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En todas las facetas de nuestra vida, tanto en la vida que solemos llamar “privada”, como en nuestra faceta “laboral”, cada ser humano tiene dos opciones en la vida:
Opción 1: sentirse víctima de todo aquello que le rodea, sus padres, sus amigos, sus jefes, la economía, el sistema etc.
Opción 2: creer que se puede dirigir la propia vida.
Optar por una de las dos opciones no es cuestión genética, es decir, las personas no nacemos de una u otra manera. Las personas tenemos la suerte (y eso sí es cuestión de suerte) de poder elegir.
Las personas que viven según la primera opción, viven atormentados por todo lo que no depende de ellos, culpan a los demás por lo que les ocurre, y han dejado de intentar cambiar las cosas, porque como suelen decir “no se puede cambiar” y “total, no vale para nada”.
Al ver a otros como culpables, no se sienten responsables.
Sin embargo, vivir en la segunda opción, lleva a la responsabilidad y por tanto al movimiento. No se trata de personas ingenuas e inconscientes que no ven los problemas que les rodean, los ven y son conscientes de ellos, y por esa misma razón, se centran en buscarles solución y en trabajar lo que depende de ellos. Pueden caer en el camino, pero siempre prefieren intentarlo.
Como es lógico, se obtienen más resultados en esta segunda opción.
Mi trabajo me da la opción de conocer a muchos grupos de personas y me llaman la atención dos cosas: cuando les pregunto en cual de las dos opciones viven, la mayoría se consideran parte del segundo colectivo, sin embargo, cuando les pregunto cual es su nivel de motivación, la respuesta suele ser una cifra media baja.
Se da una contradicción.
Supongo que en general, la primera opción vista desde fuera no nos gusta y preferimos creer que somos personas que vivimos nuestra vida de manera responsable y no victimista.
Sin embargo, aunque vivir de la primera manera me parece un desperdicio de tiempo y energía, considero todavía más preocupante vivir de acuerdo al primer colectivo y no ser consciente de ello.
Foto: live-showtime.
Vivimos en la era de la velocidad. Todo tiene que ser rápido, si no, no vale.
El éxito de un programa televisivo, la permanencia de una canción en la radio, el aprendizaje de un idioma, perder peso, el mantenimiento de un producto en las tiendas, la continuidad de un entrenador deportivo, la popularidad de un deportista, el liderazgo de un político etc. no importa el medio, si el éxito no es rápido y fulminante “no vende”. Nadie habla de valores o esfuerzo, sólo importa la rapidez en la consecución de un logro al precio que sea.
Lo peor es que son nuestras propias vidas las que han caído en esa trampa y cada vez más, vivimos corriendo sin saber bien a dónde queremos ir, y lo que es todavía peor, sin recordar de dónde venimos y dónde estamos.
El problema es que mientras esto sucede, nuestra vida va pasando y son otros los que nos la acaban dirigiendo por nosotros.
Tenemos la obligación de sacar el máximo provecho a lo que tenemos y esta responsabilidad empieza por dirigir nuestra propia vida.
Una vez más, hacer esto no es cuestión genética sino que se trata de una opción en la vida, así pues, la pregunta sería: ¿Quiero dirigir mi vida o voy a dejar a otros que lo hagan?
Si decidimos querer supone sentirme responsable, y para mejorar mi vida debo analizar qué es lo que está bien y qué quiero mejorar y una vez identificado aquello a mejorar, la cuestión es identificar qué podemos hacer para lograrlo.
Si decidimos no querer, no hay que hacer nada, pero ya que es una elección personal, si uno opta por dejar su vida en manos de otros, al menos deberían dejar de quejarse por todo lo que no funciona en su vida.
Decidir querer no es fácil pero sí gratificante.
¿Por dónde empezar?
Dicho todo esto, terminamos cómo empezamos: diciendo ¿Quiero dirigir mi vida o voy a dejar a otros que lo hagan por mi?
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