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Juan Garmendia Larrañaga. Etnógrafo (… Pero primero fue el hombre)

Josemari VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA

Discurso del homenaje a Juan Garmendia Larrañaga

Se me ha pedido que ofrezca algunos detalles sobre el trabajo de Juan Garmendia Larrañaga -en adelante Juan- para la presentación de su último libro y lo he hecho gustosamente. Agradezco de corazón esta nueva oportunidad. No estoy muy seguro de que vaya a ser el último libro de la bibliografía de Juan. Tal y como decía en el libro titulado “Juan Garmendia Larrañaga. Solasean” que presentamos hace diez años en el Ayuntamiento de Tolosa, viéndole trabajar tan afanosamente... habría que sacar un anexo a aquel libro, al hacerse día a día mayor la producción de Juan, apuntando al infinito.

Juan se nos fue el 8 de enero de este año, pero la semilla que él plantó sigue dando sus frutos y nos hemos reunido aquí para dar la bienvenida a su última (¿penúltima?) pieza.

Tal y como se puede leer en la página web de Eusko Ikaskuntza, la entidad ofrece mediante la propia web los incontables trabajos del gran etnógrafo e historiador tolosarra. Pero la lista no se ha terminado.

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L?xico etnogr?fico vasco

“Léxico etnográfico vasco”. (PDF)

Juan se acercó a la etnografía vasca desde la humildad y rigurosidad. Y se convirtió en un gran experto. Se doctoró bajo la dirección de Julio Caro Baroja en la Universidad del País Vasco en 1984 con la tesis “Léxico etnográfico vasco”. Ya era doctor con título oficial. Pero Juan ya contaba con otro título anteriormente, precisamente doctor en relaciones-vivenciales. Y valiéndose de ello pudo el tolosarra realizar lo que pocos han logrado en la cultura vasca. Por eso le admirábamos los amigos.

Juan Garmendia Larrañaga se adentró en la actividad cultural vasca desde la humildad de su tienda en Tolosa y se nos convirtió en una gran estrella. Esas palabras garantizan, sin ninguna duda, la red de nivel de amistades intelectuales que le proporcionó su infatigable trabajo. Tuvo por amigos y compañeros de viaje científico a José Miguel Barandiaran, Julio Caro Baroja, Koldo Mitxelena y Jorge Oteiza, entre otros. No eran cualquiera, ¡caramba! Con su saber hacer Juan levantó puentes bidireccionales hacia aquellos genios y también él se contagio de su genialidad.

Juan el etnógrafo fue de una extraordinaria categoría. Uno de los investigadores más valientes que ha dado Euskal Herria. Un investigador valiente basado en la rigurosidad, Juan fue libre. Prefería trabajar en solitario. Fue famosa su frase “yo no he sido nunca ni pastor ni oveja de nadie”. Anduvo por su cuenta en las labores de investigación y al parecer, por ello llegó donde llegó.

Juan conocía bien los beneficios de mirar hacia atrás. Y se empleó en ello afanosamente. Esa retrospección, sin embargo, le tenía que valer para avanzar. Si no, como él decía, la investigación era inútil, estéril. Son sus palabras: “El trabajo realizado por mí puede ser importante, sí; pero siempre hago una comparación: todos los coches tienen un pequeño espejo para mirar hacia atrás. Y otro más ancho para mirar hacia delante, para darnos cuenta de lo que nos viene”.

Juan fue observador perspicaz de la sociedad vasca, y al igual que el maestro Barandiaran, Sabía darle a su trabajo un punto atractivo, es decir, era riguroso en sus estimaciones pero no obligatoriamente explicado en tonos serios y oscuros. Mirar lo que decía sobre el cambio de las costumbres vascas:

La sociedad vasca se ha tenido que acostumbrar a diferentes ritmos-tradicionales. Por ejemplo, lo que antes era pecado en cuestiones de religión, ahora parece que no, que no es. ¿No se estarán quejando, pues, los que fueron condenados al infierno?

Bonito, ¿verdad? Pues podría poner infinidad de ejemplos como éste. Sus trabajos, sus libros se leen gustosamente, puesto que están escritos por una mano hábil (y brillante cabeza). Juan solía escaparse de la ahogante y estéril falsa seriedad que tienen muchos investigadores. Y eso le permitió la amplia divulgación de su obra.

Pero cuidado, Juan sabía cómo medir el concepto de su sabiduría. No le interesaba la divulgación barata. Prefería andar con cuidado también en ese aspecto. Solía decir, humildemente, “el que sabe no tiene que demostrar su sabiduría sin más y ni en cualquier lugar”. Juan creía que destacar demasiado puede desvalorizar el trabajo realizado. Juan, como etnógrafo, siempre anduvo con la seguridad de un buey y la agilidad de una liebre, eso sí, con la inteligencia del zorro. Y llegó lejos.

