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Partimos de que fueron el Cristianismo y la modernidad quienes crearon los fastos navideños. En nuestra sociedad pre-cristiana, como es lógico, no se celebraría la Navidad.
Por otra parte no hay que olvidar que toda celebración, e igual esta de la Navidad, siempre dependió y aún depende, de los recursos económicos de cada familia.
Tradicionalmente, al aproximarse la Navidad los arrendadores o maizterrak debían satisfacer el arriendo anual de caseríos y tierras por una cantidad en metálico, o en especies (trigo generalmente), previamente escriturada ante notario, así como dos capones bien cebados que también figuraban en los documentos. Era costumbre que cuando los caseros entregaban la renta anual y los capones el dueño, o su administrador, les invitara a comer y les regalara “la pescada” que era como se llamara a la pieza de bacalao.
El primer documento que poseemos referente a la casa solar de Murguía (Astigarraga) es de 1382.1 El 18 de septiembre de ese año, el señor Pedro Martínez de Oñaz y su madre Navarra Martínez de Oñaz establecieron con los vecinos de la zona un convenio, y entre las condiciones se dice que quienes poseían viviendas de su propiedad dentro del señorío de Murguía tenían que pagar como compensación o pecha anual unos reales y algún capón coincidiendo con Navidad: los caseríos Apaeztegui, Martín-goena y Echave abonaban al año cinco reales y cinco capones cada uno; los de Çubiburu e Yribarri, un real y dos capones; sólo dos capones el de Larramendi, y en parecidas proporciones los demás excepto Mendiola, Garbelin y Echaçuri, caseríos que estaban eximidos de cualquier pago. Si en dos años consecutivos no pagaban, la casa pasaba automáticamente a formar parte de las propiedades de los Murguía (esto le sucedió por ejemplo a los moradores del caserío Joanytorena).
Foto: jlastras.
En 1700 María Nicolasa de Uranga, viuda de Joaquín de Mañarinegui, arrienda el caserío Amaz de Yuso de Aia (Gipuzkoa), por 10 fanegas de trigo, 11 de maíz, 20 reales de a ocho y 2 capones al año. Se pagará la renta por la festividad de Todos los Santos y los capones en Navidad.2
La cena tradicional de nuestra Nochebuena se componía generalmente del siguiente menú: de primer plato berza condimentada con ajos y aceite, que en ciertas zonas de Navarra se sustituía por cardo. De segundo plato, bien bacalao o besugo asado (dependiendo de las posibilidades económicas), pues era tiempo de vigilia. Llegados a los postres, los guipuzcoanos y vizcaínos nos inclinábamos por la intxaursaltsa (salsa de nueces), y en algunas zonas de Navarra la popular sopa cana o kapoi-salda (caldo de capón con azúcar y almendra), aunque el postre más popular de estas fechas era la modesta pero entrañable compota, también llamada manzanete, manzenate o perate.
Con alegres onomatopeyas celebraba el menú una vieja canción:
“Aza-olioak pil-pil
Bisigua zirt-zart
Gaztaiña erriak pin-pan!
Aia goxo-goxo, epel-epel”.
Esto es: berza, besugo, castañas y “aia” (gachas de harina de trigo).
Esa noche era tradicional acompañar la cena con pan de trigo realizado con “harina flor”, el mismo pan que aunque no se comiera en la casa, sí se fabricaba para la ofrenda de la iglesia.
Antes de cenar se procedía a la bendición del pan. El padre hacía el signo de la cruz sobre la hogaza con un cuchillo, y tras besarla iba cortando un trozo para cada comensal. En la cena de Nochebuena, el primer trozo se destinaba a los difuntos de la casa, sobre todo a los más próximos y recientemente fallecidos. Este pan se mantenía debajo del mantel (o envuelto en un paño blanco) y tras la cena se guardada dentro o encima del armario, hasta el año siguiente en que momentos antes de la cena se quemaba. Se daba por hecho que tenía poderes curativos y si en el transcurso del año alguien se ponía enfermo (persona o animal) se le daba a comer un trocito; asimismo, cuando amenazaban inundaciones, o el mar se ponía bravo, se arrojaba un trozo del “pan de Nochebuena” como forma de aplacar la furia de la naturaleza. Según José Miguel de Barandiaran, en casi toda Europa se participaba de la fe en las propiedades del “pan de Nochebuena”.
También hay que recordar que en los caseríos de nuestros abuelos generalmente el vino entraba en tres ocasiones: fiestas patronales, Navidades y los días de trillar. Para que durase más el vino incluso al final se mezclaba con agua o sidra. Se traía el vino en odres pequeños (zahagi).
Foto: adactio.
Con la desaparición de la obligada vigilia, si bien en las zonas costeras se mantuvo la costumbre de comer pescado en Nochebuena, bien besugo o txitxarro, en áreas del interior primaba la carne, ya fuera oveja, cabrito, cordero, capón o gallina.
Anecdóticamente añadamos que en los núcleos urbanos, a partir del siglo XIX, en las pastelerías vendían por esas fechas gran cantidad de chocolates y bolaos, habida cuenta que obreros, criadas y aprendices volvían a sus caseríos por Nochebuena llevando como obsequio estos elementos de gran aprecio en las áreas rurales.
Aunque el consumo de turrones se generalizó en la década de los años cuarenta, desde mucho tiempo antes se elaboraban turrones y mazapanes domésticos, sobre todo en la cultura urbana. La fórmula más general era mezclar en caliente almendra molida, azúcar y miel, añadiendo en algunos casos granos de anís. Igualmente se hacían mazapanes, guirlaches, polvorones y otros dulces alimentos, que resultaban todo un festín para los pequeños de la casa no sólo a la hora de devorarlos, sino desde que la ama empezaba a fabricar aquellas golosinas.
Tras la guerra, y pasada la famosa “época del hambre”, la economía permitió que en las fiestas patronales y la Navidad se comiese a capricho: espárragos, croquetas de bacalao y jamón, pollo (cuando aún era un producto de prestigio que se servía en las bodas), y se terminara con un postre de casa: arroz con leche, leche frita o manzanas asadas y los turrones.
Hoy ya las variaciones son totales, manteniéndose quizás la fuerte presencia de los turrones, y el alcohol.
1 MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo, y otros. Colección de documentos medievales de las villas guipuzcoanas (1370-1397). Juntas Generales de Gipuzkoa. San Sebastián. 1996. p. 180.
2 ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE GIPUZKOA. Secc. II. Leg. 1337, fol. 132.
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