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Segura. Belleza recatada

Juan AGUIRRE SORONDO

Nacemos, crecemos y declinamos... Los individuos, las familias, los países, las civilizaciones, y también las obras humanas —sus técnicas y hechuras, ideas y locuras—, todo cuanto surge del vientre inagotable de la Naturaleza está llamado a prosperar y a morir. La ciudad, como materialización del organismo social, tampoco escapa al mismo principio cíclico: él dicta que a la mocedad seguirán años de esplendor y, tras estos, un progreso renqueante y melancólico aunque trufado de sapiencia.

Al sur de Gipuzkoa, sobre una pequeña loma, despunta el brillo opalino de una alhaja medieval llamada Segura, villa de larga biografía y noble prosapia. De sus siglos de prosperidad sobrevive una trama urbana casi intacta en su inigualable estructura defensiva, que la hacen acreedora de varios títulos de monumentalidad aplicados a toda la extensión del casco.

Sin duda pertenece Segura al pasado, como esos vejetes a ratos fatigantes para quien presta oído a sus relatos de guerra y amoríos: poco o nada de lo que profieren parece nuevo pero a su lado las sensibilidades más despiertas hallan siempre un filán de paz y cien mil enseñanzas curtidas en el oficio de vivir.

Segura

Ilustración: Josemari Alemán.

Nacemos: Segura lo hizo en 1256, al amparo del aún balbuciente río Oria y un desfiladero, luego de que el primitivo núcleo que amalgamaba la ermita de San Andrés fuera pasto de las llamas. Su origen se cifra en una determinación que los modernos llamaríamos “geoestratégica”. Hacía medio siglo que la provincia se había abrazado a Castilla dando la espalda al Reino de Navarra, y en este punto fronterizo se convino en establecer una población amurallada, con foso y puentes levadizos, cinco puertas torreadas y todas las garantías defensivas tanto para resistir los asaltos navarros como para proteger el camino entre la meseta y los Pirineos por el paso de San Adrián. En una palabra, una villa segura hasta en su nombre.

Tan directamente atañía a los intereses de la corona, que Segura estaba facultada para rendir cuentas ante el monarca castellano sin otros intermediarios. Desde su fundador Alfonso X el Sabio hasta los Reyes Católicos, no hubo regia excepción al cortejo de la villa mediante concesiones extraordinarias. Repasemos las más importantes: potestad para cobrar derechos de aduana a todas las mercancías que circulasen entre Navarra y Gipuzkoa; traslado hasta sus términos de las “ferrerías masuqueras” de Legazpia a fin de protegerlas; la rara exención de la alcabala, y la autorización de anexiones de pueblos y lugares que buscaron en Segura amparo contra los “malos omes e los omes poderosos”, esto es, contra bandoleros y jauntxos.

Creció Segura, alcanzando la cresta de la madurez en el siglo XIV. Ya para entonces su aspecto no debía distar mucho del actual, con sus viviendas de nobles, comerciantes, ferrones y kaletarras apelmazadas en tres largas calles que descienden afluyendo hacia el caudal guijarroso del camino a la costa. Una morfología racional a tono con el urbanismo de la época, canonizada por el cataléan; Eiximenis en una fórmula hoy ya famosa: “La ciudad debe estar bien compuesta, es decir, bien arreglada y ordenada en tres cosas; la primera, que está bien arreglada en lo espiritual, la segunda, que está bien gobernada por buena ley temporal, y la tercera que está bien edificada en la forma material”.

En lo espiritual, Segura estaba “bien arreglada” por la iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, deslumbrante filigrana del gótico vasco con injertos posteriores, adjetivada como una de las mejores de la provincia. Composición externa que en el interior ejercita una armonía definitiva: capiteles, bóvedas, crucerías sobre columnas de concienzuda hermosura a la luz de una araña de cristal, más; el retablo churrigueresco del maestro Luis Salvador Carmona, confeccionado con madera de nogal y oro de Perú revistiendo un cielo cóncavo habitado por 42 figuras; un relieve que el Vaticano clasificó entre “lo más importante de la imaginería espiritual sobre la Asunción”.

Las paredes de la iglesia reforzaban la muralla, de suerte que entre la ley sagrada y la temporal apenas mediaba un dedo (por algo dijo el rey Sabio en sus Partidas que “Santas cosas son llamadas los muros, e las puertas de las ciudades e de las villas”). Se demolieron con los siglos aquellos lienzos sagrados que limitaban la realidad física de Segura, pero por fortuna perviven tres de sus cinco portales de acceso, los de Oxiña, Jauregi y Zerain; portalones con setecientos años acreedores de todas las atenciones por antigüedad, pero también por sus largos servicios vacunando desde postigos y troneras el orden intramuros de la segura Segura.

Segura

Ilustración: Josemari Alemán.

La última de las condiciones urbanísticas que el medieval Eiximenis preceptuó, la buena edificación material, podemos juzgarla por nosotros mismos sin recurrir a las crónicas. Basta recorrer Segura calle arriba y calle abajo, paladear las fachadas de mayor empaque, los palacios Guevara —uno de los próceres de la urbe bajomedieval guipuzcoana—, Alústiza, Jáuregui, Lardizábal (actual Ayuntamiento), Zurbano... Casas solariegas con escudos nobiliarios, aleros tallados y cerrajas laboriosas, gárgolas y vierteaguas, amplios, sombríos y frescos soportales. Quien escribe no oculta su debilidad por la casa Arrue o Sandon, junto a la puerta de Arriba: su exótico mudejarismo encaja como escenario perfecto a las andanzas de aquel dandy de vida refinada cuyo apellido sigue unido al nombre popular del edificio, Sandon, donde residió allí a finales del XIX.

Y Segura decayó... Cuando las amenazas bílicas desaparecieron —a comienzos del XVII—, los pueblos anexionados, con Legazpia a la cabeza, comenzaron a independizarse; más tarde se abriría el Camino Real, con dejación de la antigua ruta por San Adrián. Tampoco quiso el ferrocarril vadear Segura, ni alcanzó a atraer nuevas industrias pese a la inveterada calidad de sus ferrerías.

Pero ya dijimos que el tiempo distingue a quienes los surcan con sabiduría y temple. Segura, ni próspera ni pobre, sino opulenta heredera de una masa urbana pura y extensa como ninguna otra de la Edad Media guipuzcoana, revive en silencio sus días de gloria desde ese rincón prominente. Una belleza recatada. Sólo quien ha callejeado por Segura conoce Gipuzkoa.

Historias viejas, paredes nuevas. Diputación foral de Gipuzkoa, 1994

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