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La II República y la reforma de la enseñanza primaria en Bilbao (1931-1932)

En las elecciones municipales españolas del 14 de abril de 1931 surgió un nuevo régimen político, la II República. Muchos dieron en llamar a este cambio de régimen como la Revolución silenciosa. En efecto, sin un trasfondo traumático de luchas que impregnaron otras revoluciones políticas, la República se instaló poco a poco, pero con contundencia. Desde un primer momento, los mandatarios republicanos se esforzaron en hacer desaparecer toda huella de la monarquía y el ámbito de la educación era uno de los espacios más sensible a este tipo de cambios.

En efecto, la enseñanza era el vehículo primordial en el ideario republicano para sentar las bases de las doctrinas liberales. Propugnaban un nuevo modelo de enseñanza que estaba imbricado en las mismas raíces de la nueva sociedad que se quería construir. Para los republicanos, era indispensable un sistema adecuado de enseñanza para garantizar la democracia, en el que los niños recibiesen desde pequeños una educación que les permitiese ser unos ciudadanos libres y comprometidos.

Con la victoria del 14 de abril los republicanos intentaron aplicar desde un primer momento los principios ideológicos de la República. Bilbao, ciudad en la que las fuerzas republicanas dominaban el Ayuntamiento, no fue menos y pronto se dieron los pasos dirigidos a solventar el grave problema de la enseñanza que sufría esta villa, basándose en las nuevas corrientes pedagógicas. En este artículo se analizan los primeros pasos de estos cambios.

1. La instauración de la II República en Bilbao, 1931

La situación política en los prolegómenos de las elecciones municipales de 1931 era bastante conflictiva. Al mismo tiempo que las izquierdas acusaban al gobierno monárquico de España de imbuir al pueblo en una crisis social y económica sin parangón, Indalecio Prieto reclamaba el derecho de este pueblo para erradicar la monarquía e instaurar la República. En efecto, el malestar ante la crisis social y económica era patente en todos los ámbitos de la sociedad española y Bilbao no escapaba de estas quejas. Mientras que el precio de los alimentos era cada vez más alto, cada vez había menos oferta de trabajo. A todo esto había que añadir el déficit de la de la enseñanza primaria pública gestionada por el Ayuntamiento de la capital bilbaína, que obligaba a muchos niños a quedarse sin escolarizar por falta de plazas, incluso en los primeros años de la instrucción obligatoria.

Aunque el consistorio bilbaíno estaba en manos de los socialistas cuando llegó la II República, poco se pudo hacer para paliar la grave situación de la enseñanza pública. En 1931 Bilbao era una ciudad cosmopolita, con una floreciente burguesía, pero rodeada por unos populosos barrios obreros en continuo crecimiento. Poco o nada podía ofrecer a estas zonas marginales un Ayuntamiento con graves problemas de liquidez. A pesar de ello, el consistorio organizó el Patronato municipal de Enseñanza, destinado a organizar la enseñanza pública y a aumentar su oferta. Esta era a grandes rasgos la situación de Bilbao cuando se proclamó la II República.

1.2. La República y la educación

Dentro de las ideas republicanas, el sistema educativo tenía un protagonismo esencial. En efecto, la educación era la piedra angular de una sociedad sana y el marco en el que se moldeaba la conciencia de los ciudadanos desde pequeños. Además, la República utilizó el conflicto que planteaba la educación para despertar la conciencia de la gente y movilizar al proletariado en contra de la monarquía. Por lo tanto, el primer paso de la República fue el de borrar todas las bases del sistema educativo monárquico con el propósito de crear un nuevo y rupturista modelo de enseñanza. La base de este nuevo sistema de educación era ni más ni menos que instaurar la Escuela única, en la que los niños entrarían con 3 años y saldrían con 17. De este modo se intentaban solventar las contradicciones del modelo escolar monárquico en el que educación primaria y secundaria se solapaban.

