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De crítica y criterios acerca del Patrimonio (Cultural) Inmaterial

En estos últimos meses estamos presenciando cómo por parte de organismos públicos, colectivos determinados, entidades privadas e incluso individuales, con o sin un apoyo masivo popular, la consecución, o intento de obtención, de ciertos títulos que reconozcan a niveles administrativos, que van desde el ámbito de una Comunidad Autónoma hasta una parcela más amplia que el ámbito europeo, el valor de algunos elementos que conforman el legado, más o menos cercano en el tiempo, propio, autóctono e incluso plural-global, la pertenencia al Patrimonio (Cultural) Inmaterial (PCI).

Por un lado, el Gobierno de Navarra estableció mediante dos Decretos Forales, en el Boletín Oficial de Navarra, de fecha 3 de junio del presente año 2009, la declaración de Bienes de Interés Cultural Inmaterial, los Carnavales de Ituren y Zubieta, así como el de Lantz.

Carnavales de Ituren y Zubieta

Carnavales de Ituren y Zubieta. En la fotografía se muestra el paso de los Joaldunak por el barrio Aurtitz de la primera localidad (Bien de Interés Cultural Inmaterial, 2009). Foto de Emilio Xabier Dueñas, del año 1990.

Por otro lado, con diferente vocación y perspectivas pero al parecer y supuestamente con idénticos fines a la UNESCO, el IBOCC (The International Bureau of Cultural Capitals), ha instaurado con la voluntad de promover, divulgar, sensibilizar y salvaguardar el PCI, mediante una campaña no equilibrada, la elección de los “10 Tesoros del Patrimonio Cultural Inmaterial Español” por medio de votación “popular”. A esta convocatoria se han presentado 45 candidaturas. Dos de las cuales, el Misteri d’Elx y la Patum de Berga, como Obras Maestras establecidas en los años 2003 y 2005 respectivamente, no son ámbito de elección, por ser ya representativas dentro del organigrama establecido por la UNESCO.

Y he aquí que, de entre todas y una de las diez, la primera por número de votos ha salido “vencedora” la Aste Nagusia o Semana Grande de Bilbo. Desconocemos si la información que se ofrece, de esta festividad y del resto de candidatas, en el sitio web de la citada organización (IBOCC), cuyo campo de acción es Europa y América, es mayor que la que posee internamente la misma. Debemos tener en cuenta que en todo momento, en la convocatoria, se hace alusión a la UNESCO y su normativa.

Al parecer es, únicamente, en este campo (el de las características establecidas como base) en el que se cita y se hace coincidir con lo dictaminado por la UNESCO, ya que si optamos por la rigurosidad, podemos observar más de una diferencia respecto de lo más importante y, al mismo tiempo, controvertido como es el caso de la realización de una votación popular para encontrar los galardonados.

El aluvión de votos recibidos, producidos intencionadamente por una campaña en favor de cada elemento, ha tenido como resultado el crédito de la población. Una población que se siente ligada a éste o aquél producto, pero que también ha sido influenciada por el despliegue institucional u otros de muy diversos orígenes.

Torre o faro de Hércules en la capital gallega de A Coruña

Torre o faro de Hércules en la capital gallega de A Coruña (World Heritage, 2009). Foto de Emilio Xabier Dueñas, obtenida en 2004.

Al margen de estos ejemplos, por coincidencia temporal, se ha celebrado la 33.ª sesión del Comité de Patrimonio Cultural y Natural Mundial de la UNESCO y, entre otros elementos, han sido declarados Patrimonio en estos sectores (de la Humanidad) la Torre, o Faro, de Hércules, sito en la capital de A Coruña, los Dolomitas en Italia, o las ruinas de Loropéni en Burkina Faso. En el lado contrario de la balanza se ha descatalogado, por diferentes causas, el Valle del Elba en Dresde (Alemania).

