a modo de conclusiones, compartimos una batería de cambios propuestos que deberíamos abordar, extraídos de los foros ciudadanos para afrontar la revolución de lo longevidad:
En resumen: mantenerse activa o activo, tener tiempo para dedicarlo a uno mismo, pero también tener un entorno preparado para cuando llegue la dependencia, están en la base de una longevidad de calidad. Hacia ahí deberíamos dedicar parte de los esfuerzos de adaptación tanto individual como de forma colectiva a nuestro escenario demográfico.
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