Centenario del nacimiento de Iokin ZaitegiEscuchar artículo - Artikulua entzun

Josemari VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA
Traducción: Koro GARMENDIA IARTZA
Jatorrizko bertsioa euskaraz

EIoki n Zaitegin el año 1906, y con tan sólo un mes de diferencia, la sociedad mondragonesa fue testigo de dos importantes nacimientos. El 22 de junio se fundaba la Unión Cerrajera, mientras que el 26 de julio llegaba al mundo Iokin Zaitegi. Del primer suceso tuvieron conocimiento la mayoría de los mondragoneses, ya que la creación de una empresa que acogía a cerca de seiscientos empleados constituía un hecho nada desdeñable. Supongo que el nacimiento de Iokin pasaría más desapercibido, tanto por tratarse del tercer vástago de la familia Zaitegi-Plazaola como porque su aportación habría de germinar y ser reconocida varios años más tarde.

Con el paso del tiempo, también a Zaitegi le ha llegado el turno de celebrar su centenario, y tal como me sucede toda vez que rememoro la figura de aquel escritor/traductor/promotor cultural/jesuita/sacerdote etcétera, brota en mí un sentimiento de agradecimiento, por haber sido, en gran medida -habiéndome encontrado con él en la encrucijada de la actividad vascófila- la persona que me guió por el buen camino, cual faro de luz. No fueron muchos años, pero sí, en todo caso, intensos. Hacia finales de 1972, acababa yo de adentrarme en la actividad cultural vasca, cuando Zaitegi llegó a Arrasate, procedente de Guatemala. Irradiaba para mí un encanto especial, aunque el comienzo de mi colaboración con él data de un año más tarde. Hasta su muerte en agosto de 1979, compartimos largas y gratas horas. E incluso colaboramos en la práctica..

Conocí al Zaitegi escritor, al extraordinario cultivador del género literario. A través de su pluma, el mondragonés llevó su lucha emancipadora hasta el final. Una lucha heroica, épica. Pero la sociedad lo defraudó, quizás porque eran otras las inquietudes que la perturbaban. He llegado a preguntarme si Zaitegi no nació en época equivocada. Pero, al no haber hallado ninguna respuesta convincente, vuelvo al mismo punto de partida, es decir, a pensar que somos hijos de las circunstancias del espacio que nos corresponde en la historia. Para cuando nuestros caminos se cruzaron, la aportación de Zaitegi estaba escribiendo sus últimas líneas. El gran poeta, escritor y hábil creador se disponía a cerrar el cuaderno de su producción. No obstante, se atrevía a diseñar nuevos proyectos en su infatigable defensa del euskara, ignorando que la sociedad que se desligaba de la dictadura franquista miraba hacia otra dirección.

Iokin ZaitegiTrabé amistad con el Zaitegi traductor. Iokin era un infatigable trabajador que dominaba un vocabulario extraordinariamente rico para sus labores de traducción de otras lenguas al euskara. Era un literato capaz de expresar una misma frase de muy diversas maneras, sin duda como resultado de largos años de trabajo. Los cientos de manuscritos que pululaban desordenadamente en su despacho de la Erdiko Kalea de Arrasate eran claro reflejo de su inmensa labor. ¡Eran los originales de sus obras, escritas con hermosa letra! Allí andábamos luego los dos, ordenándolos pulcramente para ser enviados al editor Felipe Alkorta y editarlos como libro.

Traté con el Zaitegi religioso. Educado en el seno de los Jesuitas, se podría pensar que estaba impregnado del pragmatismo religioso. Pero Zaitegi era distinto. Era capaz de interrumpir cualquier conversación para ponerse a orar en silencio. Y se olvidaba de su interlocutor, pese a encontrarse en la misma habitación. Pero no era un místico, porque, desde su ascetismo relativo, opinaba que la mirada mística era una pérdida de tiempo. Y digo ascetismo relativo, porque no sólo trabajaba por la gloria de Dios (Ad Maiorem Dei Gloriam), como bien demuestra el tesoro cultural de Zaitegi. Sin embargo, de igual modo que los místicos, en ocasiones dudaba si, a su muerte, llegaría al reino de los cielos. Otro de los factores del misticismo de Zaitegi se puede observar en su actitud impertérrita en contra de la racionalidad económica. En cualquier caso, se hallaba lejos de los místicos, ya que, como experto en Platón que era, Zaitegi soñaba con la objetividad de la verdad, y no cesó en su búsqueda.