La portentosa atracción de todo bien inventariado y convertido en Patrimonio Mundial, lo podemos observar en diversas situaciones. Es el caso de las zonas protegidas del Parque de los Tres Ríos Paralelos de Yunnan; tal y como lo cita Mark Jenkins en su artículo, “En busca de Shangri-la”, aparecido en National Geographic (página 76), correspondiente al mes de mayo:

“La guinda se puso en 2003, cuando la UNESCO reconoció oficialmente la prodigiosa biodiversidad de las gargantas fluviales y declaró Patrimonio de la Humanidad a la región de los Tres Ríos Paralelos. Shangri-la se convirtió al instante en el nuevo imán del turismo chino...”

añadiendo:

“La distinción como Patrimonio de la Humanidad busca preservar la diversidad cultural y natural, pero, irónicamente, no protege los ríos en sí”.

Aquí, como no podía ser de otra forma, encontramos dos aspectos a tener en cuenta, de forma más que evidente. Por un lado, la conversión de un espacio natural en centro de turismo y, por otro, la distinción entre lo que es producto que se debe proteger (las parcelas cultural y natural) y lo que no (los ríos en sí); curiosamente algo que está “inmerso”, e indivisible, en la naturaleza viva. ¿Intereses creados?, ¿sutileza, cuando se desea, en los detalles más mínimos?, ¿realidad, ficticia, de preservación?

Todo tiene un precio. El sólo efecto de convertir algo en tan importante como Patrimonio de la Humanidad u otro premio por necesidades manifiestas, se puede convertir en beneficio para las arcas institucionales y privadas pero, debido a la masiva afluencia de visitantes, en punto de desgaste del elemento y/o su conjunto, perdiendo en parte o totalmente su valor primigenio, en todos los sentidos, para los habitantes de una zona, o una parte de la humanidad. En este caso la incidencia varía notablemente. No es lo mismo una cueva, que una iglesia, un espacio natural o un ritual practicado por un colectivo fuera de los márgenes estrictos de las rutas de relevancia turística.

Si bien esto no queda claro, en absoluto. La disyuntiva ofrecida por qué es lo que se intenta, de forma clara y específica, preservar, se contempla con palabras huecas que buscan tantos beneficios para la comunidad que lo sustenta, como fines enmascarados.

La propia necesidad del ser humano de conservar y mantener todo aquello que considera de su propia cultura, es, a veces, casi tan fuerte como el afán de destrucción que le otorga el poder etnocéntrico. Esta causa ha sido, entre otras, la de desmantelar y derribar creencias materializadas en monumentos y “maravillas”, como ruinas que quedan para la posteridad.

Ante estos hechos en el mundo de la Cultura, la cuestión es buscar un fundamento acorde con lo que se desea asumir a nivel general: ¿qué significa el PCI o PI?, ¿a qué se debe su sustento?, ¿en qué interviene a nivel cultural y social?, o ¿en qué beneficia o perjudica?

Primeramente, debemos tener en cuenta que el sentido y el valor de cada acto, de cada elemento tangible y de cada creencia, es el que quiere dar el pueblo que lo sustenta, defiende, conserva, practica y transmite.

Teniendo en cuenta la gran dificultad existente para dar una uniformidad mundial a todo este legado, se intentan perpetuar por medios oficiales, algunos elementos muy determinados que, previamente, han pasado los filtros correspondientes. Correctos para unos, erróneos para otros, pero que sirven de continuidad a aquello que comenzó hace siglos: desde las potentes culturas egipcia, romana o azteca con sus majestuosos monumentos y costosos esfuerzos humanos, hasta los primeros pasos definitorios del término a lo largo del siglo XIX, en plena efervescencia del romanticismo.

Geirangerfjord

Los visitantes, cada año, se acercan a uno de los muchos fiordos existentes en Noruega. En la foto: Geirangerfjord (World Heritage, 2005). Foto de Emilio Xabier Dueñas: agosto de 1993.

Esto quiere decir, ni más ni menos que, para llegar a las disposiciones actuales establecidas en diferentes órdenes legislativas (autonómicas, estatales, continentales, etc.) y, sobre todo, a nivel mundial como es la propia UNESCO, el proceso ha sido largo y tedioso, y no exento de problemáticas.

La concepción y actuación de todas las normativas vigentes (Convenios, Recomendaciones o Declaraciones) son instauradas y el campo de acción se revisa progresivamente, ante la posibilidad de cambios en una u otra dirección: una serie de elementos que tienen como principal significado la captación de todo tipo de valores pero que, al mismo tiempo, necesitan una supervisión para conocer el estado en que se encuentran, generalmente, en todo momento.