La labor de la República en este campo no era fácil. La educación había sido relegada durante mucho tiempo a las órdenes religiosas y, por otra parte, los diversos estatutos de autonomía que se estaban redactando reclamaban que se contemplasen las diversidades sociolingüísticas de cada territorio. Era fundamental que las Cortes aprobasen un sistema educativo en el que no se dejaran de lado ni las lenguas vernáculas ni las características socioculturales de las distintas autonomías. El Gobierno de la República no negaba la importancia de estos aspectos en el plano educacional, pero siempre y cuando se mantuviese la unidad cultural de España.

Una vez aprobada la Constitución y el Estatuto de Cataluña no faltaron voces críticas que acusaban al Gobierno de la República de ceder a las autonomías lo que consideraban como el poder más importante, la educación. En efecto, el 21 de octubre de 1931 las Cortes aprobaron transferir a las autonomías la gestión de la enseñanza. Con ello, cada autonomía quedaba facultada para organizar la instrucción primaria en su territorio en su lengua materna, aunque si bien, era obligatoria la enseñanza del castellano tanto en educación primaria como en secundaria.

Por otra parte, dentro del ideario educacional de la República, el maestro jugaba un papel primordial. Los principios democráticos debían de ser aprendidos y ensayados en la escuela, por lo que el maestro era el mejor aliado de la democracia. Así, el maestro era el trabajador más interesante de toda la colectividad y debía de ser un modelo para todos los ciudadanos. Al fin y al cabo, el objetivo de la educación era el de formar las conciencias de aquellos niños que una vez adultos configurarían la sociedad en la que vivirían. A esta idea había que añadir que la educación debía de ser integral, en la que la higiene de cuerpo y alma estuviesen unidas. Para conseguir este objetivo, se necesitaba que los maestros trabajasen el espíritu de cooperación y solidaridad entre los niños.

Por último, dentro de este marco teórico sobre la educación, la República reclamaba que al niño debía de dársele toda la importancia que merece, puesto que según como fuese el trato recibido por los pequeños así sería el futuro de un pueblo.

1.3. Las necesidades educacionales de Bilbao, los primeros pasos del Ayuntamiento

Para comenzar, hay que tener en cuenta que el Ayuntamiento de Bilbao contaba con la ayuda de un correligionario y vecino suyo muy bien instalado en el Gobierno. En efecto, Indalecio Prieto, después de pasar por el Ministerio de Fomento era por esas fechas titular de la cartera de Hacienda. Cuando el Ministro de Educación, Marcelino Domingo, visitó la capital vizcaína en septiembre de 1931, lo hizo acompañado por Prieto. Entre las promesas que el señor Domingo hizo fue la de aportar cuatro millones de pesetas para la reforma de la instrucción pública en Bilbao. Sin embargo, la mayoría de este dinero no estaría destinado para construir las necesitadas escuelas de barrio o arreglar las ya existentes, sino para llevar a cabo el proyecto de una escuela única. Este modelo de escuela integral recogía todos los principios que en esta materia defendían los republicanos y querían traspasar a Bilbao el ejemplo de escuela única que en Madrid estaba dando tan buenos resultados.

Las críticas a esta decisión surgieron por todos los lados. La situación de la enseñanza primaria en Bilbao era realmente grave. A la falta de escuelas se unían las malas condiciones que las ya existentes. El Alcalde tuvo que intervenir y dejó bien claro que se daba por acabada la construcción y remodelación de escuelas mediocres y que la única solución al problema era crear nuevas escuelas integrales, tantas y donde fuese necesario. A pesar de que la situación de la instrucción pública en Bilbao no era fácil, el Ayuntamiento de la villa se esforzó en ampliar la oferta de centros escolares. Se construyeron nuevas escuelas o se alquilaron locales en barrios como Recaldeberri, Enécuri o Tíboli. También se les cedió parte de los cuarteles de La Casilla para instalar otra escuela municipal.

