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La vinculación de Plentzia con el mar es tan antigua que se remonta más allá de su propia fundación en el año 1299. Esta relación con el medio marino, además de vetusta en el tiempo, ha jugado un papel determinante a lo largo de toda su historia. Tanto es así, que ha posibilitado su progreso y expansión económicamente; primeramente, merced a la pesca, los intercambios comerciales, el transporte de cabotaje y la construcción naval; y a partir del siglo XX, con el turismo.
Si bien para comienzos del siglo XVI la manufactura naval en Plentzia era ciertamente nutrida, no debemos pensar que a partir de este momento su trayectoria fue continua y ascendente a lo largo de la historia, dado que vivió profundas variaciones debidas unas veces a factores exógenos y otras, a endógenos. Justamente, después de un largo periodo de bonanza económica, tras el desastre de la Armada Invencible en 1588 la industria de la construcción de navíos plenciana –al igual que la de otras muchas localidades vascas– entró en una etapa de recesión de la que no podrá recuperarse ni salir hasta los últimos años del siglo XVIII, momento en el que se inauguró uno de sus periodos de mayor prosperidad.
La flota naval vizcaína vivió unos años de apogeo en la segunda mitad del siglo XVIII, que para Plentzia, junto con Lemoniz, Gorliz y Barrika, podría ser calificado de opulento y próspero. Sin embargo, se dio la circunstancia de que los barcos que se fueron incorporando a ella no siempre fueron fabricados en la localidad en la que estaban matriculados, puesto que los comerciantes las adquirieron en los puertos en los que conseguían la mejor relación calidad-precio. Justamente, bastantes de las naves de la flota de cabotaje vizcaína fueron labradas en los astilleros de Gipuzkoa al tiempo que a la par se iban incorporando otras extrajeras.
Plaza del Astillero y casa consistorial.
Por lo que a los barcos de la flota vizcaína construidos en las factorías guipuzcoanas respecta, apuntar que prácticamente todos ellos salieron del astillero mutricuarra de Astigarribia, regentado por un tal Juan Ignacio de Ulacia. Este constructor tuvo la perspicacia de haber sabido especializar su producción en la elaboración de unos pocos tipos navales y hacerlo, además, con criterios empresariales. Los resultados de esta política empresarial fueron verdaderamente espectaculares puesto que entre 1758 y 1786 este mutricuarra llegó a absorber en Gipuzkoa más del 90% de esta producción, y convirtió a su pueblo natal en uno de los pilares de la industria naval de Gipuzkoa.
Este periodo de apogeo de la industria naval de Mutriku concluyó en 1786 con el fallecimiento de Ulacia y Plentzia cogió el testigo dejado por éste. Su artífice fue un vecino del lugar llamado Miguel de Bareño que fabricó su primer barco en 1786: el bergantín de 40 toneladas “San Miguel” propiedad de Juan Antonio Arteaga. A él le siguió una larga lista embarcaciones que le convirtieron en el primer fabricante naval de pequeño y mediano porte del País Vasco. Paralelamente, ello posibilitó un inusitado florecimiento de la industria naval de Plentzia.
Los datos localizados en los archivos consultados son muy elocuentes en este sentido. Revelan que entre 1790 y 1799 los astilleros de esta localidad vizcaína botaron veintitrés embarcaciones de las treinta y nueva elaboradas en el conjunto de Bizkaia, lo que representa en términos absolutos el 58’97% del total de las unidades labradas. Pero los resultados son aún más contundentes si damos un paso más y analizamos qué constructores hicieron estas unidades en los astilleros de Plentzia; pues bien, de las veintitrés naves Bareño fabricó nada más y nada menos que dieciocho o lo que es lo mismo, el 46,15% del total de los barcos que salieron de las gradas vizcaínas en estos años.
Iglesia de Santa María Magdalena.
En el primer decenio del nuevo siglo este ramo productivo siguió en Plentzia por iguales derroteros, si bien paralelamente se fueron introduciendo algunos cambios con respecto a la centuria anterior que, en cierto modo, anunciaron lo que sucedería unos años después. Concretamente, el sector tuvo que sortear la aparición de fuertes competidores a los que, a medio plazo, no se les pudo hacer frente.
