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Olga MACÍAS MUÑOZ
Cuando la industria farmacéutica no era más que un pequeño receptáculo en la trastienda de las boticas, la tradición popular acudía a aquellos remedios que se habían utilizado durante generaciones. Esta farmacopea estaba liderada por las plantas y aquellos productos de origen vegetal que con el método prueba-éxito o prueba-fracaso habían resultado más eficaces para los males que afligen a nuestra salud. Dejando aparte las fórmulas magistrales cada cultura tiene un compendio de elementos naturales vinculados con su entorno que pueden llegar a ser altamente efectivos. En el rotativo El Noticiero Bilbaíno aparecían diferentes remedios que hoy no dudaríamos en tildar de naturales, pero que en aquella época no eran más que el reflejo de un legado que no tenía porqué casar con la ciencia. Lo mismo se utilizaban estos remedios para paliar cualquier ligero malestar que para buscar la panacea de graves enfermedades.
En este orden de cosas, por ejemplo, se decía que para reblandecer los callos lo mejor era humedecerlos con un poco de esencia de menta y se aseguraba que de este modo se aliviaba el dolor de una manera eficaz. Por su parte, con el objeto de tratar las contusiones se aconsejaba el uso de agua o espíritu de lavanda (espliego). Para hacer este preparado había que tomar azumbre y medio de buen aguardiente, que se ponía en una olla de barro, y se añadían cuatro puñados de flores de lavanda, dejándolas en infusión durante un mes. Pasado este tiempo se debía de aplicar sobre las contusiones aplicándola en compresas a la parte dolorida.
Cuando la industria farmacéutica no era más que un pequeño receptáculo en la trastienda de las boticas, la tradición popular acudía a aquellos remedios que se habían utilizado durante generaciones.
Foto: CC BY - andybullock77
El temido dolor de muelas y de dientes también se trataba con los remedios que se tenían más a mano. De este modo, para aliviar estos padecimientos se recomendaba friccionar las encías con miel a la que se le había añadido semillas de lino, raíz de malva o tintura de azafrán. El dolor de cabeza y las jaquecas también tenían sus panaceas caseras basados en diversas plantas. Una de las recetas contra el dolor de cabeza era tomar una taza de café puro sin azúcar a la que se añadía el zumo de medio limón. El mismo preparado se aconsejaba en caso de sufrir jaqueca. También se decía que el agua muy cargada de zumo de limón era muy buena contra los dolores de cabeza y contra el reumatismo. Otro tratamiento en caso de neuralgia accidental eran los cataplasmas muy calientes de hojas de malva, secas o tiernas. Por lo que se refiere a evitar los resfriados se apuntaba que el jugo de un limón asado y tomado con azúcar evitaba su desarrollo.
Estos remedios naturales también se tomaban para afecciones de un carácter más severo. Por ejemplo se decía que un recurso práctico y sencillo para curar la tos ferina, una de las más temibles enfermedades infantiles, era el de cocer una libra de café verde de muy buena calidad en cuatro litros de agua. Se debía de dejar cocer hasta que se redujese hasta la mitad. Se colaba y se volvía a cocer con un poco de azúcar hasta que quedase hecho un jarabe. Después de cada golpe de tos se daba una cucharada grande al niño. En cuanto a las viruelas, afección altamente extendida por aquella época, nos proporcionaban el procedimiento para acelerar su salida. En este caso se hacía referencia a una noticia que aparecía en una revista médica y en la que se decía que había de tomarse con frecuencia un cocimiento de hojas de maíz —de la mazorca— endulzado con miel. Finalmente, después de salir las pústulas, se apresuraba la curación tomando agua con miel.
Además de estos tratamientos para males específicos también nos indicaban desde las páginas de El Noticiero las propiedades saludables y curativas de plantas y otros productos de origen vegetal que podíamos encontrar en la despensa de cualquier casa de la época. De este modo, se apuntaba que el café era un buen desinfectante y que sí se quemaba en un braserillo purificaba el ambiente de las habitaciones y quitaba los malos olores. Al mismo tiempo se amparaban en la existencia de muy buenas razones científicas para recomendar el uso de las frutas. En efecto, se había demostrado que el organismo humano podía asimilar el 9 por 100 del azúcar de las frutas lo que se consideraba beneficioso ya que se entendía que las sustancias que contenía este alimento eran una abundante fuente de energía para el organismo. Se aconsejaba que las frutas debieran de tomarse al principio de la comida, y no al final, cuando el estómago ya estaba lleno. También se aclaraba que cuando se empleaban las frutas como tratamiento de alguna enfermedad, debían consumirse por la mañana. Además se incluían consejos de cómo adquirir las frutas para evitar la presencia de bacterias. Entre estos consejos se hacía principal hincapié en evitar comprar frutas que no estuviesen en cestas o cajas tapadas y la conveniencia de lavarlas varias veces antes de comerlas.