Pero...

He titulado mi pequeña aportación de hoy “Juan Garmendia Larrañaga. Etnógrafo (...pero primero fue el hombre)”, ya que me parece que en el caso de Juan, el etnógrafo, es decir, el científico muchas veces ocultó a la persona. Y para mí, ante todo Juan fue un gran humanista, honesto, persona que demostró genialidad construyendo puentes afectivos hacia los demás. Y yo diría que llegó hasta las raíces de la etnografía porque era humanista, con todas las cualidades que supone de por sí el compromiso por el comportamiento humano.

He seleccionado unas líneas del libro “Juan Garmendia Larrañaga. Solasean” que escribí guiado por él, para que entendamos un poco cuál fue el estilo de vida del que fuera amigo mío y vuestro:

Creo que fui niño de la calle. No soy de esos apasionados a la montaña. No he subido, por ejemplo, al Txindoki... Me cambiaron a los maristas de Oronoz pensando que andaría mejor con ellos que con los Hermanos del Corazón de Tolosa. Pero sólo aguanté un año, ya que nunca he sido muy aficionado a la disciplina... Terminé peritaje mercantil y realicé el servicio militar en el cuartel de Loiola pero venía todos los días en tren a casa y cuando volvía del cuartel el tren pasaba por delante de Galardi y María Juanita solía estar en la ventana de casa y me saludaba con la mano... Al ser tolosarra he sido siempre muy aficionado a los carnavales y he sacudido estupendamente las chapas y el bombo durante años... Aparte de leer y escribir me han gustado los partidos de pelota y entre los pelotaris el que más me ha impresionado ha sido Atano VII... Los vascos podemos ser muchas cosas y se nos pueden atribuir más, pero los vascos somos vascos, ¿verdad? ¿Qué somos pocos? ¿Y desde cuándo se mide la calidad en base a la cantidad?... La mejor riqueza es la bondad. No hay que gastar la bondad, pero refiriéndonos a la riqueza, siempre digo que la mortaja no tiene bolsillo...

Josemari Velez de Mendizabal y Juan Garmendia Larra?aga

Josemari Velez de Mendizabal y Juan Garmendia Larrañaga durante la presentación del libro “Juan Garmendia Larrañaga. Solasean” en Tolosa, junio de 2005.

Juan decía que el origen de su consideración —respeto— hacia los demás tenía su orígen en las tertulias de su casa. Es sabido por todos que diariamente y durante largos años, se llevaban a cabo tertulias en la trastienda del comercio familiar, donde se reunían tolosarras de diverso cuño. “Era fundamental saber escuchar”, solía recordar. Y esto me trae a la memoria otra bonita frase de Juan, de 2001, de cuando nuestra sociedad se encontraba inmersa en la campaña electoral Ibarretxe/Mayor Oreja. Me dijo una mañana, en la sede que tiene Eusko Ikaskuntza en el Palacio Miramar: “Este pueblo no necesita Mayor Oreja, sino MEJOR OIDO”. Es decir, Juan le daba importancia a escucharnos los unos a los otros, elemento fundamental para un ambiente comprensible de la sociedad. Como siempre, Juan ponía la mano directamente en la herida.

Juan no era —en tareas de investigación— de esos que se aburren fácilmente. Si cogía con ganas un tema llegaba hasta el final, aunque anduviese en terreno resbaladizo. No despreciaba la dificultad; por el contrario, era un estímulo para él ponerle cara al misterio e investigaba sin mirar al reloj. Se instruyó en el mundo de la investigación y le dio oficio. Un oficio sin compensación económica, precisamente. Como recordaba Juan, la investigación podía salir cara y los que nos movemos en el mundo de la cultura sabemos que las monedas más utilizadas son las indulgencias. Una vez me confesó: “Con tantas indulgencias, creo que tendré ganado algún que otro bono para el cielo”.

Sin duda Juan tenía ganado el cielo por dos razones: por las indulgencias a cambio de su trabajo y porque era buena persona.

Aunque Juan se nos haya ido, su legado cultural va creciendo. Por eso nos hemos reunido hoy aquí. Y en el libro “Juan Garmendia Larrañaga. Solasean” que he mencionado anteriormente, le pregunté acerca de si seguiría creciendo también bajo tierra. Conociendo a Juan como le conocí, la pregunta no fue hecha en vano. “Medirme será cosa de los que os quedéis aquí, puesto que nadie es idóneo para medirse a sí mismo”, fue su respuesta. Este acto de hoy nos demuestra que Juan sigue creciendo.

