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Socio-crítica de la actividad física y el deporte

Joseba Imanol URCOLA ARESTI

El ámbito de la actividad física y el deporte se halla inmerso en una escala de valores asociada, principalmente, con el avance tecnológico y con los procesos de control y producción que rigen nuestra cultura (Appel, 1996). Este desarrollo tecnológico, junto con otros factores económicos y políticos ha originado una gran convulsión social donde las personas practicantes de ejercicio físico y los deportistas se han convertido en una pieza más de la maquinaria industrial, alienados por la cultura de la producción económica, la rentabilidad y sin capacidad de emancipación ante la realidad.

La crisis de la modernidad ha generado en el deporte como fenómeno social capitalista diversos cambios; en lo antropológico, aparece el hombre unidimensional como sujeto autónomo pero enajenado en la vida productiva; en lo político, estamos anclados en un modelo neoliberal que convierte la praxis física en funcional y estabilizadora, aportando desahogo para rendir más en el sector económico; en lo epistemológico, prima la razón científica- instrumental destacando la tecnología del ejercicio físico y del deporte sobre los valores morales (Cagigal, 1996). Con la postmodernidad, las ideas ilustradas de emancipación y autonomía racional carecen de credibilidad y legitimidad política. Según Fraile (1999:690):

“Para Vattimo (1990) supone el final del dogmatismo; según Lyotard (1984), el momento de la emancipación; para Lipovestky (1990) es el culmen de la personalización y de la democratización. Para Habermas (1982) el postmodernismo nace como crítica al positivismo y al pensamiento dialéctico, cuestionando la concepción de la sociedad como sistema. Las corrientes críticas, tratan de repensar y reconstruir el significado de la emancipación humana, desde las características específicas de una sociedad contemporánea”.

Foto: CC BY - Dreaming in the deep south

“El deportista es una pieza más de una maquinaria imparable, donde se le trata como un ente pasivo limitado a asimilar técnicas motrices, dando por hecho que así conseguimos rendimiento deportivo.”
Foto: CC BY - Dreaming in the deep south.

La emancipación humana no encuentra sustento en una sociedad que se basa en la razón instrumental (Azeredo, 2003). El deportista es una pieza más de una maquinaria imparable, donde se le trata como un ente pasivo limitado a asimilar (Castells, 2001) técnicas motrices, dando por hecho que así conseguimos rendimiento deportivo; en esa mera receptividad absorbente, el sujeto desaparece y se objetiviza deshumanizándose, siendo superado en su autoridad epistemológica por el poder que tiene el deporte como espectaculo competitivo y como estructura autoritaria avalada por la relevancia politica, económica y social que se le otorga.

Nos encontramos pues, ante una sociedad fragmentada, que concibe el deporte como un sistema utilitarista sin otros valores morales que no sean el poder, la posesión y la dominación en la civilización del dinero; lo deportivo se des-moraliza como ideal humanista (Cagigal, 1996) atendiendo al ego-building corporal (Lipovetsky, 1994) desde las necesidades narcisistas. El deporte como principio de grandeza en la práctica o como espectáculo de masas, se presenta como un fenomeno social que establece unos valores asociados al elitismo; y este espíritu elitista a su vez, otorga a las prácticas físicas un caracter muy asociado al rendimiento, en un feedback de retroalimentación, en el cual ambas realidades se contagian entre sí. Por ejemplo, podemos ver que el record aparece como ideal deportivo en el momento en el que el tiempo se convierte en importante como tiempo productivo.

El deportista es el gran protagonista en la civilización, que ensalza al superhombre en la misma medida en la que ensalza al que maneja el tiempo de la manera más conveniente. Además, se valora al deportista, por su condición de hombre sano y preparado para el esfuerzo que requiere el trabajo (González, 1984). De esta manera, en el espectáculo deportivo se instauran unos ideales que se introducen en el tiempo de ocio de las personas posibilitando que puedan olvidarse de su cotidianidad. Este hecho se convierte en una forma de alienación social y en un medio de opresión que controla a las masas y las entretiene, procurando abstraerlos de los problemas sociales, regulando y orientando las capacidades críticas (Hoyos, 2004) de las personas a las intrascendentes batallas deportivas, compartidas por una gran parte de la población.

