De la importancia de lo banal en la historia

Imanol VILLA

Lagundu

Las voces provenientes del pasado no resuenan todas con la misma fuerza. Los gritos de pánico y de alegría, las órdenes severas y enérgicas de mando y disciplina, los discursos potentes y llenos de fuerza para cautivar a las masas, las arengas preludio de victorias o derrotas y las tensiones en torno a mesas testigos de decisiones transcendentales, se entremezclan con murmullos, con balbuceos, con voces en bajo tono, casi inaudibles en el presente pero que fueron reales. Tan reales como los gritos, las órdenes o las arengas. Lo que no se oyó, quizás por ser constante y cotidiano, quizás por su banalidad puntual, se antoja si queremos de verdad comprender la Historia, como un elemento consustancial en el proceso constructivo de la misma. De ese modo, lo oculto gana sustantividad propia, conciencia más bien, para completar el proceso histórico y hacerlo así asimilable desde el presente. Esta reivindicación de la cotidianeidad, de lo corriente, fue magistralmente plasmada por el poeta alemán Bertolt Brecht en su poema “Preguntas de un obrero que lee”. Unos pocos versos son suficientes para comprenderlo bien: “¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas? / En los libros se mencionan los nombres de los reyes. / ¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?”. Fue también lo anónimo como elemento sólido consistente a lo largo del tiempo lo que centró el interés de Miguel de Unamuno cuando elaboró su concepto de intrahistoria. Ese mundo paralelo, conformado por el entorno y sus personajes que lo habitan y que, aparentemente, no figuran en el teatro conformado por el devenir del tiempo. Sin embargo, están ahí, fuera de los periódicos, sin alcanzar nunca el rango de noticia, ni de curiosidad siquiera. Pero son reales y viven y laboran y toman decisiones y forman un mundo fundamental pues, en el fondo, ellos dotan a todo el proceso de la mentalidad dominante en cada momento.

Bilbao en negro

Bilbao en negro. De crímenes, sexo y otras historias en una ciudad fuera de lo común, Imanol.

El libro,“Bilbao en negro. De crímenes, sexo y otras historias en una ciudad fuera de lo común”, reivindica con fuerza lo expuesto con anterioridad porque a lo largo de sus páginas la mayor parte de los personajes que aparecen son gente corriente. La mayoría de baja extracción, incultos, desahuciados, gentes de mal vivir, marginados, pasionales políticos,... Todos ellos fueron actores principales de una realidad que, calificada como negra, a veces por indeseable y otras por intrascendente y oculta, se silencia desde los discursos historiográficos actuales por considerarlos banales, propios de la incultura de una época que muestra en cambio hechos mucho más relevantes que los crímenes o las andanzas de las prostitutas. Y sin embargo, todos ellos existieron en una ciudad que, aunque cueste admitirlo, tuvo su cara vergonzosa e inconfesable. Una ciudad, la Villa de Bilbao, que albergaba lugares en los que la vida valía muy poco. Barrios en los que se hacinaba la mano de obra que hacía rendir ping?es beneficios a los que habitaban en los salones de los consejos de administración. Habitaciones en las que los desahogos carnales formaban parte de las necesidades vitales de quienes tenían poco y también de los que tenían mucho. Bilbao, la capital rectora de la industrialización vizcaína, escribió su historia no sólo a lo largo de la prodigiosa ría y su fértil cuenca minera, sino también desde los barrios altos, lugar señalado por Julián Zugazagoitia cuando afirmó que desde siempre las mancebías bilbaínas se habían agrupado allí.

Posiblemente pocas cosas haya más ocultas que el sexo mercenario. Existe, pero no se muestra. Se oculta y se arrincona. Así se hizo en Bilbao donde, desde muy pronto, a la altura del siglo XVI, se admitió como un servicio inevitable al que, al menos, había que imponerle ciertos controles que condujeron a la elaboración, en 1873, del Reglamento de higiene pública. ¿No señala esta iniciativa una preocupación temprana de las autoridades bilbaínas por cuestiones relacionadas con la salud y más estrechamente con el ánimo de cortar la propagación de enfermedades infecciosas? Para mí no existe la menor duda del enorme valor histórico que tiene un documento de esas características más allá de su mayor o menor eficacia. Del mismo modo —a través de determinados artículos del libro puede comprobarse—, la valoración que en un momento determinado hace una sociedad de la sexualidad ayuda de una manera clara y rotunda para establecer, no sólo los criterios morales dominantes, sino aquellos que, desde sus antípodas, ya se anuncian como posibles en un futuro a pesar de surgir desde la más absoluta subversión. En esta línea, artículos como Degeneración moral, Indecencia en el teatro o El Kurding Club, ayudan muy bien a entender mentalidades y vivencias, por muy ocultas y vergonzosas que fueran.