Y en cuanto a eso, muchas veces suelo hacer un paralelismo con el que fuera su maestro y amigo Don Jose Miguel de Barandiaran. Aunque los dos utilizasen diferentes modos de investigación, los dos tuvieron por objetivo el sentirse satisfechos del trabajo bien hecho, y consciente o inconscientemente, los dos sembraron en sus propios campos de un modo que casi nadie más lo ha hecho. El de Ataun y el tolosarra labraron una relación de casi cuatro décadas, con un inmenso respeto el uno hacia el otro. “Barandiaran quería a las personas” —solía decir Juan— “cuando hablaba con un pastor se convertía en pastor y en agricultor hablando con un agricultor”.

Julio Caro Baroja, José Miguel Barandiaran y Juan Garmendia Larrañaga

Julio Caro Baroja, José Miguel Barandiaran y Juan Garmendia Larrañaga.

Y Juan hizo lo mismo, discípulo aplicado del sabio de Ataun. Era infatigable y le gustaba el adagio — “Entre idas y venidas a tomar medidas” y lo repetía una y otra vez. Siempre estaba dispuesto a aprender. Pero por otra parte, sabía quedarse sin posibles datos y sacrificarse, antes de importunar al interlocutor o hacer que se molestase. Para él lo más importante era mantener el respeto hacia el aportador de datos, ya que al fin y al cabo estaba adentrándose en su terreno sin que éste le hubiera llamado.

“El etnógrafo tiene que ser psicólogo y en ese aspecto siempre he andado con cuidado”. Diría que Juan llevó esa premisa de oro a todos los aspectos de la vida. El psicólogo no le dirigirá palabras de más al que acude a su consulta. Medirá el puente que le une a su visitante. Juan también construyó las relaciones hacia todo el mundo basándose en el respeto recíproco que nos debemos. De todas formas, Juan —como persona responsable— era escéptico acerca de si la bondad de la psicología fundamental de nuestra sociedad hacía su trabajo. Veía deficitaria a Euskal Herria respecto a la capacidad de llegar a escucharse. Y por ello sentía dolor y le inquietaba mucho que la incapacidad de no llegar a entenderse los unos con los otros afectara directamente a la cultura. Y qué decir, en esa pérdida crónica tomaba como parte más débil al euskara.

Juan temía la incomunicación estéril entre los individuos. Decía que construir muros en la sociedad trae consigo la incomunicación y consideraba esa incapacidad de comunicación como uno de los mayores defectos de las personas. Al estudiar los muros de la sociedad, Juan opinaba que eran más absurdos que los de un cementerio. “Al fin y al cabo, en el cementerio están los muertos y entre nosotros, mientras no se demuestre lo contrario, los vivos”. Si la persona está viva, a la fuerza tiene que demostrar vocación hacia la comunicación. Así es como pensaba Juan y en ese procedimiento fundamentó su rica práctica diaria. Tenía como principal objetivo y por encima de todo, el respeto. También era en ese aspecto semejante a Barandiaran.

Leía hace poco en los diarios de Don José Miguel el siguiente apunte acerca de la larga relación entre Barandiaran y Garmendia. Está relacionado con Tolosa y por eso quiero mencionarlo:

1972. Diciembre. Día 16. — Ha venido Garmendia Larrañaga (Juan) a preguntarme si daré una charla sobre Olentzaro en Tolosa el 19 de diciembre en homenaje al médico Larramendi. He respondido que sí.

Por consiguiente, primero fue hombre. Eso sí, un poco heterodoxo o como el mismo Juan prefería, no muy ortodoxo. Además no ortodoxo en todos los aspectos. Él se tenía por católico, apostólico y... tolosarra. Podéis sacar vosotros mismos las conclusiones.

Católico, a su modo; apostólico, poco —yo diría—, que por lo menos si se mira a la etimología de la palabra (apóstol: enviado) y en lo que al trabajo científico se refiere. Juan no fue enviado para concienciar a las masas, ni para hacer proselitismo cultural. Juan hizo su camino, anduvo abriendo camino, fue pionero, pero no sorteaba ninguna rifa para que le siguiesen. Prefería la soledad, soledad trabajadora, en un ambiente de hombre metódico e investigador solitario. En esa labor también solía meter de vez en cuando una cuña de humor, repitiendo la frase que le había escuchado a Ignazio Mokoroa: “Para aburrirse mejor solo que acompañado”.

Entonces, católico, apostólico y tolosarra. Con dieciocho años —en 1944— le echaron de Acción Católica. Porqué y por participar en los Carnavales de Tolosa de aquel año. “Por reincidente”. Juan no tenía en venta su carácter tolosarra, ni mucho menos. Y claro reflejo de ese carácter tolosarra era la habilidad que tenía para bromear. “No olvides que soy de Tolosa”, decía, “¿A que doy la imagen de que utilizo la picardía y el salero en mi vida cotidiana? ¿Por qué pienso así? Porque en este mundo hay que ser sosegado para poder hacer frente dignamente a todas las calamidades que nos llegan”. Y terminaba dando una explicación de su forma de ser: “No se puede ser tranquilo y serio hasta sus últimas consecuencias”.