Asimismo, en la sociedad se instaura la cultura de la imagen y de la apariencia empujando a la civilización a los gimnasios; se pretende que la artificiosidad de estos espacios, como forma y modelo de actividad física, compense las necesidades de ejercicio que los estilos de vida sedentarios no equilibran. Los mecanismos de poder del capitalismo producen sujetos dóciles y útiles para la sociedad. El utilitarismo, deshumaniza la civilización y permite una transformación en todos los ámbitos del pensamiento al amparo de una visión sesgada y reduccionista de lo deportivo.

Estos hechos provocan un proceso de deshumanización social en nuestra cultura que se refleja en la manera de entender y percibir la actividad física y el deporte, condicionando a las personas a una visión pragmática y sesgada. En todas las disciplinas, se abastece de tareas a los deportistas, se les instruye para su profesión con una enseñanza especializada que los sitúa en un rol pasivo, limitado en la mayoría de las ocasiones, a gestualizar e imitar conductas motrices. En ningún caso, se contempla la necesidad de auto-reflexión de las personas sobre sus prácticas, acerca de la realidad en la que viven. Sus necesidades de discernir (Asensio,2004), opinar, criticar y transformar su contexto social quedan por lo tanto, ignoradas en esta sociedad.

Foto: CC BY - istolethetv

“Estamos ante una civilización que valora el deporte desde la apariencia física de una persona por encima de sus opiniones y conocimientos.”
Foto: CC BY - istolethetv.

De esta manera, estamos ante una civilización que valora el deporte desde la apariencia física de una persona por encima de sus opiniones y conocimientos. El cuerpo se convierte en el único objeto de estudio y la persona en un instrumento para el rendimiento y la rentabilidad. Esta nueva construcción cultural da lugar a un discurso donde la práctica del ejercicio físico; sinónimo de ocio, bienestar, salud y prestigio social no se efectua a la luz de la finalidad y el sentido que le atribuya el practicante como persona libre de constreñimientos sociales.

En este escenario, se educa a los deportistas bajo el síndrome del especialista, priorizando el aprendizaje de las técnicas motrices deportivas sobre el desarrollo de las facultades humanas. Las canchas se convierten en escenarios de adiestramiento donde se trata de instruirse sin ideales que valgan. Los deportistas no interiorizan experiencias virtuosas (Lipovetsky, 1994) sino que se entrenan o amaestran para la actividad, la eficiencia y la competitividad. Las pruebas físicas y la ejercitación de los atletas se convierten en los empeños fundamentales.

Desde la iniciación deportiva, se percibe un sesgo hiper-competitivo orientado a la búsqueda de rendimiento como elemento identificador de la sociedad (tiempo-trabajo-producción). Desde este posicionamiento, el cuerpo se concibe como elemento de producción y el deporte como un entramado cultural adecuado para responder a estas necesidades, que se han construido en una sociedad donde la instrumentalización del niño aspirante a la élite ha invadido el escenario de lo formativo (Vaquero, 2002).

Toda esta realidad social ofrece, a una minoría de adolescentes, la posibilidad de jactarse físicamente ante los demás y, a otros muchos, la posibilidad de desmotivarse; por no hablar de otros daños menos cuantificables, como el deterioro que se produce en el auto-concepto de los jóvenes que se identifican con la cultura de la imagen y del cuerpo.

La necesidad de transformar estos valores que la sociedad neoliberal otorga al cuerpo como herramienta para la acción motriz, es lo suficientemente importante para asumir el reto de desarrollar investigaciones que profundicen en los significados e implicaciones de la imagen tradicional vigente del deporte. También resulta necesario superar una formación dominada por un interés en el ejercicio físico inmerso dentro de una visión mecánica y reducida del cuerpo humano que ha prestado poca atención a los aspectos educativos que presenta una visión más saludable y holística de la naturaleza humana.

Nos encontramos en la sociedad ante un auge considerable de la praxis de ejercicio físico funcional, entendido como actividad física sistematizada dirigida a unos objetivos concretos; salud, rendimiento, estética corporal. Estas personas recurren cada vez más, a instructores de Fitness y entrenadores personales para asesorarse tecnológicamente de la praxis; técnica, alimentación, método, etc. Es decir, casi todos los practicantes tienen el “¿Que hacer?” los que se instruyen tienen incluso el “¿Cómo hacer?” pero casi nadie tiene claro el “¿Por qué?” y el ¿Para qué?

