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Javier Ochoa. La fuerza del león

Sergio RECARTE

Publicado en el Boletín Beti Aurrera Nº 107

De aquellos potentes brazos de inmigrantes vascos llegados a Buenos Aires en los comienzos del siglo veinte, debemos de destacar y recordar al navarro Javier Ochoa Berastegui, al que una circunstancia fortuita hizo que su vida tomara un giro inesperado y alcanzara fama mundial.

Javier Ochoa Berastegui

Javier Ochoa Berastegui.

Resulta que este recio vasco, nacido en Urdiain en 1885, tenía un cuerpo macizo, una mole endurecida, moldeada a fuerza de trabajos rudos en las minas de Bilbao y de Goizueta y en otras tareas de igual calibre, como en el tendido de rieles en la construcción del ferrocarril Pamplona-San Sebastián, (conocido popularmente con el nombre de Plazaola), sin olvidarnos las tareas habituales en torno al caserío de sus padres.

Pero como muchos de los hijos del País Vasco, decide embarcarse y probar fortuna en Argentina. Llegado a Buenos Aires y después de emplearse como peón en los almacenes de Ramos Generales, cuyos propietarios eran vascos como él, logra, a costa de trabajo y sacrificios, establecerse por su cuenta. Monta Ochoa un pequeño almacén con despacho de bebida y así, de ese modo parecería que su vida estaría signada bajo la rutina diaria del comercio, hasta que cierta noche dos policías, asiduos concurrentes a su negocio, armaron tan tremendo barullo que la paciencia del vasco, puesta a prueba en reiterados e inútiles intentos para aplacarlos, estalla como un volcán. Sin más preámbulos, asió a aquellos “milicos” por los cinturones de sus uniformes y después de llevarlo con los pies en el aire hacia la puerta, los arrojo a la calles con la misma facilidad con que se tira un cigarrillo.

Este pequeño incidente repercutió en los cuatro costados de aquella Buenos Aires del primer centenario. Se habló largo y tendido, con calor e insistencia de la proeza del vasco Ochoa y no faltaron quienes los convencieron mediante consejos y alabanzas de intervenir en el deporte de la lucha grecorromana. Así, sin más, pero todo hay que decirlo, con anterioridad a su arribo a la capital argentina, Javier Ochoa había hecho algún dinerillo en su breve paso por Burdeos en circos como forzudo ocasional.

Lo cierto que casi sin darse cuenta, Ochoa, ahora convertido en el “León de Navarra” se proclama en el año 1911 campeón de lucha grecorromana en el Teatro Nacional de Buenos Aires al vencer a otro vasco, el irunés Juan Barrenechea, y de ahí, sin demasiado escalones, obtiene un segundo lugar en el Campeonato Mundial de 1912 de Madrid y al año siguiente, medalla de oro en el Campeonato del Mundo celebrado en Praga. Lo que se dice, una carrera a la velocidad del sonido.

Profesionalizado en esta especialidad deportiva, el “León de Navarra” ruge victorioso en más de 1.500 combates por Europa y Estados Unidos, resultando derrotado en sólo ocho ocasiones. Toda una proeza.

Javier Ochoa Berastegui en Urdiain, a su regreso de América. Al fondo su casa natal.

Javier Ochoa en su pueblo

En los años 30 decide regresar al punto de partida con fama y gloria y sobre todo con el título de campeón bajo sus brazos y se instala en su pueblo natal, pero además, con un firme propósito, el de ser alcalde de Urdiain. Cosa que logra, dejando una huella de honestidad y de conducta irreprochable. Además de eso, da comienzo a una saga familiar de grandes luchadores profesionales. Pero por lo visto, Ochoa decide también emprender otras actividades fuera del ámbito público estableciendo una línea de transporte de autobús entre Pamplona y Bilbao, y en esos menesteres es cuando los sorprende la muerte el 3 de mayo de 1949. Tenía sesenta y cuatro años y un infarto derrota para siempre su espíritu combativo porque insólitamente, a punto estuvo de protagonizar un combate con un luchador americano apoderado “El Ángel” si no fuera porque la Federación Deportiva dio al orden de suspender la pelea a causa de las dolencias cardíacas y a la edad ya avanzada del campeón vasco.

Su cuerpo es sepultado en el pequeño cementerio de Urdiain y es historia que su muerte fue muy sentida por muchos, reflejo de ello son las palabras escritas en un diario al dar la noticia del fallecimiento: “Su honradez a toda prueba le granjeó el máximo aprecio en todo Navarra. Mientras luchó, nadie consiguió arrebatarle el título de campeón. Todo un ejemplo”.

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