Así vivió San Sebastián la Primera Guerra Mundial

Javier SADA

Lagundu

La estratégica situación geográfica que ocupa la ciudad de San Sebastián ha marcado, desde su origen, el devenir de una historia cuyos capítulos están marcados por la guerra y el esplendor, el comercio, la cultura y el despejado horizonte que proporciona la mar.

Ya en el siglo XII, cuando se fundó la ciudad, sus puertos y sus caminos entre Iberia y la Galia merecieron la atención de quienes decidieron fortificarla, sabiéndola de gran interés para la defensa de cualquier peligro que pudiera llegar de allende las montañas.

Importante enclave militar que encontraban quienes llegaban del Norte, conoció episodios de destrucción y muerte y resultó eficaz refugio para quienes huyendo de guerras que terminaban en el Bidasoa colaboraron al engrandecimiento de la ciudad.

Fue la neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial, ocurrida entre los años 1914 y 1918, la que convirtió a San Sebastián en deseado destino para quienes eligieron estar cerca de sus lugares de origen pero lejos del campo de batalla.

Aquel 28 de junio de 1814, fecha en la que fue mortalmente herido en Sarajevo Francisco Fernando, príncipe heredero de la corona imperial austriaca, origen de la contienda, San Sebastián vivía una de sus jornadas típicas de la conocida como Belle Epoque. Por la mañana el rey Alfonso XIII llegó a la capital guipuzcoana, durante el día se anunciaban distinguidas fiestas sociales y comenzaba un amplio programa de actividades característico de la época de baños. El pueblo llano comentaba el partido celebrado en Atocha entre la Real Sociedad y el Irún Sporting y fue un alivio conocer que el anunciado aumento del precio de la carne solo afectaría al solomillo y a la ternera fina.

Autoridades provinciales civiles y militares en Donostia

Autoridades provinciales civiles y militares encabezan la procesión organizada por los Terciarios Franciscanos de Gipuzkoa, en San Sebastián, por la paz para los estados europeos en conflicto, 10 de octubre de 1915.

Un mes más tarde, la numerosa colonia francesa celebraba con gran alborozo su fiesta nacional, siendo la “Marsellesa” un canto habitual al término de los conciertos de la Alameda, en los postres de cualquier almuerzo popular y cuando un torero realizaba gran faena en el coso taurino. En la bahía de la Concha el acorazado “España” y el buque escuela francés “Jeanne d’Arc” se saludaban con salvas de ordenanza y sus tripulaciones desfilaban al unísono por las calles de la ciudad.

A pesar de los grandes esfuerzos realizados por el ministro de la Gobernación, Sánchez Guerra, por demostrar una gran tranquilidad, sus casi permanentes despachos con otros miembros del Gobierno y con el rey en Miramar auguraban una respuesta a la pregunta que la prensa local se hacía el día 25 de julio: ¿Habrá guerra entre Austria y Servia?. La guerra fue declarada el día 28.

París, política, social y culturalmente tan cercana a San Sebastián, lugar en el que se dieron cita los más destacados políticos europeos, se convirtió en la fuente de noticias para aquellos donostiarras que veían cómo en pocas horas se duplicaban los depósitos europeos en sus Bancos y Cajas de Ahorros y crecía espectacularmente el tráfico de personas por la frontera de Irún.

A pesar de la declaración de que España sería neutral, viendo la generalización del conflicto y el indudable nervio ciudadano, los periódicos donostiarras invitaban a mantener la serenidad “por considerar un deber de la prensa el contribuir a la pacificación de los espíritus”.

Se auguraba una desastrosa temporada estival en la que el franco francés se devaluaba en un 25%, las sucursales de la Societé Générale en San Sebastián se negaban a operar con la moneda francesa, cerraba la Bolsa y la crisis financiera amenazaba a todos los sectores, pero... Los refugiados que llegaban de Francia parecían no tener otro objetivo que consumir el poco o mucho dinero que traían consigo, llenando comercios, casas de huéspedes, cafés y restaurantes. Se multiplicaban las posturas en el Gran Casino y quienes se dedicaban a préstamos, empeños y compra de oro proliferaron por doquier.