En el ejercicio físico estamos ante una crisis de sentido (Mardones, 1985), no nos damos cuenta, de lo condicionados que estamos por la cultura burguesa que instaura el monopolio del racionalismo (Racionero, 1977)) por nuestra falta de imaginación a la hora de decidirnos por la praxis física en cuestión, como nos exigimos por encima de las motivaciones naturales en nuestra expresión corporal, atendiendo a demandas funcionales (el médico, los convencionalismos sociales y estéticos, la autoestima) o de cómo elegimos la actividad desde los intereses velados a nuestra conciencia mediatizados por un sistema social que no posibilita márgenes de reflexión (Schön, 1992).

Si analizamos el ejercicio físico de nuestra sociedad, nos encontramos que vinculamos salud con rendimiento cuando se trata de un binomio que se contradice. El deporte de alto rendimiento ha fomentado una praxis que se ha extendido al deporte amateur, sin darnos cuenta, imitamos conductas de ciertos deportistas de elite y las incorporamos a nuestros hábitos diarios de entrenamiento pensando en el slogan: “Cuanto más mejor”. Desde estas reflexiones, apelamos a la necesidad de sustituir este mandato por “Menos es más”.

Nos hemos acostumbrado a creer que nos convienen esas series interminables de ejercicios funcionales en el press de banca, que hacen falta trabajar físicamente las altas intensidades en el remo-ergómetro, o que las interminables carreras de maratón son necesarias y buenas para la salud. Todos conocemos a alguien (si no somos nosotros mismos) que se ejercita más de dos horas diarias, entendiendo esto como adecuado, sin pararse a pensar que la ausencia y el exceso de ejercicio son igualmente contraproducentes: arritmias del deportista, alteraciones en el sistema nervioso, osteoporosis prematuras, son algunos de los ejemplos que revelan la perdida de nuestra homeostasis psico-física. Nos adaptamos a situaciones muy dispares y con los desequilibrios que generamos; neuronales, hormonales, linfáticos y vasculares, posibilitamos que nuestro cuerpo se reajuste en situaciones muy extremas haciendo de ello un hábito de ejercicio o entrenamiento.

Foto: CC BY - freakyman

“Si analizamos el ejercicio físico de nuestra sociedad, nos encontramos que vinculamos salud con rendimiento cuando se trata de un binomio que se contradice.”
Foto: CC BY - freakyman.

En los últimos años hemos asistido a una enorme proliferación de las actividades de musculación en las salas de fitness. Un gran porcentaje de estas personas lo hacen muy orientados a lo que entendemos como body-building, que se fundamenta en desarrollar muscularmente nuestro cuerpo, buscando una estética corporal determinada. Incluso, no son pocos los que compiten en el culturismo sometiéndose a una férrea disciplina.

Ahora bien, teniendo en cuenta que se parte de un empeño fundamentado cambiar nuestra morfología corporal (a veces a la velocidad del rayo), frecuentemente se producen en estas personas un trastorno de percepción de su cuerpo que se entiende por vigorexia. Este problema en la visión de nuestro somato-tipo, consiste en que nos vemos (por un error perceptivo de nuestra mente) más delgados de lo que realmente estamos (justo lo contrario de lo que ocurre con la anorexia) y se asienta en la obsesión por la hipertrofia muscular, es decir, ansía desmedida en aumentar el tamaño de nuestros músculos. Por supuesto, no a todos los practicantes les afecta esta cuestión y es fundamental superar nuestras visiones estereotipadas de las personas que eligen esta opción en la práctica de ejercicio físico, pero es también importante que seamos conscientes de un problema que proviene principalmente de una excesiva importancia que se le concede desde nuestro ego a la imagen corporal, creando conductas muy perjudiciales para nuestra salud.

Estas personas se basan en actitudes narcisistas como: un constante mirarse al espejo, alimentación hiper-proteica obsesiva, compulsividad en la ejercitación, inestabilidad emocional, manías rutinarias poco saludables (levantarse a altas horas a comer, comer cada hora), agresividad y mal humor hacia sus allegados, mitomanía etc. Algunas de estas conductas aisladamente se dan en los culturistas y no hay que verlas como vigoréxicas, pero cuando se dan todas estas actitudes en su globalidad, pueden ser indicios de que no percibimos correctamente nuestro cuerpo. Cuando esta forma de vernos está muy madurada en nuestra mente, conviene ponerse en manos de un especialista (psicólogo, psiquiatra), cuando todavía no es tan grave, es preciso analizar y revisar auto-crítica y socio-críticamente nuestra situación.

