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Maritxu MURUA
Entre las personalidades políticas que mayor relevancia han tenido en el mundo contemporáneo se encuentra, sin lugar a dudas, Nelson Mandela. Son conocidos los momentos más significativos de su biografía: la lucha contra el apartheid, su largo período en la cárcel, el hecho de ser el artífice del acuerdo negociado y, por último, el haber sido el primer presidente de la democracia multirracial en Sudáfrica.
En estas líneas trataremos de analizar brevemente los mimbres que ayudaron a tejer su personalidad política.
Su juventud transcurrió en el Transkei, territorio de los xhosas. Fueron aquellos unos años transcendentales en la formación de Mandela. A la muerte de su padre, quedó bajo la tutela del regente de la tribu Thembu, en Mqhekezweni. En aquel tiempo Jongintaba ejercía de rey y junto a él conoció Mandela la forma tradicional de gobierno de los thembus. En la idea que desarrollaría más tarde sobre la manera de gobernar tuvieron gran importancia, entre otros, los consejos tribales. En aquellos consejos el regente solía estar rodeado de amapakhatis o consejeros y en ellos podía participar cualquier hombre adulto. A la hora de dar solución a los problemas planteados, el jefe escuchaba todas las opiniones con suma paciencia, obedeciendo a la enraizada costumbre de debatir, y trataba luego de acercar las diferentes posturas con la intención de llegar a algún consenso de mínimos. Mandela aprendió en Mqhekezweni que la labor de un dirigente no era decir a la gente lo que debía hacer, sino tratar de conseguir el consenso y el acuerdo. Allí interiorizó el concepto thembu de democracia. Según éste, las decisiones había que adoptarlas entre todos, como pueblo, y no como una imposición de la mayoría sobre la minoría.
Por otro lado, el interés de Mandela por la historia de África surgió en las asambleas de los ancianos de Mqhekezweni. En ellas, además de los relatos de los héroes xhosas Hintsa, Makana y Ndlambe, escuchaba también las gestas memorables de los héroes de otros pueblos, como, por ejemplo, las de Dingane, rey de los zulúes, las de Sekhukhune rey de los bapedis o las de Moshoeshoe rey de los basothos. Sus hazañas ponían alas a la imaginación de Nelson y la atracción por la épica africana le marcó profundamente, infundiendo en él un sentimiento especial, que podríamos denominar protonacionalismo africano.
Foto: K. Kendall.
No obstante, en su juventud también recibió formación académica, primero en las escuelas de las misiones metodistas y, más tarde, en la Universidad de Fort Hare, asimilando en ellas la educación cristiana y liberal del modelo inglés. Le enseñaron que dentro de las aportaciones de la civilización británica se encontraba el mejor de los sistemas de gobierno, el inglés, y, al igual que la mayoría de los alumnos, hizo suya esta idea. Por lo tanto, no es de extrañar que en la época de la Segunda Guerra Mundial se mostrara plenamente identificado con Winston Churchill, tanto en su lucha contra los nazis como en su defensa de la democracia. Dos décadas más tarde, en 1964, en el proceso de Rivonia, proclamó con total convencimiento que el parlamento británico era la institución más democrática del mundo.
Es evidente la tendencia de Mandela hacia el sincretismo, enlazando tradición y modernidad. Por un lado, veía en la sociedad tradicional de los xhosas la semilla de una democracia revolucionaria, pero al mismo tiempo admitía que sin los cambios precisos difícilmente podía responder a todas las demandas de la compleja sociedad sudafricana. Todo ello se tomó en consideración a la hora de elaborar la constitución democrática y progresista de 1996, quedando definido en el artículo 12 el reconocimiento y el papel de los jefes tribales. Hay que recordar que en la Sudáfrica actual, en las zonas rurales tradicionales viven 14 millones de habitantes y en ellas se han mantenido las jefaturas tribales habiéndose añadido nuevas funciones a las ya tradicionales.
Al poco tiempo de llegar a Johannesburgo, en 1941, conoció a varios jóvenes de su edad que estaban intentando relanzar el Congreso Nacional Africano (ANC en sus siglas en inglés) que se encontraba en decadencia. Entre ellos se hallaba Walter Sisulu. Por medio de éste tomó contacto en 1943 con Oliver Tambo, antiguo colega de la Universidad de Fort Hare y con Anton Lembede. Éste era un abogado zulú y se convirtió en líder de un grupo de jóvenes radicales del ANC. Este grupo decidió crear una Liga Juvenil dentro del ANC, con intención de dar un nuevo impulso al movimiento. Para entonces Lembede había elaborado su teoría del nacionalismo africano, basada en la afirmación de la raza negra. Según él, cada nación tiene un carácter propio, que nunca tendrá ningún fundamento en común con ninguna otra. Todos los africanos del continente conformaban una única nación, creada por el espíritu del entorno, y de aquellas tribus heterogéneas debería surgir una nación homogénea. Él veía que la única arma efectiva y el único antídoto contra el poder foráneo y el imperialismo moderno era el nacionalismo. África era la tierra de los negros y el destino del pueblo africano era conseguir la libertad nacional como único medio de salvarse de la destrucción. El discurso fogoso de Lembede tuvo una gran influencia sobre Mandela. Sin estar de acuerdo con el toque de racismo negro, en aquellos años Mandela se convirtió en un africanista radical, rechazando la colaboración con grupos de otras razas —con los blancos del Partido Comunista o, con los del Congreso Indio—. En 1949, el ANC expresó bien claro en su Programa de Acción que el principal objetivo era conseguir la independencia nacional, es decir, la liberación del yugo blanco y la consecución de la independencia política.