Por otra parte, el Ayuntamiento de Bilbao no sólo atendió a la construcción o adecuación de escuelas, sino que también hizo frente a otra vertiente fundamental de la enseñanza, el profesorado. De este modo convocó un concurso público para cubrir de un modo interino la falta de maestros en las escuelas de la villa. Por último, la Comisión de Instrucción Pública del Ayuntamiento de Bilbao recibió el respaldo del ministerio para continuar con su plan de reforma educativa y consiguió el permiso para crear un Patronato de Cultura similar al que hace tiempo funcionaba en Barcelona.

1.4. Instrucción primaria y bilingüismo en Bilbao

Aunque el Gobierno de la República aprobó el Decreto sobre bilingüismo, sólo se aceptó la implantación del mismo en Cataluña. La Agrupación de Cultura Vasca hizo saber al ministro de Instrucción Pública que el conflicto lingüístico en Euskal Herria era tan grave que se hacía necesaria la implantación en este territorio del citado decreto. Mientras que en Francia el Gobierno aceptaba el uso del euskera en las escuelas al considerarlo una pieza fundamental de la enseñanza primaria, en España, el euskera padeció la persecución oficial, incluso su enseñanza estaba prohibida en los centros privados. Esta agrupación solicitó al ministro el derecho de utilizar el euskera en las escuelas puesto que era la lengua materna de muchos de sus alumnos. Era una cuestión no solo educacional, al comprender que la instrucción primaria debía de darse en la lengua materna, sino también de justicia e igualdad. En este ámbito reivindicativo, el representante de la minoría nacionalista en el Ayuntamiento de Bilbao, Sabino Arana, solicitó que la enseñanza del euskera se impartiera en todas las escuelas públicas de la villa.

A pesar de los dictámenes del Gobierno de la República, el Ayuntamiento de Bilbao abogó por el uso del euskera en las escuelas. Por ejemplo, en septiembre de 1931 convocó las pruebas para que los profesores certificaran su conocimiento del euskera a través del Euskeraren Jakintzaren Agiria.

También hubo voces disonantes con implantar el bilingüismo en las escuelas. Para Miguel de Unamuno, el Gobierno de la República debía de imponer a todos sus ciudadanos el conocimiento del castellano, dejando de lado el bilingüismo, porque el pueblo llano era simple. Al mismo tiempo, para un amplio sector de los republicanos, la educación era una importante arma de poder sumamente peligrosa en manos de las autonomías. ¿Por qué? Muy sencillo, si cada comunidad utilizaba y potenciaba su lengua materna, se dejaría de lado el castellano, con lo que se limitaba el desarrollo de estas comunidades y, con ello, se le daba un golpe de muerte a la cultura española.

2. La reorganización de la Educación primaria en Bilbao

El año 1932 fue el mejor momento para aplicar la teoría educacional de la II República. Ya se habían dado los primeros pasos y el choque de fuerzas era más que evidente. Republicanos, nacionalistas y conservadores reclamaban en todos los ámbitos de la sociedad unos cambios que, sin duda alguna, en la enseñanza primaria eran más que necesarios. Tampoco hay que olvidar que dos marcos teóricos limitaban la actuación de estas fuerzas dentro del ámbito educativo, la Constitución Española y el Estatuto Vasco.

Con el primer aniversario de la Constitución española, la Dirección General de Instrucción Pública envió a todos los centros de enseñanza pública una circular en la que se reflejaban los principios básicos que debían de ser observados. En primer lugar, en todas las escuelas debía de haber un ejemplar de la Constitución para que los maestros explicaran a los niños su significado. En segundo lugar, el maestro debía de ser un educador cuyo trabajo era garantizar que el niño se desarrollara de un modo autónomo y libre. En tercer lugar, la escuela debía de ser renovada, puesta al día. Es decir, la escuela debía de mantenerse viva, era un lugar donde el niño debía de tomar conciencia mediante el trabajo de los valores de la sociedad en la vivía. Es más, la escuela no podía aislarse del resto de la sociedad, debía de convertirse en el eje de la vida social. Por último, según el artículo 48 de la Constitución, la escuela debía de ser laica, dejando aparte todo tipo de propaganda política y religiosa.