Desde el punto de vista auto-crítico, podemos decir que las inseguridades personales juegan una mala pasada en este trastorno perceptivo; una autoestima baja y un auto-concepto muy basado en nuestro somato-tipo son claros generadores de este fallo en nuestros mecanismos de percepción. Es decir, nuestros miedos condicionan la realidad. La dictadura de la estética social arrastra a las personalidades frágiles a adoptar unos comportamientos que conllevan problemas de salud como: alteraciones posturales de locomoción, desarreglos neuronales, desajustes metabólicos, etc.

Foto: CC BY - Julien Haler

“Teniendo en cuenta que se parte de un empeño fundamentado cambiar nuestra morfología corporal (a veces a la velocidad del rayo), frecuentemente se producen en estas personas un trastorno de percepción de su cuerpo que se entiende por vigorexia.”
Foto: CC BY - Julien Haler.

Desde el punto de vista socio-crítico, sólo podemos destacar que estamos ante una sociedad desorientada en lo que se refiere al cuidado de nuestro cuerpo, sentido estético o buen gusto y cultura del ejercicio físico. Vivimos en un mundo muy mediatizado por las modas y los convencionalismos, es decir, imitamos lo que vemos sin trascender en las consecuencias o más bien en los efectos de nuestros comportamientos y como ocurre con todo en la vida “Si no piensas pensarán por ti”

En esta última década, se detectan en la sociedad comportamientos muy estereotipados en cuanto a la práctica del ejercicio físico y las actividades deportivas (Lipovetsky, 1994) que se han puesto a tono con la lógica post-moralista, narcisista y espectacular. De hecho, asistimos a una enorme masificación de ciertos estructuralismos funcionales como el deporte-ocio, el deporte salud, el deporte desafío. De la práctica deportiva no nos esperamos nada que no sea hedonismo psico-físico, valoración de uno mismo, relajación y emoción corporal; de hecho, hemos evolucionado del concepto del fitness al wellness, tratando de atender a nuestra forma física y psicológica. La praxis físico-deportiva se ha convertido en uno de los emblemas más significativos de la cultura individualista y narcisista centrada en el éxtasis de nuestro cuerpo.

De esta manera el individualismo reinante, nos remite a situaciones, donde las conductas de las personas adquieren múltiples significados difícilmente justificables en términos de salud, sociabilidad y sentido común, que derivan en obsesiones multifactoriales como; la cuantificación energética del ejercicio, comportamientos obsesivos en la nutrición deportiva, mediciones corporales (tejido adiposo, somato-metría corporal...), práctica excesiva en deportes de resistencia, las emociones fuertes, el riesgo, la aventura y la disciplina del esfuerzo. Pero esto no significa el retroceso de la lógica narcisista, todo lo contrario, se personaliza y se psicologiza la gestión utilitarista del capital-cuerpo por la optimización de la forma y de la salud, por la emoción de lo extremo. Con el esfuerzo deportivo, el individuo se auto-construye a la carta (Funcional Training); Personal Trainer incluido, el ego-building (Lipovetsky, 1994) ha llevado a las personas a un escenario donde se busca el máximo rendimiento corporal.

Además, para satisfacer estas demandas individualistas, asistimos al fenómeno del deporte mercantilizado, donde la oferta para la ejercitación física está diversificada, tratando de atender los requerimientos de los practicantes que no responden a una lógica evidente, sino que se instauran en la sociedad desde una búsqueda irracional de nuevos productos que responden a las modas y los convencionalismos imperantes. La cultura individualista es inseparable de la superación de los límites físicos donde todo está llamado a ser maximizado, mejorado y redefinido. Las normas están por establecerse en una sociedad relativista que supuestamente progresa en la diversificación de la praxis físico-deportiva pero que indudablemente involuciona a la hora de buscar finalidad y sentido a dichas prácticas.

Foto: CC BY - e-MagineArt.com

“Nos encontramos con un grave paralelismo en cuanto al fenómeno del doping se refiere, promoviendo las exigencias de rendimiento deportivo y la cultura del record ilimitado.”
Foto: CC BY - e-MagineArt.com.