Sin embargo, en 1948 los nacionalistas afrikaaners impusieron una feroz segregación racial llamada “apartheid” y ese hecho forzaría al cabo de pocos años la unión de las fuerzas contrarias a aquel régimen.
En aquella misma década, Mandela entabló amistad con compañeros indios y blancos tanto en la oficina donde trabajaba como en la Universidad Witwatersrand de Johannesburgo. Algunos eran seguidores de Ghandi y otros comunistas, y aunque con algunos de ellos entablara una sólida amistad de por vida, en términos políticos su africanismo radical le impulsaba a rechazar la colaboración del ANC con grupos de otras razas. Es más, en 1950, con la ayuda de algunos miembros de la Liga Juvenil, llegó a reventar algunos mítines de los comunistas.
Foto: South Africa The Good News.
Pero a mediados de aquel mismo año el gobierno prohibió el Partido Comunista y, a partir de aquel momento, los miembros de esta organización se fueron acercando al ANC. Mandela, por su parte, comenzó a ampliar su cultura política, leyendo además de los trabajos de los nacionalistas africanos diversas obras de Marx, Engels y Lenin. Admitió que el materialismo dialéctico le ofrecía una perspectiva más amplia para analizar la opresión racial. Poco a poco fue desapareciendo su desconfianza hacia los comunistas. A medida que aquel primitivo nacionalismo excluyente se iba haciendo más tolerante, fue abriendo vías de colaboración con otros grupos raciales —blancos, indios y mestizos—. La aportación más importante y duradera que realizaron los comunistas al ANC fue el modelo social de pluralismo racial, tal y como lo atestigua el Manifiesto de la Libertad de 1955, que constituiría el programa del ANC durante los siguientes 40 años. En él se defendía la democracia política multirracial, con los mismos derechos para todas las personas. También se respetaba la iniciativa privada, pero siempre que las minas, bancos e industrias monopolistas pasaran a manos del pueblo, y por último, proclamaba la redistribución de la tierra. Y aunque las aportaciones de los comunistas a este programa eran evidentes, Mandela aclaró que era un proyecto para atraer a todas las clases, que era un programa para la revolución nacional democrática.
En el proceso de Rivonia de 1964, Mandela subrayó en primer lugar que se consideraba un patriota africano, admitiendo a continuación la influencia que el pensamiento de Marx había tenido sobre él. Le resultaba muy atractiva la idea de una sociedad sin clases; por un lado por la influencia de los escritos de Marx y, por otro, por la admiración que sentía por la estructura y la organización de las antiguas sociedades del pueblo xhosa. El principal medio de producción era la tierra y como ésta pertenecía a la tribu no había explotación humana. De todos modos, Mandela siempre negó la acusación de ser comunista que le lanzaba el gobierno. Mandela se daba perfecta cuenta de que el ANC era un movimiento plural y abierto, que agrupaba tras un objetivo común a personas de diferentes ideologías, con el fin de traspasar el poder a manos del pueblo.
Mencionemos por último la influencia que tuvo el mismo ANC en la formación política de Mandela. En 1997, cuando dejó la presidencia del movimiento en la 50ª Conferencia Nacional de Mafikeng, a la hora de pronunciar su discurso de despedida, agradeció la influencia que tuvo el ANC en la formación de su propio carácter, hasta el punto de convertirle en símbolo de aquello que la organización quería expresar. En una mirada retrospectiva, recordó los primeros años de militancia transcurridos en el Transvaal. Acompañando al entonces presidente, solían ir de visita por los pueblos, y fue él quien le enseñó que nunca se debe perder el contacto con el pueblo llano. Luego habló de sus amigos comunistas, quienes le enseñaron que los problemas debían ser analizados desde diferentes puntos de vista. También mencionó las palabras del fallecido presidente Luthuli: la reconciliación no es la antítesis de la lucha revolucionaria. Y, sobre todo, recordó a Oliver Tambo, su hermano y amigo, porque enriqueció su vida y su mente. Aquellos gigantes, tanto vivos como muertos, le habían hecho superar sus debilidades; pero también le asignaron deberes, para que renovara sus fuerzas y marchara hacia adelante. “Lo que hoy soy se lo debo a ellos; se lo debo al ANC”, confesó al finalizar.
En cualquier caso, mas allá de influencias y enseñanzas, Nelson Mandela ha poseído unas dotes especiales para el liderazgo. En dos situaciones concretas se dio cuenta antes que el ANC de que había llegado la hora del cambio. La primera en 1961, cuando propuso adoptar la lucha armada, y la segunda en 1985, encontrándose todavía en la cárcel, cuando comenzó a explorar la vía de la negociación. A pesar de las dificultades, en ambas ocasiones supo convencer a sus camaradas y atraerlos hacia su posición. Porque, como él decía, “hay ciertos momentos en los que el líder debe ponerse al frente del grupo y tomar una nueva dirección, convencido de que está conduciendo al pueblo por el camino adecuado”.
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