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Juana Ramírez de Asbaje (1648-1656). El paisaje de la infancia, horizonte inicial

Eva M. ELORZA

¿Cuánta vida cabe en ocho, diez años? La de Juana Ramírez de Asbaje, (1648-1695), casi cuatro siglos después de su muerte, sigue produciendo una extraña fascinación. Sus incógnitas y enigmas, la asombrosa agudeza intelectual que tuvo, los poemas de amor que escribió, el encanto de sus retratos de monja, la niña prodigio que fue, la tenacidad, la determinación y el impulso con que vivió, y el silencio de sus últimos años en la renuncia y la derrota. Quien había asombrado al mundo con la lírica y la prosa, murió prematuramente víctima de la peste, en la oscuridad y el mutismo, como una monja más. En cuarenta y siete años, transcurrieron vida y obra; palabra y silencio.

Más de una docena de autores han intentado descifrar la vida, la obra y los últimos años de Sor Juana Inés de la Cruz, como es conocida Juana Ramírez en la historia. Han descrito, a veces con acierto y otras con imaginación, los pocos datos de su infancia y su paso por la corte virreinal; han escrito con rigurosidad sobre su vida en el convento de San Jerónimo de la capital mexicana; y han dedicado estudios a tratar sobre sus obras, su poesía y su psicología, extraño todo en una mujer de su época.

En el recorrido de la vida de Juana Ramírez de Asbaje, siempre hay un capítulo para recordar su infancia: sus orígenes, su familia y los pasajes de su niñez en Amecameca. Son pocos años, pero fudamentales en lo que sería su vida.

La biografía de Juana está hecha de datos escasos e inseguros, comenzando por la fecha de su nacimiento. Las fuentes de donde se pueden extraer noticias sobre su vida son dos; ambas están escritas con distinta finalidad y resultan por ello mismo “distorsionadas”. El panegírico, Vida de Sor Juana Inés de la Cruz, que dictó el jesuita Diego Calleja para el volumen de Fama y Obras Póstumas del Fénix de México. Décima Musa, Poetisa Americana (Madrid, 1700), y la autobiografía Respuesta a Sor Filotea, que ella escribiera en 1691 para defender en un momento crítico su propia conducta.

Juana de Asbaje

“Sus incógnitas y enigmas, la asombrosa agudeza intelectual que tuvo, los poemas de amor que escribió, el encanto de sus retratos de monja, la niña prodigio que fue, la tenacidad, la determinación y el impulso con que vivió, y el silencio de sus últimos años en la renuncia y la derrota.”

Juana nació y vivió en el México colonial de la segunda mitad del XVII. Lo que entonces era el Virreinato de Nueva España, era una sociedad próspera y pluralista en la que coexistían grupos sociales dispares separados en castas: españoles y criollos —encomenderos, clérigos, religiosos, comerciantes, mineros, juristas, estudiantes...— y mestizos, indios, negros y mulatos. Una sociedad, jerárquica y tolerante; barroca, rica y devota.

Hasta los ocho o diez años, dependiendo de los autores, pues la fecha de su nacimiento no está clara, Juana vivió en el pueblecito de Nepantla primero, en el estado de México y no lejos de la capital, donde nació y posteriormente en Panoayán, hacienda arrendada a un convento, donde creció y que aun existe. El padre Calleja fijó la fecha de su nacimiento en 1651, acentuándose así los indicios de precocidad de Juana. Sin embargo, datos posteriores hablan de la fecha de 1648 —según una partida de bautismo que podría corresponderle— aunque esto tampoco es concluyente.

Juana nació en la hacienda de Neplanta que su abuelo había arrendado a los religiosos dominicos de México y parece que allí vivió durante un tiempo escaso. Allí, entre dos gigantescos volcanes, el Iztacciualt y el Popocatépelt como telón de fondo y con el perfil del Sacromonte al frente, vino al mundo,

... en medio de la sierra y el valle, en medio del frío y el calor, en medio de los volcanes y la llanura, en un bello lugar que reúne circunstancias tan raras y maravillosas como el propio genio de la niña precoz......., precisamente en medio de ellos1

La hacienda de Nepantla se hallaba concretamente en la falda sur del Popocatépelt, donde los rayos del sol llegan perpendiculares y como ella misma dijo:

... nací
donde los rayos solares
me mirasen de hito en hito
no bizcos, como a otras partes

En el lugar donde la luz se derrama generosamente, donde el aire es mineral y los campos tienen matas de zacatón amarillento entre las que vive el zacatuchi2, donde los volcanes, Popocatépetl e Iztacciualt, ó Gregorio y Rosita3, hablan aun a los indios en sus en sueños4. En este lugar, Nepantla, y luego en el cercano Panoayán, que ella misma a veces confunde en el relato de su biografía, transcurrió su infancia.