En la misma medida, nos encontramos con un grave paralelismo en cuanto al fenómeno del doping se refiere, promoviendo las exigencias de rendimiento deportivo y la cultura del record ilimitado, en una sociedad que asume una falsa conciencia en relación a las posibilidades físicas naturales del deportista. Solamente, multiplicando los tests, controles y sanciones disciplinarias, se procura compensar la ausencia de moralidad que existe en el fenómeno deportivo. A pesar de estos intentos, no se va a conseguir erradicar las trampas, en una búsqueda infructuosa de competición justa y saludable, ya que son numerosos los que dan cuenta de las consecuencias devastadoras de los anabolizantes y otros corticoides en el organismo de los practicantes, que no siempre son de elite; por no hablar, de los riesgos a los que se somete el deportista en cuanto a posibles alteraciones cardiovasculares que pueden originar muertes súbitas, como las que hemos podido detectar en diversas disciplinas deportivas.

Desde las contribuciones intelectuales de Cagigal (1996), se advierte una gran preocupación por el deportista de elite, el deportista profesional, que puede convertirse en una víctima de una progresiva automatización y especialización en una actividad hiper-competitiva, pero cada vez menos lúdica, en donde los deportistas son rehenes de las marcas y resultados.

No obstante, se insiste en las enormes posibilidades del deporte para resolver ciertos problemas que el hombre y la sociedad tienen planteados, como son los aspectos peligrosos y autodestructivos de la energía agresiva (Marcuse, 1981). Para ello, el deporte puede ser considerado como válido, en la medida en la que posibilita la canalización útil y satisfactoria de los impulsos agresivos. En la misma medida, los deportistas presentan carencias educativas significativas en relación a poseer una actitud crítica sobre las realidades en las que viven (González, 1984:6):

“No olvidemos que educar significa ayudar al individuo a mejorar humana y socialmente y que el equilibrio mental depende del equilibrio físico, como nos recordaba Ramon Labayen en la revista de educación deportiva Kimu, aportando un carácter libidinal, liberador de pulsiones primarias intuyendo las tesis de la teoría somato-psíquica que se evidencia empíricamente en el magistral estudio de Dorothy V. Harris: “¿Por qué practicamos deporte?” publicado por la editorial Jims.”

En este sentido, no están en disposición de afrontar procesos reflexivos sobre su propia praxis; sencillamente, porque no han sido educados en este contexto. Además, los agentes que intervienen en el ámbito deportivo no se muestran preparados para un abordaje humanista (Prat, Martínez, 1996:403):

“Los estudiosos que orbitan en torno al mundo del deporte, los asesores de las federaciones, son prevalentemente biólogos, médicos y psicólogos conductistas, portadores de una visión factual y positivista de la performance deportiva, así como de la realidad social. Y los mismos sociólogos, a quienes se encargan investigaciones, usan aproximaciones cuantitativas, muy apreciadas en el ámbito deportivo, porque están en sintonía con el ideal de la medida a cualquier coste.”

En la actualidad, la realidad del deporte no está sólo fuera de nosotros. Nuestra capacidad interpretativa y reflexiva sobre las experiencias que vivimos resulta clave a la hora de enfrentarnos a un mundo muy cambiante y que presenta un desequilibrio considerable en cuanto al desarrollo de las potencialidades humanas (Marcuse, 1981).

Precisamente, recuperar este equilibrio desde nuestra razón crítica (Habermas 1996) es el hecho que venimos a defender en este escrito, procurando analizar las finalidades y el sentido que le otorgamos a la praxis física, donde debemos estar dispuestos a cuestionar nuestras costumbres y comportamientos. Es por ello, por lo que justificamos buscar nuevas perspectivas que nos ayuden al acercamiento del deporte a las ciencias sociales, superando la realidad actual desde presupuestos que contrarresten la actual vinculación con el deporte-rendimiento.

En definitiva, debemos recordar como homenaje póstumo a Cagigal (1996) una cita suya donde insta a la sociedad a un retorno a las humanidades en la pedagogia del deporte (González, 1984: 8):

“Los hombres mermados en sus más intimos valores de individualidad e identidad nunca constituirán verdadera sociedad, sino manada, rebaño (...) teatro, expresión corporal, música, danza, etc (...) Entre ellos está el deporte activo, donde el individuo se experimenta a si mismo como co-protagonista de la acción. Actúa la persona íntima y actúa en vinculación social primaria.”

Todos los educadores físicos debemos proponer a nuestros deportistas un proceso de maduración personal y profesional que les permita socializarse con las mejores competencias, generando las habilidades y estrategias necesarias para enfrentarse a un mundo cada vez más competitivo y globalizado pero que sigue enfrentandose a los grandes retos de la humanidad.

Bibliografía

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