Para la viruela, afección altamente extendida por aquella época, se decía que había de tomarse con frecuencia un cocimiento de hojas de maíz endulzado con miel.
Foto: CC BY - adactio
Los limones y las naranjas también se consideraban potentes remedios contra los gérmenes, de este modo, no se dudaba en asegurar que la acidez de estas frutas era capaz de destruir toda clase de gérmenes. Se afirmaba sin pudor alguno que el jugo del limón mataba en quince minutos los gérmenes del cólera morbo y que los del tifus quedaban destruidos en media hora. Se añadía que también mataban los de otras enfermedades, sin especificar cuáles eran éstas.
En cuanto a las manzanas, estas se presentaban como el gran remedio para muchos males. De principio ya nos exponían que las manzanas contenían gran cantidad de fósforo, y, por lo tanto, eran buenas para los que trabajaban con el cerebro, pero que no debían de comerse entre horas. A esto añadían que la manzana asada o cocida, tomada con el desayuno, era un excelente remedio contra el estreñimiento. Esta fruta, bien cruda o cocida, también se consideraba un estomacal muy apreciable ya que promovía y facilitaba la digestión. Comidas por la mañana las manzanas servían de laxante y cuando estaban perfectamente maduras constituían un refresco admirable que limpiaba de impurezas la sangre. Se consideraba que las manzanas en salsa eran un plato realmente delicado y que sólo comidas después del pescado podían causar grandes trastornos intestinales. Para resumir, se decía que la manzana era un excelente alimento para el cerebro, excitaba la acción del hígado, promovía un sueño profundo y sano y desinfectaba perfectamente la boca. Además ayudaba a la secreción de los riñones y detenía la formación de cálculos, a la vez que evitaba la indigestión. También servía para preservarse contra las enfermedades de la garganta.
Por lo que refiere a la miel también se considerada como un remedio que ejercía una acción benéfica sobre todos los órganos internos del cuerpo, la boca, la garganta y el aparato digestivo. Del mismo modo se exponía que se había comprobado su acción curativa sobre las aftas bucales, y en este caso, mezclada con agua caliente y con un poco de vinagre constituía un excelente gargarismo. Se añadía que por el ácido que la miel contenía, era eficaz contra la ronquera, la tos, la bronquitis, las antenas, el catarro pulmonar y el asma. También se señalaba que un vaso de agua caliente o de leche endulzada con miel en abundancia y mezclada con un poco de ron o coñac constituía una poción agradable que provocaba la traspiración y obraba contra el reumatismo.
Las manzanas se presentaban como el gran remedio para muchos males. De principio ya nos exponían que las manzanas contenían gran cantidad de fósforo, y, por lo tanto, eran buenas para los que trabajaban con el cerebro, pero que no debían de comerse entre horas.
Foto: CC BY - DeusXFlorida
A la par, se detallaba la posología adecuada para aquellos remedios que la miel se consideraba infalible. Para curar la viruela, se debía de tomar una taza de miel aguada cada tres horas. Como alivio de los sabañones y grietas, había que frotarlos con miel fresca al acostarse. Como tratamiento de la erisipela, la dosis era de una taza de miel aguada cada tres horas y además había que cubrir la parte afectada con una espesa capa de miel cada tres horas. Si se quería sanar hinchazones y tumores, había que cubrirlos con capas de miel cada tres horas. Y la misma pauta había que seguir con las picaduras de abejas y alacranes.
Para finalizar, en El Noticiero también se preocupaban por indicar los usos y preparación de lo que denominaban plantas que curan. El camedrio o encinillo, la badiana (anís estrellado), la consuelda mayor, el enebro o junípero, el escordio, el lúpulo u hombrecillo, el llantén, el meliloto, la miel en rama, el musgo de Córcega, la saponaria o la simaruba son algunos de estos ejemplos. Todas estas plantas se utilizaban en infusión y su adquisición no era difícil en las boticas.
Desde este artículo nos hemos acercado a la vivencia de nuestros ancestros en las cuestiones relacionadas con la salud desde aquellas necesidades y remedios que se ofrecían. Puede que algunos de estos remedios nos parezcan hoy en día rayanos con la superstición, sin embargo, otros los seguimos aplicando hoy en día como claro ejemplo del poso que perdura de la sabiduría popular.
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