Fui amigo del excelente conversador Zaitegi. Extraordinariamente docto en cultura universal, era capaz de pasar horas charlando sobre temas que despertaban su interés. Es la persona que más me ha impactado de entre todos los eruditos que he conocido. Como buen conocedor de los clásicos, dotaba de coherencia a sus criterios. Las obras de Sófocles, Eurípides y demás habían dejado un rico legado en su espíritu. Dedicó toda su vida al aprendizaje y al razonamiento, y se consideraba a sí mismo un “trabajador mental”, consciente de hasta qué punto lo comprometían tales declaraciones.

Como reflexivo que era, amaba la soledad, y era feliz entre sus papeles y libros. Así es como más disfrutaba, ordenando sus ideas, llenando las páginas de frases y concediendo una oportunidad a su vocación intelectual. Zaitegi fue un humanista totalmente identificado con el compromiso que la historia vasca le ofrecía. Zaitegi quiso vivir su “sueño vasco” directamente, sin calcular cuánto habría de invertir en tal menester. Reflexivo, intelectual, soñador... y maestro de la utopía, son algunos de los títulos que hubiera escogido para su hipotética tarjeta de visita.

Iokin ZaitegiZaitegi fue un rayo de luz entre la nubosidad de la cultura vasca de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Era una luz orientadora y enriquecedora, un auténtico precursor de la producción en euskara. Con el característico toque de la mayoría de los pioneros, eso sí, porque hay que ser valiente para adentrarse en el espacio cultural con aquel ímpetu. Valiente y... -¿por qué no decirlo?- ¡también inocente! Su resultado laboral resultó ser de oro, de oro puro.

También conocí al Zaitegi altivo, porque Iokin no era nada humilde. Instruido en el crisol de los jesuitas, destacó por encima de otros muchos. Tenía fe en su sombra, en la mayor sombra posible que pudiera llegar a proyectar en el suelo, en ángulo recto con respecto a su cuerpo. Confiaba en que, algún día, la sociedad vasca fuera a reconocer su aportación intelectual. Y gustaba de recibir elogios de tal o cual. En este aspecto, era similar al resto de los mortales, ya que a todos nos gusta escuchar palabras estimulantes. Pero Zaitegi, en su orgullo, se desenvolvía cómodamente en los albores de la grandeza.

Al igual que la mayoría de los intelectuales, Zaitegi pocas veces reconocía su culpa. Le resultaba más fácil admitir la desilusión o la resignación que el error, ya que la desesperación lo llevaba a proyectar la rabia sobre otras personas. Esta práctica solía enturbiar su espíritu, y, en consecuencia, su fe en el ser humano se veía durante largo tiempo debilitada. De nada servían los esfuerzos de Zaitegi. En este sentido, los vascos causaron muchas aflicciones a Zaitegi, como bien se puede observar a lo largo de su vida.

Zaitegi fue vascófilo y abertzale. Su patria era Euskadi –“Euskadi eta kito!”, solía decir-, pero no expresaba su amor por ella con vanidosas palabras o –por emplear otro término- agasajos, sino a través de la amarga pesadumbre de un largo exilio. Fue apóstol de las reivindicaciones – él traducía Apostol por Bidalia- y combatiente en la acción cultural vasca. Aquel poeta de la juventud se convirtió, por Euskadi, en periodista, promotor editorial, doctrinario y luchador en pos del euskara.

Conocí y quise a Zaitegi. Ahora, a poco de cumplirse el vigésimo séptimo aniversario de su muerte, mi sentimiento hacia él reviste más respeto y agradecimiento, si cabe, y me siento orgulloso de que me hubiera ofrecido su amistad. Ha transcurrido todo un siglo desde el nacimiento de Zaitegi, y, al igual que escribí con motivo de su fallecimiento, reitero que el homenaje más sincero que le podemos tributar consiste en acercarnos a su obra. ¡Que el homenaje en su centenario no se quede en meras palabras!

Biografía de Iokin Zaitegi (Josemari Velez de Mendizabal)

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