Esta entrada en escena de la competencia estuvo directamente relacionada con el inusitado crecimiento de la demanda que registró este ramo productivo en los diez primeros años del siglo, merced al cual se originó un incremento de la producción superior al 70%. Además, estos pedidos no tuvieron una distribución homogénea en el tiempo, por lo que al taller de ribera de Bareño, dada su infraestructura y medios técnicos, le resultó imposible poder atenderlos todos en los plazos de tiempo requeridos por los clientes. Fue precisamente esta coyuntura la que posibilitó que algunos constructores navales de otras localidades vizcaínas probaran fortuna en este negocio estableciendo sus gradas en Plentzia pero, también, que otros hicieran lo propio en otros pueblos vizcaínos, básicamente, en los situados en la ría de Mundaka y en menor medida, Lekeitio.
El panorama descrito cambia sustancialmente en la década de 1810 ya que la producción de barcos en los tinglados de Plentzia se redujo de en un 61,22%. En esta ocasión, nuevamente, el sector naval mostró en esta localidad vizcaína un comportamiento diferente al que tuvo en el resto del Señorío, dado que en su conjunto el número de barcos botados creció tímidamente, un 3’6% en concreto. Bajo nuestro punto de vista, gran parte de la culpa de esta importante pérdida de cota de mercado la tuvo la política fiscalizadora y restrictiva puesta en marcha por la Corporación Municipal de Plentzia, lo cual coincidió en el tiempo con al retirada del constructor Bareño del mundo de los negocios y la falta de otro fabricante que tuviera la capacidad suficiente para captar su cartera de clientes. De nuevo, los grandes beneficiados de esta situación fueron los tinglados de Mundaka, Lekeitio y la cuenca del Lea.
Tras tal cúmulo de infortunios entre 1820 y 1829 este ramo productivo asistió en Plentzia a lo que serían sus últimos años de prosperidad. Al igual que en la ocasión anterior el artífice de este cambio fue un vecino de la localidad: Miguel Antonio de Aberásturi.
Ría de Plentzia (Río Butrón).
Aberásturi comenzó a trabajar en la fabricación de naves el año 1824 instaurando su taller de ribera en el término de “Camposanto”. Este hombre tuvo el mérito y la capacidad de haber sabido reconquistar una parte del mercado que poco a poco había ido siendo arrebatada por los astilleros de otros municipios vizcaínos. Todo hace pensar que, una vez más, la clave de su éxito estuvo en la especialización de su producción y en la elaboración barcos de calidad a unos precios competitivos, con lo que consiguió lanzar al mercado un producto muy atractivo. Su éxito fue tal, que entre 1824 y 1829 botó dieciocho embarcaciones, lo que suponía que manufacturaba anualmente una media de tres barcos.
Dos años después de que Miguel Antonio de Aberasturi abriera las puertas de su negocio, otro convecino suyo de nombre Juan Bautista de Rentería se embarcó en similar aventura. Al igual que su compañero de profesión, eligió la demarcación del “Camposanto” para la implantación de su negocio, pero su trayectoria fue mucho más modesta que la de aquel.
No obstante, tanto el uno como el otro posibilitaron que la industria naval en Plentzia pudiera ir subsistiendo en los años treinta y que su desaparición se atrasara unos cuantos años más; concretamente, hasta que Marcelino Bareño botó en 1844 el bergantín-goleta “Ciudad de Vitoria” de 124 toneladas.
En consecuencia a tenor de todo ello, el devenir y comportamiento de los astilleros de Plentzia fue un tanto atípico y no se correspondió con el que tuvo el conjunto del sector naval en el Señorío. Estas factorías supieron prosperar en unos años de deterioro general de la economía y de inestabilidad política por las guerras y las tensiones internas; y, en cambio, fueron incapaces aprovechar las oportunidades que les brindaba la política proteccionista y la bonanza económica de mediados del siglo XIX, por lo que, paradójicamente, sucumbieron en un momento de pleno apogeo para la industria tradicional de la construcción de navíos de Bizkaia.
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