Las tierras donde estaba Panoayán, habían pertenecido a un cacique que un siglo antes las había recibido como premio por su ayuda a los conquistadores y cuyos herederos las habían cedido a la Iglesia para fines piadosos. La hacienda de Panoayán —“en el vado del río” en nahualtl,— se encontraba, a la orilla del pequeño río que lleva su nombre. Pertenecía al término del pueblo de Amecameca, cuyo convento se lo dio a la familia de Juana en arrendamiento.

Juana pertenecía a una extensa y relativamente acomodada familia a la que parece estuvo muy apegada, a pesar de que aparentemente poco o nada conoció a su padre natural, de manera que se crió al cuidado de su madre y de su abuelo materno. Nacida de una relación de su madre, la criolla Isabel Ramírez de Santillana, fue la tercera hija ilegítima (después de otras dos hermanas) de aquella unión y tuvo tres hermanos más de otra unión de su madre, quien dejó escrito en un documento el nombre del padre: Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, del cual se declaró viuda, para decirse de estado soltera años más tarde en su testamento.

Portada de una obra de Juana de Asbaje

Portada de una obra de Juana de Asbaje.

La figura de su padre, su origen, su vida, es uno más de los enigmas que envuelven a Sor Juana. Fue Calleja quien habló del origen del padre: vasco y de Vergara. Sin embargo esto no ha podido probarse al no haberse hallado el acta de bautismo de Juana (aunque haya un documento que algunos autores han dado como suyo, no es concluyente), ni el testamento de su “supuesto” padre, que se ha dejado ver en las conjeturas de los autores, como caballero hidalgo, como aventurero y hasta como fraile.5 En sus escritos y papeles, Juana casi siempre antepuso el apellido materno, Ramírez, y muy pocas veces el de su padre6, aunque de su origen vasco alguna vez a lo largo de su vida, se jactara,

Siendo como soy rama de Vizcaya ......../ Yo me holgara que fuesen tales que pudiesen honrar / Y no avergonzar a nuestra Nación Vascongada

Pues que todos han cantado,/ yo de campiña me cierro:/ que es decir, que de Vizcaya / me revisto. ¡Dicho y hecho! / Nadie el vascuence murmure / que juras a Dios eterno / ¡que aquesta es mi lengua / ¡cortada de mis Abuelos

El empleo de uno u otro apellido en su caso, el materno o el paterno, coincidía con la arbitrariedad en el uso de éstos en la época. Como Asvaje, Asbaje, incluso como Asuaje7 en una publicación de 1668, firmaría Juana a lo largo de su vida. Fuera o no de origen vasco, Juana fue cien por cien mexicana, criolla y casi siempre ella misma. Como criolla, aunaba en sí la contradicción entre el amor a la tierra mexicana y la nostalgia por la tierra española, de donde procedían sus abuelos maternos. Quizás también el padre, aquel lejano, desconocido y ausente, pues la sombra y el silencio de Asbaje planearía sobre la memoria y la existencia de Juana.

La vida familiar transcurrió en aquel ambiente rural. En el contrato de arrendamiento de la hacienda de Panoayán, el recuento de animales (bueyes, mulas, ovejas), así como la cantidad de aperos anotados, dan cuenta del ambiente de trabajo en el que se vivía y en el que Juana creció. Vivió aquellos años en un relativo acomodo, relacionada con personas de todas condiciones, del lugar y de la corte, y en un estrecho contacto con los indios esclavos de la hacienda que pertenecían a su abuelo y a su madre.

Fue éste el primer libro en el que Juana leyó. El panorama de Panoayán, como el de Nepantla, con su paisaje accidentado, la atmósfera luminosa y radiante y la vecindad de los volcanes. Donde conoció estrechamente el mundo de los indígenas y los esclavos negros, que más tarde le acompañaría. Su madre al fallecer, le dio en su testamento, por donación, una mulata esclava —Juana— para que le asistiera en el convento.

Su abuelo, español de cierta cultura, influyó en la formación de Juana, a lo que contribuyó su firme voluntad de saber. En efecto, a la luz de aquellos rayos de sol, derramados por las laderas de las montañas, se sumó otra luz que sería su guía en la vida: la luz de la razón para penetrar el misterio de las cosas,

Desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones .... ni propias reflejas han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí (Respuesta a Sor Filotea)

Juana de Asbaje

“Quien había asombrado al mundo con la lírica y la prosa, murió prematuramente víctima de la peste, en la oscuridad y el mutismo, como una monja más.”

