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Juan AGUIRRE SORONDO
El nombre de Antzuola se vincula a su afamado Alarde del Moro/Mairuaren Alardea, que cada mes de julio revive con solemnidad en la Herriko Plaza la gesta de una compañía de soldados antzuolarras en Valdejunquera, Navarra, el año 920.
Lo que allí se conmemora, paradójicamente, es una batalla que las crónicas consignan como una de las mayores derrotas de la cristiandad ante las huestes musulmanas. Y las supuestas pruebas materiales —un estandarte capturado y el diploma de concesión de armas por el rey navarro Sancho Abarca en recompensa por su valerosa intervención— desaparecieron antes de que nadie pudiera acreditar su autenticidad. Pasando por alto tan difusa efeméride, es observable que Antzuola, desde su constitución como villa independiente, ha tenido en el Alarde un potente referente de identificación colectiva.
Pero el tiempo pasa y las tradiciones necesitan sacudirse el polvo de los siglos de vez en cuando. Para seguir cumpliendo con su cometido, recientemente se vio la necesidad de actualizar el Alarde tomando en consideración el parecer y la sensibilidad del pueblo antzuolarra. De esta experiencia renovadora —y prácticamente inédita en el panorama festivo vasco—, ha resultado un Alarde del Moro más realista, dignificante y respetuoso hacia las culturas y religiones exógenas representadas por la figura del califa. Lo cual cristaliza en una fiesta que, manteniendo sus rasgos, refleja mejor el espíritu y la mentalidad de la ciudadanía antzuolarra del siglo XXI.
Herriko Plaza, Antzuola.
Ilustración: Josemari Alemán
Antes que Herriko Plaza y que Antzuola misma, este lugar se llamaba Olalde y su primitiva función fue la de sede del Hospital de la Magdalena, conocido oasis de peregrinos y caminantes medievales. A partir de finales del XV, el hasta entonces importante núcleo de Uzarraga quedó relegado de las nuevas vías de comunicación mientras que alrededor del hospital, atraídos por la circulación de bienes y personas, se fueron asentando colonos, en su mayoría menestrales, que aportarían a este burgo su cariz laborioso y especializado. La inauguración en 1525 de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Piedad marca la supremacía del emplazamiento, que se confirmará con la declaración de Antzuola como “villa de por sí” en 1629, ya con Uzarraga relegada a barrio dependiente.
Pero lo que acentúa con mayor énfasis la importancia que adquirió Antzuola es su Casa Consistorial, típica construcción del barroco vasco y ejemplar demostración del poderío creciente de los municipios guipuzcoanos, aun de los pequeños, durante los siglos XVII y XVIII. Su vistoso escudo con grifos, ángeles y serafines, molduras, volutas y palmetas, o la austeridad general de líneas y simetrías de la fachada nos hablan, con ecos lejanos pero significados todavía familiares, de la polifacética Antzuola: la batalladora, la artesana, la risueña posadera del Camino Real, amalgamada hoy de industrias y de tradiciones.
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