A la presencia en San Sebastián durante los meses de verano de la Familia Real, el Gobierno y todo el Cuerpo Diplomático acreditado en España, se unían las necesidades de millonarios, aristócratas, artistas, etc. europeos que habían buscado acomodo en la ciudad originando entre todos alicientes festivos, culturales y deportivos con figuras de renombre internacional que colaboraron a la difusión del nombre de San Sebastián como obligado punto de referencia europeo.

La llegada de extranjeros con nuevas culturas también afectaba a la idiosincrasia donostiarra que veía como se abandonaban los frontones y se dejaba de acudir a las romerías para asistir a “esos exóticos deportes ya afincados entre nosotros, llamados foot ball, polo y law tennis, a los que ahora deben añadirse el boxeo y la lucha greco-romana”.

Dos familias de refugiados belgas albergados en las Escuelas Francesas de Donostia-San Sebastián

Dos familias de refugiados belgas albergados en las Escuelas Francesas de Donostia-San Sebastián. Diciembre de 1914.

Junto al citado sector elitista de la sociedad también figuraban refugiados sin posibles a los que distintas organizaciones donostiarras se encargaban de prestar auxilio, siendo propósito del Ayuntamiento y la Diputación el que no les faltara comida, techo y vestido.

Los tiempos de bonanza que presentaban a San Sebastián como paraíso del puesto de trabajo tuvieron su revés cuando, cubiertas las necesidades, las autoridades se vieron obligadas a enfrentarse la dilema surgido por las muchas personas que de provincias cercanas y lejanas se acercaban buscando un trabajo que se había terminado, optando por facilitar, a quienes así lo deseaban, los billetes de regreso a sus puntos de origen, no siendo pocos los que se arriesgaban a entrar en Francia, país en guerra, incluso en fechas en las que la frontera o se cerraba o presentaba dificultades para cruzarla.

Este bienestar que sin duda se daba en San Sebastián, con todos los handicaps y casos personales de injusticia social que se producían, resultaron ser un colchón a la hora de reaccionar frente a las distintas convocatorias de huelgas generales convocadas en España, donde encontraron un eco que distó mucho de ser el escaso que se produjo en San Sebastián.

Las embajadas de Alemania, Francia y Gran Bretaña en la ciudad, el Hotel María Cristina, lugar elegido como residencia por muchos ministros y embajadores, y el Palacio de Miramar resultaron ser las principales fuentes de información relacionadas con la guerra a la que acudía la prensa internacional, sin olvidar, en otro orden de valores, las intrigas, espionaje y contraespionaje que tenían lugar en los salones de Gran Casino y en las tertulias de Cafés, siendo de obligada cita la presencia en el Hotel de Londres de la famosa Mata Hari cuya belleza, cuentan, distraía a los embelesados jugadores de la ruleta, perteneciendo a la leyenda, o no, el que fue precisamente en San Sebastián donde se le encomendó la misión por la que fue fusilada. “Le Petit Parisien” publicaba artículos refiriéndose a San Sebastián como un nido del espionaje germánico y desde “La Voz de Guipúzcoa” se contestaba diciendo que, sin negar la posible existencia del espionaje, San Sebastián nunca lo favorecía “por sentimiento, por vecindad, por instinto y hasta por egoísmo al ser franca, resuelta y decididamente partidaria de los aliados, deseando ardientemente su triunfo”.

Compaginando fiesta y beneficencia, el día de Santo Tomás, 21 de diciembre, fue el elegido por Euzko Etxea para crear lo que se llamó “El Ropero Vasco” cuya principal misión consistiría en hacer cuestaciones para repartir ropa y calzado entre los más necesitados, y entre excesos y miserias la abstención daba la victoria a la derecha política en las elecciones municipales y provinciales y en las generales ganaba el liberal Leonardo de Moyua.