Con ambas luces, la sensibilidad y la reflexión interior, construiría ella la claridad inteligente que le caracterizó.

Fue en la biblioteca de su abuelo, “de muchos libros varios” donde una Juana que había aprendido a leer precozmente en una “Amiga” (pequeña escuela privada donde las niñas aprendían a leer, a escribir, algo de aritmética y labores) de Amecameca, (localidad a tres kilómetros de Panoayán, a cuyos límites pertenecía la hacienda), inició sus primeras lecturas a la edad de siete años. Paradójicamente, su madre, no firmó el testamento, porque no sabía escribir. Y leyó todos aquellos libros con avidez con pasión, tanta que dice: “sin que bastasen castigos ni reprensiones a estorbarlo”.

Las lecturas de esta biblioteca le abrieron las puertas de un nuevo mundo que ya no abandonaría hasta unos años antes de su muerte. La biblioteca refugio, fue la antesala de su celda en el convento, lugar donde recrearía luego el regreso a la infancia. Fue a consecuencia de esas lecturas que cuando años más tarde llegó a la capital todos “se admiraban no tanto del ingenio cuanto de la memoria y noticias que tenía en edad que parecía que apenas habría tenido tiempo para aprender a hablar”.

Al morir su abuelo, que había arrendado la hacienda por tres vidas, la madre de Juana se hizo cargo de la hacienda “en segunda vida” y a su fallecimiento le sucedió su hermana María, en tercera vida. Tras lo cual, la hacienda pasó a otras manos dentro de la familia. Pero Juana, no permaneció en el lugar hasta el final. A partir de 1656, entre los ocho y los diez años, muerto su abuelo, se trasladó a la ciudad de México a casa de unos tíos suyos con quienes estuvo ocho años. No sabemos si alguna vez volvió a Panoayán. En 1665 entró en la Corte virreinal, para ser dama de honor de la virreina. Aquí pasó un par de años hasta que hizo un primer intento fallido de vida conventual en las carmelitas descalzas. En 1668 ingresó en el Convento de San Jerónimo, donde profesó al año siguiente y donde viviría, ya como escritora, hasta su muerte en 1695.

Muchos recuerdos de Panoayán, de Amecameca y de sus tierras y alrededores, los llevó siempre Juana y los recreó desde su celda de monja, convertidos en evocaciones lejanas y exóticas de su mundo de niña. Los espacios abiertos, el color, la luz, la vegetación y la visión de aquellos dos grandes vecinos de humo y de nieve, (el volcán y la volcana) nunca desaparecieron de su vida y se recrean en algunos poemas que escribió:

¡Yo os comparara, Señora, / con esa sierra nevada / que aunque tiene cerca el humo, / ella se está siempre blanca!/.

Las referencias a la cultura cotidiana indígena —los mercados y sus productos, las danzas, las fiestas—, reaparecieron en sus composiciones poéticas. Aquel ambiente en el que creció, quienes formaron parte de la servidumbre familiar en la hacienda, indios, negros y mulatos, los recordará en varias composiciones; su habla y su ritmo, en lengua náhuatl y en recreaciones alusivas al habla negra, resuenan en sus escritos inmortales.

Volvería así a aquel lugar en el mundo, al principio y a su paisaje. A todo eso que solo podemos poseer a través de los caminos simbólicos que lo rodean; a las ficciones de las que nuestra realidad está hecha.

1 Arroyo, Anita: Razón y pasión de Sor Juana . Ed. Porrúa. México

2 El conejito de los volcanes, que solo crece en estas montañas.

3 Don Gregorio, también Gregorio Chino, es el nombre que dieron y dan los indios y los campesinos de la zona al Popo, al volcán Popocatépetl, de la misma manera que el Iztaccihuatl, su complemento, es la volcana ó Rosita, en un claro sentimiento de la familiaridad, afecto y respeto que sienten por ellos.

4 Como recogen las primeras crónicas de los españoles y hasta el momento, los volcanes se comunican con los hombres, para ayudar a los tiemperos a llamar a las nubes y conjurar granizos y heladas y para pedirles lo que desean el día de sus respectivos santos.

5 Paz Octavio: Generaciones y semblanzas. Dominio mexicano. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores. 2001

6 En el siglo me llamaba doña Juana Ramírez de Asbaje, escribió en su testamento de 1669.

7 Que algunos autores han visto como corrupción de Asuaga

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