También la violencia y el crimen forman parte de la Historia. Definen rasgos, califican pasiones y, en la distancia, son claves para entender nuestro grado de evolución social y política. Los sucesos de Bermeo, el 17 de enero de 1912, en los que a punto estuvo de perecer el alcalde, el señor Vidaechea; o el tiroteo que tuvo lugar tras la celebración del mitin tradicionalista en el frontón Euskalduna de Bilbao, el 17 de enero de 1932, nos hablan de tensiones, de realidades políticas conducidas al extremo en ambientes tensos en los que las rivalidades ideológicas eran llevadas al terreno de la visceralidad. La violencia política mostraba entonces la constatación de que no era extraño alcanzar en el debate y en el enfrentamiento el punto de no retorno. ¿No podemos a través de estos hechos comprender mejor las sociedades de hace cien o setenta años? Rotundamente, sí.

No debe ser menos importante esa otra violencia que bien podríamos calificar de común. La de la página de sucesos, siempre presente. “El crimen de un carabinero”, “Policías y ladrones”, “El crimen de una pobre demente”, “Asesinato en un tren”,... Todos ellos dejan entrever la no sólo la problemática social de la época sino también los oscuros mundos de la locura. De ahí que sería imposible dibujar al completo la sociedad bilbaína, y vizcaína por extensión de hace un siglo, si no se tuviera en cuenta su lado más oscuro, vergonzoso y truculento. Lo mismo puede decirse de la publicidad aunque, en este caso, conviene hacer una salvedad. A diferencia de lo que ocurre hoy en día, hace un siglo la publicidad, o al menos buena parte de ella, no estaba destinada a generar necesidades, sino a responder a las mismas. No es difícil, por ello, extraer las carencias o miserias de nuestros antepasados que sin casi quererlo se transformaban en un auténtico negocio. Los artículos seleccionados en el libro son una vía válida y verdadera para hacerse una idea de la salud y de los hábitos higiénicos que tenían los bilbaínos de aquellos años de principios del siglo XX.

Bilbao. Plaza vieja en 1854

Bilbao, la capital rectora de la industrialización vizcaína, escribió su historia no sólo a lo largo de la prodigiosa ría y su fértil cuenca minera, sino también desde los barrios altos, lugar señalado por Julián Zugazagoitia cuando afirmó que desde siempre las mancebías bilbaínas se habían agrupado allí.

En definitiva, con Bilbao en negro propongo un viaje apasionante, divertido y, ojalá, también cautivador. Un periplo a través del cual me gustaría que el lector tuviera en cuenta que lo que lee es Historia.

Porque todo es Historia. Todo denota características propias al mismo tiempo que provoca cambios, pequeños sí, pero cambios al fin y al cabo. De alguna forma, todas las personas, nuestros antepasados, hicieron Historia del mismo modo que la hacemos hoy en cada acto que realizamos y en cada decisión que tomamos. No se olvidará la Historia, por el bien de los que en un futuro se aventuren a comprenderla, de todos esos anónimos ciudadanos que de diversas formas han participado en movilizaciones, actos, manifestaciones y demás fórmulas de protesta frente a ésa que llaman ya la crisis del siglo. Gentes sencillas que han marcado el tiempo como lección ineludible para el porvenir. También hablará la Historia de los desahucios, consecuencia indeseable de una época anterior marcada por un alto nivel de endeudamiento privado protagonizado, cómo no, también por gente corriente. Pequeñas decisiones tomadas en el devenir de lo cotidiano y comprometidas por un crash sistémico que los ha convertido en protagonistas involuntarios y hasta en el síntoma doloroso de la decadencia de nuestro tiempo. Tampoco obviará, si quien lo investigue y lo cuente lo hace con honestidad, la lucha constante de miles de personas normales y corrientes que ocuparon las calles para frenar actos de tan alta inhumanidad.

Es obligación nuestra, si queremos ser historiadores de verdad, observar hasta lo más pequeño. Degustar lo anecdótico para conferirle significado y proyectar en el conjunto del momento realidades, no sólo para tomar conciencia de lo pasado sino para no repetirlo, porque de nada sirve mostrar la Historia como un argumento que respalde la inmovilidad. Todo fluye.

Lagundu

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