De buen humor fino, y por decirlo de alguna manera, también un poco socarrón. Una vez le pregunté qué diría a un vascófilo que no hubiera leído ningún libro suyo. Y me respondió: “Primero le diría que ha tenido suerte porque ha ganado tiempo ya que ha decidido invertirlo en otros quehaceres. Luego, le diría que el desconocimiento lleva a una felicidad mal entendida”. (“No compres, así seguirás feliz, porque la ignorancia arrastra a la felicidad mal entendida”).

O esto otro, tal y como guardo en mis apuntes. Podríamos decir que se le notaba la picardía de Tolosa y quizás también el salero de Azkoitia por parte materno. ”En Azpeitia sí que tienen mala suerte; tener un santo, ¡y que sea cojo!”.

Todavía no he contado esto otro a nadie hasta ahora, pero me ha parecido interesante para definir el carácter de Juan. Os va tal y como él me lo relató: En cierta ocasión le mandaron un documento desde el ayuntamiento, relacionado con un vado de un bajo de su casa de la calle Santa María. En él se podía leer “por entrada de carruajes”. Juan se acercó enfadado al ayuntamiento y le dijo al concejal: “Habría sido más gracioso si hubierais puesto por entrada de gigantes y cabezudos”.

Juan Garmendia Larra?aga

Juan el etnógrafo. Y Juan el hombre. Extraordinarios los dos.

Juan fue hombre de palabras, de escritas y de habladas. Escribió mucho y utilizó muchas palabras para construir puentes hacia el prójimo. ¿Cuántas palabras entrarán en las docenas de libros y artículos que él escribió? ¿Y cuántos serán los ecos de sus palabras en el espacio sideral, surgidas por ejemplo en las tertulias que perduraron durante treinta y dos años —1962-1993— Juan era un mago de las palabras. Siempre tenía las palabras adecuadas para explicar sus reflexiones. Y las palabras hacia el prójimo le ayudaban en el acercamiento hacia éste. Por eso tenía Juan en su círculo a amigos de diferentes ideologías. Cerrar los ojos por un momento y recordar quienes eran los amigos de Juan, en Tolosa y fuera de allí. Eran de un espectro social y político amplísimo. Pobres y ricos; de izquierdas y de derechas. “Tu recorres un camino por aquí y yo otro por allí. Si cada uno se aferra a lo suyo sin dar una oportunidad al otro, los caminos seguirán en el mismo sitio durante siglos, pero no nos aportaremos nada los unos a los otros”.

Como militante activo del humanismo, era lector empedernido de los filósofos clásicos y aprendió mucho de ellos. Por ejemplo, de los consejos de Catón, Juan hizo suyo lo fundamental: “No hay que dejar pasar ni un solo día sin hacer algo de provecho”. Y actuó de ese modo, tanto en los trabajos de investigación como en los asuntos cotidianos. Conociendo hasta dónde llenó su almacén científico —sin tomar en consideración lo que todavía puede aparecer, por supuesto— nos dejó el almacén personal a rebosar. Solía decir, “he disfrutado la vida en profundidad porque he procurado actuar honestamente todo el rato”. Y fue así, siguiendo las lecciones de su padre Ignacio, —pero dejando su humor tolosarra en evidencia— que cuando se le preguntaba acerca de la vida, solía responder con su habitual respuesta: “¿La vida? ... La vida es una putada; y luego te mueres”.

Pero aunque Juan lo definiera así, sabía que la vida le había hecho muy buenos regalos. Y tenía como el mejor a su mujer María Juanita, que compartió con ella los vaivenes diarios durante cincuenta y dos años. Era el 17 de agosto de 2002 cuando me llamó por teléfono y me dijo: “María Juanita se ha ido”, Por aquellas palabras comprendí que Juan se encontraba en el umbral de un vacío que llegaría hasta su propia muerte. Para Juan, María Juanita era todo. Su aliento. Su vida.

Anteriormente he mencionado al padre Ignacio y Juan solía asignarle a éste la esencia de su forma de ser. “Soy todo lo que soy gracias a mi padre”, solía comentar. Juan quería a su familia, a todos los miembros de sus círculos concéntricos. Sus padres, el tío Ziriako, su mujer, sus hijos, nietos... Juan construyó su nido, su rincón, en torno a la estrecha relación hacia todos ellos.

Juan el etnógrafo. Y Juan el hombre. Extraordinarios los dos. Fue un bonito ejemplo mientras estuvo entre nosotros. Y en adelante también será modélico su recuerdo.

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