Por lo tanto, la escuela tenía que ser un lugar neutral donde el niño viviese, creciese y se desarrollase sin sufrir ningún tipo de adoctrinamiento político o religioso. Sin embargo en todas las escuelas de Bilbao no se cumplieron lo recogido por la circular. Símbolos monárquicos y religiosos continuaban en las aulas y no faltaban maestros que ponderaban las virtudes del régimen monárquico. El descontento de parte del profesorado con los cambios impartidos por el Gobierno de la República, llevó a una campaña del periódico El Liberal para mejorar la imagen que se tenía en el conjunto de la sociedad del maestro y también a favor de elevar de categoría laboral el sacrificado trabajo de los docentes. Por ello, se promovía que los maestros tuviesen una formación universitaria de grado superior.

Al mismo tiempo, el descontento sobre la calidad de la enseñanza primaria no cesaba en Bilbao. Con la política de centralización de las escuelas, el ayuntamiento dejó de dar ayuda a las pequeñas escuelas privadas de los barrios marginales, que tuvieron que cerrar. Los padres de los niños pequeños que a ellas acudían se quejaban de que las nuevas escuelas centrales se encontraban muy lejos para que estos niños fuesen solos. Mientras tanto, el Ayuntamiento de Bilbao continuaba con su proyecto de construir nuevas escuelas integrales. En abril de 1932 el Alcalde presentó el comienzo de las obras de las Escuelas de San Francisco. El Ayuntamiento de Bilbao dio una gran propaganda este proyecto que fue seguido con avidez por la prensa republicana.

Las críticas a la actuación del Ayuntamiento arreciaban, en particular desde los sectores conservadores. Para los republicanos, estos ataques se enmarcaban dentro de una campaña de las derechas para incitar a la desobediencia civil y menoscabar el trabajo de la República.

A pesar de estas arremetidas, los republicanos también llevaron a efecto en la enseñanza primaria de Bilbao algunas medidas que más que significativas, fueron simbólicas. Por ejemplo, organizaron un nuevo calendario escolar más acorde con el carácter laico que se imprimía a la educación. Por aquello de la costumbre, el Consejo municipal de Instrucción Pública dejaba en este calendario ocho días libres para celebrar las fiestas y ferias tradicionales. También se establecía como necesario cantar el himno de la República en las escuelas. El problema era que por aquel entonces no había tal himno, por lo que un maestro de las Escuelas de Marzana compuso el Canto a la República, cuya copia ofreció a todas los centros escolares.

Es complejo determinar el alcance de los dos primeros años de la labor del consistorio republicano en la Instrucción Pública de Bilbao. Las actividades llevadas a cabo sobre esta materia aparecían con profusión en los medios de comunicación, bien para ensalzarlas o bien para criticarlas. Si el resultado de esta labor se puede ponderar a través de los números, los datos son los siguientes: entre las escuelas nacionales y municipales gestionadas por el Ayuntamiento de Bilbao había en 1931 244 maestros, cifra que en 1932 ascendía a 314. En total 70 maestros más. En cuanto a los alumnos matriculados, mientras que en 1931 había 12.327 niños registrados al año siguiente se matricularon 15.481 niños. Es decir, un aumento de 3.154 alumnos. Si a las cifras nos remitimos, estas nos indican una mejora palpable tanto de alumnos como de profesores. Pero, ¿indican estos incrementos numéricos también una mejora de la calidad de la enseñanza? De ser así, ¿se mantuvieron estos avances durante toda la República? Las respuestas a estas preguntas quedan pendientes de otro trabajo.

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