Y, como de leyes estamos tratando, podemos citar algunos tratados, de mayor o menor envergadura y de acción restrictiva, inmediata o simplemente como recomendación: la Convención para la protección del Patrimonio Cultural y Natural de 1972 de UNESCO; la Ley de Patrimonio Histórico del Gobierno de España en 1985; el Convenio Europeo para la protección del Patrimonio Arqueológico de 1992; el Convenio de protección del Patrimonio Subacuático de UNESCO de 2001; la Convención para la salvaguardia del Patrimonio Inmaterial de UNESCO, de 2003; el Decálogo de la restauración de Bienes Muebles del Ministerio de Cultura de España en 2007; o en el caso de la Comunidad de Euskadi, la Ley del Patrimonio Cultural Vasco de 1990.

Éstos son sólo algunos ejemplos; eso sí, los más próximos al tema que nos atañe. Existen muchos más a nivel estatal, pero también de diferente procedencia en las correspondientes autonomías: desde los generales, hasta los específicos. Todo ello produce un sinfín de términos y catalogaciones, incluso de conceptos ambivalentes que bien pudieran convertirse en dificultad añadida.

La clave diferencial inequívoca entre lo considerado como patrimonio particular o colectivo de una pequeña o gran comunidad, ante la estipulación oficial de dicho término, equivale a la defensa sin prejuicios de ningún tipo. Mientras se considere válido para identificarse con ello y que no repercuta negativamente se puede considerar positivo. Si, por el contrario, el beneficio es para unos pocos, se busca otra alternativa que denuncie la falta de arbitrariedad.

El Patrimonio Inmaterial, o Intangible Heritage, tal y como ha sido acuñado y definido por la UNESCO, salvando otras denominaciones como la de Folclore (práctica), por quedarse, según los estudiosos, anclada en otro momento histórico tanto en el sentido como en el concepto, se sustenta, al igual que todo lo que se formaliza por vías “legales”, en una fina cuerda que continuamente intenta mantener un equilibrio, ya de por sí complicado. Variabilidad de cambio que, en general, no sufren los bienes muebles e inmuebles, o así parece ser tenido en cuenta, si no es por remodelación, reforma u otra causa análoga.

Canales de Venezia

Los canales de Venezia se llenan de turistas con ansias de pasear en las conocidas góndolas (World Heritage, 1987). Foto de Emilio Xabier Dueñas, obtenida en 1992.

Por el contrario, el cambio sí es admitido para el Inmaterial, el cual más que puede, debe tener una actualización continua para su realización. En este caso no podría ser de otra forma, ya que todo lo que no se remueva, aunque sea mínimamente, puede pasar a mejor vida y, además, según el criterio oficial estaríamos entrando de lleno en el espacio “ejecutorio” del Folclore.

Con una visión particularista del fenómeno, se antoja pensar, aunque en el fondo sea una utopía, que todo lo que pueda ser considerado Patrimonio Cultural, y con ello me refiero a la unión del Material y el Inmaterial, ya que ineludiblemente van unidos (el elemento humano es insustituible en los dos aspectos como –transmisor-ejecutor-receptor– y, por lo tanto, sirve de conexión ineludible), por mucho que se quieran, o se desee, separar, tenga que ser defendido principalmente, por la comunidad que lo conserva e, institucionalmente, con el aporte necesario que ello confiera pero que no se busque una intervención, sino es en la medida que así sea proclamado.

¿No podemos dejar de aprovecharnos de momentos puntuales para la consecución de fines partidistas, con costes económicos que superan lo predecible? El hecho oportunista sigue dominando en una sociedad que si bien necesita de valores reconocidos a nivel, a poder ser, mundial por su espectacularidad, grandiosidad, o fuente llamativa que nos invade diariamente, no es capaz sino de sentenciar, en vez de hacer prevalecer la subsistencia de ciertos elementos que merecen la pena preservar y velar de la manera más contundente, sin la importancia que pueda dar el sentido turístico y, a la postre, de negocio que todo lo rodea e, innegablemente, lo cubre.

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