Discurría la guerra allende las fronteras y los precios escandalosos y la falta de productos de primera necesidad que propiciaban el contrabando, obligaron a que, por Real Orden, todo el que tuviera existencias de trigo, centeno, maíz y harinas tuviera que hacer declaración jurada de sus existencias, estando facultados los gobernadores y alcaldes para comprobar la veracidad de las cifras. Al constante incremento de los márgenes comerciales, propiciados en gran medida por la gran afluencia de visitantes con dinero, se unía el enfado general al comprobar que careciéndose de materias primas trenes enteros con carne y otros alimentos se “perdían” en la Estación de Irún pese a que la neutralidad española prohibía el abastecimiento al país vecino. A pesar de todo en “La Voz de Guipúzcoa” podía leerse que: “Mientras Europa se muere de hambre, en San Sebastián las lamentaciones se hacen con la boca llena”.

Alejandro Lerroux, Julián Besteiro, Francisco de Asís Cambó, Pablo Iglesias y otros destacados políticos buscaban tribunas donde pronunciar sus mítines pese a las dificultades que, dependiendo de sus ideologías, encontraban y los políticos, alterados por emergencias internacionales, se repartían por la ciudad celebrando Consejos de Ministros en lugares tan poco habituales como Villa Arenas (Ministerio de Jornada), en la calle Zabaleta; Villa Aurora (residencia del conde de Romanones, presidente del Gobierno), en Miraconcha, e incluso el Palacio de Miramar.

San Sebastián en la Primera Guerra Mundial

San Sebastián en la Primera Guerra Mundial, Javier Sada.

Las noticias que llegaban sobre la llamada “guerra de los submarinos” eran cada vez más alarmantes. Cientos de buques de todas las nacionalidades, algunos salidos de Bilbao, eran hundidos por doquier, siendo varias las ocasiones en las que los pesqueros pasaitarras regresaban a puerto llevando a bordo personas salvadas de los naufragios producidos por los torpedos alemanes. Diariamente pasaban frente al Monte Urgull, siendo muchas las personas que acudían a verlos, convoyes formados por entre diez y veinte barcos mercantes que protegiéndose mutuamente eran escoltados hasta aguas francesas.

La mañana del lunes 11 de noviembre de 1918, a las 11 horas, cesaron oficialmente las hostilidades. Las armas callaron en los campos de batalla europeos. El gobierno de la nueva República alemana firmaba la paz en Rethondes. Los aliados habían vencido.

El anuncio de la firma del armisticio produjo inmenso regocijo en toda la ciudad y los aliadófilos exteriorizaron por todas partes su júbilo y entusiasmo y la gente se echó a la calle para celebrar con saludos y con abrazos la grata nueva.

A la una de la tarde, la Avenida de la Libertad presentaba una espléndida imagen, con un gentío enfervorizado que comentaba la noticia, ondearon las banderas en las embajadas y consulados de las potencias aliadas mientras que en derredor de los veladores y del moka todo eran conversaciones amistosas y cordiales, sin reproducirse ninguna de las discusiones que desde el comienzo de la guerra venían siendo habituales.

Hubo manifestaciones, músicas y “marsellesas”.

Al comenzar la guerra San Sebastián contaba con 52.484 habitantes y, al terminar, con 57.495. El coeficiente de natalidad descendió del 27 al 24,33% y el de mortalidad se incrementó del 19,49 al 27,75%. La población flotante, los meses de verano, osciló entre los 17.268 forasteros de agosto de 1914 y los 22.236 de 1918. El presupuesto municipal, que al comienzo de la guerra era de 3.563.046,46 pesetas, subió al término de la misma a 3.951.560,17.

Lagundu

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